Davis estaba desmenuzando
cuidadosamente el terreno que rodeaba una de las
grandes huellas, mientras Barton derramaba perspex líquido sobre aquellas ya descubiertas, a fin de preservarlas de todo daño, en el plástico transparente. Estaban trabajando un tanto distraídos porque cada uno trataba inconscientemente de oír el sonido del jeep. El profesor Fowler había prometido recogerlos cuando volviera de su visita, porque los otros vehículos se usaban en otras partes, y no les gustaba volver al campamento caminando dos millas bajo ese sol que asaba. —¿Cuánta gente —dijo Barton de golpe— crees que tienen allá? Davis se enderezó.
—A juzgar por los edificios, no más de una docena, más o menos. —Entonces debe ser un asunto privado, de ninguna manera un proyecto A.D.A. —Quizá, pese a que debe tener un respaldo bastante considerable. Por supuesto, Henderson y Barnes pueden obtenerlo simplemente con su reputación. —Ahí es donde llevan ventaja los físicos —dijo Barton—. Sólo tienen que convencer a algún departamento de guerra de que están en la pista de una nueva arma, y entonces obtienen un par de millones sin ningún problema. Hablaba con alguna amargura porque, como la mayoría de los científicos, tenía definidas opiniones sobre este tema. Las opiniones de Barton, en realidad, eran más definidas que lo normal, porque era un cuáquero y se había pasado el último año de la guerra discutiendo con tribunales poco benévolos. La conversación fue interrumpida por el rugido y alboroto del jeep y los dos hombres corrieron para encontrarse con el profesor. —¿Y...? —gritaron simultáneamente.
El profesor Fowler los miró pensativamente, con una expresión que no daba el menor indicio de lo que había en su mente.
—¿Tuvieron un buen día? —dijo finalmente. —¡Vamos, jefe! —protestó Davis—. bígamos qué averiguó. El profesor se bajó del asiento y se sacudió el polvo. —Lo lamento, muchachos —dijo con cierto embarazo—. No puedo decirles nada, absolutamente nada.
Hubo dos unidos gemidos de protesta, pero los apaciguó. —He tenido un día muy interesante, pero tuve que prometer no decir nada al respecto. Incluso ahora no sé qué es lo que pasa, pero es algo bastante revolucionario..., tan revolucionario, quizá, como la energía atómica. Pero el doctor Henderson vendrá mañana de visita; veamos cuánto pueden sacarle a él. Por un momento, tanto Barton como Davis estuvieron tan abrumados por una sensación de incertidumbre, que ninguno habló. Barton fue el primero en recobrarse. —Bueno, ¿seguro que hay una razón para este repentino interés en nuestras actividades?
El profesor pensó en esto por un momento. —Sí, no fue una visita enteramente social —admitió—. Creen que puedo ayudarles. ¡Ahora, no más preguntas, a menos que quieran volverse al campamento caminando! El doctor Henderson llegó a media tarde. Era un hombre robusto, de edad madura, vestido un tanto incongruentemente con una chaqueta de laboratorio de un blanco deslumbrante, y muy poco más. Pese a que el atavío era excéntrico, era eminentemente práctico en clima tan caluroso.
Davis y Barton se mostraron algo distantes cuando el profesor Fowler los presentó; todavía se sentían desairados y estaban decididos a que su visitante notara sus sentimientos. Pero Henderson estaba tan obviamente interesado en su trabajo que pronto se deshelaron y el profesor les dejó para que ellos le mostraran las excavaciones mientras él iba a supervisar a los nativos.
grandes huellas, mientras Barton derramaba perspex líquido sobre aquellas ya descubiertas, a fin de preservarlas de todo daño, en el plástico transparente. Estaban trabajando un tanto distraídos porque cada uno trataba inconscientemente de oír el sonido del jeep. El profesor Fowler había prometido recogerlos cuando volviera de su visita, porque los otros vehículos se usaban en otras partes, y no les gustaba volver al campamento caminando dos millas bajo ese sol que asaba. —¿Cuánta gente —dijo Barton de golpe— crees que tienen allá? Davis se enderezó.
—A juzgar por los edificios, no más de una docena, más o menos. —Entonces debe ser un asunto privado, de ninguna manera un proyecto A.D.A. —Quizá, pese a que debe tener un respaldo bastante considerable. Por supuesto, Henderson y Barnes pueden obtenerlo simplemente con su reputación. —Ahí es donde llevan ventaja los físicos —dijo Barton—. Sólo tienen que convencer a algún departamento de guerra de que están en la pista de una nueva arma, y entonces obtienen un par de millones sin ningún problema. Hablaba con alguna amargura porque, como la mayoría de los científicos, tenía definidas opiniones sobre este tema. Las opiniones de Barton, en realidad, eran más definidas que lo normal, porque era un cuáquero y se había pasado el último año de la guerra discutiendo con tribunales poco benévolos. La conversación fue interrumpida por el rugido y alboroto del jeep y los dos hombres corrieron para encontrarse con el profesor. —¿Y...? —gritaron simultáneamente.
El profesor Fowler los miró pensativamente, con una expresión que no daba el menor indicio de lo que había en su mente.
—¿Tuvieron un buen día? —dijo finalmente. —¡Vamos, jefe! —protestó Davis—. bígamos qué averiguó. El profesor se bajó del asiento y se sacudió el polvo. —Lo lamento, muchachos —dijo con cierto embarazo—. No puedo decirles nada, absolutamente nada.
Hubo dos unidos gemidos de protesta, pero los apaciguó. —He tenido un día muy interesante, pero tuve que prometer no decir nada al respecto. Incluso ahora no sé qué es lo que pasa, pero es algo bastante revolucionario..., tan revolucionario, quizá, como la energía atómica. Pero el doctor Henderson vendrá mañana de visita; veamos cuánto pueden sacarle a él. Por un momento, tanto Barton como Davis estuvieron tan abrumados por una sensación de incertidumbre, que ninguno habló. Barton fue el primero en recobrarse. —Bueno, ¿seguro que hay una razón para este repentino interés en nuestras actividades?
El profesor pensó en esto por un momento. —Sí, no fue una visita enteramente social —admitió—. Creen que puedo ayudarles. ¡Ahora, no más preguntas, a menos que quieran volverse al campamento caminando! El doctor Henderson llegó a media tarde. Era un hombre robusto, de edad madura, vestido un tanto incongruentemente con una chaqueta de laboratorio de un blanco deslumbrante, y muy poco más. Pese a que el atavío era excéntrico, era eminentemente práctico en clima tan caluroso.
Davis y Barton se mostraron algo distantes cuando el profesor Fowler los presentó; todavía se sentían desairados y estaban decididos a que su visitante notara sus sentimientos. Pero Henderson estaba tan obviamente interesado en su trabajo que pronto se deshelaron y el profesor les dejó para que ellos le mostraran las excavaciones mientras él iba a supervisar a los nativos.