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Martes, 15 de Noviembre

 

Cuando llegó a la oficina, sintió que la gente la miraba de forma extraña a la vez que le sonreía, supuso que eran imaginaciones suyas, así que siguió andando sin prestar atención hasta llegar a su mesa. Entonces entendió por qué la gente actuaba de esa forma. Encima de la mesa había colocado un precioso ramo de flores, con rosas, lirios y un follaje verde rellenando el ramo. Era precioso, pensó Laura. Instantáneamente se le puso una sonrisa tonta en la cara, supuso que Jose había tenido ese detalle, aunque no entendía por qué. Intentó comprobar mentalmente si era un día especial, pero no recordó ningún aniversario, ni era su cumpleaños, ni nada. Pensó que era un cielo y que no necesitaba ningún motivo.

Cogió la tarjeta colocada entre las flores, donde con una bonita letra cursiva había escrito “Siempre tuyo”. La frase le pareció un poco cursi, no era del estilo de Jose. Tampoco había firma, eso le puso un poco nerviosa, quizás después de todo, no era un regalo suyo. Primero metería las flores en un jarrón con agua y luego lo llamaría para cerciorarse.

Se acercó al despacho de Tanya, que todavía no había sido asignado a nadie. No sabía qué pensar, quizás estaban esperando a que volviera, o quizás, estaban eligiendo todavía a una persona que lo ocupara. Fue directa al pequeño armarito que había detrás del asiento, sabía que ella guardaba un jarrón ahí, en el que a veces colocaba los ramos que le regalaba su marido, cuando no acababan en la papelera, que era lo más habitual. Laura sintió nostalgia al recordar esos momentos, todo era diferente entonces.

Con el jarrón en la mano, se dirigió a la sala de descanso donde algunos compañeros le hicieron bromas sobre las flores, que ella ignoró con una sonrisa atontada. Rellenó el florero con agua del grifo y volvió a su sitio para colocar el ramo.

Cuando levantó las flores para introducirlas en el jarrón, se dio cuenta de que al lado había un paquete envuelto en un bonito papel de regalo, con una lazada. Seguía sin poder creerse tanta galantería por parte de Jose, o al menos esperaba que fuese de él.

Abrió con cuidado el envoltorio y comprobó que en su interior había una caja de bombones que introdujo en su bolso.

Se dirigió al despacho de Alberto y golpeó suavemente un par de veces la puerta a la espera de contestación.

—Adelante. —Escuchó que decía éste desde el otro lado, su voz sonaba apremiante, supuso que como siempre estaría muy liado. Se asomó por la puerta y se quedó un par de segundos mirándolo, sintiendo lástima por él, por la muerte de su mujer y por el trato que le había dispensado Blair. Viéndolo, cualquiera lo diría, parecía una persona de buen talante y su carrera se encontraba en un buen punto, o al menos, eso era lo que pensaba ella. ¿Habría sido capaz de asesinar a Lorenzo Blair?, se preguntaba Laura. Desde luego, ella no lo creía, pero tampoco lo creía del resto de sus compañeros.

—Alberto, tengo que irme.

—¿Ha pasado algo? —Alberto se dio cuenta de que Laura estaba nerviosa, le temblaba la voz.

—Me ha llamado mi madre, mi padre está en urgencias. —Mintió.

—Ok, no te preocupes, ¿sabes qué ha pasado? —Laura negó con la cabeza. Él le hizo un gesto con la mano para indicarle que se fuera ya.

Dentro del coche, apoyada en el volante, con el bolso en el asiento del copiloto, respiró hondo tres veces para tranquilizarse. Cuando se sintió más relajada, puso el coche en marcha y salió de allí, entonces llamó a Jose.

—¿Me has enviado un ramo de flores y unos bombones al trabajo? —Ni siquiera le dejó saludar, estaba histérica.

—¿Alguien te ha enviado un ramo de flores? —Jose sonó celoso. La contestación era la que Laura se imaginaba, no había sido él.

—Sí. Pero eso no es lo importante. La tarjeta venía sin firma y los bombones son como los que encontramos en casa de Marcel. —Jose al otro lado se tensó en la silla de su despacho.

—¿Dónde estás ahora?

—En el coche, de camino a tu comisaría.

—¿Llevas los bombones?

—Sí.

—Mejor vete al Instituto Anatómico Forense, ¿sabes la dirección, verdad?

—Sí, claro. —Laura había ido en un par de ocasiones a recoger allí a Jose.

—Pregunta por el doctor Torres. Es el forense que está llevando el caso de Blair. Muéstrale los bombones.

—De acuerdo.

