DE LA VANIDAD DEL ESCRITOR
Se dice que un día le preguntaron a Manuel Fernández y González:
—¿Quién es mejor escritor: tú o Cervantes?
—¡Hombre, te diré! —dijo dudando el gran folletinista.
Y que conste que esto de folletinista no es ningún adjetivo peyorativo. Folletinistas fueron Balzac, Dickens, Tolstoi, etc. Lo importante es ser genial, lo demás importa poco.
Ahora bien, hay escritores que creen ser el ombligo del mundo.
Un día, estando en Montecarlo el famoso Lucien Guitry, una fulana se le acercó en el casino y le preguntó, señalando a un jugador:
—¿Quién es este hombre bajito, calvo y de mal color que conversaba con usted hace un momento? El otro día estuve una hora con él y no hizo más que hablar de su persona como si fuese el centro del mundo. Al despedirse me dijo: «No te revelo mi nombre porque, si lo supieras, serían tan grande su sorpresa y el orgullo de haberme conocido que caerías desmayada de emoción». Así que me tiene intrigada. ¿Es algún rey? ¿Algún millonario?
Lucien Guitry aclaró el misterio:
—Es el poeta italiano Grabriele d'Annunzio.
—¿D'Annunzio?… Connaispas.
Y la furcia acompañó su frase con un mohín que, de verlo, hubiera causado la desesperación del insigne vanidoso italiano. En cambio, muy distinto era aquel literato francés (según se dice porque la anécdota se atribuye a muchos) que decía: «Tardé diez años en darme cuenta de que no sé escribir».
—Y entonces, ¿qué? ¿Se dedicó a otra cosa?
—¡Oh, no! Entonces ya era célebre.
Una mezcla curiosa de orgullo y modestia, quizá podría llamarse el orgullo de la humildad, era el caso de Tolstoi.
Uno de sus admiradores quiso verle en su retiro de Jasnaia Poliana, y como le preguntara al cochero si encontraría al gran escritor en su gabinete de trabajo o empuñando la mancera del arado, el auriga inquirió:
—¿Sabe que usted viene a verle?
—Sí, le he prevenido por telégrafo.
—Entonces, desde luego, le encontrará usted agarrado al arado.
De Tolstoi, o mejor dicho, sobre una de las obras de Tolstoi, hay un dato curioso y muy poco conocido.
En 1932, unos intelectuales rusos refugiados en Belgrado y reunidos en casa de otros rusos refugiados, celebraron un juicio de apelación con el procedimiento que estaba en vigor en el tiempo de los zares, y se condenó al conde Wassili Wassilievich Posdnichev a doce años de trabajos forzados.
Wassili W. Posdnichev es el protagonista de la Sonata a Kreutzer, de Tolstoi, que el 6 de noviembre de 1888 mató por celos, en su propia habitación, a su esposa Isabel Nicolaievna, asestándole varios golpes con un puñal.
Por el tremendo relato del delito, que en el tren hace a sus compañeros de viaje, a quienes apenas conoce, se sabe que fue absuelto por el tribunal por considerarle irresponsable, a causa de la pasión que había completamente anulado su conciencia y su inteligencia.
Los refugiados rusos repasaron aquella absolución y la encontraron injusta. Rehicieron simbólicamente el juicio y se reunieron jueces, jurado, testigos y abogados. El acusado estaba representado por persona que habla asumido su papel y lo había revisado, examinado y ponderado. Los jueces excluyeron la irresponsabilidad del detenido y fue condenado, como he dicho, a doce años de trabajos forzados, por haber encontrado sólo algunas circunstancias atenuantes.