Capítulo 18
Veloz cortó la baraja de póquer y le dio una calada a su cigarrillo mientras le lanzaba una sonrisa a Abe Crenton a través de la nube de humo. El dueño del salón recogió la baraja con un habilidoso juego de manos y dio comienzo a una nueva partida de stud a siete cartas, dejándole a él y a Veloz un naipe boca abajo. Veloz había jugado partidas de cartas con algunos de los mejores timadores de Texas. Crenton era un descarado novato en comparación con aquellos tipos, lo suficientemente bueno para Tierra de Lobos, pero no lo bastante ávido como para burlar la experiencia adquirida por Veloz. Por lo que había dicho Randall Hamstead, Abe tenía fama de ser un tramposo, y Veloz se alegraba de ver que estaba a la altura de las circunstancias. Sabía que no había una forma más fácil de provocar una pelea con un hombre que acertando en su punto débil.
—¿Me estás amenazando, López? —le preguntó Crenton.
Veloz echó un vistazo a las mesas que estaban alrededor. Los dos extraños, Hank y Steve Lowdry, acababan de llegar de gastarse una cantidad considerable de dinero en la tienda principal para tratar de pasar desapercibidos y ahora se sentaban al otro lado del salón. Veloz tenía el presentimiento de que los dos hombres lo estaban observando, y eso le hizo sentirse incómodo. Por otro lado, pensándolo mejor, creyó que dos espectadores atentos como ellos podrían servirle de ayuda más tarde, así que se obligó a mantener la calma y relajarse.
—¿Amenazarte? ¿Por qué piensas eso? —Crenton lanzó una segunda carta hacia Veloz, con sus ojos azules bien abiertos.
—¿Por qué si no me contarías una historia como esa?
Veloz levantó las cartas por los extremos. Un rey y un cuatro. Siguió observando mientras Crenton cogía una segunda carta para él, esta vez del final de la baraja.
—Me gusta contar historias. No pensaba que te lo tomarías como algo personal.
Crenton se acomodó mejor en su silla.
—¿Me cuentas la historia de un comanche maltratador que mata a su mujer a golpes y después cuelga su cabellera en un poste, y pretendes que no me lo tome como algo personal?
Moviendo la lengua con habilidad, Veloz pasó el cigarrillo de un lado a otro de la boca, con la vista un tanto nublada a causa del humo.
—Tú no eres un maltratador que vaya dando golpes a su mujer por ahí, ¿no?
—Simplemente impongo disciplina. ¿Tienes algo que decir en contra de eso?
Al recordar la pequeña y pálida cara de Peter apoyada en la almohada de Amy, Veloz puso un dólar más en el centro. Crenton sacó dos y subió la apuesta un dólar.
—No soy un hombre al que le guste discutir —respondió Veloz, subiendo la apuesta inicial que había hecho sumando un dólar más—. Si algo me molesta de verdad, suelo ir al grano.
—No voy a permitir que ningún hombre me diga cómo tengo que tratar a mi familia.
Veloz sonrió.
—Te lo tomas todo demasiado a pecho, ¿no crees? Solo era una historia, Crenton. Además, si quisiera que te lo tomaras como algo personal, simplemente te habría dicho que te patearía el trasero la próxima vez que pusieras una mano encima a tu mujer y a tus hijos.
Crenton le dio otra carta a Veloz, esta vez boca arriba. Un tres. Una vez más, el hombre cogió una carta de abajo de la baraja y mostró un as. Veloz examinó la mesa. Solo quedaban cuatro cartas más por descubrir. Tenía que darse prisa. Crenton apostó dos dólares más y estiró los hombros.
—Si me hubieras dicho eso, mi respuesta habría sido que, en el momento en que te acercases a mí, haría que la ley acabase contigo.
