Cuando Pearson pudo alcanzar a su
amigo, Connolly estaba sentado enfrente de la
capilla que, los devotos isleños habían construido en el punto más elevado de Serene. De día, siempre había turistas, fotografiándose o— admirándose de la tan publicitada belleza que se extendía debajo de ellos; pero ahora el lugar estaba desierto. Connolly estaba respirando con dificultad por el esfuerzo realizado, pese a eso su rostro estaba relajado y por un instante pareció estar casi en paz. La sombra que oscurecía su mente se había ido, y se volvió a Pearson con una sonrisa parecida a su vieja y burlona mueca.
—Odia el ejercicio, Jack. Siempre le asusta terriblemente. —¿Y quién es él? —preguntó Pearson—. Recuerda, todavía no nos has presentado. Connolly sonrió ante el intento de humor de su amigo; luego su expresión se volvió grave de repente.
—Dime, Jack —empezó—. ¿Dirías que yo tengo una imaginación superdesarrollada? —No, normal. Eres ciertamente menos imaginativo que yo. Connolly asintió lentamente.
—Eso es bastante cierto, Jack, y debe ayudarte a que me creas. Porque estoy seguro que yo nunca pude haber inventado la criatura que me está obsesionando. El realmente existe. No estoy sufriendo alucinaciones paranoicas o como las llame el doctor Curtis. »¿Te acuerdas de Maude White? Todo empezó con ella. La encontré en una de las fiestas de David Trescott, hace seis semanas. Acababa de pelearme con Ruth y estaba bastante harto. Estábamos los dos bastante borrachos, y como estaba parando en la ciudad volvió al departamento conmigo.»
Pearson se sonrió para sus adentros. ¡Pobre Roy! Era siempre el mismo esquema, pero él no parecía notarlo nunca. Cada «affaire» le parecía diferente, pero a nadie más. El eterno Don Juan, siempre buscando... siempre contrariado, porque lo que buscaba sólo lo podía encontrar en la cuna o en la tumba, pero nunca en medio de las dos. —Creo que te ríes de lo que me golpeó... parece tan trivial, pese a que me asustó mucho más que cualquier cosa que haya sucedido en mi vida. Simplemente me dirigí al bar y serví los tragos, como ya lo había hecho más de cien veces. Cuando le entregué uno a Maude me di cuenta que había llenado «tres» vasos. El acto fue tan perfectamente natural que al principio no reconocí su significado. Entonces busqué desenfrenadamente por toda la habitación para ver dónde estaba el otro hombre... aun entonces yo sabía de alguna manera que no era un hombre. Pero, por supuesto, él no estaba allí. No estaba en ningún lugar del mundo exterior: se escondía en las profundidades de mi propio cerebro... La noche estaba muy clara, el único sonido, una delgada cinta de música que se retorcía hacia las estrellas, proveniente de algún café del pueblo de abajo. La luz de la Luna naciente arroja chispas sobre el mar; más arriba, los brazos del crucifijo se perfilaban sobre la oscuridad. Como un brillante foco de las fronteras de la penumbra, Venus estaba siguiendo al Sol en un curso hacia el Oeste. Pearson esperó, dejando que Connolly descansara. Parecía bastante lúcido y racional, por más extraña que fuera la historia que estaba contando. Su rostro se veía casi tranquilo a la luz de la Luna, pese a que podría ser la calma que viene antes de la aceptación de la derrota.
—Después recuerdo que estaba acostado en la cama mientras Maude me limpiaba la casa. Estaba bastante atemorizada: me había emborrachado y me corté la frente al caer. Había un charco de sangre alrededor pero eso no importaba. Lo que realmente me aterrorizaba era pensar que me había vuelto loco. Parece divertido, ahora que estoy mucho más aterrorizado de estar sano.
»El estaba allí cuando me desperté y desde entonces siempre ha estado allí. De alguna manera me libré de Maude (no fue fácil) y traté de explicarme lo que había sucedido. Dime, Jack, ¿crees en la telepatía?»
