qué únicamente esta luna está tan
cerca de Júpiter, cuando todos los otros pequeños
satélites están setenta veces más lejos? Hablando en términos astronómicos, no tendría el menor sentido. Pero basta de charla. Tenemos trabajo que hacer. Esto, creo yo, debe quedar grabado como la antiaceleración del siglo. Siete de nosotros estábamos enfrentados con el mayor descubrimiento arqueológico de todos los tiempos. Casi un mundo entero (un mundo pequeño, artificial, pero aun así un mundo) estaba aperando nuestra exploración. Todo lo que podíamos hacer era un reconocimiento ligero y superficial: aquí abría material para generaciones de investigadores. El primer paso fue bajar una poderosa fuente lumínica alimentada por una línea de transmisión proveniente de la nave. Aquélla haría las veces de faro y evitaría que nos perdiésemos además de dar iluminación a la superficie interior del satélite. (Incluso ahora, todavía me resulta difícil llamar nave a Cinco). Luego manos deslizamos por la cuerda hasta la superficie que había debajo. Fue una caída de casi un kilómetro, y en esta baja gravedad se podía descender en completa seguridad, sin retardar la caída. El suave choque producido por el impacto podía absorberse fácilmente con los bastones de resortes que llevábamos al efecto.
No quiero ocupar más lugar con otra descripción de Odas las maravillas de Satélite Cinco; ya hubo suficientes fotos mapas y libros sobre este tema. (El mío, e paso, saldrá el próximo verano publicado por Sidwick y Jackson.) Lo que en su lugar me gustaría darles es alguna impresión de lo que se sentía al ser e los primeros hombres en entrar a ese extraño mundo metálico. Aun así, lamento decir (sé que resulta difícil creer) que simplemente no recuerdo lo que sentí ¡ando atravesamos los ejes de entrada, que estaban rematados en forma de hongo. Supongo que estaba tan citado y abrumado por todas las maravillas que me rodeaban que me olvidé de todo lo demás. Pero puedo recordar la impresión causada por el inmenso tamaño, algo que las meras fotografías no pueden proporciones Los constructores de este mundo, provenientes de i mundo de baja gravedad, eran gigantes... casi cuatro veces más altos que el Hombre. Nosotros éramos pigmeos gateando entre sus obras.
En nuestra primera visita nunca llegamos más abajo de los niveles exteriores, por lo que encontramos pocas de las maravillas científicas que la expedición descubriría con posterioridad. Y estaba bien así; las áreas residenciales nos proporcionarían lo suficiente como para mantenernos ocupados durante varias vidas. El globo que estábamos explorando debía haber sido iluminado con anterioridad con luz solar artificial, que se colara a través de la triple coraza que lo rodeaba, evitando que su atmósfera se filtrara al espacio exterior. Aquí, sobre la superficie, los jovianos (supongo que no puedo evitar el adoptar el nombre popular aplicado a los de la Cultura X) habían reproducido, tan precisamente como pudieron, las condiciones del mundo que habían abandonado quién sabe cuántas eras atrás. Quizá tenían día y noche, cambios de estaciones, lluvia y niebla. Incluso se habían llevado consigo al exilio un pequeño mar. El agua todavía estaba allí, formando un lago congelado de tres kilómetros de ancho. Oí que hay un plan para electrolizarlo y proveer otra vez a Cinco de una atmósfera respirable, tan pronto como se hayan remendado los agujeros producidos por los meteoritos en la corteza exterior. Cuantas más obras suyas veíamos, más nos gustaba la raza cuyas posesiones estábamos ocupando por primera vez en cinco millones de años. Aun cuando fueran gigantes provenientes de otro sol, tenían mucho en común con el Hombre, y es una tragedia que nuestras razas se hayan desconectado por lo que, a escala cósmica, es un margen tan estrecho.
