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Sábado, 24 de Septiembre

 

Para la ocasión, Laura se puso un vestido a dos colores, champán y negro, con un escote en uve muy pronunciado y con un precioso fajín. Se lo había comprado para las fiestas navideñas el año anterior, y consideró que sería adecuado para la fiesta a la que habían sido invitados. Además, tenía que amortizarlo, pensaba mientras se miraba en el espejo. Como era habitual en ella, se había puesto muy poco maquillaje, y en el pelo se había hecho un recogido lateral.

Jose, por su parte, apareció detrás de ella con un bonito esmoquin negro con chaqueta cruzada de solapas en raso brillante, una camisa blanca y una pajarita negra. Habían ido a alquilarlo el día anterior, a una tienda que les había recomendado Tanya.

Laura no pudo evitar sentirse atraída hacía él nada más verlo reflejado en el espejo. Giró sobre sí misma y lo besó.

—Estás tan guapo.

—Tú estás impresionante. —Le dijo al oído con voz ronca.

—Si ya me has visto con este vestido. —Dijo apartándose de él, mientras le sonreía. Sabía que si seguían por ese camino no saldrían de casa.

—Eso no quita que estés impresionante, ¿no crees? —Jose dobló el brazo, ofreciéndoselo—. Señorita Valero, ¿nos vamos?

—Por supuesto, señor Olalla. —Laura aceptó la invitación y se agarró a su brazo.

Cuando llegaron a casa de Tanya, se percataron de que habían sido demasiado puntuales, todavía no había llegado nadie. Les abrió la puerta una joven vestida por completo de negro, quien les llevó a un salón enorme, donde apenas había muebles, lo único que había era gran cantidad de sillas en los laterales. Les indicó que en la sala contigua había bebidas, por si deseaban tomar algo. También les informó, que más tarde, allí se serviría el bufé. Después de eso, desapareció y les dejó solos en el desangelado salón.

Laura y Jose se sirvieron un par de vinos mientras cotilleaban las pinturas que había expuestas en las paredes.

—Hola chicos, estáis muy guapos. —Ambos se dieron la vuelta al escuchar la dulce voz de Tanya.

—Gracias. —Dijo Laura, que se sentía algo cohibida ante tanto esplendor.

—Tanya, estás radiante. —La halagó Jose. Llevaba un vestido azul turquesa que hacía resaltar sus ojos y su piel de porcelana.

—Venid, os voy a enseñar la casa mientras llegan el resto de invitados. Luego, os presento a Lorenzo. —Cogió a Laura de la mano y se la llevó a la entrada principal—. Esa zona sólo la utilizamos para las ocasiones en las que recibimos invitados. —Les comentó, haciendo referencia a la zona de la que acababan de salir. Abrió una puerta que quedaba situada a la izquierda de la entrada principal—. Éstas son las salas que utilizamos nosotros en nuestro día a día. Éste es el salón, en donde suelo recibir a mis padres y a alguna amiga. A continuación, había un precioso comedor con unos muebles de estilo Luis XVI que Laura no pudo evitar alabar. Al fondo a la izquierda, aparecía una preciosa cocina al estilo de la Toscana, con tonos cremas suaves y mucha luz gracias a los grandes ventanales que daban al jardín.

—Es preciosa Tanya.

—Muchas gracias Laura. Me encanta cocinar, me relaja un montón. Aquí únicamente cocino yo. En el otro ala de la casa, hay una cocina enorme, de esas tipo industrial, donde trabajan varias cocineras, pero sólo se utiliza cuando celebramos algún evento. —A la derecha, frente a la cocina, había un salón ocupado por un gran sofá y una enorme pantalla plana—. Aquí es donde pasamos casi todo el tiempo, entre la cocina y este salón. —Se situaron todos mirando hacia el televisor apagado—. Esa puerta que hay a la derecha da al despacho de Lorenzo. Y por la del fondo se accede a nuestra suite. Otro día os la enseño, ahora Lorenzo está terminando de vestirse. Para que luego digan que somos las mujeres las que hacemos esperar a los hombres. —Tanya soltó una jovial carcajada—. Tiene unas vistas preciosas del bosque que hay detrás de la casa, dentro de nuestro terreno. —Laura le sonrió, todo lo que veía era hermoso. Toda la madera de los muebles era noble, los suelos de mármol, diferentes estilos entremezclados, clásico y moderno, pero en conjunto todo perfectamente coordinado.

