Capítulo 25
A Amy le pareció que habían pasado varias horas desde que había terminado de hablar con Sigiloso Gabriel y él había vuelto a mirar por la ventana. Sabía, sin embargo, que no había podido pasar tanto tiempo. Sigiloso había dado instrucciones a Poke para que volviese en cinco minutos, y Poke aún no había regresado. Incluso aunque solo hubiese pasado una hora, Sigiloso estaría ya nervioso, preguntándose qué podía haber pasado.
Como si le leyese los pensamientos, Sigiloso sacó el reloj del bolsillo para controlar la hora. Profirió una maldición y se volvió hacia la ventana.
—Ese condenado López está ahí fuera, Billy Bo —dijo entre dientes a su hermano—. Creo que está intentando acabar con nosotros uno a uno.
—¿Cómo demonios lo sabes? —Amy escuchó a Billy Bo que emergía de las sombras arrastrando los pies—. Yo no veo nada.
Sigiloso volvió a desenfundar la pistola y volvió a comprobar la munición, señal indudable de su nerviosismo. Había revisado el arma hacía solo un momento.
—Rodríguez no ha venido a cambiar la guardia. Ahora Poke tampoco ha vuelto. —Le temblaba ligeramente la voz—. Ese hijo de puta está ahí fuera. Lo siento en las entrañas.
Billy Bo se acercó más a la ventana y miró hacia fuera.
—¿Qué vamos a hacer?
—Bueno, lo que no vamos a hacer es quedarnos aquí sentados para ver cómo nos corta el pescuezo, eso te lo digo. ¡Coge a la chica!
Billy Bo se volvió hacia Amy.
—¿Qué vamos a hacer con ella?
—La utilizaremos para obligarle a salir —contestó Sigiloso—. López se dejará ver si empezamos a meternos un poco con ella.
Amy sintió como si le hubiesen tirado un jarro de agua fría. Billy Bo se acercó y la cogió de las muñecas para obligarla a ponerse en pie. Le sujetaron los brazos, colocándoselos por la espalda. El dolor se le clavó en los hombros. Gimió y se tambaleó contra él. Cogiéndola otra vez por las muñecas, le dio un empujón hacia la puerta. Amy apretó los dientes para no gritar.
Sigiloso abrió la puerta de un golpe. Billy Bo sacó a Amy al exterior. Soltándole las muñecas, le pasó el brazo por la cintura y la acercó a él.
Utilizando a Amy y a su hermano de escudo, Sigiloso Gabriel salió por detrás.
—¡López! ¡Eh, López, sabemos que estás ahí! —rugió Sigiloso—. Mira bien a tu mujer, amigo. Porque dentro de un minuto se quedará sin nariz. —La presionó contra Billy Bo—. Si eso no te hace salir, entonces le cortaré las orejas.
Como si quisiera demostrar que iba en serio, Billy Bo le apoyó el cuchillo en el cuello y presionó con la hoja el labio superior de Amy. Ella consiguió contener un gemido. Un solo sonido de ella haría que Veloz se precipitase.
—Voy a contar hasta diez, López —dijo Sigiloso—. Si no te pones a la vista antes de que termine, empezaremos a cortar.
Fernández susurró algo desde el tejado.
—¿Quieres que le dispare, jefe?
—¿Crees que estás ahí para echarte una siesta? —le riñó, sigiloso, en voz baja.
Amy escudriñó el claro. La luz de la luna bañaba el área inmediata frente a la cabaña, pero cuando intentó ver más allá, entre las sombras, su ceguera nocturna le impidió reconocer nada. ¿Estaría Veloz allí fuera? ¿Se habría dado cuenta de que Fernández estaba en el tejado, listo para dispararle? Dios mío… Bajó los ojos y vio el cuchillo que tenía en la nariz. Si gritaba para advertirlo, Billy Bo se movería y le haría un corte.
Le temblaba todo el cuerpo. Se imaginó a Veloz avanzando a la luz de la luna…, se imaginó que le disparaban. Una cicatriz en la cara no era nada si con ello podía salvarle la vida. Se armó de valor, inhaló lentamente y después gritó.
—¡Hay un hombre en el tejado!
Billy Bo se estremeció. Por suerte, cuando dio un tirón, el cuchillo descendió una fracción en vez de ir hacia arriba.