El abrupto desafío tomó a Pearson con la guardia baja.
capilla que, los devotos isleños habían construido en el punto más elevado de Serene. De día, siempre había turistas, fotografiándose o— admirándose de la tan publicitada belleza que se extendía debajo de ellos; pero ahora el lugar estaba desierto. Connolly estaba respirando con dificultad por el esfuerzo realizado, pese a eso su rostro estaba relajado y por un instante pareció estar casi en paz. La sombra que oscurecía su mente se había ido, y se volvió a Pearson con una sonrisa parecida a su vieja y burlona mueca.
—Odia el ejercicio, Jack. Siempre le asusta terriblemente. —¿Y quién es él? —preguntó Pearson—. Recuerda, todavía no nos has presentado. Connolly sonrió ante el intento de humor de su amigo; luego su expresión se volvió grave de repente.
—Dime, Jack —empezó—. ¿Dirías que yo tengo una imaginación superdesarrollada? —No, normal. Eres ciertamente menos imaginativo que yo. Connolly asintió lentamente.
—Eso es bastante cierto, Jack, y debe ayudarte a que me creas. Porque estoy seguro que yo nunca pude haber inventado la criatura que me está obsesionando. El realmente existe. No estoy sufriendo alucinaciones paranoicas o como las llame el doctor Curtis. »¿Te acuerdas de Maude White? Todo empezó con ella. La encontré en una de las fiestas de David Trescott, hace seis semanas. Acababa de pelearme con Ruth y estaba bastante harto. Estábamos los dos bastante borrachos, y como estaba parando en la ciudad volvió al departamento conmigo.»
Pearson se sonrió para sus adentros. ¡Pobre Roy! Era siempre el mismo esquema, pero él no parecía notarlo nunca. Cada «affaire» le parecía diferente, pero a nadie más. El eterno Don Juan, siempre buscando... siempre contrariado, porque lo que buscaba sólo lo podía encontrar en la cuna o en la tumba, pero nunca en medio de las dos. —Creo que te ríes de lo que me golpeó... parece tan trivial, pese a que me asustó mucho más que cualquier cosa que haya sucedido en mi vida. Simplemente me dirigí al bar y serví los tragos, como ya lo había hecho más de cien veces. Cuando le entregué uno a Maude me di cuenta que había llenado «tres» vasos. El acto fue tan perfectamente natural que al principio no reconocí su significado. Entonces busqué desenfrenadamente por toda la habitación para ver dónde estaba el otro hombre... aun entonces yo sabía de alguna manera que no era un hombre. Pero, por supuesto, él no estaba allí. No estaba en ningún lugar del mundo exterior: se escondía en las profundidades de mi propio cerebro... La noche estaba muy clara, el único sonido, una delgada cinta de música que se retorcía hacia las estrellas, proveniente de algún café del pueblo de abajo. La luz de la Luna naciente arroja chispas sobre el mar; más arriba, los brazos del crucifijo se perfilaban sobre la oscuridad. Como un brillante foco de las fronteras de la penumbra, Venus estaba siguiendo al Sol en un curso hacia el Oeste. Pearson esperó, dejando que Connolly descansara. Parecía bastante lúcido y racional, por más extraña que fuera la historia que estaba contando. Su rostro se veía casi tranquilo a la luz de la Luna, pese a que podría ser la calma que viene antes de la aceptación de la derrota.
—Después recuerdo que estaba acostado en la cama mientras Maude me limpiaba la casa. Estaba bastante atemorizada: me había emborrachado y me corté la frente al caer. Había un charco de sangre alrededor pero eso no importaba. Lo que realmente me aterrorizaba era pensar que me había vuelto loco. Parece divertido, ahora que estoy mucho más aterrorizado de estar sano.
»El estaba allí cuando me desperté y desde entonces siempre ha estado allí. De alguna manera me libré de Maude (no fue fácil) y traté de explicarme lo que había sucedido. Dime, Jack, ¿crees en la telepatía?»
El abrupto desafío tomó a Pearson con la guardia baja.