17

Se encontraba en un lugar oscuro, sentado al parecer en una silla, y en medio de aquellas tinieblas, una luz cuyo origen desconocía hacía brillar la estructura metálica de una extraña máquina.

Se sentía cómodo y soñoliento, sin deseos de moverse, si bien preocupado por no saber dónde estaba. Lo único que podía asegurar es que era un lugar desconocido.

Volvió a cerrar los ojos, percibiendo la dureza de la silla contra su cuerpo, y la dureza del suelo bajo sus pies. Esta era la única realidad. Aguzó el oído y le pareció percibir un levísimo zumbido, como el que haría una máquina en reposo, esperando que la hiciesen funcionar.

Le ardían las mejillas y la frente, con un hormigueo que parecía de fuego; se preguntó qué habría pasado, dónde estaba y cómo había llegado allí, pero se sentía tan cómodo, tan lleno de sueño, que verdaderamente no le importaba.

Continuó en la más completa inmovilidad y le pareció que además del suave zumbido oía el tic-tac del tiempo que fluía junto a él. No el tic-tac de un reloj, porque no se oía ningún reloj, sino el mismo tic-tac del tiempo. Y eso era muy extraño, pensó, porque el paso del tiempo es silencioso.

Preocupado por este pensamiento, se movió ligeramente en la silla y se llevó una mano a la mejilla, para averiguar la causa del hormigueo.

—Señoría-dijo una voz surgida de las tinieblas que le rodeaban—, el acusado ha despertado.

Frost abrió los ojos y trató de levantarse de la silla. Pero las fuerzas parecían haberle abandonado, tenía los brazos pesadísimos y lo único que en realidad deseaba era seguir sentado en la silla.

Pero la voz había dicho Señoría y había hablado de un acusado despierto, y esto era tan sorprendente, que le hizo sentir nuevamente deseos de averiguar dónde estaba.

Otra voz preguntó:

—¿Puede levantarse?

—Creo que no, Señoría.

—Bien-dijo su Señoría—, esto no importa mucho, al fin y al cabo.

Frost consiguió volverse un poco en su asiento, hasta colocarse de lado y entonces vio la luz, un pequeño foco luminoso protegido por una pantalla, situado a un nivel más alto que su cabeza. Encima de aquella luz, y casi en sombras, un rostro fantasmal le miraba.

—Daniel Frost —preguntó el rostro fantasmal—: ¿puede usted verme?

—Sí, le veo-repuso Frost.

—¿Puede oírme y entender lo que digo?

—No sé-dijo Frost—. Me acabo de despertar y no puedo levantarme de la silla...

—Habla usted demasiado-dijo otra voz.

—Déjele —dijo el rostro fantasmal—. Démosle un poco de tiempo. Esto debe de haber sido un shock para él.

Frost continuó sentado fláccidamente en la silla y sus misteriosos interlocutores esperaban.

Recordó que se hallaba paseando por su calle cuando surgió un hombre de un portal y le abordó. Entonces algo le pinchó en la nuca y él trató de alcanzarlo, pero no pudo. Y después cayó muy lentamente, aunque no podía recordar si había chocado con la acera, pero sí recordaba que había dos hombres, no uno, mirando cómo caía.

El otro hombre que parecía encontrarse allí se había dirigido al segundo llamándole Señoría; esto parecía indicar que se encontraba en un tribunal, y en tal caso, la máquina debía de ser el Jurado y el lugar que ocupaba Su Señoría, con la lamparilla de pantalla, el estrado del Juez. Pero todo esto era imposible. Sin duda era una fantasía. ¿Por qué razón tenía que encontrarse ante un tribunal?

—¿Se encuentra usted mejor? —le preguntó Su Señoría.

—Creo que sí-contestó Frost—, pero hay algo que no entiendo. Tengo la impresión de estar en la sala de un tribunal.

La otra voz contestó:

—En ella es donde está usted precisamente.

—Pero no hay motivo para que me encuentre aquí...

