26

Visto desde el helicóptero, el cenote del Zacatón tenía la apariencia de una gran herida abierta en la selva. Se trataba de una esfera casi perfecta de unos noventa metros de diámetro. Sus paredes verticales de roca caliza caían en pico, formando un acantilado de veinte metros de altura, en cuyo fondo reposaba un agua verde oscura. En la superficie, moviéndose a merced del viento, había unos pequeños islotes de hierba que le daban nombre al cenote. En la antigua lengua nahuati, utilizada por los oriundos de la zona, zacate significaba «hierba» o «pasto».

Nathan Maguiere contempló el majestuoso espectáculo desde las alturas. Aquella belleza salvaje era engañosa. Las aguas turbias del cenote hacían que la visibilidad fuese prácticamente nula y sus paredes irregulares estaban plagadas de salientes y recovecos que se podían convertir en trampas mortales.

Llegar hasta el núcleo le resultaría mucho más difícil de lo que lo había sido en la réplica de pruebas montada en la base militar. Nathan recordó sus experiencias. Al principio, le había costado mucho adaptarse a las condiciones extremas del simulador, pero a partir de la tercera prueba se había sentido mucho más confiado. Los últimos tres intentos, los había superado casi de forma impecable. Pero ahora no habría nadie para socorrerle si fallaba, sería a vida o muerte.

Nathan contempló la sombra del helicóptero mientras descendía. Habían pasado tres horas desde que partió de la base militar a bordo de un avión del ejército. Poco antes de coger el vuelo, el profesor Goldman había ido a verle. Durante las últimas horas de estancia en la base, apenas había visto al científico.

—Creí que vendría con nosotros, profesor —le había dicho Nathan.

—Y esa era mi intención, pero ha habido un cambio de planes a última hora. Lo que voy a contarle es información confidencial, pero tiene derecho a saberla —dijo el científico bajando la voz—. El general Olsen ha lanzado dos ataques contra la bóveda, ambos sin éxito.

—Mierda —dijo Nathan.

—Era el resultado que esperaba, pero en el segundo ataque se ha producido un hecho insólito que requiere toda mi atención. Sería largo de explicar, Nathan, pero puede ser algo muy importante.

—¿Tanto como para interferir en los planes del núcleo?

—No. Nuestro plan es prioritario y sigue teniendo todo el apoyo del presidente. Estoy convencido de que, anulando el núcleo, haremos desaparecer la bóveda, como ya ocurrió hace sesenta años. Pero me han ordenado que analice lo ocurrido en este segundo ataque y que asista a una reunión de urgencia en la Casa Blanca. Tenga mucho cuidado, Nathan, y recuerde que el destino de todos nosotros está en sus manos.

Nathan se despidió del profesor Goldman y partió junto a la teniente Nadia Kowalsky con destino a un aeródromo militar situado en la ciudad mexicana de Aldama. Nada más aterrizar, un helicóptero del ejército mexicano les recogió para transportarles al cenote.

Así que allí estaba, perdido en medio de la selva mexicana, a punto de realizar una inmersión de máximo riesgo. El aparato tomó tierra en una zona despejada y próxima al cenote. Al bajar del helicóptero, les recibió un fuerte olor a azufre.

—Qué peste —dijo Nathan.

Nadia no respondió y comenzó a andar hacia un pequeño campamento militar al borde del cenote. El olor se intensificaba a medida que se acercaban. El hedor provenía del propio cenote. El agua filtrada por las rocas tenía una alta concentración en azufre, lo que además de resultar desagradable al olfato, añadiría más dificultad a la inmersión.

Al entrar en el campamento, Nadia habló en español con uno de los guardias que les acompañó hasta el borde del cenote. Visto desde allí, era incluso más impresionante que desde el agua. El cenote era una laguna horadada en la roca que se encontraba a unos veinte metros por debajo de ellos. En uno de los lados había colocado una escala que bajaba hasta una plataforma. Desde ahí iniciaría la inmersión.