—Yo salgo ahora mismo para allá. Quizás llegue antes que tú. —Jose colgó.

Laura se dirigió hacia el Anatómico Forense, tal y como le había dicho Jose. Esperaba que no hubiera mucho tráfico en el centro, aunque lo dudaba, en esos momentos tenía los nervios a flor de piel y no creía ser capaz de soportar los embotellamientos diarios.

Estaba convencida de que los bombones estaban envenenados, lo cual significaba que el asesino pensaba que se estaban acercando demasiado, pero ¿a qué se estaban acercando?

Cuando se quiso dar cuenta, ya había llegado, ni si quiera se había percatado si había habido o no atascos, tan ensimismada que iba en sus pensamientos. Dejó el coche en el primer aparcamiento que encontró y fue a toda prisa hacia el edificio, sorteando al gentío con destreza.

Cuando llegó, Jose ya la estaba esperando en la puerta principal, la abrazó y le dio un tierno beso en el pelo. Con cuidado, la apartó y la miró a los ojos.

—¿Estás bien? —Ella asintió un poco abrumada por la preocupación que acababa de demostrarle.

—Sí. —Sacó del bolso la caja de bombones y se la enseñó a Jose.

—No hay duda. Es la misma marca que la que había en casa de Marcel. —Jose la recordaba perfectamente por la cantidad de veces que había revisado las fotografías que había sacado en el apartamento, intentando encontrar alguna pista en ellas.

Laura volvió a guardar la caja en el bolso. Jose la cogió de la mano y entraron. Después de atravesar el control, se dirigieron directamente hacia las salas de autopsias donde esperaban encontrarse con el doctor Torres, Jose lo había llamado de camino, para avisarle de su visita. Laura a su lado, iba prácticamente corriendo para poder mantener el paso.

—¿Tienes la tarjeta? —Acababan de entrar en el ascensor. A Laura le costó unos segundos saber de qué estaba hablando y recordó donde la había dejado.

—No, debe de seguir en el ramo, encima de mi mesa. —Jose asintió—. No sé si te dará alguna pista, está impresa, no fue escrita a mano, y mis huellas deben de estar por todas partes. —Jose pensó que también podrían estar las del asesino, aunque lo dudaba. Quizás encontraran algún resto o partícula que les diera alguna pista sobre el origen del ramo.

Salieron del ascensor y continuaron por un largo corredor hasta que llegaron a la sala que Jose estaba buscando. Él entró directamente, pero Laura no atravesó las puertas detrás, había sentido un olor muy fuerte que le había producido arcadas, así que prefirió esperar fuera.

Jose se encontró al doctor Torres realizando una autopsia, él al oír entrar al intruso levantó la cabeza de su labor para comprobar quién era, no solía ser interrumpido en sus exámenes anatómicos, no a mucha gente le agradaba ver una autopsia a cuerpo abierto. Cuando vio que era Jose, le sonrió, era de los pocos que no parecían estar afectados con este tipo de intervenciones.

—Hombre Jose, qué rápido has llegado.

—Hola Jesús, he venido por algo personal. —Cuando se lo fue a explicar, se dio cuenta de que Laura no estaba con él, se había quedado al otro lado de puerta, su cabeza asomaba por el cristal y parecía decirle con la mirada que no entraba ahí ni loca—. ¿Podemos hablar fuera? —Ladeó la cabeza señalando a Laura.

—Por supuesto, dame cinco minutos. —Jose asintió y salió al pasillo con Laura.

—Perdona, pero es que el olor me ha provocado náuseas.

—Se me olvida que no estás acostumbrada. Para mí es el pan de cada día, por desgracia. —La agarró por la cintura mientras esperaban, y ella por fin se relajó.

Unos minutos después, Jesús salía de la sala de autopsias totalmente recompuesto. Llevaba una limpia bata blanca, no como la que llevaba unos segundos antes manchada de salpicaduras de sangre, tampoco llevaba sus guantes de látex y se había quitado el gorro de la cabeza, no parecía que hubiera estado seccionando un cadáver.

—Hola Jesús, te presento a Laura mi novia. —Jesús levantó la mano para estrechársela a Laura—. Él es el doctor Torres, uno de los mejores jugadores de mus que conozco. —Dijo bromeando—. Y también uno de los mejores médicos forenses de España. —Jesús hizo un gesto con la mano quitando importancia a lo que acababa de decir.

—Ya tenía ganas de conocerte. Quería conocer a la chica que hizo que Jose se perdiera el último torneo de mus. —A Laura le cayó bien de inmediato—. Venid, vamos a mi despacho y me contáis qué es eso que os trae hasta aquí con tanta urgencia.

