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B. J. golpeó la mesa con un lápiz para indicar que la reunión había comenzado. Paseó una benévola mirada por los reunidos.

—Me alegra verte con nosotros, Marcus-dijo—. Eres muy caro de ver. Tengo entendido que tienes un pequeño problema.

Marcus Appleton rechazó con una mirada furiosa la benevolencia de B. J.

—Sí. B. J.-dijo—, hay un pequeño problema, pero no es totalmente mío.

B. J. pasó su mirada a Frost.

—¿Cómo se presenta la nueva campaña de ahorro, Dan?

Frost contestó:

—Estamos trabajando en ella.

—Contamos contigo-dijo B. J.—. Procura que tenga cierto impacto. Me he enterado de que la gente invierte mucho en sellos y monedas...

—El único inconveniente —observó Frost— es que sellos y monedas son una buena inversión, pero a largo plazo.

Peter Blane, el tesorero, se agitó inquieto en su silla.

—Conviene que se dé prisa en encontrar algo-dijo—. Están bajando mucho las suscripciones a nuestras acciones—. Miró a los reunidos—. ¡Sellos y monedas! —dijo, como si pronunciase una blasfemia.

—Podríamos acabar con eso-dijo Marcus Appleton—. Nos bastaría con insinuarlo, con hacer circular una consigna. Así se acabarían los sellos conmemorativos, las series limitadas y las ediciones especiales para correo aéreo.

—Olvidas una cosa-observó Frost—. No sólo se trata de sellos y monedas, sino también de porcelanas, cuadros y muchas otras cosas. Casi cualquier objeto que pueda guardarse en una bóveda temporal que no sea demasiado grande. No se puede prohibir que la gente compre esas cosas.

B. J. dijo, circunspecto:

—No podemos prohibir nada. Ya se dice demasiado por ahí que somos los amos del mundo.

Carson Lewis, vicepresidente encargado de las instalaciones, dijo:

—Creo que son esa clase de rumores los que mantienen activos a los Santos. Eso no quiere decir que nos cause muchas preocupaciones, pero no dejan de ser una molestia.

—Hay una nueva frase al otro lado de la calle —dijo Lane—. En mi opinión es bastante buena...

—¡Ya no está ahí!-dijo Appleton entre dientes.

—Sí, supongo que ya la habréis quitado-prosiguió Lane—. Pero la solución no consiste en correr detrás de esa gente con un cubo y una brocha, para borrar sus consignas.

—No creo que exista una solución total —observó Lewis—. Lo ideal, por supuesto, sería desarticular completamente la organización de los Santos. Pero dudo que eso sea posible. Creo que Marcus estará de acuerdo conmigo en que lo único que podemos hacer es mantenerlos a raya.

—A mí me parece-dijo Lane-que podríamos hacer más de lo que hacemos. En las últimas semanas he visto más frases escritas en las paredes que en ninguna otra ocasión anterior. Los Santos deben de tener un ejército clandestino de pintores de brocha gorda. Y no solamente aquí, sino en todas partes. Por toda la costa. Y también en Chicago y en el complejo de la costa del Pacífico, sin olvidar Europa y África...

—Algún día esto acabará —dijo Appleton—. Os lo prometo. No hay más que unos cuantos dirigentes. No alcanzan al centenar. Una vez los hayamos localizado, acabar con esto será fácil.

—Pero en silencio, Marcus-le advirtió B.J.—. Insisto en que debe hacerse sin llamar la atención.

Appleton mostró sus dientes en una sonrisa.

—No llamaremos la atención-repuso.

—No se trata tan sólo de las frases-terció Lewis—. También están los rumores.

—Los rumores no pueden hacernos daño —dijo B.J.

—En su mayoría no, desde luego-admitió Lewis—. No son más que simples habladurías, que dan un pretexto a la gente para matar el tiempo. Pero algunos tienen una base de verdad. Me refiero a los que se basan en situaciones que efectivamente existen en nuestro Centro. Empiezan por una verdad, para deformarla luego de manera deliberada Algunos de esos rumores sí pueden hacernos daño. Son los que afean nuestra imagen. Algunos de ellos son muy perjudiciales. Pero lo que más me preocupa es cómo los Santos se enteran de esas situaciones que les sirven para urdir sus rumores. Sospecho que tienen algunos confidentes en esta misma casa y en otras sucursales del Centro, y esto sí creo que deberíamos averiguarlo para cortarlo de raíz.