—Ordenaré que bajen todo el material hasta la plataforma —dijo Nadia con frialdad—. Tienes dos horas para descansar antes de que comience la operación. Si necesitas algo, puedes pedírselo al sargento Rey, habla inglés.

—¿Y tú, qué vas a hacer? —preguntó Nathan.

—Tengo trabajo. Hay muchas tareas que comprobar antes de que bajes.

Nadia se dio la vuelta y desapareció camino del campamento. Nathan se quedó contemplando el cenote desde el borde. Era impresionante. Después fue a su tienda y se tumbó un rato. Los recuerdos buceando junto a su hijo acudieron a su mente. Antes de salir de la base había podido hablar con Brent y despedirse de él… por si no volvía. Estaba con sus abuelos, en la casa de campo. También le habían asegurado que el avión siniestrado junto a la playa no era el de Eva, su ex mujer. Su avión había conseguido aterrizar y Eva había salido precipitadamente del aeropuerto. Ahí se perdía su rastro. Nathan supuso que habría ido a buscar a las gemelas, pero le extrañaba mucho que aún no se hubiese puesto en contacto con su hijo. Estaba preocupado por ella, pero no se lo hizo ver a Brent.

Veinte minutos antes de la hora prevista para la inmersión, el sargento Rey apareció en su tienda.

—Señor, ya es la hora —dijo en un perfecto inglés—. Cuando quiera podemos comenzar con los preparativos.

—Enseguida voy. Por cierto, ¿ha visto a la teniente Kowalsky?

—No, señor. No estaba en el puesto de mando.

—Muchas gracias, sargento.

Era extraño que Nadia no hubiese dado señales de vida desde que aterrizaron. Si la mujer era habitualmente arisca, desde que habían salido de Estados Unidos, su antipatía se había multiplicado por diez. No le miraba a la cara y contestaba con monosílabos cada vez que le preguntaba algo. Aun así, supuso que se encontraría ocupada en alguna tarea técnica. Pero al llegar al puesto de mando, tampoco la encontró por ninguna parte. La inmersión comenzaría en diez minutos y no había ni rastro de la mujer.

El capitán Crouch, uno de los militares que les había acompañado en su viaje a México, se acercó a él en cuanto le vio.

—No sabemos dónde se encuentra la teniente Kowalsky, señor. He intentado ponerme en contacto con el profesor Goldman para informarle y establecer la línea de acción, pero las comunicaciones se han vuelto imposibles. ¿Quiere que retrasemos la misión hasta recibir nuevas órdenes?

Era muy raro, desaparecer en aquel momento no encajaba con el carácter extremadamente responsable de la mujer. Técnicamente no la necesitaba para nada. Nadia le había acompañado en sus dos primeras inmersiones en el simulador, pero después había dejado de necesitarla. La teniente Kowalsky no bajaría con él, sino que se quedaría con el equipo de control en la superficie.

—¿Alguno de ustedes ha llevado a cabo las tareas de control? —preguntó Nathan.

—Yo, señor —dijo el sargento Rey dando un paso al frente—. Siempre he estado presente en las inmersiones y conozco perfectamente el protocolo.

—Entonces no esperaremos —dijo Maguiere—. Me pongo en sus manos, sargento.

—Será un honor, señor.

Nathan bajó por las escaleras metálicas construidas en la ladera de roca hasta alcanzar una pequeña plataforma situada a ras del agua verde. Estaba inquieto por el paradero de Nadia, no sabía qué podía haberle sucedido, pero no podían esperarla. La superficie del cenote era tan oscura que apenas se podía ver unos centímetros por debajo; después, todo se confundía en un pozo de negrura. Y más abajo sería mucho peor.

Nathan se enfundó el traje completo de buzo y se ajustó el casco. A su lado, uno de los técnicos estaba preparando el pequeño vehículo submarino en el que transportaría los explosivos. La voz del sargento Rey se escuchó amortiguada.