—¡Maldita sea, Billy Bo, haz que se calle! —gritó Sigiloso.
Billy Bo perjuró y le cubrió la boca con la mano, blandiendo el mango del cuchillo contra sus labios. A Amy casi se le doblaron las piernas. Cerró los ojos aliviada, rezando para que Veloz la hubiese oído.
Como si respondiese a sus plegarias, una voz maravillosamente familiar y sedosa salió de la oscuridad.
—Deja que se vaya, Gabriel. Es a mí a quien quieres, no a la mujer. Voy armado. Tendréis vuestro tiroteo y podréis decir que fue en defensa propia. Haz las cosas con decencia y suéltala.
Amy miró fijamente a la oscuridad que había después del claro, con el corazón latiéndole violentamente. Veloz. Quería correr hacia él. Cada músculo de su cuerpo luchaba contra el apretón de Billy Bo.
—Deja que te veamos —ordenó Sigiloso.
—No hasta que la mujer esté fuera de peligro.
—¿Para que puedas dispararnos? ¿Crees que somos tan estúpidos, López? Deja que te veamos ahora mismo o ella morirá.
Una sombra se movió. Amy trató de liberar su boca de la mano de Billy Bo. Él se la tapó con más fuerza. Sabía que las oportunidades de Veloz serían menores si ella se mantenía en la línea de fuego. Él tendría que elegir su objetivo, lo que le haría ser más lento. Aunque disparara a Sigiloso y Fernández, no se arriesgaría a disparar a Billy Bo por temor a herirla. Billy Bo se aprovecharía sin duda de ello y respondería a Veloz con una bala.
La hoja del cuchillo le presionaba la garganta. Sabía que Billy Bo le cortaría el cuello a la mínima provocación. ¿Su vida o la de Veloz? Sin él, no le quedaría mucha vida de todas formas. Hizo recaer el peso de su cuerpo en un solo pie. Después, antes de que Billy Bo pudiera adivinar sus intenciones, levantó una rodilla y le clavó el talón en las espinillas, haciendo toda la fuerza que le fue posible.
Sorprendido, él se echó hacia atrás gritando de dolor. En esa fracción de segundo, Amy aprovechó la ventaja que le daba el espacio que se había abierto entre ellos y lo agarró de la entrepierna. Cerró los dedos como tenazas con todas sus fuerzas. Billy Bo dio un alarido. Amy pensó que iba a matarla, así que cuando vio que él la dejaba completamente libre, se quedó sorprendida. Trató de forcejear con ella para librarse de las manos que lo sujetaban.
Todo sucedió con gran confusión. Sigiloso perjuró. Billy Bo hizo un sonido como de gárgaras y gritó:
—¡Me tiene cogido por los cojones! ¡Quitádmela de encima! ¡Me tiene cogido por los cojones!
El silbido de una flecha atravesó la oscuridad. Casi de forma simultánea, Fernández se retorció y cayó del tejado como un bulto sin vida detrás de ellos. El impacto de su cuerpo sobre el suelo asustó a Sigiloso. En medio de la confusión, Amy tardó un momento en darse cuenta de que Billy Bo la había soltado.
—¡Amy, tírate al suelo! —le gritó Veloz.
Al oír a Veloz, Amy dejó de sentir miedo. Soltó a su víctima y se tiró al suelo. Jadeando para recuperar el aire que parecía haber perdido, levantó los ojos. Allí estaba Veloz, iluminado por la luna. Vestido de negro, con las pistolas reluciendo en sus caderas. Parecía el mismo Lucifer. Su revólver de seis balas brillaba como el relámpago. Un fuego naranja atravesó la noche. Una explosión de ruido pasó por encima de su cabeza. Los cuerpos empezaron a caer y el suelo pareció rugir bajo ella. Después, solo hubo silencio, un silencio espeluznante y antinatural.
Con la mano aún en el gatillo, Veloz corrió tres pasos, se puso de cuclillas y se volvió para observar lo que había a su alrededor. Amy nunca había visto a nadie moverse con tal rapidez y precisión. Satisfecho al ver que nada se movía, cerró la distancia que quedaba entre ellos.
—¿Amy, hay más?
Aturdida por lo deprisa que se habían desarrollado los acontecimientos, tragó saliva, tratando aún de respirar.
—No, no creo. Cin… cinco, eran cinco.