Después de andar por un par de pasillos, llegaron a una zona de despachos. Jesús se adelantó y abrió una de las puertas, apartándose para permitirles pasar. Laura se sorprendió, esperaba un lugar tan aséptico como lo que hasta ahora había visto, pero lo que se encontró le cautivó. El despacho estaba lleno de librerías donde había diferentes enciclopedias de medicina, la mesa era un clásico mueble de nogal de gran calidad, preciosos óleos colgados en las paredes y algunas fotografías de la familia encima de la robusta mesa, era un lugar muy acogedor. Jesús se sentó en su silla y ellos tomaron asiento enfrente de él, en dos sillones estilo Chester que a Laura le parecieron muy apropiados para completar la decoración de la habitación.

Jose le detalló el motivo de su visita en menos de dos minutos.

—Así que pensáis que los bombones están envenenados. —Ambos asentían—. Supongo que es muy probable, porque la caja parece la misma. Dejadme que lo compruebe en el laboratorio. —El doctor Torres era el encargado del caso, por lo que además de la autopsia de Blair, se había ocupado de la de Marcel.

Tocó un timbre en el teléfono y al momento apareció por la puerta un joven alto y delgaducho, con unas finas gafas algo torcidas y una bata blanca que le quedaba algo grande.

—Por favor, lleva a analizar estos bombones al laboratorio. Comprueba si contienen cianuro. Quiero los resultados en una hora en mi mesa.

—Pero… —El chico se iba a quejar de la urgencia del doctor, cuando éste levantó la mano, estaba claro que no quería escuchar ninguna excusa, así que el chico obedientemente asintió, cogió los bombones y desapareció sin decir nada.

—En un rato tendremos los resultados. Mientras, si queréis, podemos ir a tomar un café. En el edificio tenemos una cafetería, pero el café no es bueno. Conozco un sitio cerca de aquí que tiene el mejor café de la zona y un gran chocolate, si lo preferís. Yo invito.

—Me parece una gran idea. —Dijo Jose al tiempo que todos se levantaban de sus asientos.

De camino a la salida del edificio, Laura iba observando a la gente con la que se cruzaban, todos parecían muy organizados, como hormiguitas trabajadoras. Por su lado, Jose y Jesús hablaban de mus. Jesús le estaba informando que ese año, antes de Navidad, se iba a organizar un campeonato de mus especial entre los habituales. Jose no pudo negarse, así que como de costumbre, jugarían como pareja. Ambos parecían muy emocionados, pensaba Laura al observarlos.

Como Jesús les había anticipado, se tomaron un rico café. Mientras, le contaron algunas anécdotas sobre sus partidas de mus, ella se reía por cortesía, porque realmente no estaba prestándoles atención, estaba preocupada por los resultados.

Cuando regresaron al despacho de Jesús, comprobaron que encima de la mesa había una carpeta con la conclusión del análisis realizado. En ellos se confirmaba la existencia de cianuro de potasio en los bombones.

—Positivo. —Dijo Laura en un susurro.

Se desplomó en el sillón, abatida, de verdad habían intentado envenenarla. Todavía tenía esperanzas de que todo se quedara en un susto, pero esas esperanzas se acababan de desvanecer con la confirmación de que los bombones habían sido envenenados.

—Si me disculpáis, voy a llamar a comisaría. —Dijo Jose con el móvil en la mano, saliendo al pasillo.

—Laura, ¿quieres un vaso de agua? —Le ofreció Jesús, ella asintió agradecida.

Mientras bebía a pequeños sorbos del vaso, intentando tranquilizarse, sintió a Jose entrando de nuevo en el despacho.

—Carlos, está en camino a tu oficina para investigar lo ocurrido. También he avisado a Rollón para que esté al tanto. —Miró a Jesús y le estrechó la mano—. Muchas gracias por todo.

—De nada hombre. Ya sabes dónde estoy para lo que necesites. —Jose sabía que lo decía de verdad. Laura se levantó del sillón y le dio dos besos para despedirse—. Siento que nos hayamos conocido en estas circunstancias.

—Muchas gracias. —Repitió ella.

Ambos salieron del despacho en dirección al ascensor.

—¿Y ahora? —Preguntó Laura sin saber cuál sería su siguiente paso.

—Vamos a comer algo. —Laura no era esa la respuesta que se esperaba, de hecho, sentía el estómago demasiado revuelto como para probar bocado—. Y luego, en mi despacho, hablamos con Carlos a ver qué ha descubierto.

Fueron cada uno a por su coche y quedaron en encontrarse en el restaurante que había al lado de la comisaría, al que solían ir a comer él y Carlos los días que se encontraban en la oficina.

