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Lunes, 5 de Septiembre

 

Laura tardó un buen rato en llegar a la plaza de garaje que tenía alquilada cerca de su tienda, el tráfico estaba muy congestionado en el centro y los coches apenas avanzaban. En el camino no había dejado de darle vueltas a todo lo que le había ocurrido esa mañana. Su nuevo trabajo en una cadena de televisión, estaba muy emocionada, además había disfrutado con la compañía de Tanya, quién le iba a decir que iba a ser una persona tan cercana, teniendo en cuenta de con quién estaba casada. Ahora sólo esperaba que con tanto trabajo no descuidara la tienda, su negocio real, en el que tanto cariño había puesto y con el que había logrado realizar su sueño de dedicarse y poder vivir de la restauración.

Cuando estaba llegando a la tienda, se encontró con que Jose estaba esperándola, apoyado en el marco de la puerta, leyendo el periódico. Se lo quedó contemplando unos segundos antes de acercarse, estaba tan guapo, con su traje y su despeinado pelo moreno, concentrado en su lectura.

—¿Qué haces aquí? Menuda sorpresa. —Le dijo mientras le daba un dulce beso en los labios.

—Me tienes en ascuas, he venido para ver qué tal ha ido tu primer día de trabajo. ¿Supongo que aún no has comido? —Laura se lo confirmó con un leve movimiento de cabeza—. Genial, porque tenía ganas de moussaka.

A la vuelta de la esquina había un restaurante griego al que solían ir de vez en cuando, la comida era buena y el trato excelente. Se dirigieron allí cogidos de la mano y en silencio, esperando a estar cómodamente sentados para que Laura le contara todas sus novedades.

Después de pedir, Laura le relató con todo lujo de detalles toda su mañana, mientras, Jose escuchaba atento y asentía de vez en cuando. Ella estaba tan excitada que no le dejaba apenas meter baza en la conversación, lo cual a decir verdad, le hacía bastante gracia, le recordaba a aquella Laura que conoció cuando todavía era una estudiante.

—Bueno, parece que has hecho una nueva amiga. —Logró decir.

—La verdad, es que Tanya es encantadora, pero ha hecho algo que me ha sorprendido. Antes de irme, ha entrado en su despacho y ha tirado el ramo de rosas que le había regalado su marido. Ha sido un poco raro.

—¿Jugando a ser detective? —Dijo Jose con tono burlón—. Eso déjamelo a mí. —Laura le sacó la lengua y él siguió picándola—. Ya sabes, a los profesionales.

Jose era inspector jefe de la policía. Se habían conocido hacía más de quince años, cuando le pidió ayuda en un caso de droga en el que estaba involucrado su mejor amigo, Laura, por supuesto, no lo dudó y aceptó. Durante el caso, se enamoraron, pero su relación duró sólo unos meses, lo mismo que duró la investigación, debido a una serie de circunstancias, entre las que se incluía la muerte de José Manuel, el mejor amigo de Laura. El año anterior, se volvieron a encontrar cuando alguien intentaba asesinarla y volvieron a retomar la relación. Desde entonces no se habían separado.

—No digas tonterías. —Laura cambió de tema, no quería que le siguiera tomando el pelo—. Y tú, ¿qué tal tu día?

—Lo de siempre. —Jose hizo una pausa—. Estamos preparándole una fiesta sorpresa a Carlos. —Laura lo miró sorprendida.

—¿Se jubila ya?

—Sí. Aún le quedan unos meses. Pero el 31 de Diciembre será su último día como inspector de policía. Aunque seguro ya estará de vacaciones, por lo que nos abandonará unos días antes. —Jose parecía un poco triste. Carlos había sido su compañero desde siempre, eran muy buenos amigos. Laura le tenía en alta estima, pero ya tenía edad para jubilarse y disfrutar de otra etapa de su vida.

—Me alegro por él. Ahora, a ver si es verdad y hace lo que siempre nos ha contado. Viajar con María. —Jose empezó a reírse.

