DE LA MENTA Y OTRAS HIERBAS
Los judíos de la antigüedad esparcían menta sobre la cama de los recién casados, y las «sagas» o brujas romanas usaban la menta o su polvo en la preparación de sus filtros amorosos. En Roma, durante un tiempo, se creyó que la menta tenía efectos afrodisíacos y, por ello, en tiempo de guerra prohibían sembrar sus semillas y hacer infusiones de la planta, tal vez profetizando el lema de «haced la guerra pero no el amor», solamente que ahora es al revés.
¿Es afrodisíaca la menta? Quizá en grandes cantidades. Leo en un libro que «contiene carvone, limonene y felandrina, todas ellas sustancias estimulantes». Debo confesar con vergüenza que ignoro qué cosas sean tales sustancias, pero si lo dice un médico…
Las cabareteras —cuando había cabareteras, que ahora se llaman chicas de alterne— consumían grandes cantidades de ella.
—¿Qué quieres tomar? —preguntaba el cliente.
—Un «cótel» de menta. ¿Sabes?, esto pone en forma.
El cliente pagaba el «cótel», que las más de las veces estaba constituido por un poco de jarabe de menta y agua. Como las copitas eran pequeñas, las pobres chicas podían consumir doscientas seguidas, sin más efecto que el tener que ir al tocador con cierta frecuencia.
¿Existe una Cocina afrodisiaca? Con este título publicó Billie Young un libro editado en España por Martínez Roca en 1981. En él se habla del satirión que tomaba Hércules, que fue capaz, gracias a él, de desflorar cincuenta muchachas en una sola noche. ¡Lástima que no dé la receta, que se ha perdido! Pero dice que las naranjas ayudan la potencia sexual, así como el chocolate, el tomate, esencialmente su hoja, y la salsa de soja, que ya empleaban los antiguos emperadores chinos para revigorízarse.
He aquí una receta del libro. Copio sólo los ingredientes:
3/4 de kg de carne de cerdo, cortada a trozos; 2 cucharadas de calvados; sal y pimienta; 1 cucharada de melaza; 1 taza de col trinchada muy fina; 1 vaso de agua; 4 manzanas ácidas a rodajas muy finas; 1 cucharada y media de azúcar moreno; 2 tiras de tocino; 3 tallas de apio a dados; 2 cucharadas de salsa de tomate.
Para detalles de la confección del plato y sus efectos, cómprese el libro.
En el Lucayos Cook Book, de 1660, se lee esta otra receta, más difícil de realizar.
«Para aumentar sus facultades. Toma un gorrión macho y desplúmalo vivo. Échalo luego a 10 avispas, que lo matarán a picaduras. Añade los intestinos de un cuervo negro, aceite de lila y manzanilla. Cuécelo todo en grasa de toro hasta que la carne se deshaga. Ponlo en una botella y lo usas cuando lo necesites. Es maravilloso».
No lo he probado nunca. Empezaría por no saber distinguir un gorrión macho de uno hembra.
Una planta de gran renombre como afrodisíaco es la mandrágora. Ya en el Génesis (30, 14-17) se dice —cito según la versión de Bover-Cantera.
«Ahora bien, caminando Rubén por el tiempo de la siega del trigo, halló en el campo unas mandrágoras y llevóselas a Lía, su madre. Y dijo Raquel a Lía:
»—¡Dame, por favor, de las mandrágoras de tu hijo!
»Respondió Lía:
»—¿Te parece poco haber cogido a mi esposo, que vas también a coger las mandrágoras de mi hijo?
»Y Raquel contestó:
»—Pues bien: acuéstese aquél contigo esta noche en compensación de las mandrágoras de tu hijo.
»Llegó, pues, Jacob del campo por la tarde y Lía salió a su encuentro diciendo:
»—Tienes que entrar en mí porque te he alquilado formalmente por unas mandrágoras de mi hijo.
»En efecto, yació él con ella aquella noche y Dios escuchó a Lía, la cual concibió y parió a Jacob el quinto hijo».
El Diccionario de la Biblia, de Haag, dice que la mandrágora es un «fruto amarillo de agradable aroma (Cant. 7,14), de la Mandrágora vernalis, del género belladonna, considerado en Oriente, todavía hoy, como afrodisíaco, que devuelve la fertilidad a la mujer estéril», lo que explica el ansia de Raquel por obtenerlo.
Pero en la Edad Media —y aun en la moderna, recuérdese la comedia La mandrágora, de Maquiavelo— lo que contaba no era el fruto de la planta, sino su raíz. Ésta es muy peculiar: se libera a nivel del suelo en una forma que, con un poco de buena voluntad, puede compararse a dos primas hermanas.
Los autores medievales, siguiendo en eso a los latinos, creían mucho en la eficacia de la planta contra una serie de enfermedades, incluso las mentales. Apuleyo, en el siglo II, la considera recomendable para la curación de la idiotez y la epilepsia. Hoy en eficacia ha disminuido considerablemente. No conozco a nadie que la use.
La yohimbina es un alcaloide de un árbol, el yohimbé —llamado Coryanthe yohimbe, originario de África—, cuya corteza se usa como excitante sexual, especialmente en forma de clorhidrato de yohimbina. Se toma por vía oral —se encuentra en muchos específicos— o se aspira por la nariz, como la cocaína. Atención si se sufre de la próstata: puede producir trastornos. Los pueblos africanos lo usan desde la más remota antigüedad.
En el siglo XIII —tomo el dato del libro La cocina afrodisíaca, de Frazier, editado en España en 1980—, el obispo Burdrad de Worms alude a una costumbre asquerosa que se deduce que debía de ser corriente por aquellas calendas. Se halla en el libro De poenitentia decretorum, y dice así: «¿Has hecho ya aquello que algunas mujeres acostumbran hacer? Guardan su sangre menstrual y la mezclan en los alimentos y la bebida que les sirven a sus esposos con objeto de que éstos las quieran con más ardor».
Me dicen que tal costumbre era también popular en España hasta hace tiempos relativamente recientes. Da asco.
Y ya que hablamos de afrodisíacos, terminaremos con uno que no pertenece al reino vegetal, sino al animal, pero que es el más conocido y de mayor reputación. Aunque sea muy peligroso, me refiero a la cantárida. La Lytta vesicatoria es un coleóptero de unos 15 mm de longitud, que se encuentra comúnmente en las riberas del Mediterráneo y en Rusia. En España es común en Andalucía. Los antiguos griegos y romanos lo usaban seco y pulverizado para excitar el apetito venéreo (libido) y como abortivo. En realidad no es un afrodisíaco propiamente dicho, sino un vesicatorio. Produce una inflamación de los órganos genitourinarios; es decir, que puede llevar a una excitación erótica, pero a costa de los riñones y el aparato digestivo, provocando a veces la muerte.
Esto sucedió en una orgía que el marqués de Sade organizó en Marsella a fines del siglo XVIII. Como el polvo de cantárida puede mezclarse fácilmente con la comida o la bebida, así lo hizo en una cena. El resultado fue naturalmente de una excitación erótica, pero acabó con varios muertos y muchos enfermos. Intervino la Justicia y el marqués se salvó gracias a sus influencias; la dosis mortal de cantárida es de dos centigramos.
En fin. No hay mejor afrodisíaco que una muchacha de dieciocho años. Y si ni ello da resultado, no queda más que un remedio: la resignación.