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El helicóptero aterrizó junto a la Casa Blanca en el mismo momento en que la primera bola de fuego golpeó Washington D.C.

—Ya ha comenzado —masculló Michael Winslow mientras bajaba a toda prisa del helicóptero.

El hombre corrió la distancia que le separaba del edificio y se dirigió a toda prisa a la sala de control. Al entrar se encontró con una escena caótica, en la que un nutrido grupo de militares recibía información y trataba de comprender lo que estaba sucediendo. El presidente se encontraba al fondo de la estancia, departiendo con sus asesores más cercanos.

Al verle entrar, Janus Goldman se acercó a él con gesto preocupado.

—Goldman —dijo Michael—. ¿Qué ha ocurrido? ¿Cómo habéis logrado desactivar la bóveda?

—Ha sido Maguiere. El ataque nuclear fue un fracaso absoluto pero poco después la bóveda comenzó a desvanecerse. He conseguido hablar con la base de México y me han confirmado que ha habido una explosión en el interior de la cueva que se corresponde con la intensidad prevista. A partir de esa explosión, los sistemas de detección revelaron el cese repentino de radiación X y la bóveda comenzó a desmoronarse.

—Intenté avisaros de que no lo hicieseis —dijo Michael negando con la cabeza.

—¿Pero qué estás diciendo? —dijo el científico sin comprenderle.

—Ahora no hay tiempo para más explicaciones —le cortó Michael—. Necesito hablar con el presidente

Michael dejó a un confundido profesor Goldman y se dirigió raudo hacia el mandatario.

—Señor presidente, es prioritario que nos protejamos en el búnker de la Casa Blanca —le decía uno de los militares—. En cualquier momento podemos ser el blanco del ataque.

—¿Qué está ocurriendo ahí fuera, señores? —preguntó el presidente—. No me moveré de aquí hasta saberlo.

—Estamos recabando toda la información que podemos, señor. Parece que la nave extraterrestre está atacando la ciudad con un armamento muy potente —contestó un asesor militar.

—Nuestros cazas están saliendo de las bases en este momento y se disponen a atacar a la nave, señor —anunció el general Olsen.

Las cámaras mostraban la imagen de la nave nodriza inmóvil sobre Washington, mientras columnas de humo y fuego se elevaban hacia el cielo. Michael Winslow se abrió paso y se situó junto al presidente.

—Esos cazas no serán necesarios, general —dijo Michael—. Esa nave no supone una amenaza. No son ellos los que nos atacan.

—¿Cómo? —preguntó el presidente sin comprender.

—Ellos querían protegernos, señor, no destruirnos.

—Esa nave, sea lo que sea, estaba dentro de la bóveda. Y la bóveda ha estado a punto de acabar con nosotros —le recordó el presidente.

Michael negó con la cabeza.

—Señor, esa bóveda no estaba concebida para destruirnos sino todo lo contrario. Se trataba de un escudo, un escudo de protección contra la mayor amenaza que jamás haya sufrido la Tierra. Y nosotros lo hemos destruido.

—Está usted loco, Winslow, siempre lo ha estado —dijo el general Olsen—. Saquen a este chiflado de aquí inmediatamente.

Una pareja de militares se dirigió hacia Michael dispuesta a cumplir la orden de su superior.

—Un momento —intervino el presidente—. ¿Qué amenaza es esa? ¿De qué… quieren protegernos?

En ese momento se produjo una explosión brutal en el cielo. Los monitores mostraron una imagen increíble: una gran bola de fuego había impactado contra la nave extraterrestre a toda velocidad y la había destruido casi por completo. Los restos metálicos se precipitaron envueltos en llamas contra la ciudad.

El objeto que la había destruido provenía del exterior de la atmósfera y no venía solo. Se trataba de uno de los muchos meteoritos que estaban cayendo en toda la ciudad, asolando la Costa Este de Estados Unidos, sembrando el caos y la destrucción.

—Esto es solo el principio —anunció Winslow, sombrío.