—Carlos me dice que su mujer ya tiene visto un par de cruceros para enero. Lo está estresando. —Ambos rieron al imaginárselos—. Y en primavera tienen pensado ir por lo menos un mes a San Francisco, a ver su hijo Fran y a sus nietos. No sé si te conté que a principios de verano tuvieron gemelos. —Laura asintió, lo recordaba perfectamente, de hecho, estaba trabajando en un precioso baúl para ellos, para que dentro de unos meses pudieran guardar los juguetes en su interior. No se lo había dicho a Jose porque antes quería ver el resultado. Seguro que le hacía tanta ilusión como a ella regalárselo a Carlos para sus nietos.

 

 

Cuando Laura llegó a la tienda, Andrea estaba sentada en la mesa revisando el inventario. En cuanto la oyó entrar, levantó la mirada de los papeles.

—¿Qué tal tu primer día en la televisión? —Preguntó entusiasmada.

—Algo estresante. Por lo menos, la reunión que hemos tenido a primera hora. —Laura se sentó frente a ella y pasó a relatarle lo que había hecho esa mañana, mientras Andrea la miraba concentrada y sin perder detalle.

—Eso me recuerda… —Andrea se apartó la melena rubia de la cara y se puso a rebuscar entre algunos papeles que había encima de la mesa. Entonces sacó una revista del corazón, era muy aficionada a ese tipo de lecturas, y empezó a pasar páginas hasta que llegó a la que quería mostrarle a Laura—. Aquí está. —Señalaba una foto que parecía una fiesta de gente famosa, aunque Laura no reconocía las caras—. Mira, éste es Lorenzo Blair.

Laura reconoció el nombre, era el presidente de MediaCorp España, aunque nunca lo había visto. Era un hombre maduro, aparentaba tener por lo menos veinte años más que Tanya, su mujer. Parecía que estaba en buena forma, era moreno con canas plateadas en las sienes y bastante moreno de piel, Laura supuso que se daría rayos uva con asiduidad. Lo encontró muy atractivo.

—Ayer estuvo en una fiesta y lo vieron muy acaramelado con la modelo a la que está agarrando la cintura. —Laura se acercó para ver mejor a la modelo, una despampanante rubia, que tenía cierto aire a Tanya—. Según las revistas del corazón es un mujeriego, aunque está casado con una rusa de la que no recuerdo el nombre. Ella apenas sale en las revistas, no suele ir a las fiestas con su marido.

—Se llama Tanya Petrova. —Andrea puso cara de no saber a quién se refería—. Su mujer, la mujer de Lorenzo Blair. Hoy he pasado la mañana con ella y me parece una persona encantadora. Es la chica que he conocido en el trabajo, la que me ha enseñado todo. —Andrea asentía, acababa de darse cuenta de que la Tanya que había mencionado su jefa, era a su vez la mujer de Blair. Eso hizo que sintiera todavía más admiración por ella.

Andrea disfrutaba viendo trabajar a Laura, viéndola a ella parecía todo tan sencillo, estaba convencida de que tenía un don, estaba aprendiendo mucho de ella. Por este motivo, había preferido trabajar en su pequeña tienda en vez de en una gran empresa en la que sería una más. Y por si eso fuera poco, empezaba a relacionarse con la gente de la que leía en las revistas, por supuesto, no eran sus ídolos ni nada por el estilo, pero parecía gente inalcanzable, que vivía a otro nivel.

Mientras Laura observaba la fotografía de Blair con la modelo, creyó comprender por qué Tanya había tirado las flores a la papelera, supuso que serían un regalo de disculpa que ella no había aceptado.

—También dicen de él que tiene muy poco sentido del humor y muy mal genio, pero supongo que son las malas lenguas, habladurías. —Andrea continuaba con los cotilleos de las revistas—. Ya me contarás si lo llegas a conocer. —Laura asintió sin dejar de mirar la fotografía del presidente del grupo en el que acababa de empezar a trabajar.

