—Tendrán que escribirlo —se sonrió, sosteniendo la pizarra—. He estado sorda estos
últimos años. —Crysteel y Danstor se miraron uno al otro con espanto. Este era un choque completamente inesperado, porque los únicos caracteres escritos que habían visto jamás eran anuncios de programas de televisión y nunca los habían descifrado en su totalidad. Pero Danstor, que tenía una memoria casi fotográfica, estuvo a la altura de las circunstancias. Sosteniendo difícilmente la tiza, escribió una frase que tenía razones para creer que era de uso común durante tales contratiempos en comunicación. Mientras sus misteriosos visitantes se alejaban caminando tristemente, la vieja señora Tomkins miró perdida e inútilmente las marcas sobre la pizarra. Pasó algún tiempo hasta que pudo descifrar los caracteres (Danstor había cometido varios errores) aun entonces ella no entendió mucho más.
LAS TRANSMISIONES SERÁN REANUDADAS TAN PRONTO COMO SEA POSIBLE. Era lo mejor que pudo hacer Danstor; pero la vieja dama nunca llegó al fondo de la cuestión.
No tuvieron mucha más suerte en la siguiente casa que intentaron. La llamada fue atendida por una señorita cuyo vocabulario consistía, en su mayor parte, de risas tontas y que eventualmente se quebró por completo y les cerró la puerta en las narices. Mientras acuchaban la risa confusa e histérica, Crysteel y Danstor comenzaron a sospechar, con naufragante ánimo, que su disfraz de seres humanos normales no era tan efectivo como habían pretendido.
En el número 3, por el contrario, la señora Smith sólo tenía muchas ganas de hablar..., a ciento veinte palabras por minuto, con un acento tan impenetrable como el de Sam Higginsbotham. Danstor presentó sus excusas tan pronto como pudo decir una palabra en una interrupción y se alejó.
—¿Habrá alguien que hable como lo hacen en la radio? —se lamentó—. ¿Cómo entienden sus propios programas si todos hablan así? —Creo que debemos haber aterrizado en el lugar equivocado —dijo Crysteel, comenzando a decaer en su optimismo. Cedió aún más cuando fue confundido, en lápida sucesión, con un investigador de la Encuesta Gallup, con el futuro candidato conservador, con un vendedor de aspiradoras y con un traficante del mercado negro local. Al sexto o séptimo intento se les acabaron las amas de casa. La puerta fue abierta por un joven pandillero que apretaba en una gorra pegajosa un objeto que de inmediato hipnotizó a los visitantes. Era una revista cuya tapa mostraba un cohete gigante ascendiendo desde un, planeta tachonado de cráteres que, fuera lo que fuera, obviamente no era la Tierra. A través del fondo se leían las palabras: «Sorprendentes Cuentos de Pseudociencia. Precio, 25 centavos.» Crysteel miró a Danstor con una expresión: «¿Estás pensando lo que yo pienso?», que el otro devolvió. Finalmente, aquí, seguro, había alguien que podía entenderles. Con mejor ánimo, Danstor se dirigió al joven. —Creo que usted puede ayudarnos —dijo cortésmente—. Nos resulta muy difícil hacernos entender aquí. Sabe, acabamos de aterrizar en este planeta, provenientes del espacio, y queremos comunicarnos con su gobierno. —¡Oh! —dijo Jimmy Williams, sin haber vuelto todavía completamente a la Tierra, proveniente de sus efímeras aventuras entre las lunas exteriores de Saturno—. ¿Dónde está su nave espacial?
—Está arriba, en las colinas; no queríamos espantar a nadie. —¿Es un cohete?
—No, por favor. Están solitarios desde hace miles de años. —Entonces, ¿cómo funciona? ¿Usa energía atómica?