20

—A la memoria de Daniel, Martin, Richard, Paul, Tommy, Charles y Aurora —leyó Nathan Maguiere sobre una placa de bronce.

—Son los nombres de los siete marines que perdieron la vida en el cenote, sirviendo honorablemente a su país —le informó la teniente Kowalsky con voz gélida.

La mujer parecía dar a entender que aquello contrastaba con la no demasiado honrosa salida del ejército de Nathan, pero él prefirió dejarlo pasar.

Nathan se fijó en que uno de aquellos marines, Aurora, era una mujer. Después, paseó la vista por el complejo militar, profundamente impresionado. Se encontraba a treinta metros del suelo, sobre una estructura vertical parecida a un inmenso depósito de agua de la que salía un fino apéndice de unos cuarenta metros de longitud, situado casi a ras de suelo. Habían construido una réplica exacta del cenote del Zacatón en poco más de tres días. Estaba en la misma base militar, y aunque no tenía la profundidad de la cueva real, replicaba fielmente los últimos metros del descenso, así como el estrecho túnel que conducía hasta el núcleo X.

Después de la charla mantenida con el profesor Goldman, solo había tardado un par de minutos en decidirse. Sabía que se trataba de una misión muy arriesgada, casi suicida, pero había mucho en juego. Además, tenía que reconocer que le tentaba el reto de realizar una inmersión como esa, conseguir aquello que no había hecho nadie antes. Pero no iba a ser nada fácil.

En cuanto le comunicó la noticia a Goldman, un brillo de triunfo asomó a los ojos del científico. En cambio, Nadia, su silenciosa ayudante, pareció muy molesta ante su decisión de tomar parte en la misión. Goldman no perdió ni un segundo. Le dio unas instrucciones a la mujer y esta se cuadró ante él con gesto impasible.

—A partir de ahora, la teniente Nadia Kowalsky se encargará de guiarle —le había dicho el hombrecillo refiriéndose a la mujer silenciosa.

—Sígame, señor Maguiere —había replicado ella con frialdad.

Así que dos horas más tarde, allí estaba, encaramado a una plataforma y enfundado en un traje de buzo de última generación, diseñado para inmersiones profundas. La teniente Kowalsky, que por alguna razón desconocida parecía odiarle, iba a ser la encargada de instruirle en la misión. La mujer llevaba un traje similar al suyo, que se ceñía a su cuerpo mostrando su impresionante figura. La teniente medía cerca de un metro ochenta, y tenía el cuerpo fibroso y estilizado propio de un marine de élite.

—Esta situación no nos gusta a ninguno de los dos —dijo ella—. Yo no creo que debas formar parte de esto y tú no quieres estar aquí. Eres un error, pero aún estás a tiempo de echarte atrás y quitarnos un problema a los dos.

—Estoy seguro de que eso te encantaría, pero no va a suceder.

La mujer le sostuvo la mirada unos segundos.

—Como quieras. Todo hombre tiene derecho a decidir dónde quiere que le entierren —dijo Nadia torciendo el labio en una sonrisa seca.

La mujer se dio la vuelta y comenzó a hablar a toda prisa.

—Bien, comencemos con la lección —dijo—. Estos trajes no se parecen en nada a cualquiera que hayas usado hasta ahora. Son completamente estancos y logran mantener la temperatura corporal estable, aun en las aguas más frías.

Nathan examinó su traje y tocó las pequeñas escamas de un tejido blando similar al plástico, adheridas al neopreno. El pequeño vehículo submarino en el que transportaría los explosivos también estaba recubierto de aquellas mismas escamas. La mujer pareció leerle la mente y se anticipó a su pregunta.

—Se llaman escamas doppler-light. Mejoran en un nueve por ciento la movilidad bajo el agua además de tener otras funciones que comprobarás muy pronto.

—¿Qué sistema utilizaré para respirar ahí abajo? —preguntó Nathan.

—Usaremos botellas de aire comprimido especialmente diseñadas para la misión. Además, llevarás un casco estanco que optimiza el consumo —dijo golpeando el casco que llevaba bajo el brazo. Se parecía a los que utilizaban los astronautas, con un amplio visor de metacrilato y una protuberancia en la zona de la coronilla.