—Bueno, ¿y qué tal las cosas por aquí? —Cambió de tema, saliendo de su ensimismamiento.

—Esta mañana ha venido bastante gente, algunos estaban muy interesados en varios de los muebles de la exposición, pero me han dicho que se lo pensarían. He vendido la isla con ruedas de color crema. —Laura miró a la zona donde ese mueble solía estar colocado—. Ya la he apartado. —Le dijo Andrea siguiendo la mirada de su jefa—. También el juego de mesillas y cabecero que restauraste la semana pasada.

—Genial. —Laura estaba encantada.

—Por cierto, ha venido una clienta que me ha dicho que ya volverá una tarde. Quería tratar algo directamente contigo. —Laura la miró con curiosidad—. No me ha dejado recado ni su nombre, así que sólo te puedo decir, que era joven y pelirroja. —A Laura se le pasó por la cabeza que podía ser Lorena Martínez, una clienta habitual, algo indecisa, que se dejaba mucho dinero en su tienda.

—De acuerdo, entonces esperaremos a que vuelva. —Dijo de forma pragmática.

Se levantó y se acercó al taller para ver con qué mueble podría ponerse a trabajar. Cuando entró, vio que la mesa con la que había pensado empezar, ya estaba imprimada, supuso que Andrea habría estado trabajando en ella esa mañana. Así que dejó que terminara de secar y se puso con una restauración de un viejo secreter de un cliente. Era un señor mayor encantador que quería regalarle el antiguo mueble a su hija, a quien le encantaba. Así que se puso manos a la obra, empezó por encolarlo y por rellenar los desperfectos, en algunos casos con una masilla especial para madera fue suficiente, pero en otros casos tuvo que rellenar las imperfecciones con trozos de chapa que cortó a medida con la ayuda de un bisturí.

Cuando hubo terminado y antes de cerrar la tienda, Laura le pidió a Andrea que la ayudara a guardar algunas lámparas en el maletero del coche, las cuales ya tenía apartadas. Pensaba llevarlas para el programa, quería colocarlas al día siguiente en su ficticio taller, de forma que pudiera mostrar diferentes versiones del mismo estilo de lámpara, tal y como había propuesto en la reunión de esa mañana. También tenía una que estaba tal y como la había encontrado en un contenedor de basura, ésa era sobre la que tenía pensado trabajar en su sección.

 

 

Al entrar por la puerta de su casa, le comenzó a sonar el móvil, mientras lo buscaba en el bolso se dio cuenta de que la casa olía divinamente a comida, supuso que Jose estaría cocinando algo, a él le relajaba pasarse las horas en la cocina.

—Hola guapa, ¿cómo estás? —La que llamaba era su amiga Marta, había tenido una hija hacía pocos meses y aún estaba de baja materna.

—Hasta las narices de estar en casa. Necesito hablar con adultos. —Se quejó.

Laura pasó por la cocina y le dio un beso a Jose en la mejilla, mientras le decía que hablaba con Marta.

—Dale un beso de mi parte y recuerdos a Pablo. —Jose en ese momento estaba echando salsa de tomate a lo que había en la sartén, que a Laura le pareció calabacín, supuso que estaría haciendo pisto para cenar.

—Jose te envía… —Laura no pudo terminar la frase.

—Sí, le he oído. Dale un beso de mi parte también.

—¿Y Pablo? ¿Sigue llegando muy tarde? —Laura sabía que el marido de Marta estaba teniendo en esos momentos un pico de trabajo bastante alto.

—Sí, apenas le vemos el pelo. Y cuando estamos juntos tiene miles de cosas en la cabeza, no está con nosotras, sino en otra parte, en el trabajo. —Marta suspiró—. Su proyecto se pone en producción la semana que viene. A ver si después se relaja un poco. —Marta parecía frustrada, ahora era cuando más necesitaba la ayuda de Pablo y estaba demasiado ocupado—. Él se da cuenta y está algo deprimido por no prestarnos más atención, sobre todo a Lucía.