—Señor Maguiere, tenemos que realizar una revisión completa de todos los instrumentos —dijo.

—De acuerdo, sargento.

—Bien, el dispositivo de su antebrazo lleva un mapa del túnel de acceso al núcleo. No requiere energía de ningún tipo, así que podrá disponer de él siempre que lo necesite.

El pequeño mapa aparecía dibujado sobre una placa fina y flexible. Como Nathan había comprobado en las inmersiones de entrenamiento, la tinta era luminiscente y brillaba en la oscuridad, marcando todos los puntos complicados y recovecos del túnel.

—En el primer compartimento de su antebrazo lleva el diamante sintético que utilizará como catalizador para destruir el núcleo. Lleva otro exactamente igual, por si fuera necesario.

—De acuerdo.

—En el mismo compartimento, junto a los diamantes, se encuentra el dispositivo para fijar el diamante al núcleo. También tiene otro de repuesto por precaución.

Nathan respiró concentrado. En las simulaciones, fijar el diamante al núcleo sin que se desprendiese de él le había resultado la operación más complicada. Si no se colocaba el fijador en la posición exacta, era fácil que el diamante no se quedase correctamente adherido al núcleo. Y según el profesor Goldman, era imprescindible que el diamante estuviese en contacto directo con el núcleo para poder destruirlo.

—Bien, señor. Todo está correcto —dijo el sargento Rey—. Los explosivos ya están montados en el vehículo de transporte y verificados.

Nathan miró a su izquierda. El vehículo se encontraba ya bajo la superficie del agua. Se trataba de un pequeño submarino que funcionaba con una batería de litio y un ingenioso sistema de compensación de presión. Gracias a ese sistema, cuando estuviesen próximos al núcleo y todos los aparatos eléctricos dejasen de funcionar, el submarino tendría aún autonomía suficiente para alcanzar su objetivo. Era como un pequeño carrito de la compra subacuático, repleto de explosivos. Nathan respiró profundamente buscando relajarse. Tenía las pulsaciones ligeramente aceleradas.

—Estoy preparado —dijo.

—Mucha suerte, señor.

Nathan se situó en el extremo de la plataforma y esta comenzó a bajar lentamente, sumergiéndole poco a poco en el agua verde. Cuando se halló a dos metros de profundidad, la plataforma detuvo su descenso. Nathan se colocó las bombonas y los pesos adicionales, distribuyendo bien la carga. Ya no había marcha atrás. Se agarró al cable grueso que le llevaría a la boca del túnel y a los pocos segundos el sistema se activó.

El descenso fue largo y pausado, cubriendo la distancia hasta la entrada de la grieta sin sobresaltos. El buzo se fue adaptando progresivamente a la presión, tal y como había hecho en otras muchas ocasiones. Cuando a más de doscientos metros la máquina se paró, Nathan se soltó del cable y avanzó unos metros hacia la roca.

Alzó el bastón lumínico y la oscuridad se desplazó un par de metros hacia atrás, lo suficiente para poder ver la boca del túnel. No tenía nada que ver con aquel que había utilizado en los ensayos de la base militar. Aunque el pasadizo era una reproducción bastante fiel, no eran comparables. El túnel al que se enfrentaba en esta ocasión parecía mucho más amenazador, como una boca con voluntad propia, aguardando a cerrar las fauces sobre su presa.

Reguló la respiración e intentó calmarse. A aquella profundidad era imprescindible economizar el esfuerzo al máximo. Nathan se desenganchó del cable principal y asió el pequeño submarino. Se aproximó con mucho cuidado a la boca del túnel y estudió con atención el mapa luminoso de su antebrazo. Tenía en la memoria cada curva, cada recoveco, cada saliente peligroso y cada estrechamiento. De todos modos, ver el mapa le transmitía cierta seguridad. Había cuatro puntos cruciales que debía afrontar, el primero de ellos a escasos cinco metros.

