27
Michael Winslow solo había estado dos veces en el Despacho Oval de la Casa Blanca. Siempre había acudido allí en situaciones más agradables, normalmente, con motivo de la celebración de algún éxito de la NASA. Pero en aquella ocasión, la estancia olía a miedo. Los hombres más poderosos del país se encontraban allí reunidos y sus caras preocupadas eran un fiel reflejo de lo que estaba sucediendo. Habían atacado dos veces la cúpula y en ambas ocasiones habían fracasado. Además, los resultados del último ataque habían sido tan inesperados como desastrosos; la bóveda se había defendido con una eficacia mortal. Aun así, el propio Michael y el profesor Janus Goldman creían haber extraído algo positivo de lo acontecido, aunque todo se vería a su debido tiempo. Una voz a su lado interrumpió sus cavilaciones.
—Su discurso se ha emitido por televisión y radio, señor presidente —dijo uno de los asesores presidenciales—. Ahora tenemos que esperar la reacción del pueblo.
—Gracias, Charlie —dijo el presidente. A pesar de su aspecto pulcro, las señales de cansancio se hacían evidentes en su rostro.
Los acontecimientos de las últimas horas estaban aumentando el caos y la histeria reinantes. Pese al secretismo del ataque contra la bóveda, varios medios de comunicación habían tenido conocimiento de la operación o al menos una parte. El presidente había decretado entonces la ley marcial. Las fuerzas de seguridad controlaban todos los medios de comunicación y la información que se vertía. El presidente había emitido un mensaje de estado para informar de que estaban buscando soluciones contra la amenaza de la bóveda y de que estaban cerca de resolver el problema. El mensaje se repetía regularmente por todos los canales de televisión y radio, a intervalos de una hora. Los medios de comunicación habían recibido la orden de no dar información sobre la situación de la crisis hasta un nuevo aviso presidencial.
—Bien, general Olsen. ¿Cuál es el informe de daños? —preguntó el presidente.
—Hemos perdido ciento sesenta y ocho cazas, señor presidente. Han muerto ciento sesenta y tres hombres —respondió el militar con expresión fúnebre.
Janus Goldman se quitó las gafas y movió la cabeza hacia los lados. Michael se percató de la mirada de odio que el general Olsen le lanzó al científico. El silencio se adueñó de la sala unos instantes.
—Descansen en paz —dijo el presidente emocionado. Después les miró uno a uno y sus rasgos se endurecieron—. Señores, nos enfrentamos a la mayor amenaza que la humanidad ha conocido. Espero que todos ustedes estén a la altura de las circunstancias y sepan lo que nos jugamos. General Olsen, ¿qué ha ocurrido exactamente?
—Ha sido algo inesperado, señor. Conseguimos hacer un cráter en la bóveda y estuvimos a punto de traspasarla. Pero entonces, la estructura se defendió y contraatacó —respondió Olsen.
—Se suponía que era una estructura inerte, generada por un fenómeno relacionado con las tormentas solares. ¿Y usted dice que se defendió y contraatacó?
—Así fue, señor, aunque no sabemos cómo lo hizo —respondió el militar—. Uno de los supervivientes, el teniente Jacob Hill, asegura que vio unas sombras moviéndose a gran velocidad en el interior de la bóveda. Fue justo antes de que se produjese el ataque.
—Entonces, ¿estamos ante una bóveda que tiene algún tipo de inteligencia? —preguntó el presidente.
—No podemos saber qué…
—Con el debido respeto, señor presidente —dijo Michael Winslow cortando al militar—. Los restos recogidos de los aviones siniestrados están siendo evaluados en estos momentos y ya tenemos los resultados parciales. No podemos saber si la bóveda es o no inteligente, pero por su estructura molecular y su comportamiento, solo se puede deducir una cosa.
—Explíquese, señor Winslow —pidió el presidente.
—La bóveda no es un objeto inerte, señor. Se trata de una estructura viva.
—¿Una estructura viva?
—Así es, señor. Los resultados no son aún definitivos, pero parece que la bóveda puede estar formada por un tejido compuesto de un tipo de células desconocidas para…
—Este hombre no sabe lo que dice. Él mismo ha dicho que el resultado no es definitivo —le interrumpió el general Olsen, airado—. Eso es absurdo.
—No lo es, general. Creo que el señor Winslow está en lo cierto —intervino Janus Goldman—. Fíjense en esto —dijo el científico suministrándoles unas fotografías a los asistentes.
—La bóveda se ha comportado como lo haría cualquier organismo vivo que fuese atacado —continuó—. Esta imagen muestra el cráter que los misiles hicieron en la bóveda. En esta otra imagen, ampliada cien veces, se ve una de las sombras que vio el teniente Jacob Hill, justo al borde del cráter. En los siguientes minutos, esas pequeñas sombras se movieron alrededor del cráter y regeneraron la estructura interna de la bóveda, volviéndola a dejar prácticamente intacta. En esta otra imagen, tomada solo cinco minutos después, se observa que donde antes había un cráter de unos doscientos metros de diámetro, ahora no hay nada más que una ligera línea más oscura sobre la superficie, como si fuera una cicatriz.
—¿Cómo se explica eso? —preguntó el presidente.
Michael Winslow miró a Janus Goldman y ambos se sonrieron. Goldman asintió cediéndole la palabra.
—Parece que se trata de alguna clase de regeneración de tejido, comparable a lo que ocurre con nuestras heridas —dijo Michael—. Y eso es un comportamiento típico de un organismo vivo.
—¿Y qué hay del ataque a los aviones?