—Ya verás como todo mejora en cuanto salga a producción. —La animó su amiga.

—Bueno, cuéntame, ¿qué tal tu primer día? —Marta intentó parecer más alegre. Laura le relató su mañana y su amiga pareció desconectar un rato de sus problemas—. Hoy he visto en un programa de la tele a Lorenzo Blair. —Le comentó lo mismo que le había contado Andrea esa tarde. Desde que estaba de baja, veía un montón de programas de cotilleos. Al principio le decía a Laura que lo hacía para tener de qué hablar con el resto de madres, cuando bajaba a la calle a dar una vuelta con Lucía, pero Laura pensaba que se estaba empezando a enganchar—. Por cierto, lo que grabas pasado mañana, ¿cuándo se emite?

—El 17 de septiembre. Es sábado. El programa se emite de seis a ocho de la tarde.

—Madre mía, pero si no queda nada, menos de dos semanas. —Laura se estresó un poco al oír esa afirmación que ya conocía de memoria.

—No me pongas más nerviosa de lo que ya estoy.

—Ya verás cómo lo haces fenomenal. Tú tranquila y sé tú misma.

—De todas formas, organizaré algo con éstas para que vengáis a verlo a casa. —Ya había empezado a darle vueltas al asunto, quería hacer una pequeña merienda con sus amigas el día de su estreno en el programa.

—Cuando dices casa, te refieres a la tuya o a la de Jose. —La pinchó su amiga, a quién le hacía gracia que aún no vivieran juntos.

—Jeje, qué graciosa eres. —Le dijo Laura sarcásticamente—. Supongo que en la de Jose que es más grande y estaremos todos más a gusto.

—De acuerdo, ya nos cuentas. —De fondo se oyó a Lucía que empezaba a llorar—. Bueno, te dejo, que es hora de la toma de Lucía y parece que ya la está reclamando. —Se oyó un fuerte suspiro de Marta.

—Ok, muchos besos para todos, sobre todo para la enana. —Laura tenía devoción por la hija de su amiga, la mimaba en demasía.

Cuando Laura colgó, se puso a ayudar a Jose a terminar de preparar la cena y a poner la mesa. Durante la cena, Jose le mencionó uno de los casos en que estaban trabajando y el que más estresado lo tenía. Por lo visto, el exmarido había asesinado a su exmujer y a su nueva pareja en el piso que compartían. Otro caso de violencia de género de los ya tan habituales, pensó Laura. Pero esta vez, después del asesinato, el piso había sido limpiado a conciencia y la científica no estaba encontrando pruebas. Eso sin contar, que la nueva pareja del exmarido confirmaba que había estado con ella en casa a la hora que se estimaba se había producido el asesinato. En la comisaría no se lo creían, pero aún no tenían forma de demostrar que era mentira. Así que estaban presionando al laboratorio para ver si encontraban cualquier cosa que inculpara al exmarido. También seguían un par de pistas para tirar por tierra la coartada que le había dado su nueva pareja. Sabían que ella era prostituta y en ese momento estaba con un cliente, a quien habían localizado, pero era una persona casada y con hijos pequeños, que no testificaría en un juicio que la noche de autos estaba con ella. Así que el caso se les estaba complicando por momentos. Laura intentó ayudar a Jose proponiéndole algunas ideas, pero todas eran caminos que ya habían seguido.

Después de cenar, Jose puso sobre la mesa del comedor un montón de carpetas del caso que tan abstraído le tenía, y empezó a analizarlas, leerlas y releerlas. Laura observaba su dedicación, sabía lo metódico que podía llegar a ser para que no se le pasara nada por alto. De hecho, de no ser así, no se hubiera convertido en el gran inspector que era. Laura notó que se le caía la baba, metafóricamente hablando, y decidió ponerse a trabajar también.