—¿Quién os ha decorado la casa? —Preguntó Laura.

—Ah, he sido yo, ¿te gusta? —La miró sorprendida.

—No me gusta, me encanta. Tienes un gusto exquisito. Podrías hacer en el programa algo sobre decoración. Estoy segura de que todos aprenderíamos mucho de ti. —No entendía cómo no tenía una sección propia, seguro que podría enseñar a todo el mundo algunos trucos de decoración.

—No digas tonterías. —Dijo Tanya quitándole importancia.

—Me parece que alguien te ha pegado esa expresión. —Jose fue el que hizo esa observación, aunque no entendía nada de decoración, estaba prestando atención. Ellas rieron, porque tenía razón.

—Antes de casarme con Lorenzo era decoradora. De hecho, así fue como nos conocimos. Les estaba decorando la casa a unos amigos suyos. —Tanya se encogió de hombros y cambió de tema. A Laura le dio la impresión que se entristecía con el recuerdo—. Arriba hay un montón de habitaciones de invitados y baños, por si la gente decide quedarse a pasar la noche después de alguna de las fiestas que damos. También, hay mucha gente que viene de Londres por negocios y suelen quedarse aquí unos días. —MediaCorp era una empresa inglesa, supuso Laura que tendrían visitas constantes.

Salieron del área familiar y volvieron a la sala donde tenía lugar la fiesta. Ya había bastante gente hablando en diferentes grupos, la mayoría de ellos con una copa de cava o con una copa de vino en la mano. Todos los hombres llevaban esmoquin negro, casi ninguno se salía de la etiqueta habitual, eran ellas las que daban el tono de color al baile, con diferentes y llamativos colores. Laura se sentía como se imaginaba se tuvo que sentir La Cenicienta cuando entró al salón de baile del príncipe.

—¿Qué queréis tomar? —Preguntó Jose, puesto que ya se habían terminado las bebidas que se sirvieron al llegar.

—Un vino blanco para mí. —Dijo Tanya.

—Tinto. —Pidió Laura.

Mientras Jose se acercaba a por las consumiciones, Tanya cogió la mano de su amiga y la arrastró hacia un grupo de tres caballeros elegantemente vestidos, que estaban situados a unos pocos pasos de ellas. En cuanto vieron a Tanya, todos le sonrieron.

—Tanya, estás preciosa. —Dijo uno de ellos. Era alto y muy moreno. A Laura le sonaba su cara, pero no lo lograba ubicar.

—Laura, te presento a Daniel Valcárcel, presenta el informativo de las nueve de la noche en CanalInfo. —De eso le sonaba—. Ubaldo López, presenta los deportes en el mismo informativo, y Juan Suárez, el director del canal.

Jose, en ese momento, llegó con las bebidas, y ellas le sonrieron agradecidas.

—Ella es Laura Valero. —Continuó Tanya—. Es la nueva incorporación en nuestro programa “Decoración para todos”.

—Vi el otro día el programa. Me encantó tu sección Laura. —Dijo Ubaldo—. Mi mujer quiere ponerse a trabajar en algunas lámparas que tenemos en el trastero. —Todos rieron la gracia.

—Y él, es Jose Olalla, su pareja. —Terminó Tanya con las presentaciones. Laura le susurró a Jose quiénes eran ellos, lo más rápido que pudo.

—¿Jose Olalla? ¿Del departamento de policía? —Preguntó intrigado Daniel Valcárcel. Jose asintió con un leve gesto de la cabeza—. He seguido el caso del hombre que asesinó a su exmujer y a su pareja. Enhorabuena. Habéis hecho un gran trabajo.

—Gracias. —Jose lo miró a los ojos, no estaba seguro si el halago era sincero.

—Ha sido un caso complicado. —Les empezó a explicar al resto de hombres—. No había pruebas, increíblemente el asesino limpió con tanto cuidado la casa de su ex, que la Policía Científica no encontraba nada con qué inculparlo.