—No podemos estar seguros-observó Lane-de que todos los rumores sean difundidos por los Santos. Creo que tendemos a atribuirles demasiadas cosas. No son más que una partida de chiflados.

—No tan chiflados-dijo Marcus Appleton—. Si fuesen chiflados, ya hubiésemos acabado con ellos. Se trata de un grupo de hábiles agitadores. El mayor error que pudiéramos cometer sería el de menospreciarlos. Mi sección se ocupa constantemente de este asunto. Poseemos mucha información. Creo que vamos estrechando el cerco a su alrededor...

—Estoy de acuerdo contigo —dijo Lewis— en que constituyen una oposición eficaz y bien organizada. A veces he pensado que sin duda tienen alguna relación con los Haraganes Cuando las cosas se ponen mal, los sospechosos desaparecen en las regiones salvajes y se ocultan entre los Haraganes...

Appleton meneó negativamente la cabeza.

—Los Haraganes no son más ni menos que lo que su nombre indica. Tienes demasiada imaginación, Carson. Los Haraganes son los incapaces de encontrar empleo, los vagos crónicos, los inadaptados. Que comprenden, vamos a ver, Peter, algo así como el uno por ciento...

—Menos del medio del uno por ciento-precisó Lane.

—Eso es, una cifra ínfima respecto al total de la población. Se declaran libre de toda dependencia hacia nosotros, en efecto. Vagan por las regiones salvajes en horda. Viven como pueden...

—Señores-dijo B.J. con tono suave—, me temo que nos estamos enzarzando demasiado en un tema que ya hemos discutido muchas veces, sin resultados apreciables. Creo que lo mejor es dejar a los Santos donde están y que se ocupe de ellos Seguridad.

Marcus asintió con la cabeza.

—Gracias, B.J.-dijo.

—Esto nos lleva-prosiguió B.J.-al problema que mencioné.

Chauncey Hilton, jefe del proyecto "Búsqueda en el Tiempo", tomó la palabra para decir con voz tranquila:

—Un miembro de nuestro equipo de investigadores ha desaparecido. Se trata de Mona Campbell. Creo que se hallaba sobre la pista de algo importante.

—¿Cómo es que ha desaparecido, si se hallaba sobre la pista de algo importante?-estalló Lane.

—Por favor, Peter —dijo B.J.—. Hablemos de esto con la mayor calma posible.

Contempló a los reunidos uno tras otro.

—Siento, señores, no habérselo comunicado inmediatamente. Supongo que hubiera debido decírselo lo antes posible. Pero no nos interesaba que se divulgase y Marcus pensó que...

Appleton hizo un gesto de asentimiento.

—Llevamos seis días buscándola. Pero hasta ahora, ni rastro de ella.

—Tal vez ha buscado un lugar retirado-apuntó Lewis-para estar sola y darle vueltas al problema.

—Ya pensamos en eso-dijo Hilton—. Pero de haber sido este el caso, me lo hubiera dicho. Es una mujer muy meticulosa. Además, resulta que sus notas también han desaparecido.

—Si se ha ido para trabajar en ese problema-insistió Lewis-es natural que se las haya llevado consigo.

—No se las ha llevado todas-repuso Hilton—. Sólo las del trabajo que realiza actualmente. No todo el dossier. En realidad, lo normal es que los investigadores no se lleven notas al exterior cuando están trabajando en un proyecto. Nuestras medidas de seguridad, sin embargo, no son tan rigurosas como debieran.

Lane preguntó a Appleton:

—¿Han comprobado los monitores?

Appleton hizo un breve gesto de asentimiento.