—Si quiere callarse un momento-repuso la voz invisible—, Su Señoría se lo explicará.

Después de decir esto, soltó una risita burlona.

—Alguacil-dijo la cara que flotaba sobre la mesa—, guárdese esa clase de comentarios. No tolero que se burle de este infortunado.

El otro dio la callada por respuesta.

Frost se puso trabajosamente en pie, sujetándose a la silla para no caerse.

—No sé qué pasa-dijo—, y tengo derecho a saberlo. Exijo...

Una mano fantasmal se agitó junto a la borrosa cabeza, para evitar que siguiese hablando.

—Sí, tiene usted derecho a saberlo-dijo la cara—, y, si me escucha, recibirá las oportunas explicaciones.

Un par de manos surgieron detrás de él y sujetaron a Frost por los sobacos, para levantarlo y sostenerlo de pie. Frost tendió lentamente la mano hacia el respaldo de la silla, para apoyarse en ella.

—Estoy bien-dijo al hombre que tenía a su espalda.

Las manos le soltaron y él se quedó de pie, sujetándose en la silla.

—Daniel Frost-le dijo el Juez—, trataré de ser breve y conciso. No tengo más remedio que serlo.

"Ha sido usted detenido y traído a este tribunal, donde ha sido sometido a un narcojuicio. Ha sido usted declarado culpable de la acusación y la sentencia ya ha sido dictada y ejecutada, según la ley.

—Pero esto es ridículo-exclamó Frost—. ¿Qué he hecho yo? ¿De qué se me acusa?

—De traición-dijo el Juez.

—¿De traición? Señor Juez, está usted loco. ¿Cómo puedo yo?...

—Y no de traición al Estado, sino de traición a la Humanidad.

Frost se quedó petrificado y sus dedos se clavaron con tal fuerza en la madera de la silla, que le hicieron daño. Un temor tumultuoso surgió en su interior y su cerebro parecía agarrotado. Acudió un tropel de palabras a su boca, pero no las pronunció. Permaneció con las mandíbulas muy apretadas.

No era el momento, le dijo un rincón de su mente que aún permanecía cuerdo, de hablar atropelladamente, de dar rienda suelta a sus emociones. Quizás ya había dicho más de lo que debiera. Las palabras eran armas que debía emplear para defenderse.

—Señoría —dijo por último—, me permito contradecirle. No hay ninguna disposición que permita...

—La hay —repuso el Juez—. A poco que usted lo piense, comprenderá que tiene que haberla. Es preciso que exista una ley que castigue el sabotaje del plan para prolongar la vida humana. Puedo citársela...

Frost movió negativamente la cabeza.

—No hace falta que lo haga, aunque le diré que nunca oí hablar de ella. Pero aun así, yo no he cometido traición alguna, al contrario: he trabajado al servicio de ese plan que usted menciona: pertenezco al Centro de Hibernación...

—Bajo narcointerrogatorio —dijo el Juez, implacable—, usted admitió connivencia con varios editores, valiéndose de su posición, por motivos personales, para perjudicar ese plan.

—¡Eso no es cierto! —gritó Frost—. ¡Las cosas no sucedieron así!

La cabeza fantasmal se movió lentamente, con tristeza.

—Así debieron de suceder. Usted mismo lo confesó. Declaró contra usted mismo. ¿Por qué tenía que mentir para desacreditarse, deformando sus propios actos?

—¡Vaya juicio!-exclamó Frost con sarcasmo—. Atacado a medianoche en mitad de la calle para ser traído aquí. No se me ha detenido legalmente; no se me ha permitido llamar a un abogado. Y supongo que no se me permitirá apelar a la sentencia

—Exactamente-dijo el Juez—. La sentencia es inapelable. Según la ley, las pruebas y veredictos resultantes de un narcojuicio son definitivos Tenga usted en cuenta que es la forma más imparcial de hacerse un juicio, pues elimina todos los impedimentos que obstaculizan su curso.

