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Dos viejos se encontraron en un parque para echar una partida de ajedrez.

—¿Te has enterado de las últimas noticias-dijo uno de los compadres al otro-sobre el Centro de Hibernación?

—Dicen tantas cosas-contestó el otro, colocando las piezas sobre el tablero—, que uno ya no sabe a qué carta quedarse. Figúrate que ahora dicen que si resuelven ese asunto de la inmortalidad, ya no tendremos ni que morirnos. Nos pondrán a todos en cola, del primero al último, nos pincharán en el brazo y volveremos a ser jóvenes y viviremos siempre. No te digo nada, amigo.

Su viejo compadre meneó dubitativamente la cabeza.

—No es eso a lo que me refiero. Lo que te voy a decir lo sé de muy buena fe, pues mi sobrino tiene un cuñado que trabaja en un laboratorio del Centro, y fue él quien se lo dijo. Te aseguro que más de cuatro se van a llevar una gran sorpresa.

—¿Qué sorpresa? —preguntó el otro, impaciente.

—Bien, acaso no sea ésta la palabra. Quizás no se sorprendan, al fin y al cabo. Es difícil sorprenderse cuando uno está muerto.

—Ya te vuelves a ir por las ramas-gruñó el otro—. ¿Por qué no desembuchas de una vez y sin rodeos?

—Hombre, te estaba preparando. Hay que empezar por las líneas generales.

—Pues a ver si lo sueltas y podemos empezar la partida.

—Pues parece ser-dijo por fin el otro-que han descubierto una especie de bacteria, me parece que es eso lo que dijo, que vive dentro del cerebro, y que sigue viviendo tan campante después que han congelado el cuerpo. Parece ser también que a esas bacterias no les molesta que el cerebro esté congelado, pues siguen viviendo, multiplicándose y comiéndose el cerebro.

—No lo creo-dijo su interlocutor—. He oído historias como ésta docenas de veces y puedo asegurarte, John, que todas ellas son solemnes paparruchas. No me sorprendería que fuesen los Santos quienes las ponen en circulación para desorientarnos. Pero vamos, hombre, si de verdad tuviésemos esas bacterias en la cabeza, ¿cómo es que no se nos comen el cerebro mientras aún estamos vivos?

—Pues esto es precisamente lo bueno del caso-repuso el llamado John—. Cuando estamos vivos, tenemos en el cerebro unas cosas que creo se llaman anticuerpos, que mantienen a esas condenadas bacterias a raya. Pero cuando el cerebro está congelado, ya no puede fabricarse anticuerpos y las bacterias campan por sus respetos. Te aseguro que hay miles de personas en las cámaras frigoríficas que ya no tienen cerebro: sólo un cráneo vacío abarrotado de bacterias.