Nathan avanzó con mucho cuidado, impulsando el pequeño transporte. No podía precipitarse demasiado, pero tenía que ser rápido. A esa profundidad, su cuerpo no aguantaría aquel esfuerzo demasiado tiempo. A los pocos metros pudo ver en la negrura una sombra más oscura que el resto. Era la primera trampa. Se trataba de un saliente vertical que bajaba desde el techo del túnel hasta dejar una abertura de solo metro y medio de altura. El túnel también descendía en ese punto de tal forma que, si seguía avanzando en línea recta, se estamparía de frente contra el saliente. Nathan empujó ligeramente el minisubmarino hacia abajo y salvó el obstáculo.

Se tomó unos segundos de descanso como premio, pero rápidamente continuó su avance. El siguiente reto lo encontró doce metros adelante y era, junto con el tramo final, la parte más compleja del conducto. En este caso, la abertura se estrechaba dibujando una curva. La zona superior del túnel dejaba el ancho justo para que un hombre entrase de perfil, mientras que tenía que pasar el pequeño submarino por un hueco más amplio que se abría casi junto al suelo. Tenía que ser muy cuidadoso con las botellas y evitar golpear las paredes mientras hacía avanzar el submarino.

Nathan avanzó con precaución. Al pasar la curva se encontró con una sorpresa inesperada. Había algo obstruyendo la abertura superior del túnel. Dejó el submarino a un lado y se acercó. Nathan tuvo la impresión de que el resplandor mortecino de su traje no era la única fuente de luz. Había un resplandor de fondo que permitía ver mucho más allá de lo normal en aquel entorno. Nathan buscó la fuente de luz pero no fue capaz de hallarla, era como si emanase de la propia agua en la que se movía, aunque sabía que eso era imposible. Al aproximarse, Nathan se dio cuenta de que el bulto oscuro tenía forma humana.

Se acercó más al cuerpo y comprobó que estaba atrapado en la grieta. Parecía un hombre tan alto como el propio Nathan, aunque menos corpulento. Llevaba un traje igual al suyo, aunque aquel no emitía ninguna luz. Era, con toda seguridad, uno de los hombres que habían explorado la cueva antes que él, aquellos a los que debía el mapa que tenía en su muñeca. Nathan se sabía los nombres de memoria: Daniel, Martin, Richard, Paul, Tommy, Charles y Aurora. El cuerpo se encontraba de espaldas, con lo que no podía verle el rostro.

Tiró del hombre, pero no consiguió nada. Estaba enganchado entre las rocas del otro lado. Con aquel obstáculo no conseguiría pasar el minisubmarino con los explosivos. No tardó ni un segundo en decidirse. La parte superior del túnel se estrechaba peligrosamente, pero había un pequeño hueco entre el cuerpo del hombre y el techo. Nathan se desembarazó de todo lo que pudiese estorbarle y se dirigió hacia la abertura.

Introdujo la cabeza con mucho cuidado y trató de meter el tronco, la parte más complicada. Todo fue bien hasta que el hombro izquierdo se quedó enganchado en un saliente. Nathan retrocedió ligeramente y contorsionó el cuerpo en un ángulo casi imposible. Esta vez fue el brazo derecho el que quedó atrapado, pero con un empujón consiguió superar la barrera de roca. El resto del cuerpo pasó sin problemas, aunque se había hecho daño en el hombro. Nathan giró sobre sí mismo y descendió ligeramente hasta quedar a la altura del malogrado buzo.

El cuerpo tenía la cabeza doblada de forma extraña contra el pecho. Nathan cogió el casco con cuidado y lo elevó lentamente. Al reconocer el rostro hinchado del cadáver, Nathan se echó hacia atrás involuntariamente, golpeado por la conmoción.

Se trataba de la teniente Nadia Kowalsky.