Veloz le dio otra calada a su cigarrillo y se dio la vuelta, moviendo también la silla, para subir dos dólares más y así igualar la apuesta. Detrás de él, pudo oír la risita gutural de May Belle. El tintineo de los vasos chocando y el sonido de líquido al caer sobre el cristal llamó la atención de Veloz. Parecía una tarde agradable y tranquila en aquel abrevadero local, y nadie sospechaba que el lugar estaba a punto de convertirse en el infierno. Por un momento, lamentó tener que romper aquella atmósfera.
—Bueno, pues como solo estamos hablando de suposiciones —dijo mientras miraba a Crenton—, y vuelvo a insistir en que solo se trata de suposiciones, mi respuesta sería que si me tuviera que acercar a ti, nunca me verías aproximarme y jamás sabrías qué te habría golpeado. Y en cuanto a la ley, he de decirte que no pueden colgar a un hombre sin probar que es culpable.
—Me estás amenazando —afirmó finalmente Crenton con una sorprendente sonrisa—. Me parece que tu palabrería es demasiado locuaz y atrevida para un pistolero debilucho que tiene todas las de perder.
—Me da la sensación de que eres un hombre de los que pone demasiada carne en el asador, ¿no crees? Aunque, claro, al haber sido criado como un animal asqueroso, creo que te lo puedes permitir. Yo, por el contrario, tengo que compensar esa falta de volumen que a ti no te falta con otras cosas, y utilizar una pistola no es el único talento que tengo. —Veloz se fijó en las fuertes manos de Crenton—. De hecho, si tuviera que elegir un arma, escogería un cuchillo. El truco más habilidoso del que puedo presumir es rajarle el pescuezo a cualquiera antes de que ni siquiera pueda volver a pestañear. ¿Tú has visto eso alguna vez, Crenton? Es una forma bastante silenciosa de terminar con las disputas. Atacas por detrás. Todo ocurre en décimas de segundo y en un movimiento ágil y seco.
Cuando Crenton se dispuso a coger otra carta de abajo de la baraja, Veloz sacó la navaja de la vaina, la lanzó y clavó la carta en la mesa, dejando el cuchillo perpendicular a ella. Crenton se quedó helado, con sus ojos azules clavados en el mango de la navaja, que todavía temblaba tras el impacto.
—Maldita sea, casi me alcanzas la mano, ¡condenado bastardo!
Veloz se levantó de un golpe de la mesa y la agarró bien fuerte por los extremos, apoyándose en ella. Con una voz relampagueante, con la que pensaba seguir la conversación, le dijo:
—Eres un maldito tramposo, Crenton.
Crenton se levantó también, dispuesto a defender su dignidad como jugador.
—¿Qué me estás llamando?
—¡Tramposo, imbécil! ¡Cuántos mineros habrán perdido su paga ante ti en este salón, embustero!
Los hermanos Lowdry se levantaron de las sillas, tomando los vasos y la botella y sentándose en otra mesa más segura para mantenerse al margen.
Crenton se puso rojo de ira.
—Nadie se atreve a llamarme tramposo y se marcha así como así.
Veloz clavó sus ojos en él.
—No creo que haya dicho ninguna mentira.
—No tienes ninguna prueba para hacer tal acusación.
—¿Ninguna prueba? Te he visto mangonear por debajo de la mesa con mis propios ojos.
Tras decir aquello, Veloz giró las dos cartas que Crenton tenía escondidas, poniéndolas boca arriba, y aparecieron tres ases. Arrancando el cuchillo de la mesa, volteó la carta y desveló el cuarto.
—Todos los que están aquí son testigos. Has cambiado la baraja.
Crenton interrumpió a Veloz elevando el puño contra él y lo alcanzó a la altura de la mandíbula. Soltando el cuchillo, Veloz se tambaleó a causa del golpe y se golpeó contra una mesa que estaba detrás de él, haciéndola patinar por aquel suelo resbaladizo debido al peso de su cuerpo. Veloz dobló el codo para apoyarse en ella y levantarse de nuevo, pero antes de que pudiera hacerlo, Crenton saltó sobre él.