—Por supuesto. Esto es simple rutina. El sistema de monitores no puede informar sobre la identidad de las personas. Cada computadora detecta a una persona cuando ésta aparece en su cuadrante, pero analiza únicamente la señal que determina el hecho de que hay allí un ser viviente. Si una de las señales cesa, entonces sabe que alguien ha muerto y se envía inmediatamente un equipo de rescate. Pero estas señales cambian constantemente, de acuerdo con los desplazamientos de las personas. Salen de un cuadrante, son recogidas por el contiguo, y así sucesivamente.

—Pero gracias a ellas, se puede saber si una persona viaja.

—Desde luego que si. Pero mucha gente viaja. ¿Y quién nos dice que Mona Campbell ha salido de viaje? Puede haberse ocultado, simplemente.

—O puede haber sido secuestrada —dijo Lewis.

—No lo creo-repuso Hilton—. Recuerda que las notas también han desaparecido.

—Entonces, tú crees que ha desertado-dijo Frost— Que ha abandonado deliberadamente el proyecto.

—Ha huido, pura y simplemente-dijo Hilton.

Howard Barnes, director de la Investigación Espacial, preguntó:

—¿Crees de verdad que nos ha abandonado?

—Sí, eso creo —contestó Hilton—. Hace unos días me dijo, con cierta circunspección, que estaba siguiendo una nueva línea de cálculo. Lo recuerdo claramente. Dijo una nueva línea de cálculo y no una nueva línea de investigación. Entonces eso me pareció bastante extraño, pero su expresión era de gran concentración y...

—¿Dijo cálculo?-le atajó Lane.

—Sí. Luego averigüé que estaba trabajando con matemáticas hamalianas. ¿Lo recuerdas, Howard?

Barnes asintió:

—Una de nuestras naves las trajo... hará cosa de veinte años. Las descubrió en un planeta que antaño estuvo habitado por una especie inteligente. Era un planeta que quizá podríamos aprovechar, pero hubiera tenido que ser terraformado y la terraformación de este planeta particular hubiera sido una operación costosísima, que por lo menos hubiera requerido mil años de esfuerzo continuado.

—¿Y qué hay sobre esas matemáticas?-preguntó Lewis—. ¿Podían sernos de utilidad?

—Por más que los matemáticos trataron de desentrañarlas-dijo Barnes—, no lo consiguieron. Comprendieron que eran unas matemáticas, pero tan alejadas de nuestro concepto de esa ciencia que no hubo manera de descifrarlas. El equipo que visitó el planeta encontró una buena cantidad de artefactos, pero en su mayoría no parecían importantes. Eran interesantes, desde luego, para un antropólogo o un xenólogo, pero no poseían un valor práctico inmediato. Las matemáticas, en cambio, eran algo distinto. Se encontraban en... bien, supongo que lo podríamos llamar libros, y estos parecían intactos. No es frecuente encontrar una masa de conocimientos impresa e intacta en un planeta abandonado. Causó sensación cuando se trajo a la Tierra.

—Y nadie ha logrado interpretarlo-dijo Lane-con la posible excepción de la aludida Mona Campbell.

—Casi aseguraría que lo hizo-observó Hilton—. Es una mujer verdaderamente excepcional y...

—¿No solicitan informes periódicos sobre la labor que se está realizando?-preguntó Lane, interrumpiéndole.

—Claro que sí. Pero no es nuestra norma atisbar por encima del hombro de nuestros investigadores. Esto puede tener muy malos efectos.

—Sí-admitió Barnes—. Es preciso que tengan cierta libertad, y que crean que la investigación que están efectuando es obra personal suya, al menos mientras la desarrollan.

B.J. intervino para decir:

—No hay duda de que todos ustedes se percatan de lo importante que puede ser esto. Con todo el respeto por Howard, el programa de Investigación Espacial es un proyecto a largo plazo. Es algo que estará maduro dentro de trescientos o cuatrocientos años. Pero el programa temporal tiene carácter de urgencia. Un súbito adelanto en el programa temporal nos concedería el espacio vital que necesitaremos tal vez dentro de un siglo. O incluso antes. Una vez empecemos las resurrecciones, nos enfrentaremos tarde o temprano con el día en que necesitaremos más espacio del que puede ofrecernos este planeta. Y el día de las primeras resurrecciones acaso no esté muy lejano. La investigación va a marchas aceleradas en el Departamento de Inmortalidad, según me comunica Anson.