Así que cogió su portátil y estuvo indagando sobre el origen de las lámparas de araña, a ver si encontraba alguna información útil que contar en su sección el día de la grabación.

Cuando se dio cuenta de que estaba empezando a dar cabezadas delante del ordenador, miró el reloj, ambos llevaban concentrados en sus diversas tareas más de dos horas. Así que apagó el portátil y se acercó a Jose por la espalda, rodeándolo con los brazos, apoyó su cabeza en su hombro y le dio un suave beso en el cuello. —Nos vamos a la cama—. Le susurró.

Jose, después de mirar el reloj y darse cuenta de lo tarde que era, se giró y le dio un beso en los labios. Se levantó, dejando los papeles tal y como estaban en la mesa, y se fue siguiéndola hacia la habitación, mientras observaba cómo ella se iba desnudando y tirando la ropa por el camino.

 

 

Iba corriendo por el bosque, estaba muy oscuro, la luz de la luna no se filtraba entre las frondosas ramas de los árboles, no podía ver lo que había un par de metros más allá. Corría evitando los árboles, saltando por encima de las ramas y las piedras que iba encontrándose en el camino, y que entorpecían su huida. Llevaba puestos unos pantalones negros y una camiseta de tirantes, ropa que utilizaba a menudo para dormir. Lo único que escuchaba era su propia respiración, el ulular de algún búho lejano y las ramas partirse a su paso. Iba descalza y cada vez que pisaba el suelo sentía una punzada de dolor. Aun así, no dejaba de correr, sentía el peligro acercándose y si no se daba prisa, la cogería. No quería pensar lo que ocurriría si eso llegaba a suceder.

Notaba a su perseguidor cada vez más cerca, empezaba a oír el ruido de sus pisadas rompiendo las ramas, cada segundo que pasaba se oía más claramente. Ella intentaba correr aún más rápido, aumentar su velocidad, pero en vez de eso, todo empezaba a ir a cámara lenta. Ella se ralentizaba, las hojas movidas por el viento también parecían moverse más despacio de lo normal, el sonido del búho de fondo iba a unas revoluciones que no correspondían con la realidad. Sin embargo, el ruido de las pisadas que oía detrás de ella se iba acercando, cada vez las oía más cerca, más cerca, hasta que de repente, dejó de oírlas. Todo quedó en completo silencio, sólo oía su respiración entrecortada por el cansancio y agitada por el miedo. No podía moverse.

Inesperadamente, notó que alguien la agarraba por las piernas. Ambos cayeron al suelo, rodando entre las hojas secas esparcidas entre los árboles.

Intentaba zafarse de su agresor, pero era más fuerte que ella, no podía quitárselo de encima. Llevaba un pasamontañas que le ocultaba el rostro, pero dejaba ver perfectamente sus ojos, unos ojos que la miraban con un odio que le hacía temblar. En un momento en que su mano quedó liberada de debajo de su cuerpo, la levantó, acercándola al pasamontañas, quería quitárselo, quería saber quién era el que la estaba atacando, quién sentía tanto odio hacia ella. En ese instante, su agresor soltó una fuerte carcajada que hizo que sintiera un escalofrío de terror. El atacante comenzó a quitarse el pasamontañas que le ocultaba, entonces, empezó a asomar parte de su cara…

 

 

Laura se despertó bruscamente, sudando y gritando. Jose a su lado se levantó exaltado al oír sus gritos.

—Otra pesadilla, ¿la misma? —Le dijo con dulzura en cuanto se dio cuenta de lo que había ocurrido. Ella asintió, todavía temblando. Miró el reloj despertador de su mesilla comprobando que marcaba poco más de las cuatro de la mañana.

Jose la rodeó con sus brazos y ella se acurrucó sintiéndose protegida. Desde que habían intentado asesinarla, unos meses atrás, tenía esta pesadilla de forma recurrente.

Asesinato en antena
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