HARTAZGOS, TRAGONÍAS E INDIGESTIONES
Un médico le dice a un paciente:
—Y sobre todo le recomiendo que beba más agua que vino.
—¿Cómo? —exclama el enfermo, asombrado y asustado—. Es imposible, completamente imposible.
—¿Por qué?
—Pero, doctor, ¿cómo quiere que beba más agua que vino? ¡Bebo tres litros de vino diarios!
¿Es malo beber mucho? ¿Es malo comer mucho? No lo sé, frente al refrán «Más mató una cena que cenó Avicena» está el de «Muerta Marta y muerta harta», que tampoco está mal. Además que de la misma manera que se citan casos ejemplares de dieta se pueden citar de tragonía.
Un tudelano de chispa, Ramón el de la Corva, ganó la apuesta laminera y extravagante de comerse doce jicaras de chocolate «untándolas con cascos de chocolate crudo».
El estómago de este individuo debía de ser de aupa y más aún el de otro navarro insigne, Mil duros, del que dice su historiador, J. M. Iribarren:
«Lo interesante es oírle relatar sus banquetes. Descrita por su boca, una comida es un combate desigual y feroz contra el alimento. De ahí que él las presente en forma de reyerta, de batalla:
—La emprendí con las pochas… ¡Ah! ¡Qué paso llevaron las dos fuentes! Les icé el diente a las perdices, ¡pobrecitas!… Cuatro cayeron en un relámpago. Sacaron unos pollos doradicos, tiernicos… ¡Les casqué una paliza! Ahura; pa tocatón el que le di al ternasco. Cogí dos garras por mi cuenta y ris-ras, con cinco serruchazos me las dejé en los güesos…
»Pa postre, bizcochada. ¡Qué rica estaba la perretera! Me pegué un tripotazo que me llegaba la bizcochada al garganchón. Y eso que había almorzáu, hacía poco, patorrillo con sangracella y menudencias.
»¡Ay, Santana, qué alitargón cogí! Te paicerá mentira, pero ya consentí que la entregaba… Nos fuimos al frontón, ¿y has visto tú poder parar sentáu? Me entró un sudor, una sofoquina… ¿Cómo desahugo yo esto? Y me fui al excusáu y me puse a dal brincos. Pa ver si hacía giieco, ¿entiendes? No me pasara como al Feliciano, que de un empapuzón de alubias se fue a los arcipreses. ¿Qué sabe nadie lo que yo pasé?
»Pero el final de este relato es épico:
«—Estuve echando fiemo cuatro días. Con lo que yo eché de mi cuerpo había para femar tres filas de alcachofas».
Pariente de esta tal debía ser aquel a quien el médico le decía:
—Si quiere adelgazar no coma diariamente nada más que una tortilla, un muslo de pollo asado, verdura, un poco de mermelada y vino.
—Bueno, pero ¿esto antes o después de las comidas?
Lo curioso del caso es que la mayoría de estos grandes tragones son gente que goza de excelente salud y llega a edad muy avanzada; además, si se ha de hacer caso al consejo que en el anterior apartado hemos citado de que se ha de comer cuando se siente apetito, es justo que los que lo tienen voraz procuren saciarlo en forma extraordinaria.
Aunque a veces los médicos…
Un labrador estaba enfermo de los ojos y tuvo la idea de ir a ver al médico del pueblo.
Hallóle sentado a la mesa, comiendo y bebiendo, y le preguntó:
—¿Qué me recomienda usted para los ojos?
—Lo primero —respondió el galeno— es que deje usted de beber vino.
Se asombró el labrador y le dijo:
—Hombre, aunque sea descortesía, usted no los tiene más sanos que yo y, sin embargo, se echa buenos tragos.
—Es que yo no trato de curarme, sino de beber.
Y, en todo caso, bueno es recordar la célebre respuesta de Fontenelle.
Un médico le decía que el café era un veneno lento.
—Soy del mismo parecer —contestó el escritor—, porque hace ochenta años que lo tomo. (Según una variante de esta anécdota, Fontenelle contestó: «¡Bah!, no tengo prisa.»).
Aunque en realidad tampoco debe olvidarse lo que narra Louis Racine:
«Mi padre contaba, cuando estaba de buen humor, que un médico le había prohibido el vino, las mujeres, la carne, leer, dedicarse a la más mínima cosa, y le había despedido, diciendo:
—Por otra parte, diviértase lo más posible».