—Así es, B.J. —dijo Anson Graves—. No creo que nos falte mucho para alcanzar nuestro objetivo. Yo diría diez años a lo sumo.

—O sea, que dentro de diez años-dijo B.J.-tendremos la inmortalidad...

—Pueden surgir inconvenientes —le advirtió Graves.

—Confiemos en que no surgirán-dijo B.J.—. Dentro de diez años tendremos la inmortalidad. Los convertidores de materia han resuelto el problema de los materiales y el alimento. El programa de viviendas está al día. Lo único que puede llegar a constituir un gravísimo problema es la cuestión de espacio. Para conseguir ese espacio, y conseguirlo pronto, necesitamos el viaje por el tiempo.

—Quizá buscamos algo imposible —apuntó Lane—. ¿Y si no se pudiese vencer al tiempo? Tal vez la empresa sea imposible.

—No estoy de acuerdo —dijo Hilton—. Estoy seguro que Miss Campbell ha resuelto ya el problema

—Sí, pero ha huido-observó Lane.

—Todo se reduce a lo mismo-dijo B.J.-hay que encontrar a Mona Campbell.

Dirigió una penetrante mirada a Marcus Appleton.

—Ya has oído lo que he dicho-le espetó—. ¡Hay que encontrar a Mona Campbell!

—De acuerdo-dijo Appleton—. No obstante, me gustaría contar con toda la ayuda posible. La encontraremos a su debido tiempo, desde luego, pero la podríamos encontrar antes si...

—No te entiendo-le interrumpió Lane—. ¿No quedamos en que las cuestiones de seguridad dependen enteramente de ti?

—En términos generales-dijo Appleton-y para los asuntos de todos los días, así es, en efecto. Pero el departamento de Finanzas también tiene sus agentes...

—Para misiones completamente distintas-replicó Lane—. No para cuestiones rutinarias...

—Eso te lo concedo-dijo Appleton—, aunque es de suponer que podrían prestarme su ayuda. Estoy pensando también en otro departamento.

Giró en su silla y miró de hito en hito a Frost.

—Dan-le dijo—, posees una inteligencia fuera de lo común, que puede sernos muy valiosa en este caso. Al decir inteligencia, no me refiero a la tuya personal, sino a tus servicios particulares de información. Cuentas con toda clase de confidentes, soplones e informantes y...

—¿Pero de qué estás hablando?-quiso saber B.J.

—Ah, me olvidaba-dijo Appleton—. Es posible que tú no lo sepas. Es una cuestión puramente departamental. Dan ha realizado una magnífica labor al organizar a ese grupo, que es altamente eficaz. Lo subvenciona, según creo, con unos fondos procedentes de algo que figura bajo el epígrafe de publicaciones de investigación, y que nada tiene que ver con una revista. Lo mismo puede decirse, desde luego de otras muchas actividades y proyectos.

Canalla, se dijo Frost. ¡Sucio y repugnante canalla!

—¡Dan!-gritó B.J.—. ¿Es verdad esto?

—Sí, dijo Frost—. Sí, por supuesto es verdad.

—¿Pero, por qué?-le preguntó B.J.—. ¿Por qué tienes que...?

—B.J.-dijo Frost—, si de veras esto te interesa, te explicaré punto por punto por qué se hace y por qué es necesario. ¿Tienes alguna idea de cuántos libros, cuántos artículos de revista, se hubieran publicado el año pasado, o en los últimos diez años, todos ellos animados por la sana intención de denunciar a nuestro centro, si no se hubiese hecho algo para evitar que apareciesen?

—No-vociferó B.J.—. Ni me interesa. Podemos sobrevivir a esta clase de ataques. Ya los hemos sobrevivido con anterioridad.

—Los hemos sobrevivido-repuso Frost-porque sólo unos cuantos lograron salir. Los peores no llegaron a publicarse. No fui yo solamente quien lo evitó, sino también mis predecesores. He evitado la publicación de algunos que nos hubieran hecho mucho daño.

—Yo opino, B.J. —dijo Lane—, que Dan tiene bastante razón. Creo que...