Cuando Laura llegó, Jose ya estaba sentado en una mesa al lado de la ventana dando un sorbo a su tónica. En cuanto se sentó a la mesa, apareció el camarero para tomarles nota, así que pidieron lo primero que vieron en la carta, sin prestar mucha atención a los platos incluidos ese día en el menú, ambos tenían demasiadas cosas en la cabeza.

—¿Qué opinas? —Jose aún no había tenido oportunidad de darle su punto de vista.

—Supongo que lo mismo que tú. Te estás acercando y quiere quitarte del medio. —El camarero les interrumpió dejando los primeros platos en la mesa.

—Pues no entiendo cómo puede pensar que me estoy acercando, si no tenemos ninguna pista del culpable. —Laura estaba desesperada, no sabía nada y estaba en el punto de mira del asesino.

—Todavía. —Laura se encogió de hombros.

Estaban en el postre cuando sonó el teléfono de Jose, le enseñó la pantalla antes de cogerlo, era Carlos.

—Dime Carlos, ¿habéis encontrado algo?

—Sí. Vente a MediaCorp. Estoy con el jefe de seguridad de la empresa. Hemos encontrado algo, aunque no creo que nos sirva.

—¿Qué quieres decir?

—Ven y lo verás. —Jose oyó un clic, Carlos le acababa de colgar. Levantó la cabeza y miró a Laura.

—Vámonos. Carlos tiene algo. Está en tu oficina.

Ambos se levantaron de la mesa precipitadamente. Jose se acercó al camarero que estaba en la caja y pagó la comida mientras se despedían hasta el día siguiente. Se acercó a Laura, la cogió de la mano y salieron con premura.

—Es mejor que vayamos en tu coche. —Laura asintió, ella había tenido que dejarlo en un aparcamiento mientras que Jose tenía el suyo en el garaje de la comisaría.

En el camino ninguno habló. Ambos iban pensando en las infinitas posibilidades de lo que podía haber encontrado Carlos, intentando explicarse a qué se podía referir al decir que había encontrado algo pero que no servía para nada.

En cuanto llegaron, Laura lo guio a la central de seguridad del edificio, en la que ambos esperaban encontrarse con Carlos.

Cuando lo localizaron, estaba hablando con un hombre grande, a Laura le recordó a un soldado típico de las películas americanas, ancho de espaldas, alto y con el pelo muy corto, no recordaba haber coincidido nunca con él. Carlos lo presentó como el jefe de Seguridad de MediaCorp. Éste los llevó a una sala oscura con un montón de monitores que mostraban diferentes zonas del edificio, casi todas ellas con gente dirigiéndose de un sitio a otro. Laura supuso que eran las cámaras de seguridad transmitiendo imágenes de ese momento. En una, aparecía Bea arrastrando un burro cargado con diferentes prendas hacia uno de los estudios de grabación. Ellos se dirigieron a un monitor que estaba aparte y que emitía una grabación en diferido, según les indicó el jefe de Seguridad. En una esquina de la pantalla aparecía la fecha del día actual, pero la hora que marcaba era la una de la mañana.

—Esto es lo que hemos encontrado. —Les confirmó Carlos. En el monitor podía distinguirse la figura de alguien vestido por completo de negro con un pasamontañas que ocultaba su rostro. En ese momento estaba dejando el ramo de flores en la mesa de Laura, a continuación, a su lado, depositaba la caja de bombones.

—Supongo que esa es tu mesa con todo lo que te has encontrado esta mañana. ¿Estaba en esa misma posición? —Jose miró a Laura esperando la confirmación, ella se quedó pensando unos segundos si se lo había encontrado así colocado, no estaba segura, no lo recordaba. De repente, le vino a la cabeza el momento en que se acercó para leer la tarjeta, y se acordó perfectamente, todo estaba tal cual aparecía en el monitor. Asintió en silencio.

—Con las grabaciones de las cámaras existentes en el edificio hemos podido seguir su recorrido. —Dijo el jefe de Seguridad.

Pudieron ver al hombre de negro moverse por el interior del edificio hasta llegar a la mesa de Laura, donde volvieron a ver cómo dejaba sus regalos. Cuando se dio la vuelta, preparado para irse, a Laura le pareció que dudaba, pero enseguida se puso en marcha para deshacer el camino andado.

—¿Os habéis fijado? ¿Ha dudado? —Jose asentía, era de la misma opinión que Laura.

—¿Podéis rebobinar la cinta para ver esa parte de nuevo? —Pidió Jose.