Nosotros fuimos, supongo, mucho más afortunados que cualquier arqueólogo de la historia. El vacío del espacio había resguardado todo, evitando su decadencia y (esto era algo que no se podía suponer) los jovianos no habían despojado a su nave de todos sus tesoros cuando salieron a colonizar el Sistema Solar. Aquí, en la superficie interior de Cinco, todo parecía estar intacto, tal cual había estado al final del prolongado viaje de la
satélites están setenta veces más lejos? Hablando en términos astronómicos, no tendría el menor sentido. Pero basta de charla. Tenemos trabajo que hacer. Esto, creo yo, debe quedar grabado como la antiaceleración del siglo. Siete de nosotros estábamos enfrentados con el mayor descubrimiento arqueológico de todos los tiempos. Casi un mundo entero (un mundo pequeño, artificial, pero aun así un mundo) estaba aperando nuestra exploración. Todo lo que podíamos hacer era un reconocimiento ligero y superficial: aquí abría material para generaciones de investigadores. El primer paso fue bajar una poderosa fuente lumínica alimentada por una línea de transmisión proveniente de la nave. Aquélla haría las veces de faro y evitaría que nos perdiésemos además de dar iluminación a la superficie interior del satélite. (Incluso ahora, todavía me resulta difícil llamar nave a Cinco). Luego manos deslizamos por la cuerda hasta la superficie que había debajo. Fue una caída de casi un kilómetro, y en esta baja gravedad se podía descender en completa seguridad, sin retardar la caída. El suave choque producido por el impacto podía absorberse fácilmente con los bastones de resortes que llevábamos al efecto.
No quiero ocupar más lugar con otra descripción de Odas las maravillas de Satélite Cinco; ya hubo suficientes fotos mapas y libros sobre este tema. (El mío, e paso, saldrá el próximo verano publicado por Sidwick y Jackson.) Lo que en su lugar me gustaría darles es alguna impresión de lo que se sentía al ser e los primeros hombres en entrar a ese extraño mundo metálico. Aun así, lamento decir (sé que resulta difícil creer) que simplemente no recuerdo lo que sentí ¡ando atravesamos los ejes de entrada, que estaban rematados en forma de hongo. Supongo que estaba tan citado y abrumado por todas las maravillas que me rodeaban que me olvidé de todo lo demás. Pero puedo recordar la impresión causada por el inmenso tamaño, algo que las meras fotografías no pueden proporciones Los constructores de este mundo, provenientes de i mundo de baja gravedad, eran gigantes... casi cuatro veces más altos que el Hombre. Nosotros éramos pigmeos gateando entre sus obras.
En nuestra primera visita nunca llegamos más abajo de los niveles exteriores, por lo que encontramos pocas de las maravillas científicas que la expedición descubriría con posterioridad. Y estaba bien así; las áreas residenciales nos proporcionarían lo suficiente como para mantenernos ocupados durante varias vidas. El globo que estábamos explorando debía haber sido iluminado con anterioridad con luz solar artificial, que se colara a través de la triple coraza que lo rodeaba, evitando que su atmósfera se filtrara al espacio exterior. Aquí, sobre la superficie, los jovianos (supongo que no puedo evitar el adoptar el nombre popular aplicado a los de la Cultura X) habían reproducido, tan precisamente como pudieron, las condiciones del mundo que habían abandonado quién sabe cuántas eras atrás. Quizá tenían día y noche, cambios de estaciones, lluvia y niebla. Incluso se habían llevado consigo al exilio un pequeño mar. El agua todavía estaba allí, formando un lago congelado de tres kilómetros de ancho. Oí que hay un plan para electrolizarlo y proveer otra vez a Cinco de una atmósfera respirable, tan pronto como se hayan remendado los agujeros producidos por los meteoritos en la corteza exterior. Cuantas más obras suyas veíamos, más nos gustaba la raza cuyas posesiones estábamos ocupando por primera vez en cinco millones de años. Aun cuando fueran gigantes provenientes de otro sol, tenían mucho en común con el Hombre, y es una tragedia que nuestras razas se hayan desconectado por lo que, a escala cósmica, es un margen tan estrecho.
Nosotros fuimos, supongo, mucho más afortunados que cualquier arqueólogo de la historia. El vacío del espacio había resguardado todo, evitando su decadencia y (esto era algo que no se podía suponer) los jovianos no habían despojado a su nave de todos sus tesoros cuando salieron a colonizar el Sistema Solar. Aquí, en la superficie interior de Cinco, todo parecía estar intacto, tal cual había estado al final del prolongado viaje de la