—¡No me hable usted de justicia!

—Mr. Frost-dijo severamente el Juez—. Este tribunal ya ha tenido bastante paciencia con usted. A causa de su antigua posición, digna y honorable, y su largo tiempo de trabajo al Servicio del Centro de Hibernación, he tenido mayor tolerancia con sus observaciones que la que acostumbra a tener este tribunal. Puedo asegurarle que el juicio se ha celebrado según prescribe la ley y por el único procedimiento que está permitido para un juicio por traición; puedo asegurarle también que ha sido declarado culpable de sus cargos y que la sentencia ha sido cumplida. Acto seguido voy a leérsela

Una mano ectoplásmica surgió de la oscuridad, para meterse en un bolsillo y, sacando de él unas gafas, las colocó a caballo de una nariz espectral. La mano, que parecía no pertenecer a un cuerpo, recogió varias hojas de papel.

—Daniel Frost-dijo el Juez, leyendo los pliegos—, después de ser sometido a un proceso legal, ha sido usted declarado culpable de la acusación de traición contra la Humanidad, teniendo en cuenta que intentó deliberada y voluntariamente obstaculizar las funciones y procesos administrativos destinados a aportar la inmortalidad no sólo a las personas actualmente vivientes, sino a todos los seres humanos muertos, cuyos cuerpos se conservan en espera de que llegue ese día.

"En consecuencia, y de acuerdo con la pena impuesta por el Código, este tribunal sentencia que usted, Daniel Frost, reo de alta traición, será expulsado del seno de la especie humana, y será desposeído de todos sus derechos...

—¡No!-gritó Frost—. No pueden hacer eso. Yo no he hecho nada...

—Alguacil, llame al orden al acusado-dijo el Juez con tono enérgico.

Una mano surgió de las tinieblas y clavó sus dedos en el hombro de Frost.

—Cállese-dijo el alguacil, cuyos dientes rechinaban— y escuche a Su Señoría.

—...Será desposeído de todos sus derechos-repitió el Juez—, es decir, se le prohibirá tener relación, comercio o comunicación, por el medio que sea, con cualquier otro miembro de la especie humana, y se prohibirá también a cualquier otra persona, so pena de severos castigos, tener cualquier clase de relación, comercio o comunicación con usted. Serán embargados todos sus bienes personales excepto las ropas que lleva puestas, y esto por motivos de decencia. Asimismo, y como ya he dicho, perderá usted todos sus derechos excepto el último y definitivo, que es el de que su cuerpo sea preservado de acuerdo con la ley y por magnanimidad de este tribunal.

"Y vengo en ordenar, a fin de que todos puedan reconocer su ostracismo y evitar así todo contacto con usted, que sea señalado por medio de un tatuaje, en la frente y en ambas mejillas con una O de color rojo.

El Juez dejó el pliego de cargos sobre la mesa y se quitó las gafas.

—Deseo añadir una cosa-dijo—. Como medida de clemencia, el tatuaje ya ha sido ejecutado, mientras usted aún se hallaba bajo los efectos de la droga. Es un proceso bastante doloroso y no es propósito de este tribunal causarle sufrimientos innecesarios ni someterle a mayores humillaciones que las estrictamente inevitables.

"Y por último, una advertencia. Este tribunal sabe perfectamente que existen diversos medios de cubrir o disimular estos tatuajes, o incluso de borrarlos. No se sienta tentado, bajo ningún motivo, de acudir a este fraude. El castigo en que incurriría usted entonces consistiría en la anulación del único derecho que aún le queda: el de la preservación de su cuerpo.

Fulminó a Frost con la mirada.

—Espero que el acusado me habrá entendido.

—Sí —balbuceó Frost—, le he entendido muy bien.

El Juez golpeó la mesa con el mazo. El golpe produjo un extraño eco en la sala casi vacía.

—La vista ha concluido-dijo—. Alguacil, conduzca al reo a la calle y échelo... quiero decir, déjelo en libertad.