Un técnico le dio a un botón de forma que la imagen fue marcha atrás, después de verlo un par de veces, todos llegaron a esa misma conclusión, el hombre de negro había parado por algo, puede que fuera porque dudara como había dicho Laura o porque había oído algo o por cualquier otra cosa.

—Me ha dado la impresión que se conoce el edificio, se le veía seguro y confiado andando por los pasillos. Yo he venido un par de veces y no sería capaz ni de encontrar un baño. —Continuó Jose.

—Eso creemos nosotros también. —Confirmó el jefe de Seguridad, puesto que él y Carlos ya habían reparado en ese detalle.

—Bueno, parece que tenemos un claro sospechoso para los asesinatos. El hombre de negro. —Dijo Carlos.

—¿Sería posible conseguir dos copias de esta grabación, una para nosotros y otra para el detective Rollón? —Pidió Jose.

—Nosotros ya tenemos una copia. —Confirmó Carlos.

—Ahora hacemos otra. —El jefe de Seguridad pensaba ayudar en todo lo que pudiera a la policía. Se sentía responsable de la muerte de Blair, había muerto en el edificio en el que él se encargaba de la seguridad. Y por si eso fuera poco, alguien se había colado la noche anterior, cosa que resultaba inaceptable.

—Estáis asumiendo que es un hombre, pero también podría ser una mujer. —Dijo Laura sin dejar de mirar la pantalla.

—Ninguno hemos descartado nada, es por llamarlo de alguna forma, hombre de negro. —Jose miró a Carlos sonriendo por el mote tan poco original que le había dado—. De hecho, no se ve nada, puede ser efectivamente y como dices una mujer. —Volvió a poner toda su atención en el jefe de seguridad—. ¿Sabemos cómo entró en el edificio? Por lo que he visto, para acceder a todas partes es necesario poseer una tarjeta. —Señaló la que llevaba colgada en la solapa de la chaqueta, se la habían entregado en la entrada del edificio, con grandes letras indicando que estaba de visita.

—Sí, accedió con una tarjeta. —Jose sintió un rayo de esperanza que enseguida fue apagado—. La tarjeta de Lorenzo Blair.

—¿Aún está activa? —Volvió a preguntar Jose.

—Sí. Fue un descuido por nuestra parte. Ya la hemos desactivado. Supongo que como no la iba a utilizar, no le dimos la prioridad que se merecía. —Había mucho trabajo y las bajas de tarjetas no solían ser prioritarias, a veces tardaban semanas en ser desactivadas, como era el caso.

Carlos y Jose estaban saliendo del edificio, mientras que Laura había ido a hablar con Alberto. Suponía que estaría extrañado al ver a la policía yendo a su mesa para investigar, así que decidió que lo mejor era acercarse y contarle lo ocurrido de primera mano, sin olvidarse que podía haber sido él.

Jose y Carlos estaban esperándola en el aparcamiento, apoyados en el coche de ella.

—¿Qué ha pasado con la tarjeta del ramo de flores? —Carlos soltó una carcajada.

—Siempre tuyo. —Carlos seguía riéndose—. Desde luego, quien escribió ese mensaje no te conoce ni lo más mínimo. —Jose puso cara de ofendido, aunque estaba bromeando.

—La tarjeta no llevaba firma, podía ser de algún admirador.

—Una tarjeta sin firma, yo como Laura hubiera pensado en ti, aunque con ese mensaje hubiera dudado. —Carlos volvió a reír.

—¿Qué pasa? ¿es que no crees que pueda ser un romántico?

—Yo lo definiría como sensiblero, ¿no crees? Y no, no te considero un sensiblero. —Carlos seguía sin poder dejar de reír y Jose a su lado lo imitaba. Ya más calmado, Carlos contestó a su pregunta—. Andrade ha llevado la tarjeta al laboratorio. Era una nota impresa, lo cual es lógico, Laura se hubiera dado cuenta de que no era tu letra o quizás hasta la hubiera reconocido, suponiendo que sea alguien de su alrededor.

—La verdad, es que ha tenido suerte. Si no hubiéramos encontrado el cadáver de Marcel con los bombones, no sé qué hubiera podido pasar. Lo más probable es que en estos momentos estuviera muerta. —De repente, el caso se había convertido en algo personal para Jose. Laura podría haber muerto, y por lo que él sabía, podía seguir siendo la próxima víctima del asesino.

—¿Nadie sabe que encontrasteis vosotros el cadáver?

—No. Le pedí a Laura que no se lo dijera a nadie y ella estaba de acuerdo conmigo. Quizás eso le ha salvado la vida, si el asesino lo hubiera sabido, no hubiera cometido este error. —Carlos asintió, era de la misma opinión.

 

Asesinato en antena
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