—¿Usaremos? ¿Tú también vienes?

—Te vigilaré en los primeros entrenamientos y te esperaré en la boca del túnel, si es que puedes llegar tan abajo —dijo Nadia con suficiencia.

—Seguro que te sorprendes.

—Ya. Bien, en el dispositivo de tu antebrazo llevas un pequeño mapa del túnel de acceso al núcleo. No requiere energía de ningún tipo, así que podrás disponer de él siempre. En ese compartimento —dijo señalando una pequeña oquedad del dispositivo—, llevas el diamante sintético que utilizarás como catalizador para destruir el núcleo. Este es una réplica exacta del que usarás en la realidad.

—¿Cómo funciona?

—Es sencillo. Tienes que sacarlo del compartimento y adherirlo al núcleo con este fijador. Los explosivos quedarán unidos a él a través de este pequeño cable —dijo señalando un rollo dorado—. Solo mide dos metros, así que tienes que colocar los explosivos lo suficientemente cerca del núcleo.

Nathan observó con interés el dispositivo que llevaba fijado al antebrazo. Parecía uno de esos aparatos sacados de las películas de James Bond.

—¿Y cómo se activa la bomba?

—Esta pequeña esfera contiene dos compuestos que al combinarse provocarán la explosión. Solo tienes que tirar de esta arandela y los compuestos comenzarán a mezclarse. Después, tienes que colocar la esfera en contacto con los explosivos, en esta cavidad de aquí. Encaja perfectamente —dijo mostrándole cómo se hacía.

—Parece fácil, hasta yo sabré hacerlo.

La mujer no replicó a su sarcasmo y continuó con el discurso.

—Este cronómetro activará una cuenta atrás que retrasará la mezcla de los componentes quince minutos. Si las cosas se ponen mal no tienes por qué usarlo y la reacción se producirá casi instantáneamente.

—Quince minutos no es demasiado tiempo para desandar el camino y ascender a la superficie.

—Cierto, no lo es. Pero si no tienes agallas para hacerlo, estás a tiempo de abandonar la misión —dijo Nadia, fríamente—. ¿Alguna pregunta sobre el dispositivo?

—Nada que no se pueda aprender sobre la marcha —respondió Nathan.

—Recuerda que solo podrás comunicarte por los interfonos hasta poco antes de la boca del túnel, luego dejarán de funcionar. En la simulación sucederá lo mismo.

Nathan asintió y se ajustó el casco.

—Secuencia de inmersión preparada —dijo la teniente Kowalsky a su lado—. Abran el compartimento.

Una puerta presurizada se abrió bajo sus pies mostrando el interior del tanque. El agua estaba oscura y desde su posición no se podía ver gran cosa.

—Sígueme en todo momento y obedece mis órdenes sin hacer preguntas. —La voz de la teniente Kowalsky le llegó nítida a través del interfono.

Nathan no contestó. No sabía qué tenía aquella mujer en contra de él, pero estaba harto de su carácter.

—Al saltar al agua se cerrarán las compuertas y comenzará la presurización —dijo Nadia—. Permaneceremos cuatro minutos adaptándonos. La presión aumentará de forma artificial simulando un descenso progresivo hasta ciento setenta metros. Después, comenzaremos la bajada de los últimos treinta metros hasta la boca del túnel. Entrarás tú solo con el transportador de explosivos y entonces veremos si eres tan bueno.

La teniente Kowalsky le miró unos segundos y Nathan creyó advertir un brillo en uno de sus ojos. ¿Una lágrima? No estaba seguro, pero es lo que le había parecido, aunque también podía ser un simple reflejo provocado por el casco de metacrilato. De cualquier forma, no pudo preguntarle; la mujer se había lanzado al agua. Nathan dio un paso en la plataforma y se tiró tras ella. La toma de contacto con el agua fue muy extraña. Iba totalmente cubierto por el traje de escamas y el casco presurizado, y ni un solo centímetro de su cuerpo se mojó.