—Tuvimos suerte. —Dijo Jose, restando importancia al asunto. Al fin y al cabo, si el hombre no hubiera pegado a su chica, probablemente no hubieran conseguido ninguna prueba para incriminarlo.

—Yo no lo llamaría suerte. —Le dijo muy serio Daniel Valcárcel. Parecía realmente impresionado.

—Venid, os voy a presentar a algunos amigos que estoy viendo en el otro lado del salón. —Tanya volvió a coger a Laura del brazo para llevársela—. Si nos disculpáis. —Les dijo a los tres hombres antes de comenzar a andar.

—Tenemos que hablar. —Le susurró Daniel a Tanya al pasar a su lado. Ella asintió imperceptiblemente. Aunque el comentario fue dicho en un tono muy bajo, como Laura estaba pegada a su amiga, también lo escuchó.

La velada fue agotadora, Tanya no paraba de presentarles a altos cargos de la empresa o presentadores muy conocidos. En un momento en que Jose y Laura estaban solos, ésta le comentó que quería sentarse aunque sólo fueran cinco minutos, los pies la estaban matando, pero las sillas de la sala ya estaban todas ocupadas.

—Vayamos fuera. —Jose cogió de la mano a Laura y se escabulleron de la fiesta en dirección a la entrada de la casa, donde esperaban encontrar algún sitio para poder sentarse un rato tranquilamente.

Justo cuando salían, Laura observó que unos metros más allá, en una esquina de la sala, Tanya parecía estar teniendo una discusión con Daniel. Estaba manteniendo la compostura como podía, pero sus gestos indicaban que estaba bastante molesta con él. Laura se preguntó qué podría estar alterando tanto a su amiga, nunca la había visto en ese estado.

—Creo que esa puerta da al salón de la cocina. —Dijo Jose sacando a Laura de sus pensamientos.

Atravesaron la puerta, pero aparecieron en lo que parecía ser un despacho. Supusieron que era el despacho de Lorenzo Blair, puesto que era de líneas sencillas y muy masculinas. Aunque la primera idea de Laura fue salir de la habitación y buscar otra donde poder descansar, al no ver a nadie, y comprobar que a unos pasos había un sofá con pinta de ser muy cómodo, decidió que ese lugar era tan bueno como cualquier otro.

—Me matan los pies. —Dijo mientras se sentaban—. Hace mucho que no me ponía estos zapatos. Ya no los aguanto. —Jose le sonrió, lo que le extrañaba era que alguna vez hubiera podido andar con ellos, tenían un tacón imposible. La cogió por los tobillos y colocó sus piernas encima de las suyas, le quitó los zapatos y empezó a masajeárselos.

—¿Mejor?

—Mucho mejor. —Respiró aliviada, tenía los pies muy hinchados—. Lo que no sé ahora, es cómo voy a poder ponérmelos de nuevo.

Escucharon el sonido de unas fuertes pisadas, parecían dirigirse a la habitación en la que se encontraban.

—Vámonos, no quiero que nos pillen en el despacho de mi superjefe. —Aún no lo conocía y no quería que su primera impresión fuera encontrársela a hurtadillas en su despacho, inmiscuyéndose en su privacidad.

Ambos se levantaron y atravesaron la primera puerta que encontraron. Laura llevaba los zapatos en la mano, por lo que no se oyó el repiqueteo de los tacones sobre el suelo de mármol. Cuando cerraron la puerta, se dieron cuenta de que estaban atrapados en el interior de un baño. Se situaron detrás de la puerta, a esperar que la persona que acababa de entrar en la habitación contigua, se fuera, y no accediera al pequeño habitáculo en el que se hallaban, puesto que éste no tenía ninguna otra salida.

Al otro lado, se oía a una única persona. Supusieron que era Lorenzo Blair, aunque al no conocerlo, no pudieron reconocer su voz. Se imaginaron que estaría hablando con alguien por teléfono.

—Te he dicho que no pienso pagarte un céntimo más. Se ha acabado. —Le oían perfectamente desde el baño, estaba hablando a voz en grito. Sospechaban que en el exterior no se le oiría por el barullo de los invitados y la música que sonaba de fondo.

