Prólogo
Lunes, 26 de Diciembre
Al despertar, lo primero que notó fue un fuerte dolor de cabeza. Al intentar mover la mano para tocar el golpe recibido, sintió otro intenso dolor, pero esta vez en las muñecas, las tenía firmemente atadas. Cuando abrió los ojos e intentó incorporarse, todo le daba vueltas.
Laura intentó analizar la situación. Alguien le había dado un fuerte golpe en la cabeza que le hacía sentir un dolor espantoso, esperaba que no fuera nada grave. Estaba medio tumbada en una cama que no reconocía. Sus manos, atadas a la espalda. Se encontraba apoyada sobre uno de sus brazos, por lo que lo tenía completamente dormido. Al mover sus piernas comprobó que las tenía atadas a la altura de los tobillos. Las ataduras eran fuertes y estaban muy apretadas, cualquier leve movimiento le hacía sentir un dolor agudo. Pero lo peor de todo, era que estaba amordazada, tenía un pañuelo o un trozo de tela, no lo sabía con exactitud, introducido en la boca, lo que hacía que respirase con dificultad. Sentía que se ahogaba.
En cuanto se hubo acostumbrado a la poca luz de la habitación, echó un vistazo, le costó unos segundos reconocerla. El baño del que había salido un rato antes, no podía saber cuánto antes, puesto que desconocía el tiempo que había estado inconsciente, quedaba a su izquierda. La puerta, en ese momento, estaba cerrada, no sabía si había alguien allí, intentó aguzar el oído, pero no distinguió ningún sonido.
En la mesilla izquierda, una lamparita y la foto que había estado observando en el momento en que recibió el golpe en la cabeza, pero con la diferencia que ahora el cristal estaba partido en varios trozos, supuso que se habría roto en la caída, ya que en ese momento lo tenía entre sus manos.
En el otro lateral, había una mesilla gemela con la misma lamparita que en la otra, y un poco más allá, una cristalera con las cortinas prácticamente cerradas, sólo había una pequeña rendija entre ellas que mostraba la oscuridad de la noche. En frente de la cama, una gran cómoda y un espejo encima de ella, demasiado alto para que pudiera ver algún reflejo en él.
Intentó sentarse sobre la cama, pensó que quizás así podría respirar un poco mejor. Pero, aunque después de un gran esfuerzo lo consiguió, también logró que su dolor de cabeza fuera en aumento y se mareara levemente. Ahora no te desmayes, no es el momento, se dijo.
Apoyó las manos sobre la almohada y notó una sustancia viscosa, seguramente era sangre por el golpe recibido en la cabeza, pensó.
Tenía que estudiar la situación. Estaba completamente indefensa, sus pies y manos no le responderían. No sabía qué hacer. Se dijo a sí misma que no tenía que perder la calma.
Respiró profundamente e intentó relajar los músculos de sus brazos, a ver si conseguía que las cuerdas quedaran un poco sueltas, pero no parecía posible, estaban demasiado apretadas.
Miró en derredor a ver si veía algún objeto cortante con el que poder cortarlas, pero no vio nada, hasta que volvió a fijarse en la foto. Esperaba que los cristales rotos le sirvieran.
Se acercó a la mesilla, moviéndose lentamente sobre la cama, arrastrando el cuerpo, sentada, con pequeños movimientos que hacían que le dolieran la cabeza, las muñecas y los tobillos de una forma terrible, pero ella respiraba todo lo hondo que le permitía la mordaza para aguantar el dolor.
Cuando ya estaba muy cerca de la mesilla y empezaba a pensar que podría coger el marco con el cristal roto, se abrió la puerta.