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Fin de semana, 20 a 24 de Octubre

 

Ese jueves habían salido antes del trabajo para comenzar su largo fin de semana en Burdeos. Como la ciudad estaba a unos setecientos kilómetros de Madrid, e iban en la acostumbrada furgoneta de alquiler, habían decidido hacer noche en un pueblo de camino, en el País Vasco. Así que hacia allí se dirigían.

Jose iba conduciendo mientras Laura, que había comprado una mini guía de la ciudad y sus alrededores, iba leyéndola. De vez en cuando, comentaba en alto alguna de las curiosidades con las que se encontraba en su lectura.

—Burdeos es conocida como Puerto de la Luna, por la forma de medialuna que tiene el río Garona a su paso por la ciudad. —Jose le prestaba atención—. Recomiendan un par de salidas por los alrededores. Una es a la Bahía de Arcachón, está como a una hora al oeste de Burdeos, es un pueblo costero muy variopinto, según dicen aquí. —Laura le mostró un par de fotos que aparecían en la guía, él las miró de reojo al tiempo que conducía—. Aquí se puede alquilar un tándem o coger un barquito por la Laguna. ¡Qué romántico! —Laura rio—. Por lo visto, ahí se encuentra la Duna de Pyla, que es la duna de arena más alta de Europa. —Laura le mostró una fotografía que había en la guía con la susodicha duna.

—Tiene buena pinta. —Reconoció.

—La otra salida que recomiendan, es visitar Saint-Emilion. Está a unos cuarenta y cinco minutos de Burdeos. Esta vez hacia el este. Archiconocido por sus bodegas, dicen que es el paraíso para los enamorados del buen vino. Uhmmm. —Laura puso su mirada traviesa.

—Creo que ya has decidido dónde vamos a ir de visita, ¿no? —Jose reía, sabía lo que le gustaba el buen vino a Laura, lo mismo que a él.

—La verdad, es que parece una excursión interesante. Es un bonito pueblo medieval. —Otra vez Laura le mostró alguna foto de las que aparecían en la guía.

Siguió leyendo en silencio investigando el lugar, hasta que encontró algo que le llamó la atención.

—Aquí dice que Saint-Emilion toma su nombre de un monje benedictino del siglo VIII que pasó sus últimos 17 años de vida allí. Llegó huyendo de Bretonia, donde había robado pan para dárselo a los pobres. El duque de la región acabó sorprendiéndolo, pero cuando le pidió que le mostrara lo que había robado, milagrosamente el pan se transformó en leña. Supongo que es una vieja leyenda. —Hizo una pausa revisando la información que le ofrecía la guía—. Se estableció en una ermita excavada en la roca, y los monjes que lo siguieron fueron quienes comenzaron con la producción comercial de vino en la zona, lo que trajo prosperidad al lugar. Parece que esta ermita sigue existiendo y se puede visitar.

Laura dejó la guía en la guantera, se había cansado de leer.

—¿Paramos a tomar algo? —Propuso Jose, ya era la hora de cenar y empezaba a tener hambre.

—De acuerdo.

Se detuvieron en el primer bar que encontraron en la carretera, donde comieron un tentempié rápidamente para continuar el viaje. Aún les quedaban, por lo menos, un par de horas para llegar.

Esta vez fue Laura la que se puso al volante, y Jose tardó menos de media hora en quedarse profundamente dormido en el asiento del copiloto. Ella lo miró con cariño, sabía lo cansado que estaba últimamente, entre los casos que llevaba su equipo en los cuales él solía participar activamente, todo el papeleo que conllevaba su puesto, y encima la investigación que estaban llevando a cabo, dormía bastante poco. Esperaba que este fin de semana les sirviera para relajarse, divertirse y descansar, que falta les hacía a ambos.

 

 

En cuanto llegaron a Burdeos, fueron a registrarse al hotel. Habían reservado una habitación en una bonita hostería dentro de la ciudad, no muy lejos del centro. También habían alquilado una plaza de aparcamiento para poder dejar la furgoneta sin tener que preocuparse por ella.