Veloz enfundó el revólver y clavó una rodilla en la tierra para desatarle las manos y cogerla en sus brazos. Temblaba violentamente.
—¿Estás bien? ¿Te han hecho daño? ¿Amy, estás bien?
Nunca nadie se había sentido tan bien. Le rodeó el cuello con los brazos y se colgó de él.
—Estoy bien. ¿Y tú? ¡Ay, Veloz, tenía tanto miedo de que te matasen!
Él la abrazó más fuerte y hundió la cara en la curva de su cuello. Por un momento, se quedaron allí, pegados el uno al otro. Entonces Cazador y el comisario Hilton salieron de la oscuridad.
—¿Está bien? —ladró Hilton.
—Sí, creo que sí. —Veloz levantó la vista hacia Cazador—. ¿Mataste a Fernández?
Cazador sonrió.
—Era difícil no darle allí en el tejado. ¿Estás seguro de que Amy está bien?
Veloz respiró. Aunque seguía temblando, rio en voz baja.
—Está bien. Mejor que bien. Ha estado gloriosa.
Hilton caminó por entre los cuerpos para comprobar el estado de los hombres que yacían en el suelo. Se volvió para mirar a Veloz, rascándose la cabeza.
—Nunca había visto a nadie disparar de ese modo, López. Eres envidiable con esas pistolas en la mano.
Veloz se puso tenso. Amy notó el cambio y se echó atrás para mirarlo. Una expresión cruda cruzó su rostro. Miró hacia los hermanos Gabriel y tragó saliva.
—Créame, comisario. Ser rápido con un revólver no tiene nada que envidiar. Ahora todos los pistoleros que haya a veinte kilómetros a la redonda vendrán a retarme cuando se corra la voz.
El sentimiento de alivio de Amy se esfumó. Veloz había recorrido dos mil kilómetros para escapar a su reputación como pistolero. Y esa noche su pasado había vuelto a atraparlo. Su plan de construir un hogar en Tierra de Lobos y de vivir en paz aquí se habían convertido en un sueño imposible.
Amy dedicó una mirada asustada a los cuerpos que había detrás de ella. Los comancheros habían tenido su revancha después de todo.
—No —susurró Veloz. Le puso la palma de la mano en la mejilla y la obligó a mirar hacia otro lado—. No mires, Amy, amor. Ya has visto suficiente horror en tu vida.
Amy asintió y apoyó la frente contra su hombro.
—Creo que será mejor que te lleve a casa —añadió.
Amy no ofreció resistencia cuando se levantó y la cogió en brazos. Obtuvo, sin embargo, poco descanso de su calidez y cercanía. Solo podía pensar en una cosa. Veloz iba a verse obligado a dejar Tierra de Lobos, y ella tenía la inquietante premonición de que no planeaba llevarla con él.
Cazador y el comisario Hilton se separaron de Veloz y Amy al llegar a Tierra de Lobos. Cazador y Hilton siguieron hasta el pueblo en busca de voluntarios que quisieran volver a la mina a enterrar los cinco cuerpos de los forajidos. Veloz se excusó, diciendo que quería quedarse con Amy para que se tranquilizara.
Haciendo caso omiso de sus protestas, la llevó en su caballo hasta casa, instalándola en el sofá mientras él encendía la lámpara y hacía fuego en la chimenea y en la cocina. Cuando terminó, puso la cafetera al fuego. Mientras se calentaba, volvió al sofá y echó un vistazo a las heridas de Amy. Su preocupación no aliviaba en nada a Amy. Conocía demasiado bien a Veloz para obviar la mirada que veía en sus ojos. Buscaba la manera de decirle que tenía que marcharse.
Siendo justa, sabía por qué él quería dejarla atrás. Él había vivido antes en el camino, siempre mirando por encima de su hombro. Esa no era vida para un hombre casado. Por mucho que odiase admitirlo, su reciente comportamiento indicaba que la seguridad de un hogar y un fuego lo eran todo para ella. ¿Cómo podía culparle por pensar que ella sería más feliz en Tierra de Lobos? Aunque la gente del pueblo nunca la perdonase, contaría con la seguridad de Cazador y Loretta.
