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—Señor presidente, nos indican que la bóveda está bajando cada vez más rápido. En dos horas chocará contra nosotros —anunció uno de los asesores presidenciales—. El caos en las calles es total, señor.
—Dios santo —dijo el presidente mirando atónito los monitores.
Los restos calcinados de los lanzacohetes contrastaban con el amenazante cielo rojo. Era una escena apocalíptica.
—Parece que el ataque biológico ha aumentado la velocidad de descenso, señor —apuntó uno de sus asesores—. Es como si la bóveda no quisiera dejarnos tiempo para realizar otra maniobra.
Janus Goldman no dijo nada, pero estaba totalmente de acuerdo con aquel análisis. Parecía que, a raíz del ataque biológico, la bóveda había decidido dejarles sin tiempo para reaccionar. Quizás aquel ataque había sido un error y él había sido partícipe de esa decisión equivocada. De todos modos, el científico seguía teniendo esperanzas. Había logrado establecer comunicación con la teniente Kowalsky en México y estaba a la espera de recibir más información. Nathan Maguiere había iniciado un segundo descenso y tenía los explosivos situados a muy poca distancia del núcleo.
—Se lo advertí, señor presidente —dijo el general Olsen—. Ese ataque no valdría de nada. Hemos perdido un tiempo muy valioso y ya no podemos perder más. Hay que realizar un ataque nuclear a gran escala.
—Pero, señor, un ataque de esas características puede tener consecuencias desastrosas —intervino Goldman—. No importa que lo hagan en un lugar alejado del desierto o sobre el océano, el efecto se extenderá por toda la Tierra.
—¿Y qué quiere que hagamos, pobre necio? ¿Seguir esperando? —le gritó Olsen—. Ya hemos aguardado demasiado y hemos cometido muchos errores, la mayor parte por culpa suya y de otros cientificuchos que se creían genios. Es hora de poner toda la carne en el asador, señor presidente.
El presidente meditó las palabras del general profundamente y se giró hacia Janus.
—Señor Goldman, ¿qué noticias tiene de la misión de Maguiere?
—Estoy a la espera de una respuesta, señor. Tengo que recibir una llamada en cualquier momento, pero nuestro hombre está muy cerca de lograrlo —contestó Goldman con el corazón en un puño.
—No es suficiente, señor Goldman. No nos queda tiempo —dijo el presidente cabizbajo.
—Está tomando la decisión correcta, señor presidente —intervino el militar.
El presidente pareció dudar unos instantes, pero entonces se irguió completamente dispuesto a dar la orden de ataque. En ese momento sonó el teléfono del profesor Goldman y un silencio sepulcral se hizo en la sala.
—Al habla Goldman —dijo el científico ansioso.
La conversación apenas duró unos segundos. Al colgar, el rostro del científico parecía haber envejecido veinte años. El científico negó con la cabeza. No hacía falta que dijese nada más, todo el mundo sabía que Nathan Maguiere había fracasado en su misión.
—Proceda con el ataque nuclear, general Olsen —dijo el presidente sin que la voz le temblara ni un ápice.