—Correcto —dijo Danstor,
inmediatamente aliviado por la ausencia de la
incredulidad,
e incluso violencia, que tantas veces había provocado tal anuncio en los planetas más primitivos.
—¡Bueno, bueno! —dijo P. C. Hinks en tono que esperó que inspirarían confianza y sentimientos de amistad (no es que importara mucho si ambos se ponían violentos..., parecían una pareja bastante delgaducha)—. Sólo díganme lo que quieren y veré qué puedo hacer al respecto.
—Estoy tan agradecido —dijo Danstor—. Sabe, hemos aterrizado en este lugar tan remoto porque no queremos crear pánico. Sería mejor que nuestra presencia fuera conocida por el menor número de personas posible, hasta que nos hayamos comunicado con el gobierno.
—Comprendo —replicó P. C. Hinks, mirando desesperadamente a su alrededor para ver si había alguien con quien poder mandar un mensaje a su sargento ¿Y entonces qué proponen?
—Me temo que yo no pueda discutir nuestra política a largo plazo relativa a la Tierra — dijo Danstor, acorralado—. Todo lo que puedo decir es que se está relevando esta sección del Universo y que se la está abriendo al desarrollo, y estamos seguros de que les podemos ayudar de muchas maneras.
—Eso es muy amable de su parte —dijo P. C. Hinks de todo corazón—. Creo que lo mejor que pueden hacer es venir conmigo a la estación de modo que podamos conseguir una llamada con el primer ministro.
—Muchas gracias —dijo Danstor, lleno de gratitud. Caminaron confiadamente al lado de P. C. Hinks, pese a su ligera tendencia a mantenerse detrás de ellos, hasta que llegaron a la estación de policía del pueblo. —Por aquí, caballeros —dijo P. C. Hinks, introduciéndoles cortésmente en un habitación que estaba bastante pobremente iluminada, aun comparada con los algo primitivos ambientes que ellos habían esperado encontrar. Antes que pudieran acostumbrarse completamente a lo que les rodeaba, se escuchó un «click» y se encontraron separados de su guía por una ancha puerta compuesta enteramente de barras de hierro.
—Ahora no se preocupen —dijo P. C. Hinks.— Todo estará bien. Volveré en un minuto. Crysteel y Danstor se miraron entre sí con una expresión de duda que rápidamente se convirtió en terrible certeza.
—¡Estamos encerrados!
—¡Esto es una prisión!
—¿Qué vamos a hacer ahora?
—Yo no sé si ustedes entienden inglés —dijo una lánguida voz desde la oscuridad—, pero muy bien podrían dejar al prójimo dormir en paz. Por primera vez, los dos prisioneros vieron que no estaban solos. Acostado sobre una cama en un rincón de la celda había un hombre joven algo arruinado que los miraba confusamente con una expresión resentida. —¡Mi Dios! —dijo Danstor con nerviosismo—. ¿Supones que es un criminal peligroso? —No parece muy peligroso por el momento —dijo Crysteel con más precisión de lo que suponía.
—¿Y por qué están adentro «ustedes»? —preguntó el desconocido, sentándose con poca firmeza—. Visten como si hubieran ido a un baile de disfraz. ¡Oh, mi pobre cabeza! —y cayó nuevamente boca abajo.
—¡Imagínate encerrar a alguien tan enfermo como éste!— dijo Danstor, que era un individuo dotado de buen corazón. Luego continuó—: No sé por qué estamos aquí. Sólo le dijimos al policía quiénes éramos y de dónde veníamos, y esto es lo que pasó. —Bueno, ¿quiénes son ustedes?
—Acabamos de aterrizar...
e incluso violencia, que tantas veces había provocado tal anuncio en los planetas más primitivos.
—¡Bueno, bueno! —dijo P. C. Hinks en tono que esperó que inspirarían confianza y sentimientos de amistad (no es que importara mucho si ambos se ponían violentos..., parecían una pareja bastante delgaducha)—. Sólo díganme lo que quieren y veré qué puedo hacer al respecto.
—Estoy tan agradecido —dijo Danstor—. Sabe, hemos aterrizado en este lugar tan remoto porque no queremos crear pánico. Sería mejor que nuestra presencia fuera conocida por el menor número de personas posible, hasta que nos hayamos comunicado con el gobierno.
—Comprendo —replicó P. C. Hinks, mirando desesperadamente a su alrededor para ver si había alguien con quien poder mandar un mensaje a su sargento ¿Y entonces qué proponen?
—Me temo que yo no pueda discutir nuestra política a largo plazo relativa a la Tierra — dijo Danstor, acorralado—. Todo lo que puedo decir es que se está relevando esta sección del Universo y que se la está abriendo al desarrollo, y estamos seguros de que les podemos ayudar de muchas maneras.
—Eso es muy amable de su parte —dijo P. C. Hinks de todo corazón—. Creo que lo mejor que pueden hacer es venir conmigo a la estación de modo que podamos conseguir una llamada con el primer ministro.
—Muchas gracias —dijo Danstor, lleno de gratitud. Caminaron confiadamente al lado de P. C. Hinks, pese a su ligera tendencia a mantenerse detrás de ellos, hasta que llegaron a la estación de policía del pueblo. —Por aquí, caballeros —dijo P. C. Hinks, introduciéndoles cortésmente en un habitación que estaba bastante pobremente iluminada, aun comparada con los algo primitivos ambientes que ellos habían esperado encontrar. Antes que pudieran acostumbrarse completamente a lo que les rodeaba, se escuchó un «click» y se encontraron separados de su guía por una ancha puerta compuesta enteramente de barras de hierro.
—Ahora no se preocupen —dijo P. C. Hinks.— Todo estará bien. Volveré en un minuto. Crysteel y Danstor se miraron entre sí con una expresión de duda que rápidamente se convirtió en terrible certeza.
—¡Estamos encerrados!
—¡Esto es una prisión!
—¿Qué vamos a hacer ahora?
—Yo no sé si ustedes entienden inglés —dijo una lánguida voz desde la oscuridad—, pero muy bien podrían dejar al prójimo dormir en paz. Por primera vez, los dos prisioneros vieron que no estaban solos. Acostado sobre una cama en un rincón de la celda había un hombre joven algo arruinado que los miraba confusamente con una expresión resentida. —¡Mi Dios! —dijo Danstor con nerviosismo—. ¿Supones que es un criminal peligroso? —No parece muy peligroso por el momento —dijo Crysteel con más precisión de lo que suponía.
—¿Y por qué están adentro «ustedes»? —preguntó el desconocido, sentándose con poca firmeza—. Visten como si hubieran ido a un baile de disfraz. ¡Oh, mi pobre cabeza! —y cayó nuevamente boca abajo.
—¡Imagínate encerrar a alguien tan enfermo como éste!— dijo Danstor, que era un individuo dotado de buen corazón. Luego continuó—: No sé por qué estamos aquí. Sólo le dijimos al policía quiénes éramos y de dónde veníamos, y esto es lo que pasó. —Bueno, ¿quiénes son ustedes?
—Acabamos de aterrizar...