El problema era que ella no sería feliz. No sería feliz y punto. Las pruebas por las que había pasado esa noche habían sido difíciles, pero Amy había aprendido bien la lección. Veloz era su piedra angular. Sin él, toda la seguridad y el bienestar material del mundo no significaban nada.
Mientras él servía café en dos tazas, Amy rechazó sus órdenes de que se quedara en el sofá y fue a su habitación. Momentos más tarde, él fue a buscarla.
—¿Qué haces? —le preguntó.
Ella se dio la vuelta junto a la cómoda, con un par de pololos en la mano.
—Hago las maletas. No debería llevarme más de dos mudas, ¿verdad? Nunca he vivido en el camino antes.
Su vista recayó en la ropa interior que tenía en la mano. Se le cerró la laringe y apartó la vista. Ella se sintió aliviada al ver que no pretendía hacer como si no supiese de lo que estaba hablando.
—Amy, no tienes ni idea de lo que estás haciendo. Los cotilleos que provocaste anoche se acallarán pronto. Aquí en Tierra de Lobos tendrás… —Se calló y movió una mano hacia la casa—. Conmigo, nunca sabrás si comerás ese día o el siguiente. O incluso si volverás a comer.
La imagen de estas palabras hizo que Amy dudara un momento. Después, sus dudas se disiparon.
—Veloz, entiende lo que voy a decirte. Un día contigo vale más que toda una vida sin ti.
Él la miró fijamente. Amy vio un brillo de esperanza en la profundidad de sus ojos.
—Cariño, sé que me amas. Sin embargo, no puedo pedirte que huyas conmigo. Hay un límite en lo que puedes hacer para demostrar tus sentimientos. ¿Y si te quedas embarazada? ¿O si caes enferma?
—Nos instalaremos en algún sitio. —Se mordió el labio—. No hay nada que diga que no podamos cambiar tu apellido López por algo diferente, nada que diga que no podamos finalmente empezar de nuevo en otro sitio. Siempre he querido ir a California. Hay buenas minas allí. O quizá podríamos ir a Nevada.
—¿De verdad quieres venir conmigo? Pensé que… Después de todo lo que me has dicho, pensé que tú…
A Amy se le rompió un poco el corazón. ¿Había sido su amor hasta ahora tan superficial?
—Te equivocaste, Veloz. Me voy contigo. Y no intentes dejarme atrás. Estamos casados, ¿recuerdas? Donde tú vas, yo voy. Así es como se supone que debe ser. Lo que es mío es tuyo, lo que es tuyo es mío. Sabes cómo funciona. Eso significa que tus problemas también son mis problemas.
—Pero todo lo que tú valoras… la seguridad de aquí, el tener tu propia casa. No tendrás nada de eso. Si la idea de ser totalmente dependiente de mí aquí en Tierra de Lobos te molestaba, ¿cómo vas a sentirte a miles de kilómetros de aquí, sin otra persona a la que dirigirte salvo a mí? —La miró durante un buen rato—. Piénsalo bien. Si vienes conmigo, no puedo garantizarte que seré lo bastante noble como para traerte a casa si cambias de idea. Prefiero cortar los lazos ahora que pasar por el dolor después.
Poniéndose los pololos en un brazo, Amy susurró.
—Mi hogar estará donde tú estés.
A Veloz se le llenaron los ojos de lágrimas. Ella cruzó lentamente la habitación para unirse a él.
—Por favor, no me dejes, Veloz —le dijo dulcemente.
Él refunfuñó y la estrechó entre sus brazos, abrazándola tan fuerte que apenas la dejaba respirar. Los pololos se le cayeron al suelo.
—¿Dejarte? Amy, amor, pensé que eso era lo que querías. ¿Dejarte? Sería como si me arrancaran el corazón.
—Por no mencionar que me arrancarías el mío también —dijo con voz temblorosa—. Ahora que vuelvo a tenerlo, me gustaría que se quedara de una pieza por un tiempo.
Ella notó una sonrisa en los labios de él y supo que había captado la indirecta. El corazón comanche no sabía de miedos y sí de la consciencia sobre uno mismo. Lo que le había dado Veloz no podría perderlo a menos que ella quisiera.
Amy se puso de puntillas.
—Te quiero, Veloz.
—Y yo… —Una llamada seca en la puerta lo interrumpió. Arqueó una ceja—. ¿Qué pasa ahora?
Amy sonrió.