Después de dejar las cosas en la habitación, salieron a dar una vuelta por el centro, y de paso, comer algo.

Lo primero que hicieron fue entrar en una oficina de turismo donde se agenciaron un plano de la ciudad.

Posteriormente, entraron en una cadena típica de restaurantes francesa de la que habían leído en un blog. En dicho restaurante no había carta, ponían a todo el mundo la misma comida, cosa que les pareció muy curioso a ambos. Así que sin rechistar, comenzaron por la ensalada que les dejaron encima de la mesa, y continuaron, con unos filetes de entrecot acompañados por una salsa que les pareció exquisita. Según habían leído, era la receta secreta de la casa, y aunque Jose intentó averiguar los ingredientes de la misma, saboreando concienzudamente la salsa, hubo alguno que no logró identificar.

Después de la comida, comenzaron la visita por la Plaza de Quinconces, a la que llegaron caminando por la orilla del río.

—Es una de las plazas más grandes de Europa y la más grande de Francia. —Laura iba informando a Jose de lo que leía en la guía y le parecía interesante—. Aquí se organizan numerosos eventos, como carnavales o la fiesta del jamón.

—¿La fiesta del jamón? —Preguntó Jose extrañado.

—Eso pone aquí, pero no especifica a qué se refiere. Aquí es típico el Jamón de Bayona, supongo que se referirán a él. —Laura se encogió de hombros y siguió leyendo—. Los árboles fueron plantados dispuestos en quincunces, de aquí el nombre de la plaza. —Jose se giró al oír la última frase.

—¿Quincun… qué?

—Se refiere a la figura del número cinco del dado, según dice aquí. Estas dos columnas rostrales que parecen sendos faros, miden 21 metros. Una simboliza el comercio y otra la navegación. —Se encontraban situados entre dos columnas en un lateral de la plaza. Siguieron andando, atravesando la explanada, hasta que se encontraron situados al lado de una gran fuente, decorada con caballos y tropas de bronce, en el centro una gran columna con una estatua en su cima representando la libertad—. Y éste es el monumento en memoria de los girondinos que cayeron en la Revolución francesa. —Laura sacó la cámara del bolso y echó algunas fotos a la fuente desde diferentes ángulos. Se toparon con otros turistas a los que les pidieron que les fotografiaran juntos.

Continuaron hacia el Grand Théatre, sede de la actual Ópera Nacional de Burdeos y del Ballet Nacional de Burdeos, que según leyó Laura en la guía, fue encargado por Richeliue. Admiraron el enorme edificio con doce columnas en su pórtico, y encima de ellas, en una planta superior, doce estatuas representando las nueve musas y las diosas Juno, Venus y Minerva.

Llegaron a la Place de la Bourse donde se encuentra el edificio de la Bolsa y el Espejo del Agua, símbolo de la ciudad. Se quedaron impresionados del reflejo de los edificios sobre el agua, parecía realmente un espejo. Laura aprovechó para hacer varias fotos del lugar, que como estaba anocheciendo, era impresionante.

—El Espejo de Agua son unas fuentes que echan vapor de agua desde el suelo, haciendo que los edificios de la plaza se reflejen en la húmeda superficie. Esta espectacular obra alterna efectos extraordinarios de espejo y niebla. —Laura seguía informándole de lo que leía en la guía—. La verdad, es que cuando las fuentes echan vapor de agua, me recuerda al Londres que aparece en muchas películas. —Dijo y continuó revisando la guía—. En el centro de la plaza se encuentra la Fuente de las Tres Gracias, que representa a tres hijas de Zeus, Aglaé, Thalie y Eufrosina. Está diseñada por Visconti, el mismo que creó el hotel de los Inválidos de París.

Laura seguía tirando fotos a los edificios que veía, a los detalles que le llamaban la atención, a todo, pensaba Jose, que ya estaba cansado de posar, y eso que acababan de empezar el largo fin de semana de turismo.