Se hizo un silencio, que duró apenas unos segundos, aunque a Laura se le hicieron eternos. Se figuró que en ese momento estaría hablando la persona que estuviera al otro lado de la línea.

—Me da igual lo que digas o lo que hagas con esas fotos. Yo no te pago más. Se terminó vivir a mi costa. —Otra pausa—. Si eso es lo que quieres, nos veremos en los tribunales. —Se oyeron unos pasos que se alejaban y un portazo.

Jose y Laura respiraron aliviados. Salieron inmediatamente del baño, y a continuación, abandonaron el despacho. Ya en el vestíbulo de la casa, Laura se volvió a poner los zapatos.

—Me siento como un crío que acaba de cometer una travesura y no ha sido pillado por los pelos. —Comentó Jose sonriendo. A veces, las situaciones con Laura se convertían en momentos absurdos, no entendía cómo ocurría, pero le divertía.

—Os estaba buscando. —Tanya se acercaba muy sonriente a ellos.

—Estaba descansando un poco, ya no aguanto los zapatos. —Explicó Laura.

—¿Qué número usas?

—Un cuarenta. —Laura no sabía a dónde quería llegar Tanya, puesto que era bastante más bajita que ella, y no creía que gastara ni un siete.

—Espera un momento. —Tanya desapareció por una puerta y ellos se quedaron aguardando, sin saber a dónde había ido. Al rato, apareció con unas manoletinas doradas en la mano—. Pruébatelas, son tu número. —Laura se cambió los zapatos y se sintió mucho mejor, eran muy cómodos.

—Pero tu pie es muy pequeño. —Tanya sonrió.

—Son de una amiga. El otro día vino a una cena, los trajo de repuesto y se los dejó olvidados. Supongo que no le importará que los utilices. —Laura pensó que era una agradable casualidad, ahora podría seguir disfrutando de la velada. Tanya le quitó sus zapatos de las manos y los escondió en un mueble que tenían al lado.

—Venid, os quiero presentar a mi marido. —Entraron en la sala detrás de Tanya, y se acercaron al mismo hombre que Laura había visto en las fotografías de las revistas—. Cariño, estos son Laura y Jose. —Lorenzo se volvió en cuanto escuchó a su mujer, se colocó a su lado y la rodeó por la cintura.

—Encantado de conoceros. Ya tenía ganas. Llevo semanas escuchando a mi gatita hablar de ti sin parar. —Laura se sonrojó. En ese mismo instante, se dio cuenta de que, efectivamente, la voz del despacho era la voz del marido de Tanya.

—No me llames así en público. —Le regañó Tanya.

Estuvieron hablando con Lorenzo sobre el nuevo trabajo de Laura, cómo se encontraba en la empresa y demás. También se interesó por el trabajo de Jose, conocía el caso del hombre que había asesinado a su exmujer, por lo que le hizo algunas preguntas, sentía curiosidad por saber cómo, al final, habían logrado encontrar pruebas, la televisión no había dado muchas explicaciones a ese respecto.

A Laura le pareció un hombre encantador y muy zalamero, comprendió entonces por qué era tan mujeriego, seguro que se las llevaba a todas de calle con su galantería y su… dinero.

Mientras hablaban, un fotógrafo se acercó para pedirles que posaran para una instantánea. Laura se imaginó que Tanya lo habría contratado como se hacía en las bodas, le pareció muy buena idea, un bonito recuerdo, ya le pediría a su amiga una copia.

En cuanto se fue el fotógrafo, se les acercó un hombre que debía de ser de la misma edad de Lorenzo, pero menos preocupado por su aspecto, estaba calvo y tenía una prominente barriga, probablemente llevaba años sin practicar ningún tipo de deporte.

—Os presento a Oscar Murcia, es mi mano derecha. —Lorenzo les presentó al que, por lo visto, era el subdirector de la compañía en España—. Muchas veces pienso que quiere ocupar mi puesto. —Todos rieron la broma, pero el brillo en los ojos de Lorenzo delataba que no hablaba tan en broma como intentaba aparentar.

La velada terminó a las tantas de la madrugada. Jose y Laura se fueron realmente cansados, deseando meterse en la cama y no levantarse hasta el lunes.

 

 

 

 

Asesinato en antena
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