Quizá deba confesar (aunque tengo la
tentación de no decir nada, como ya lo han
hecho tantos otros), que por ese entonces yo no creía ni una palabra de las teorías del profesor Forster. Por supuesto que me daba cuenta de que era un hombre muy brillante en su campo, pero también rechazaba algunas de sus más fantásticas ideas. Después de todo, la evidencia era tan ligera y las conclusiones tan revolucionarias que apenas podía evitarse ser un poco escéptico.
Quizá todavía puedan recordar el asombro causado cuando la primera expedición a Marte descubrió los restos, no de una antigua civilización, sino de dos. Ambas habían alcanzado un alto grado de desarrollo, pero ambas habían perecido hacía más de cinco millones de años. La razón era desconocida (y todavía lo es). No pareció haber sido una guerra, porque las dos culturas parecían haber convivido amigablemente. Una de las razas era similar a los insectos, y la otra recordaba vagamente a los reptiles. Los insectos parecían haber sido los marcianos genuinos, originales. El pueblo-reptil (usualmente denominado «Cultura X») había aparecido en escena algún tiempo después. Al menos, eso era lo que sostenía el profesor Forster. Ciertamente, ellos habían poseído el secreto de los viajes espaciales, porque las ruinas de sus peculiares ciudades cruciformes se habían encontrado (de todos los lugares posibles): en Mercurio. Forster creía que habían tratado de colonizar todos los planetas pequeños... habiéndose eliminado a la Tierra y a Venus debido a su excesiva gravedad. Para el profesor era una fuente de disgustos que nunca se hubieran descubierto en la Luna huellas de la Cultura X, pese a que estaba seguro de que tal descubrimiento solamente era cuestión de tiempo. La teoría «convencional» sobre la Cultura X era que había llegado originariamente desde uno de los planetas más pequeños, o desde los satélites; había establecido contactos pacíficos con los marcianos (la única otra raza inteligente en la historia conocida del sistema) y había muerto al mismo tiempo que la civilización marciana. Pero el profesor Forster tenía ideas más ambiciosas: estaba convencido de que la Cultura X había llegado al Sistema Solar proveniente del espacio interestelar. El hecho de que nadie más creyera esto le molestaba, aunque no demasiado, porque era una de esas personas que son felices sólo cuando están en minoría. Desde mi asiento podía ver a Júpiter a través de la ventanilla de la cabina, mientras el profesor Forster desarrollaba su plan. Era una vista hermosa: podía observar perfectamente los cinturones de nubes ecuatoriales, y tres de los satélites eran visibles como pequeñas estrellas cercanas al planeta. Me pregunté cuál sería Ganímedes, nuestro primer lugar de visita.
—Si Jack condesciende a prestar atención —continuó el profesor—, les diré por qué estamos yendo tan lejos de casa. Ustedes saben que durante el último año me pasé un montón de tiempo hurgando alrededor de las ruinas en el cinturón de penumbra de Mercurio. Quizá han leído la conferencia que di sobre el tema en la Escuela de Economía de Londres. Incluso pudieron haber estado allí... recuerdo ciertos disturbios en el fondo de la sala.
»Lo que entonces no le dije a nadie era que mientras estuve en Mercurio descubrí una importante clave sobre el origen de la Cultura X. No comenté nada al respecto, pese a que estuve extremadamente tentado de hacerlo cuando tontos como el doctor Haughton trataron de divertirse a mi costa. Pero no iba a arriesgarme a dejar que algún otro llegara aquí antes de que yo pudiera organizar esta expedición. »Una de las cosas que encontré en Mercurio fue un bajorrelieve, bastante bien conservado, del Sistema Solar. No es el primero que se descubre... como ya saben Los motivos astronómicos son comunes en el verdadero arte marciano y en el de la Cultura X. Pero había ciertos símbolos peculiares sobre varios planetas, incluyendo Marte y Mercurio. Creo que el esquema tiene cierto significado histórico, y lo más curioso es que el pequeño Júpiter Cinco (uno de los menos importantes de todos los satélites) parecía
hecho tantos otros), que por ese entonces yo no creía ni una palabra de las teorías del profesor Forster. Por supuesto que me daba cuenta de que era un hombre muy brillante en su campo, pero también rechazaba algunas de sus más fantásticas ideas. Después de todo, la evidencia era tan ligera y las conclusiones tan revolucionarias que apenas podía evitarse ser un poco escéptico.