Como ya se les había hecho de noche, decidieron ir a la Rue Sainte Catherine, una calle repleta de tiendas y restaurantes donde estuvieron paseando cogidos de la mano, disfrutando de todo lo que veían a su alrededor. Aprovecharon para cenar algo ligero en una de sus múltiples cafeterías.

—La calle de Santa Catalina es la calle peatonal comercial más larga de Europa. —Laura leyó la información mientras se tomaba su sándwich vegetal—. Conecta dos de los puntos más importantes de la ciudad, la Plaza de la Comedia y la Plaza de la Victoria. —Jose asentía, pero ya no le prestaba atención, estaba saturado de tanta información.

Más tarde, dando un paseo, llegaron al puente de piedra, lleno de arcos entre los cuales se podían observar unos medallones. Iluminado era una preciosa postal, pensó Laura mientras le hacía una foto. Caminaron por él, y se detuvieron a contemplar las bonitas vistas. Jose se puso detrás de Laura y la abrazó, así se mantuvieron un rato mientras disfrutaban de lo que tenían a su alrededor, el río iluminado, la plaza de la Bolsa, la de Quinconces, la puerta de Cailahu y las bonitas fachadas de los edificios que recorren las orillas del río Garona.

 

 

Laura se despertó sobresaltada y sudando, había tenido otra pesadilla. Jose, a su lado, dormía plácidamente, podía oír su suave respiración. Ella sabía que no se iba a volver a dormir, se sentía demasiado turbada, así que cogió unas mallas, una camiseta, un forro polar y sus zapatillas de correr, y se fue al baño a cambiarse para no despertar a Jose. Había metido su equipación para correr en su maleta, pensaba que lo más probable es que no la necesitara, pero aun así, decidió meterla a última hora por si acaso. Siempre que se sentía intranquila, salía a correr, le relajaba, y menos mal que lo había hecho, se dijo.

Empezó a correr sin ir en una dirección concreta, no conocía la ciudad, así que le daba un poco igual dónde dirigirse. Acabó llegando a la orilla del río Garona, por lo que siguió su curso. Dejó a su derecha el río y los árboles que había en su orilla, y corrió por la acera, disfrutando del frío aire en la cara y de la ciudad.

Cuando regresó a la habitación, Jose se estaba duchando, se oía el agua de la ducha y a él tarareando alguna melodía que no supo reconocer. Se dirigió al baño quitándose la ropa y tirándola al suelo en el camino. El baño estaba lleno del vaho que producía el agua caliente, abrió la puerta de la mampara de la ducha y entró. Jose estaba debajo del agua de espaldas a ella, en cuanto la sintió se dio la vuelta. La contempló unos segundos, llevaba el flequillo algo húmedo del sudor y las mejillas coloreadas por el aire o por el esfuerzo de la carrera, se la veía tan hermosa, pensó mientras se acercaba a ella ya excitado, la empujó suavemente contra la pared y empezó a besarla, ella se apretó contra él y se dejó llevar.

Cuando bajaron a desayunar, la sala estaba prácticamente vacía, únicamente con un par de mesas ocupadas en un lateral, al lado de las ventanas que daban a un precioso jardín. Supusieron que todavía era temprano y que el resto de huéspedes estarían aun durmiendo o preparándose para bajar.

Se acercaron al bufé y rellenaron un par de platos, uno con dulces de la zona y otro con diferentes frutas. Cogieron un par de cafés con leche y se sentaron a compartir toda la comida con la que habían cargado los platos.

—¿Cuál es el plan de hoy? —Preguntó Jose después de dar un sorbo a su café y echar de menos el que hacía la cafetera de casa.

—He pensado que podemos ir a visitar el pueblo de los vinos. —Laura sonrió al ver la cara de alivio que había puesto Jose, seguramente se imaginaba todo el día de tiendas en el mercadillo de antigüedades—. Al mercadillo podemos ir mañana domingo, aunque sólo abren por la mañana. —Se encogió de hombros al ver la mirada extrañada de Jose—. Hemos venido a pasarlo bien y desconectar, no te voy a tener todo el día en busca del mueble perfecto.