—Las cosas no pueden ponerse peor. Así que solo pueden ser buenas noticias.
Él se relajó ligeramente y se separó de ella.
—No con la suerte que tengo.
Juntos fueron a abrir la puerta. El comisario Hilton estaba de pie en el porche. Echándose el sombrero hacia atrás, les dedicó una enorme sonrisa.
—Pensé que sería buena idea pasar y daros las buenas noticias.
Veloz abrió la puerta por completo.
—Entre, hace frío.
—No, está bien. No puedo quedarme mucho. Tengo ganas de llegar junto a los Crenton y ver como están Alice y los niños. —Volvió a sonreír—. Es un trabajo desagradable, pero alguien tiene que hacerlo.
Amy entrelazó los dedos de su mano con los de Veloz.
—¿Dijo que tenía noticias, comisario?
Hilton se frotó la barbilla y arrugó el ceño.
—Pues, lo cierto es que anoche pasó algo condenadamente extraño. ¿Recordáis a los hermanos Lowdry? ¿Esa pareja con aspecto de duros por los que estabais preocupados hace unos días?
Veloz se preguntó si el comisario habría sufrido una pérdida de memoria. Cogió con más fuerza la mano de Amy.
—Claro, los recuerdo. ¿Qué…?
—Bien —continuó el comisario, interrumpiendo a Veloz—. Parece que formaban parte de una banda. Eran cinco. Duros de verdad. Son ellos los que mataron a Abe Crenton. Solo Dios sabe por qué, pero uno no puede nunca imaginarse cómo son esos tipos. Abe debe de haber tropezado con ellos en uno de sus días malos.
Se detuvo y miró a Amy con ojos juguetones.
—Supongo que empezaron a dispararse entre ellos anoche. Al menos eso es lo que me ha parecido. Tuvieron un gran tiroteo en Geunther. Ninguno de ellos ha vivido para contarlo. Reuní a un grupo de hombres para ir allí y recoger los cuerpos. Cazador cabalgó con ellos…
Volvió a rascarse la cabeza.
—Dijo algo de una flecha que tenía que recoger. De cualquier forma, él va a organizarlo todo. Lo que me deja a mí el resto de la tarde para ir a ver a Alice y a los niños.
Amy solo necesitó un minuto para captar lo que el comisario quería decir. La alegría la invadió. Levantó los ojos hacia el rostro sorprendido de Veloz y se pegó a él con entusiasmo.
—Gracias, comisario Hilton —dijo suavemente—. Es algo maravilloso lo que acaba de hacer. Siempre le estaremos agradecidos.
El comisario asintió y guiñó un ojo. Cuando se estaba dando la vuelta para salir, dijo:
—Te lo dije, López. Si planeas poner la espalda contra la pared en mi pueblo, tienes un amigo. —Levantando la mano en señal de despedida, apuró el paso—. Bienvenido a Tierra de Lobos. Os deseo a ti y a tu mujer toda la felicidad del mundo.
Veloz entornó los ojos, para ver la silueta de Hilton desapareciendo en la oscuridad.
—¿Lo ha dicho en serio? ¿Va a mantener todo esto en secreto?
Amy asintió.
—Eso parece.
—¿Te das cuenta de lo que eso significa? —La cogió alegremente en volandas y empezó a dar vueltas por la habitación—. ¡Soy libre! ¡No tenemos que irnos de Tierra de Lobos! ¡Nadie va a saber lo del tiroteo! —Con ella en alto volvió a dar otra vuelta—. Es un milagro.
Amy echó hacia atrás la cabeza para poder ver mejor la maravillosa cara de su amado. En aquel instante, parecía como si toda su vida pasase ante sus ojos, un largo y agotador viaje que la había llevado inexorablemente a este momento. «Mantén siempre los ojos en el horizonte, chica de oro. Lo que hay detrás de ti pertenece al ayer.» Sonrió, con la vista fija en esa cara tan querida. ¿Era el horizonte una línea distante de color púrpura sobre picos nevados? Amy no lo creía.
Veloz la rodeó con fuerza por la cintura y la levantó dando otra vuelta por la habitación. Un paso de vals. Ella seguía mirándolo, flotando con la música imaginaria que parecía envolverlos. Veloz López, su horizonte y su mañana. Por fin, lo que había detrás de ella se había convertido en un ayer que apenas podía ver.