DE LA BRAGA A LA BRAGUETA
Los romanos no usaban calzoncillos. Cualquiera que haya visto una película «de romanos», podrá tener la idea de que en Roma siempre es verano; las mujeres, especialmente si son bonitas, van vestidas con túnicas transparentes y, si no con los pechos al aire, como muchas veces se presentan, así sin sujetadores ni ropa interior de ninguna clase y los hombres con ligeras túnicas, muy en especial los musculosos y de buen parecer. La realidad es muy distinta. En Roma, en invierno, hace frío, llueve y la gente va abrigada. ¿Es que ha cambiado el tiempo desde la época de los Césares hasta hoy? No, lo que sucede es que es más bonito presentar un buen espectáculo al público que ceñirse a la realidad histórica.
Los romanos no conocían casi la ropa interior. Para abrigar sus piernas usaban unas vendas llamadas fascie feminalie si cubrían los muslos. Fascie tibialiae si abrigaban toda la pierna. Las damas, en general, usaban los fasciae crurales, que les servían de abrigo de los bajo-relieves.
Los braccae fueron usados por los pueblos bárbaros: los persas, los suevos, los galos, los germanos. Al conquistar sus tierras los romanos se dieron cuenta que aquello que hoy llamamos pantalones, era prenda cómoda y útil. Al final, desde el año 69, en que Cecina los exhibió a plena luz, se fueron adoptando aunque con lentitud. Eran blancos, como los calzoncillos de nuestros abuelos, o de color púrpura como los usaban algunos emperadores. Algunos llegaban hasta la rodilla, otros hasta el tobillo y hasta tal punto se hicieron populares que a los sastres se los llamó Braccarri. Los emperadores Arcadio y Honorio intentaron prohibir su uso, pero Tácito nos habla ya del general Cecina, antes nombrado, diciendo: «Los municipios y las colonias veían con malos ojos su rara vestimenta, porque llegó a hablar a los togados vestido con bragas y cubierto con un manto militar variopinto».
Las bragas se usaron durante casi toda la Edad Media, pero en el siglo XIV ya sólo las empleaban las gentes del pueblo, pues los nobles las habían sustituido por las calzas o calzones que, dicho sea de paso, se confundían, a veces, con las propias bragas. Las calzas, frecuentemente, iban desde la cintura hasta el pie y algunas de ellas se veían reforzadas con una suela de cuero o plantillas de madera.
Las mujeres también las usaban, tapadas por la falda claro está, y a partir del siglo XVI las calzas, que eran a veces de un color para una pierna y de otro para la otra, se empezaron a denominar por ello «medias calzas», de donde viene el nombre actual de medias.
Los calzones, gregüescos, muy parecidos a ellos, se colocaban sobre las medias sujetos a ellas por ligas visibles. En el cuadro célebre que representa la entrevista que en la isla de los Faisanes celebraron Felipe IV de España y Luis XIV de Francia, en 1659, puede verse la diferencia entre la ampulosidad de los calzones franceses y la severidad de las calzas españolas.
Las bragas, y después las calzas, llevaban un suplemento que cubría las partes pudendas de los hombres y que se llamó bragueta. A veces ésta era aparatosa. Puede verse un ejemplo en el retrato de Carlos I pintado por Tiziano. La pacata Enciclopedia Espasa dice que en las armaduras «recibió también otro nombre más expresivo que suele ser omitido por decoro». Deriva del latín coleo.
La bragueta con botones, tal como se lleva ahora —cuando no están sustituidos por una cremallera—, se empezó a usar en el siglo XVIII y la novedad provocó cierto revuelo por considerarla inmoral. Tuvo que intervenir la Inquisición, pero sin consecuencias.