Alguien profirió un grito.
A lo que May Belle respondió, también vociferando:
—¡Largaos de aquí, malditos tarados! —Los dos hombres se enfrascaron en una lucha, rodando por el suelo, llevándose una silla por delante a su paso. Veloz sintió un fuerte dolor en las costillas. Agarrándose fuerte a la altura del vientre y todavía con la vista un tanto nublada por el primer golpe, trató de ponerse en pie, tambaleándose e intentando recobrar la respiración.
Crenton embistió de nuevo a Veloz.
—¿Quieres volver a llamarme embustero, hijo de la gran puta? ¡Te voy a enseñar unos cuantos modales, maldito!
La amenaza se agudizó cuando Crenton plantó su bota entre el cuello y la barbilla de Veloz. Con un cierto sentimiento de indiferencia, sintió cómo se iba echando hacia atrás. Después, su cuerpo chocó contra la pared, provocando un estruendo similar al que haría una gran bola de masa de pan sin hornear al caer al suelo. Pestañeó un par de veces, tratando de ver lo que sucedía. En el fondo, pensaba que haber permitido que el otro hombre le hubiese golpeado primero había sido una forma estúpida de empezar una pelea. Y era una forma aún más estúpida de perderla.
Después de aquellas reflexiones, no tuvo mucho más tiempo para pensar. Crenton arremetió contra él como un toro feroz, listo para embestirle con la cabeza en el estómago, con los brazos abiertos y dando un fuerte impulso en las piernas para desplazar con rapidez su gigantesca constitución. Veloz volvió a pestañear y, en el último segundo, recuperó la consciencia lo suficiente como para echarse a un lado. Crenton chocó primero con toda la cabeza en la pared y, a continuación, con las rodillas. Para sorpresa de Veloz, el dueño del salón no cayó inconsciente al suelo, sino que se limitó a mover la cabeza de un lado al otro y se apartó hacia atrás.
—Bueno, López. Tu boca te metió en esto. A ver cómo lo terminas ahora —dijo alguien con una sonrisa de oreja a oreja.
Veloz se pasó la manga por la barbilla, que estaba sangrando, al mismo tiempo que examinaba a Crenton con ojos furiosos. Su intención había sido provocar al dueño del salón para que se enfrascaran en una pelea y así darle una lección. No había contado con que Crenton le fuese a dar un puñetazo tan fuerte o que saltase tan rápido.
Veloz sacudió de nuevo la cabeza y se inclinó hacia delante, con los brazos ligeramente inclinados y los codos hacia afuera. Cuando vio que Crenton se acercaba a él, lo esquivó dando un rodeo, tratando de ganar tiempo para refrescarse un poco. Veloz había tumbado a suficientes hombres como para saber que su rápido juego de piernas y la precisión de sus puños podían ser rivales invencibles cuando se enfrentaba a tipos más grandes que él. El problema era que Crenton se había adelantado a la hora de dar el primer golpe, y había sido uno de los fuertes, seguido de una patada en la mandíbula. Veloz no era capaz de pensar con claridad, y mucho menos de hacer que sus pies pisasen el suelo con firmeza. Si no tenía cuidado, acabaría como un lodazal por el que acababan de pasar un centenar de caballos.
—¿Qué te pasa, Veloz? ¿Eres un gallina?
A Veloz todo le daba vueltas. Después, cuando cesó el movimiento, la sensación de mareo lo hizo tambalearse. Pestañeó por enésima vez y sacudió la cabeza de nuevo. Fijando su atención en Crenton, trató de ponerse en la piel de Peter o Alice Crenton, teniéndose que enfrentar a aquel hombre borracho, noche tras noche, sin esperanza alguna de que aquella pesadilla llegara a su fin. Esos pensamientos, además de saber que Amy confiaba en él, lo animaron a seguir. Era hora de que Crenton probase un poco de su propia medicina, y él se la daría, o al menos moriría intentándolo.