—Pues yo no —le interrumpió B.J., colérico—. No debemos tratar de impedir nada, de influir en nada ni de censurar nada. Nos acusan de que queremos gobernar el mundo. Se dice que...

—B.J.-le interrumpió Frost a su vez, furioso—, de nada sirve fingir que el Centro de Hibernación no gobierna al planeta. Aún hay naciones y gobiernos, pero los verdaderos amos somos nosotros. Poseemos la mayoría del capital de todas las empresas, casi todas las organizaciones y servicios públicos...

—Tengo argumentos de sobra para demostrarte que no es así-rugió B.J.

—Lo sé perfectamente. Me dirás que el capital no es nuestro. Que somos unos simples albaceas. Pero administramos todo ese capital, decidimos cómo hay que invertirlo y nadie nos pone reparos.

—Nos estamos apartando del tema-terció Lane, inquieto.

—Yo no me había propuesto hurgar en un avispero —dijo Appleton.

—Pues lo conseguiste-le dijo Frost, entre dientes—. No sé lo que te traes entre manos, Marcus, pero jamás hiciste nada en tu vida sin un plan preconcebido.

—Según creo, Marcus se limitó a pedir colaboración —dijo Lane, conciliador—. En cuanto a mí, estoy dispuesto a ofrecérsela.

—Pues yo no-dijo Frost—. No quiero colaborar con un hombre que ha venido aquí con el deliberado propósito de denunciarme por hacer algo que ya se hacía en esta casa mucho antes de que yo ocupase mi puesto, y que además se hacía, como yo lo he hecho, con un discreto sigilo...

—Pero no me gusta, Dan-insistió B.J.

—Ya sabía que no te gustaría-repuso Frost—. Tú eres-perdóname la expresión-nuestra figura decorativa, y no estaba en mi deseo ponerte en situaciones violentas...

—¿Y tú, lo sabías?-preguntó B.J. a Lane.

El interpelado asintió.

—Sí, el departamento de Finanzas tenía que proporcionar los fondos. Y Marcus lo sabía, porque su obligación es saberlo todo. Pero esto había quedado entre los tres. Lo siento de veras.

—Más tarde hablaré con vosotros tres acerca de eso —dijo B.J.—. Sigo siendo de la opinión de que siempre debemos actuar abiertamente y sin tapujos. Somos los depositarios de algo sagrado, que esta organización ha conservado durante muchísimo tiempo honrándolo y reverenciándolo. Llegará un día en que tendremos que presentar cuentas a todos aquellos que esperan al día que nos hemos fijado como objetivo. Y cuando llegué ese día, yo quisiera que pudiésemos abrir no sólo nuestros libros ante el mundo, sino nuestros corazones...

B.J. había iniciado uno de sus temas predilectos. Tenía cuerda para horas, si se lo proponía. Y se lo propuso.

Frost miró de reojo a Appleton. Este se hallaba agazapado en su silla, muy tenso y con un rictus de disgusto en la boca.

De modo que te salió el tiro por la culata, pensó Frost. Las cosas no han salido como tú pensabas. Viniste aquí hecho un gallo de pelea, me soltaste tu andanada y el tiro te falló. Me gustaría saber lo que había detrás de eso, por qué has tratado de echarme la zancadilla.

La verdad era que nunca había existido animadversión entre él y Marcus. Eso no quería decir que fuesen amigos, porque Marcus Appleton no tenía amigos. Pero, si no amigos, eran al menos colegas, y se respetaban mutuamente.

Debe de ocurrir algo, se dijo, algo que no salta a la vista y que le había pasado desapercibido. Porque, si nada ocurría, ¿con qué propósito Appleton había tratado de hundirlo?

Volvió a escuchar las palabras de B.J.

—Y por esta razón afirmo que debemos apelar a todos nuestros medios para localizar el paradero de Mona Campbell. Es posible que ella tenga algo que necesitamos mucho, algo que nos ha hecho falta durante todos estos años.

Se interrumpió y paseó una mirada inquisitiva por los reunidos Nadie dijo esta boca es mía.

B.J. volvió a golpear la mesa con el lápiz.

—Esto es todo-dijo para concluir.