—Me alegra saberlo. —Jose estaba saboreando los ricos bollos que habían cogido, estaban exquisitos—. Tenemos que llevarnos pasteles de este tipo a casa, están muy buenos. —Laura asintió, le hizo gracia mirar al plato y ver que ya no quedaba más que uno, se los había comido todos.

—Quizás allí pueda probarlos yo. —Le sacó la lengua.

—Ya sabes, el sexo me da hambre.

—¿Y qué es lo que no te da hambre? —A Jose se le escapó una sonora carcajada, sabía que ella tenía toda la razón.

Cuando terminaron de desayunar, fueron al aparcamiento a por la furgoneta para ponerse en camino a Saint-Emilion.

Iban despacio, relajados, disfrutando de los viñedos que aparecían en los laterales de la calzada, agradecidos por el escaso tráfico que había a esas horas y haciendo alguna que otra parada para echar fotos al maravilloso paisaje que les rodeaba. Laura iba con el mapa de carreteras que les habían dado el día anterior en el punto de información, indicando a Jose las desviaciones que tenía que coger.

Cuando llegaron al pueblo, aún no eran ni las diez de la mañana. Dejaron la furgoneta en una de las calles empedradas, en el primer sitio que encontraron. Dieron una vuelta por sus calles estrechas hasta encontrar el punto de información, guiándose con el GPS del teléfono. Allí recibieron un mapa e indicaciones de lo más interesante qué ver.

Lo primero que fueron a visitar, fue la plaza donde está situada la curiosa iglesia monolítica con su espectacular torre. Comprobaron que, efectivamente, estaba excavada en la ladera de la colina, y como ya sabían por lo que habían leído en la guía, era el lugar donde se había establecido el monje Saint Emilion. A ambos les pareció un lugar digno de contemplar.

Subieron a visitar la torre del castillo del rey, de estilo románico, visible desde todo el pueblo, tal y cómo les habían recomendado. Callejearon por las calles peatonales, empinadas y empedradas, con hermosos edificios de piedra, con tiendas y cafeterías. El lugar parecía sacado de un cuento, pensaba Laura mientras disfrutaba de las bonitas callejuelas.

Pararon a descansar y tomar algo en uno de los bares con los que se toparon. Laura revisaba las fotos que había hecho borrando las que no le gustaban. Jose, a su lado, disfrutaba de una cerveza de la zona y estudiaba el plano de la villa.

—No es muy grande. —Laura levantó la mirada y dejó la cámara a un lado para prestarle atención.

—No. Supongo que aparte de lo bonito que es el pueblo, lo interesante sería visitar un chateaux, disfrutar de sus viñedos y quizás comprar alguna botella de vino. —En el punto de información en el que habían estado, les habían dado un folleto con el horario de visitas de algunos de los viñedos situados en los alrededores—. He leído en la guía que hay una jornada de puertas abiertas, de forma que los puedes visitar gratuitamente, pero no es hoy. —Laura suspiró.

—¿A dónde vamos ahora, entonces?

—Podemos dar otra vuelta, aún no hemos visto esto. —Laura señaló una zona del plano por la que no habían paseado—. Si quieres, podemos ver qué hay fuera del casco histórico. He leído que entre los viñedos se pueden encontrar restos de murallas de un monasterio dominico que fue destruido en la guerra de los cien años.

—De acuerdo, pues pongámonos en marcha, si te parece. —Ambos se habían bebido sus consumiciones, así que se levantaron y continuaron con la ruta turística.

Después de dar algunas vueltas más por el lugar, y comer en un pequeño restaurante, se acercaron a una de las bodegas que les habían recomendado, donde un guía les acompañó por el interior, enseñándoles cómo trabajaban allí la uva para obtener el vino que producían.

—En esta bodega nos sentimos orgullos de tener el sello Premier Grand Cru Classe A, —les iba explicando el guía— sello de máxima calidad. En Saint-Emilion se concentran el 6% de los viñedos de Burdeos y se recogen las siguientes variedades de uva, Merlot, Cabernet Franc o Bouchet y Cabernet Sauvignon. La composición del suelo, piedra caliza con arcillas, arena de feldespato y grava, y el clima, convierten a esta región en un lugar perfecto para la maduración de la vid y la producción de vinos.