La compuerta comenzó a cerrarse sobre sus cabezas hasta que se hizo la oscuridad total. A Nathan se le había olvidado preguntar por el sistema de iluminación. Suponía que usarían algún tipo de linterna especial por desgaste, pero cuando pasaron unos cuantos segundos se dio cuenta de su error.

—¿Pero qué es esto? —preguntó asombrado.

Cada una de las escamas del traje comenzó a brillar con una luz mortecina que se fue intensificando poco a poco, hasta crear un aura luminosa que le permitía ver hasta una distancia de unos dos metros. El traje de la mujer y el vehículo submarino refulgían igualmente, creando una atmósfera irreal en el tanque de agua. El cable que les bajaría hasta el fondo también estaba revestido de aquel material. Nadia, envuelta en aquella luz, parecía una sirena futurista.

—Te dije que te sorprenderías. —La mujer amagó una sonrisa al ver la expresión de asombro de Nathan. Era la primera vez que parecía dejar a un lado su máscara de hostilidad, aunque la brecha solo duró unos instantes. La muralla volvió a levantarse tan rápido como había caído.

—Las escamas están hechas de un material luminiscente muy potente, así no dependerás de ningún aparato eléctrico para poder ver ahí abajo. No roces el traje. Las escamas son muy sensibles y se estropean al menor contacto con superficies duras.

Nathan asintió. El tiempo fue pasando en silencio mientras aumentaba la presión. Nathan podía sentir su empuje en todo su cuerpo mientras que la respiración se hacía más difícil con cada bocanada de aire. Finalmente, una luz roja sobre sus cabezas indicó que habían alcanzado una presión equivalente a ciento setenta metros de profundidad.

—Es la hora —dijo Nadia.

La mujer se agarró al dispositivo de descenso y Nathan la imitó. El cable comenzó a bajar a un ritmo lento pero constante. En esas profundidades, la adaptación era muy importante. Poco después, el cable se paró, dejándoles frente a una estrecha abertura que se abría en un lado del tanque.

—Ese es el túnel que conduce al núcleo —oyó decir por el interfono a Nadia. La mujer hablaba lentamente, como si pronunciar cada palabra fuese un suplicio.

Nathan asintió. Nadia le había mostrado sobre un plano la morfología del túnel, haciendo hincapié en los cuatro estrechamientos más peligrosos. Uno de los marines había llegado hasta el tercero. Los demás habían muerto antes de ese punto.

Nathan comenzó a avanzar por el túnel empujando el pequeño vehículo de transporte con los explosivos. Estaba diseñado para mantener una flotabilidad neutra en aquel ambiente y era muy manejable, pero a tanta profundidad, cualquier movimiento brusco o esfuerzo se convertía en un auténtico reto. El traje luminiscente aportaba una buena visibilidad en el primer tramo, pero Nathan comprendió pronto que habría otro problema añadido: el agua turbia y cargada de partículas. Nadia ya le había advertido en la sala de reuniones, pero ahora se enfrentaba a él en persona. El túnel simulaba a la perfección el ambiente del cenote y aquella zona estaba saturada de lodo y fango.

Pese a la luz del traje, la visibilidad era casi nula y mantenerse orientado se hacía muy complicado. Nathan fue avanzando, intentando grabar en su memoria cada centímetro del trazado. El primer estrechamiento se encontraba apenas a unos metros de distancia. Pero de repente un pedazo de roca apareció de la nada. Nathan la intuyó un segundo antes de golpearse la cabeza con ella. Eso le permitió girar el cuello, pero no logró evitar el impacto.

Nathan se mareó. Trató de mantenerse firmemente asido a la realidad, pero fue perdiendo la lucha poco a poco, mientras todo se hacía más turbio a su alrededor. De repente, unas luces rojas surgieron por todos lados y le pareció escuchar el sonido amortiguado de una sirena. Notó una fuerza que le empujaba hacia atrás y trató de resistirse, pero no pudo hacer nada. Después, la oscuridad le envolvió completamente.