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—Pues verá usted, así es-dijo la anciana menudita al dueño de la funeraria—. Ambos nos estamos haciendo viejos. No es como cuando teníamos muchos años por delante. A pesar de todo, tenemos una buena salud.

El anciano caballero golpeó el suelo con el bastón y sonrió satisfecho.

—Usted lo ha dicho-observó—. Nuestra salud es incluso demasiado buena. No me extrañaría que aún pudiésemos vivir otros veinte años.

Y además gozamos de la vida-añadió la viejecita—. James se ha pasado toda la vida trabajando, y hemos conseguido reunir algunos ahorrillos. Y ahora que ya está jubilado, nos dedicamos a descansar, a vivir tranquilamente, a charlar y a ir de visitas. Pero nuestra situación económica cada día es peor. Nos estamos comiendo lo poco que habíamos ahorrado y terminaremos por quedarnos sin blanca.

—Es una locura —manifestó el anciano caballero—. Si nos ponemos en hibernación, el capital restante irá acumulando intereses.

La viejecita asintió enérgicamente con la cabeza.

—Eso es, acumulando intereses —dijo—, en vez de estar los dos aquí sentados, comiéndonos nuestro capital.

El dueño de la funeraria se frotó sus fláccidas manos.

—Lo comprendo perfectamente-dijo—. No tiene por qué sentir embarazo. Todos los días recibo visitas de personas que se enfrentan con este mismo problema.