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La visión empezó a nublársele y el dolor en el pecho se hacía cada vez más intenso. Casi no podía respirar. Nathan agarró el detonador dispuesto a pulsarlo y de nuevo la voz de su madre sonó en su cabeza.
«No lo hagas, cariño. No rompas el juguete», le dijo.
Nathan dudó. Hacía unos instantes lo habría pulsado sin dudarlo, pero ahora no sabía qué hacer. Su madre se lo estaba rogando y su voz parecía cargada de cordura.
—No, mamá, no lo haré —se oyó decir a sí mismo mientras apartaba la mano del interruptor.
«Así me gusta, cariño, buen chico».
Nathan sonrió acunado por la suave voz de su madre. Hacía tanto que no la escuchaba… Lo mejor sería hacerle caso, como siempre. La figura del núcleo comenzó a desdibujarse poco a poco. El dolor del pecho se había convertido en un rumor sordo, casi inexistente, mientras su madre le reconfortaba. Nathan se dejó llevar hacia un lugar cálido y tranquilo, lejos del sufrimiento y el miedo. Su madre estaría allí con él, siempre. Y allí también se encontraría con Brent.
Por un instante, vio a su hijo nítidamente. Caminaba por la arena de la playa, junto a su casa. El joven llevaba el traje de buzo y se metía poco a poco en el agua, listo para una inmersión. Pero de repente, Brent se dio la vuelta y miró al cielo. Una muralla de color rojo sangre bajaba rápidamente hacia la superficie. Su hijo la miraba atónito sin poder moverse del sitio. Nathan gritó con fuerza pidiéndole que se sumergiese bajo el agua, pero su hijo no le escuchaba. La bóveda descendía implacable. Iba a aplastar a Brent.
Nathan abrió los ojos y por un segundo vio latir con claridad al núcleo. Sus dibujos rojos en forma de espiral brillaban intensamente y un zumbido muy potente le atravesó el cerebro. El pinchazo del pecho se hizo irresistible y Nathan supo que iba a morir.
Con un último esfuerzo estiró el brazo y sujetó con fuerza el activador.
—Te quiero, Brent —dijo Nathan.
—¡No lo hagas, hijo mío! —gritó su madre.
Esta vez Nathan no le hizo caso.
La explosión sacudió la cueva haciendo que las paredes se tambaleasen. La esfera azabache del núcleo se había convertido en una masa deforme y resquebrajada. Sus intrincados dibujos en espiral habían dejado de brillar.