No tuvieron que esperar mucho antes
de que un zumbido de alta frecuencia llegara de
una rejilla de arriba, y por última vez en la historia una voz humana, aunque inanimada, fue escuchada en la Tierra. Las palabras no tenían sentido, pese a que los atrapados exploradores pudieron adivinar su mensaje en forma bastante clara. —Elijan sus estaciones, por favor, y tomen asiento. Simultáneamente, en un lado del compartimiento, se encendió un panel mural. Allí había un simple mapa que consistía en una serie de una docena de círculos interconectados por una línea. Cada uno de los círculos tenía una inscripción al lado, y debajo de ella había dos botones de diferentes colores. Alarkane miró inquisidoramente a su superior. —No los toques —dijo T'sinadree—. Si dejamos que los controles actúen solos, quizá las puertas se abran de nuevo.
Estaba equivocado. Los ingenieros que habían diseñado el subterráneo automático habían supuesto que cualquiera que entrase en él quería, naturalmente, ir a algún lugar. Si ellos no elegían alguna estación intermedia, su destino sólo podría ser la terminal de la línea.
Hubo otra pausa mientras los relevadores y thyratrones esperaban las órdenes a seguir. En esos treinta segundos, si hubieran sabido qué hacer, el grupo podría haber abierto las puertas y abandonado el subterráneo. Pero no lo sabían, y las máquinas, preparadas para una psicología humana, actuaron por ellos. El oleaje de aceleración no fui muy grande; el excesivo almohadillado era un lujo, no una necesidad. Sólo una vibración casi imperceptible habló de la velocidad a la que viajaban a través de las entrañas de la Tierra, en un viaje cuya duración no podían siquiera adivinar. Y en treinta minutos, la S9000 abandonaría el Sistema Solar. Sobre la veloz máquina hubo un largo silencio. T'sinadree y Alarkane pensaban rápidamente. Lo mismo hacía el Paladorio, aunque de una manera diferente. El concepto de muerte personal no tenía sentido para él, porque la destrucción de una sola unidad para la mente colectiva no significaba más que la pérdida de un cortauñas para un hombre. Pero podía, aunque con gran dificultad, apreciar la condición de las inteligencias individuales como las de Alarkane y T'sinadree, y estaba ansioso por ayudarles, si era posible.
Alarkane había logrado ponerse en contacto con Torkalee con su transmisor personal, pese a que la señal era muy débil y parecía desaparecer rápidamente. En poco tiempo explicó la situación, y casi inmediatamente las señales se hicieron más claras. Torkalee estaba siguiendo el rastro de la máquina, volando sobre la tierra bajo la cual se apresuraban hacia su destino desconocido. Aquella fue la primera indicación que tuvieron del hecho de que estaban viajando a casi mil millas por hora, y muy poco después de eso, Torkalee pudo comunicarles la aún más destructora noticia de que se aproximaban rápidamente hacia el mar. Mientras estuvieran bajo el continente, había una esperanza, aunque tenue, de que pudieran detener la máquina y escapar. Pero bajo el océano..., ni todos los cerebros y maquinarias de la nave madre podrían salvarlos. Nadie podría haber proyectado una trampa más perfecta.
T'sinadree había estado examinando el mapa con gran atención. Su significado era obvio y, a lo largo de la línea que conectaba los círculos, se arrastraba una manchita luminosa. Ya estaba a la mitad de camino de la primera de las estaciones marcadas. —Voy a apretar uno de estos botones —dijo al fin T'sinadree—. No hará ningún daño, y podríamos aprender algo.
—Estoy de acuerdo. ¿Cuál probarás primero? —Hay sólo dos tipos, y no tendrá importancia si primero probamos el tipo equivocado. Supongo que uno es para hacer arrancar la máquina y el otro para detenerla. Alarkane no tenía grandes esperanzas.
una rejilla de arriba, y por última vez en la historia una voz humana, aunque inanimada, fue escuchada en la Tierra. Las palabras no tenían sentido, pese a que los atrapados exploradores pudieron adivinar su mensaje en forma bastante clara. —Elijan sus estaciones, por favor, y tomen asiento. Simultáneamente, en un lado del compartimiento, se encendió un panel mural. Allí había un simple mapa que consistía en una serie de una docena de círculos interconectados por una línea. Cada uno de los círculos tenía una inscripción al lado, y debajo de ella había dos botones de diferentes colores. Alarkane miró inquisidoramente a su superior. —No los toques —dijo T'sinadree—. Si dejamos que los controles actúen solos, quizá las puertas se abran de nuevo.
Estaba equivocado. Los ingenieros que habían diseñado el subterráneo automático habían supuesto que cualquiera que entrase en él quería, naturalmente, ir a algún lugar. Si ellos no elegían alguna estación intermedia, su destino sólo podría ser la terminal de la línea.
Hubo otra pausa mientras los relevadores y thyratrones esperaban las órdenes a seguir. En esos treinta segundos, si hubieran sabido qué hacer, el grupo podría haber abierto las puertas y abandonado el subterráneo. Pero no lo sabían, y las máquinas, preparadas para una psicología humana, actuaron por ellos. El oleaje de aceleración no fui muy grande; el excesivo almohadillado era un lujo, no una necesidad. Sólo una vibración casi imperceptible habló de la velocidad a la que viajaban a través de las entrañas de la Tierra, en un viaje cuya duración no podían siquiera adivinar. Y en treinta minutos, la S9000 abandonaría el Sistema Solar. Sobre la veloz máquina hubo un largo silencio. T'sinadree y Alarkane pensaban rápidamente. Lo mismo hacía el Paladorio, aunque de una manera diferente. El concepto de muerte personal no tenía sentido para él, porque la destrucción de una sola unidad para la mente colectiva no significaba más que la pérdida de un cortauñas para un hombre. Pero podía, aunque con gran dificultad, apreciar la condición de las inteligencias individuales como las de Alarkane y T'sinadree, y estaba ansioso por ayudarles, si era posible.
Alarkane había logrado ponerse en contacto con Torkalee con su transmisor personal, pese a que la señal era muy débil y parecía desaparecer rápidamente. En poco tiempo explicó la situación, y casi inmediatamente las señales se hicieron más claras. Torkalee estaba siguiendo el rastro de la máquina, volando sobre la tierra bajo la cual se apresuraban hacia su destino desconocido. Aquella fue la primera indicación que tuvieron del hecho de que estaban viajando a casi mil millas por hora, y muy poco después de eso, Torkalee pudo comunicarles la aún más destructora noticia de que se aproximaban rápidamente hacia el mar. Mientras estuvieran bajo el continente, había una esperanza, aunque tenue, de que pudieran detener la máquina y escapar. Pero bajo el océano..., ni todos los cerebros y maquinarias de la nave madre podrían salvarlos. Nadie podría haber proyectado una trampa más perfecta.
T'sinadree había estado examinando el mapa con gran atención. Su significado era obvio y, a lo largo de la línea que conectaba los círculos, se arrastraba una manchita luminosa. Ya estaba a la mitad de camino de la primera de las estaciones marcadas. —Voy a apretar uno de estos botones —dijo al fin T'sinadree—. No hará ningún daño, y podríamos aprender algo.
—Estoy de acuerdo. ¿Cuál probarás primero? —Hay sólo dos tipos, y no tendrá importancia si primero probamos el tipo equivocado. Supongo que uno es para hacer arrancar la máquina y el otro para detenerla. Alarkane no tenía grandes esperanzas.