Quizá todavía puedan recordar el asombro causado cuando la primera expedición a Marte descubrió los restos, no de una antigua civilización, sino de dos. Ambas habían alcanzado un alto grado de desarrollo, pero ambas habían perecido hacía más de cinco millones de años. La razón era desconocida (y todavía lo es). No pareció haber sido una guerra, porque las dos culturas parecían haber convivido amigablemente. Una de las razas era similar a los insectos, y la otra recordaba vagamente a los reptiles. Los insectos parecían haber sido los marcianos genuinos, originales. El pueblo-reptil (usualmente denominado «Cultura X») había aparecido en escena algún tiempo después. Al menos, eso era lo que sostenía el profesor Forster. Ciertamente, ellos habían poseído el secreto de los viajes espaciales, porque las ruinas de sus peculiares ciudades cruciformes se habían encontrado (de todos los lugares posibles): en Mercurio. Forster creía que habían tratado de colonizar todos los planetas pequeños... habiéndose eliminado a la Tierra y a Venus debido a su excesiva gravedad. Para el profesor era una fuente de disgustos que nunca se hubieran descubierto en la Luna huellas de la Cultura X, pese a que estaba seguro de que tal descubrimiento solamente era cuestión de tiempo. La teoría «convencional» sobre la Cultura X era que había llegado originariamente desde uno de los planetas más pequeños, o desde los satélites; había establecido contactos pacíficos con los marcianos (la única otra raza inteligente en la historia conocida del sistema) y había muerto al mismo tiempo que la civilización marciana. Pero el profesor Forster tenía ideas más ambiciosas: estaba convencido de que la Cultura X había llegado al Sistema Solar proveniente del espacio interestelar. El hecho de que nadie más creyera esto le molestaba, aunque no demasiado, porque era una de esas personas que son felices sólo cuando están en minoría. Desde mi asiento podía ver a Júpiter a través de la ventanilla de la cabina, mientras el profesor Forster desarrollaba su plan. Era una vista hermosa: podía observar perfectamente los cinturones de nubes ecuatoriales, y tres de los satélites eran visibles como pequeñas estrellas cercanas al planeta. Me pregunté cuál sería Ganímedes, nuestro primer lugar de visita.
—Si Jack condesciende a prestar atención —continuó el profesor—, les diré por qué estamos yendo tan lejos de casa. Ustedes saben que durante el último año me pasé un montón de tiempo hurgando alrededor de las ruinas en el cinturón de penumbra de Mercurio. Quizá han leído la conferencia que di sobre el tema en la Escuela de Economía de Londres. Incluso pudieron haber estado allí... recuerdo ciertos disturbios en el fondo de la sala.
»Lo que entonces no le dije a nadie era que mientras estuve en Mercurio descubrí una importante clave sobre el origen de la Cultura X. No comenté nada al respecto, pese a que estuve extremadamente tentado de hacerlo cuando tontos como el doctor Haughton trataron de divertirse a mi costa. Pero no iba a arriesgarme a dejar que algún otro llegara aquí antes de que yo pudiera organizar esta expedición. »Una de las cosas que encontré en Mercurio fue un bajorrelieve, bastante bien conservado, del Sistema Solar. No es el primero que se descubre... como ya saben Los motivos astronómicos son comunes en el verdadero arte marciano y en el de la Cultura X. Pero había ciertos símbolos peculiares sobre varios planetas, incluyendo Marte y Mercurio. Creo que el esquema tiene cierto significado histórico, y lo más curioso es que el pequeño Júpiter Cinco (uno de los menos importantes de todos los satélites) parecía