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La decisión de atacar la bóveda por aquel punto exacto había sido muy bien meditada. El general Olsen había estudiado todos los informes de los que disponía y había llegado a una conclusión sencilla. Debían ser en una zona lo más alejada posible de las ciudades por dos motivos. El primero era una cuestión de seguridad. Los aviones de combate encargados de la misión llevaban las armas más sofisticadas y mortíferas de las que disponían, lo que hacía necesario alejarse al máximo de cualquier área poblada para evitar posibles bajas civiles. La segunda era más bien una cuestión de moral. Los últimos informes indicaban que la población estaba cada vez más nerviosa y alterada, y las fuerzas de seguridad tenían serias dificultades para mantener el orden en muchas ciudades. Si el plan no tenía éxito y la gente caía en la cuenta, las consecuencias podían ser nefastas.
Así que aquella franja de tierra inhóspita entre el desierto de Mojave y el parque nacional de Joshua Tree era el emplazamiento ideal para llevar a cabo el ataque. Los doscientos cazas modelo F35 Lightning II, modificados y optimizados para aquella misión, eran la flor y nata de la aviación mundial. Desde su puesto de control, el general tenía acceso en tiempo real a las imágenes que mandaban las cámaras instaladas en cada avión. Desde allí, coordinaría la operación, y observaría su evolución y resultado.
El plan era sencillo y se basaba más en la precisión y la coordinación, que en cualquier otro aspecto. No iban a combatir contra algún enemigo inteligente, ni tenían que abatir blancos móviles y esquivos. Solo tenían que concentrar su poder de fuego de forma intensa y continua sobre un punto concreto de la bóveda roja, hasta que esta se resquebrajase y se viniese abajo.
—General Olsen, está todo dispuesto —dijo el capitán McDowell.
—Bien, capitán. Es hora de hacer historia —replicó Olsen con la mirada radiante. No estaba nervioso, ni siquiera estaba preocupado. Tenía el convencimiento absoluto de que en pocas horas el mundo estaría de nuevo a salvo—. Dé la orden de aproximación a los pilotos y preparen la secuencia de activación de los misiles.
—A la orden, general Olsen.
El general pulsó un botón y la pantalla mostró la imagen del desierto pasando a toda velocidad bajo sus pies. Una larga carretera secundaria completamente vacía cortaba la tierra en dos. De repente, a los lejos, apareció un pequeño punto negro avanzando por el asfalto. Se trataba de una moto que circulaba a toda velocidad por la carretera. El avión viró y elevó el morro y la cámara mostró un primer plano de la bóveda roja acercándose rápidamente. Aquel motorista solitario iba a tener la oportunidad de contemplar en directo un acontecimiento histórico.
—Aviones dispuestos y armamento desplegado, general.
El general Olsen saboreó aquel instante largamente esperado. Tenía ante sí la posibilidad de entrar en los anales de la historia como uno de los hombres que más habían hecho por el mundo y estaba decidido a lograrlo.
—Abran fuego —dijo sin que le temblase la voz.