Laura y Jose se apartaron un poco del grupo, estaban agotados de tantas explicaciones y tantos datos, así que se centraron en observar la bodega en sí. Donde se encontraban, había diferentes tipos de prensas, así que se pusieron a examinarlas e intentar comprender su funcionamiento con la información que les había dado el guía y los carteles explicativos.

Cuando el grupo continuó hacia otra sala, ellos los siguieron, atravesando una gran zona llena de toneles. Aparecieron en una habitación con varias mesas, en las cuales había dispuestas algunas copas. El guía, en ese momento, les estaba indicando que iban a realizar una cata de algunos de los vinos de la bodega, los cuales posteriormente podrían comprar si lo deseaban. Mientras hablaba, los turistas se iban dividiendo entre las diferentes mesas.

Saborearon un par de vinos tintos que les supieron a gloria, por lo que después de agradecer la visita al guía y despedirse, se acercaron a la tienda para comprar un par de botellas que llevar a casa.

—¿Nos volvemos a Burdeos? —Laura estaba ya cansada del día de visitas.

Jose asintió y la cogió de la mano. —Anda, vamos, que ya no me aguantas nada—. Ella puso los ojos en blanco y le sonrió con ironía.

Mientras se dirigían de regreso, el sol se estaba poniendo, lo que creaba un bonito juego de colores anaranjados. Pudieron disfrutar de los viñedos del camino con una luz espectacular.

Después de dejar la furgoneta en la plaza que habían alquilado, fueron a dar una vuelta por la ciudad. Se acercaron al barrio de San Pedro, pasearon por sus pintorescas calles y disfrutaron del ambiente de los bares y restaurantes de la zona.

Entraron a la Puerta Cailhau, la cual antiguamente formaba parte de las murallas de la ciudad. En su interior, pudieron ver la exposición de herramientas y materiales que se utilizaron para construir la ciudad, aunque tuvieron que darse prisa porque, cuando llegaron, estaban a punto de cerrar. Antes de salir, pudieron disfrutar de una bonita perspectiva del río Garona.

Ya fuera, admiraron la Puerta completamente iluminada, con sus almenas y sus techos puntiagudos, ambos pensaron que era una bonita construcción

En la guía, les recomendaban un bar de vinos con mucho encanto cerca de donde se encontraban, así que hacia allí se dirigieron, a catar esos deliciosos caldos acompañados de una tabla de embutidos, y probar el fantástico jamón de Bayona.

 

 

Por la mañana se dirigieron al Passage St. Michel, situado al lado de la Basílica con el mismo nombre. Empezaba el día de compras para Laura, se la veía pletórica.

—Es una exposición de más de 1.600 m2, situada en un edificio del siglo XIX, que antiguamente era un maduradero de plátanos. —En cuanto llegaron, Laura le empezó a contar a Jose sus indagaciones sobre el lugar en el que se encontraban, lo había investigado en Internet y algunos colegas le habían hablado de este impresionante mercado de antigüedades, aunque ella nunca había estado allí hasta ese momento—. Aquí los comerciantes venden sus antigüedades y objetos vintage.

En cuanto entraron en la nave, Jose se conmovió por la emoción que ella experimentaba, le sorprendía todo ese entusiasmo en cualquier mercadillo de ese tipo. Pasearon entre diferentes puestos mientras ella le iba comentando algunos de los muebles con los que se topaban.

—Mira, esto es una mesa que se hace bandeja. —Le dijo mientras le mostraba una mesa ovalada donde los laterales del óvalo se levantaban formando un ángulo de noventa grados, convirtiendo la mesa en una bandeja rectangular—. Es inglesa.

Se acercó a otro puesto donde estuvo observando y tocando diferentes objetos decorativos, como teléfonos, lámparas, espejos, todo parecía llamarle la atención.