—Se puede tratar de un sistema de defensa automático, igual que haría nuestro sistema inmunitario al reaccionar ante cualquier cuerpo extraño o peligroso. Nuestros glóbulos blancos actúan eliminando el peligro de la misma forma en que la bóveda ha utilizado su sistema de defensa para acabar con nosotros, su amenaza.
—Es usted un loco —dijo el general Olsen con la voz cargada de odio—. ¿Está diciendo seriamente que esa cosa está viva y es inteligente?
—Esa es mi opinión, pero las pruebas de laboratorio confirmarán si tengo o no razón —respondió Michael sin inmutarse—. Personalmente creo que está viva, pero desconozco su nivel de inteligencia.
—Eso es absurdo. Espero que no crea ni una palabra de todas estas patrañas, señor presidente —insistió Olsen.
—Yo apoyo las conclusiones del señor Winslow —dijo Janus Goldman.
En pocos segundos el rostro porcino del general Olsen pasó del rosa al morado.
—Señor presidente, no podemos perder el tiempo con teorías absurdas seudocientíficas —dijo barriendo a los dos hombres con la mirada—. Tanto si esa cosa está viva como si no, debemos actuar con rapidez y firmeza, y realizar un ataque a mayor escala —añadió.
El presidente meditó la información durante unos instantes.
—Si es un ser vivo, tal vez existen otras vías para abordar la crisis —dijo el presidente—. Pero de cualquier forma, eso no cambia el hecho de que su presencia sobre nosotros es una amenaza que debemos afrontar y vencer.
—Estoy de acuerdo, señor —dijo Michael—. Pero existen formas mejores de enfrentarse a un ser vivo que bombardeándolo. Ya se ha demostrado que un ataque con armas no es efectivo.
—Recuerde que le advertí de que no serviría de nada, general Olsen —añadió Janus Goldman.
—¡Eso es absurdo! —dijo el militar golpeando la mesa con el puño—. Dé la orden, señor, y atacaremos en menos de una hora. Si con el armamento convencional logramos producir grandes daños sobre la bóveda, ahora es el momento de usar el arsenal nuclear.
—Ciento sesenta y tres hombres muertos, y la bóveda se mantiene sin un solo rasguño —le recordó Goldman con el rostro crispado—. ¿Eso son grandes daños, general?
Michael Winslow nunca había visto al científico tan enfadado. Sin reparar en él, Olsen se dirigió directamente al presidente.
—Señor, tiene que ordenar un ataque nuclear inmediatamente.
El presidente aguantó la mirada del general.
—Tenemos que evaluar todas las alternativas, general Olsen. ¿En qué fase está su proyecto, señor Goldman?
El general Olsen negó con la cabeza mientras sus manos se crispaban con fuerza sobre la mesa.
—Hace unas horas que perdimos la comunicación con la base del Zacatón, señor. Los técnicos están intentando restaurarla. Pero según el plan previsto, Nathan Maguiere debería estar en plena inmersión en este mismo instante. Si todo sale según lo previsto, es posible que en pocas horas hayamos resuelto el problema.
Michael Winslow había sido informado por el profesor Goldman de la existencia del núcleo y su posible conexión con la bóveda, así como del plan trazado para destruirlo. El científico parecía absolutamente convencido de la viabilidad de su teoría. Michael no era tan optimista y, mucho menos, lo era el general Olsen.
—No podemos dejar el futuro de la Tierra en manos de un loco —dijo el general apuntando a Goldman.
—¡Basta, general! —dijo el presidente—. Repito que tenemos que evaluar y explorar todas las alternativas, tanto las que le gustan como las que no. ¿Queda claro?
El general le miró con los labios temblando por la rabia.
—Bien. Ya hemos escuchado al profesor Goldman y al general Olsen. Señor Winslow, ¿qué alternativa propone usted?
Michael Winslow respiró profundamente antes de contestar. Había meditado su plan largamente y había consultado con expertos en toxicología y bioquímica. Creía que podía ser una estrategia válida, pero había mucho en juego, el destino de la humanidad, tal vez.
—La bóveda es un ser vivo que ha demostrado un alto poder de regeneración y contraataque, tal como haría un organismo sano en pleno control de sus capacidades —dijo Michael—. Tenemos que lograr que pierda ese control. Tenemos que debilitarle para poder lanzar un ataque del que no se pueda defender ni temer su respuesta.
—¿Cómo se puede debilitar a esa cosa?
—Señor, nuestros especialistas han estudiado la composición bioquímica de los restos de la bóveda y han hallado una sustancia altamente tóxica capaz de dañarla seriamente.
—Es mi deber insistir, señor presidente —intervino el militar—. Si hace caso a este demente, pondrá en peligro el futuro de la Tierra y no estoy dispuesto a…
—Cállese, general Olsen. No se lo volveré a repetir. —El presidente se levantó de la mesa y fulminó con la mirada al militar—. ¿Qué opina usted, profesor Goldman?
—Es difícil saber la reacción que tendrá la bóveda, señor presidente, pero creo que un ataque químico podría funcionar.
—¿Cuánto tiempo tardarían en tener lista una dosis suficiente?
Michael se disponía a responder cuando la puerta del Despacho Oval se abrió de golpe. Uno de los asesores del presidente entró en la sala con el rostro congestionado.
—Señor, tiene que ver esto —dijo el hombre con la voz entrecortada por el espanto.
—¿Qué es lo que ocurre, David? —preguntó el presidente.
—Es la bóveda, señor… Mire —dijo el hombre señalando una de las ventanas del Despacho Oval.
Michael Winslow se encontraba junto a ella. Al mirar a través del cristal, el corazón estuvo a punto de salírsele del pecho.
La bóveda estaba descendiendo sobre sus cabezas.