—Mira, esto es un viejo pupitre. Aún se pueden ver las marcas y lo que escribían los estudiantes en él. —Jose lo observó, le recordaba a los que aparecían en las películas en blanco y negro—. Fíjate, aquí hay una fecha, octubre del 56. —También se veían marcados diferentes nombres y algún que otro corazón—. Me encantan estos objetos que guardan tantas historias. Si hablasen, todo lo que nos podrían contar.

Laura paró en otro puesto para observar algunos platos sueltos de diferentes vajillas.

—Esta vajilla es de porcelana. —Jose observó la delicadeza de los dibujos, y las líneas doradas que eran de oro, tal y cómo le indicaba Laura. Ella dio la vuelta al plato que tenía en sus manos y le mostró un sello—. Éste es el emblema y nombre del fabricante, es de la marca Wedgwood, inglesa.

Al lado de los platos, se encontraron con una bonita mesa baja. —Es una bandeja de metal, pintada a mano, con patas. Es preciosa.

Ya habían dado una vuelta y revisado un sinfín de muebles. Laura ya tenía lo que quería comprar en la cabeza, así que se dirigieron a los diferentes puestos donde habían estado, a comprar los objetos elegidos, si todavía no se los había llevado nadie. Regateó por todos ellos y obtuvo descuentos de entre un diez y un veinte por ciento en casi todo lo que se llevó, Jose estaba fascinado con su facilidad en el regateo, más de un tendero le dijo que era una mujer muy dura y convincente, a lo que él no pudo más que asentir, porque pensaba que no se equivocaban.

Compraron la mesa que se convertía en bandeja, una cómoda barrigona con varios cajones que Laura pensaba que la podría convertir en un precioso mueble, Jose sabía que seguramente tenía razón, pero el aspecto actual no era demasiado halagüeño, por lo que él no le veía el potencial. También compró la preciosa bandeja de metal con patas, esa dijo que sólo tendría que limpiarla, que estaba en perfectas condiciones. Se llevó un caballito de madera, un antiguo balancín, que según les dijo el vendedor, había pertenecido a uno de los vinateros más importantes de Burdeos. Consiguió algunos objetos de decoración, tales como bomboneras de cristal tallado, preciosos marcos de madera muy trabajada y un buen lote de damajuanas. Después de eso, dio por finalizada la mañana de compras, para alivio de Jose.

—¿Por qué has comprado tantas vasijas? —Laura se había llevado una buena cantidad de garrafas esféricas de vidrio, con el cristal en diferentes tonos.

—Se llaman damajuanas. Están muy de moda. La gente las compra como floreros o como meros objetos decorativos. Éstas en particular tenían unos tonos preciosos. En cuanto las limpie se venderán en un abrir y cerrar de ojos. —Se acercó a Jose y le dio un beso en la mejilla—. Hay una curiosa historia del origen del nombre de damajuana. Dicen que proviene del francés dame-jeanne, haciendo referencia a Juana I de Nápoles. Por lo visto, la reina, para refugiarse de una tormenta, entró en el taller de un maestro vidriero que le explicó cómo se fabricaban las botellas. La reina, al intentar hacer una, sopló con tanta fuerza que hizo una botella enorme, muy por encima de la capacidad habitual. A partir de ese momento, las botellas creadas de ese tamaño se denominaron damajuanas. —Se encogió de hombros—. Una bonita historia, ¿no crees? —Jose se preguntaba cómo sabría esas cosas.

De camino a la Catedral de San Andrés, pasaron por delante de una pastelería, donde Jose se dio cuenta de que tenían los bollos que tanto le gustaban para desayunar. Así que, sin dudarlo, entró para preguntar por ellos.

—Es canelé, una de las especialidades culinarias de Burdeos, llevan ron y vainilla. —Compraron algunas cajas para ellos y para regalar. A la pastelera le cayeron en gracia y les dio un bollo para probar a cada uno. Salieron de la tienda chupándose los dedos, estaban aún mejor que los que desayunaban en el hotel.

Gracias al impecable francés de Jose, esos días se habían entendido perfectamente con la gente local. Jose había estado viviendo en Francia algún tiempo, cuando estuvo trabajando de guardaespaldas, por lo que dominaba el idioma a la perfección. Al contrario que Laura, que sólo sabía decir un par de frases aprendidas en sus viajes, lo justo para desenvolverse con soltura en los regateos de los zocos.

Entraron en un restaurante en el que servían comida típica de la zona. Aconsejados por el camarero que les había atendido, pidieron un poco de todas las especialidades recomendadas, foie gras, magret de pato, caracoles y setas, acompañado todo ello por un vino de Burdeos.

Cuando llegaron a la catedral, continuando con su visita a la ciudad, pasaron a su interior donde admiraron la belleza de sus vidrieras. Subieron a su torre, la cual no estaba en la misma catedral, sino al lado. Desde allí pudieron contemplar unas preciosas vistas de la ciudad y hacer unas cuantas fotos para el recuerdo.

 

 

El sol había desaparecido hacía ya un par de horas cuando dejaron atrás el cartel que les indicaba que habían entrado en la Comunidad de Madrid, sorprendentemente apenas había tráfico.

Laura iba conduciendo muy pensativa, ideando su siguiente paso en la investigación. Jose, a su lado, estaba revisando y contestando correos electrónicos de la oficina desde la tableta.

—Voy a ir a hablar con Marcel. —Laura lo dijo en alto, ni si quiera había sido consciente de ello, se estaba convenciendo a sí misma, porque no estaba segura de que fuera una buena idea. Se dio cuenta de su error al notar el brusco movimiento de Jose en su asiento.

—¿Perdona? —Jose esperaba no haberlo entendido bien.

—Decía, que estaba pensando en ir a hablar con Marcel. —Laura ya no pudo negar lo que acababa de decir.

—No puedes ir a interrogar a un sospechoso de asesinato. Es una locura. —Jose iba pensando que ya volvía a hacer estupideces en una investigación, parecía que no tenía miedo a morir.

—Según la policía, es un mero chantajista. Quizás le saque algo de información que nos resulte de utilidad. —Laura vio la cara que había puesto Jose, vaticinaba tormenta.

—¿Mero chantajista? ¿Crees que por ser sólo un chantajista es insignificante? Además, ni tú ni yo estamos conformes, ¿verdad?, aún le mantenemos en la lista de sospechosos. Y, qué te va a decir a ti que no le haya dicho ya a la policía. —Hizo una pequeña pausa para tranquilizarse, se estaba dando cuenta de que estaba elevando el tono de voz. Laura aprovechó para persuadirle.

—Bueno, eso no es así. Quizás a mí me cuenta algo más. Hay más confianza. Nos conocemos del trabajo. —Laura sabía que era una vaga excusa.

—Que os conocéis del trabajo. —Jose soltó una carcajada—. Esa sí que es buena. Por lo que me has contado, habéis tratado un par de veces, y por si fuera poco, dejó de ocuparse de ti hace tiempo. —Laura le había explicado a Jose, que Marcel ya no quería peinarla porque no le dejaba tocar su pelo, por lo que la había traspasado a Marisa. Había sido una anécdota tan ridícula, que tuvo gracia cuando se lo contó. Ahora se arrepentía de habérselo dicho.

—Quizás no tenemos mucha confianza, pero estoy segura de que es más de la que tiene con la policía. —Seguía insistiendo, no tenía claro a quién quería convencer, si a Jose o a sí misma.

—No podemos volver a las andadas.

—¿Qué significa eso? —A Laura esa última frase le había golpeado en la boca del estómago. Si se estaba intentando convencer, Jose lo acababa de hacer, quién se creía que era para decirle con quién hablar o con quién no.

—Sabes perfectamente qué significa eso. No eres policía, y no puedes comportarte como tal.

Ambos dieron la conversación por zanjada, haciéndose un tenso silencio en el interior de la furgoneta. Los dos pensaron irónicamente que era un gran broche final para un viaje que estaba siendo estupendo, hasta ese momento.

Asesinato en antena
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