—Estoy aquí, Crenton —dijo Veloz en voz baja, haciéndole señas para que se acercase a él—. Vamos, ven por mí.
Crenton cogió una silla.
—Allá voy, condenado mexicano. —Se preparó para embestirle, y se llevó con él la silla cuando empezó a correr.
Veloz se agachó y lo esquivó, poniéndole la zancadilla cuando el dueño del bar estaba a punto de pasar por delante. Crenton tropezó y cayó dando con el estómago directamente sobre la silla. A Veloz ni siquiera le dio tiempo a levantarse. Abalanzándose sobre él, lo agarró por los hombros, lo inclinó hacia atrás doblándolo casi por la mitad y le clavó el puño en la boca. Crenton perdió el equilibrio, cayó rodando por el suelo y después consiguió volverse a levantar. Haciéndose con otra silla, la giró bruscamente, pero Veloz pudo esquivarla con facilidad. La silla atravesó la ventana del salón y cayó en el extremo opuesto del camino. Una mujer comenzó a gritar desde fuera:
—¡Comisario Hilton! ¡Comisario Hilton! ¡Una pelea! ¡Una pelea! ¡Venga rápido!
Con la mente un poco más despejada, Veloz se dio cuenta de que el jaleo había atraído la atención de mucha gente. Sus años de práctica le habían permitido saber cómo concentrarse únicamente en su adversario y olvidarse de todo lo demás. Dio un rodeo, flexionando los dedos, con el cuerpo listo para un nuevo ataque. Crenton resopló y se tambaleó hacia un lado con poco atino. Trató de recuperar el equilibrio, pero se balanceó otra vez. Veloz cambió de posición y lo agarró por la cabeza, evitando el golpe. Crenton gruñó, se dobló formando un ángulo recto y se preparó para la carga de nuevo. Veloz se apartó de su camino, y el hombre acabó chocando contra la mesa donde habían estado jugando antes al póquer.
Cuando Crenton se levantó de nuevo, Veloz vio que estaba empuñando su cuchillo. Amy, demacrada por la conmoción, llegó justo en el momento en el que Crenton había cogido el arma. Se hizo camino entre el tumulto, dando codazos a su paso, poniéndose de puntillas para poder ver, con el corazón latiéndole con fuerza por el miedo. El comisario Hilton subía la calle corriendo como si le fuese la vida en ello, sujetando el sombrero para no dejarlo atrás.
—¡Crenton tiene una navaja, comisario! —gritó un hombre entre la multitud.
Amy logró hacerse un hueco entre el gentío y, una vez hubo llegado al salón, se asomó por la ventana rota. Veloz daba vueltas alrededor de Crenton, echándose hacia atrás para evitar que lo alcanzara con el cuchillo. Su estómago se encogió al ver la escena. Cuando el comisario Hilton consiguió llegar hasta allí, corrió hacia él.
—¡Tiene que hacer algo! —le gritó—. ¡Crenton va a matarlo!
Hilton analizó la situación, entrecerrando un poco los ojos.
—¡Cálmese, señorita Amy! López puede arreglárselas solito.
—¡Pero Crenton tiene un cuchillo! —Mientras hablaba, lanzó una mirada asustada a través de la ventana, a tiempo para ver cómo Veloz lograba arrancarle el cuchillo a Crenton con una patada.
Hilton se cruzó de brazos y soltó una risita.
—Ahora veremos un par de juegos de piernas de esos que te quitan la respiración.
Amy lo miró, aterrada.
—No pensará quedarse ahí, cruzado de brazos, ¿no?
—¿Qué pretende que haga? Hace mucho tiempo aprendí que es más fácil detener una pelea cuando los dos contrincantes ponen empeño con las pocas fuerzas que les quedan. —Hizo una mueca y movió la cabeza de un lado al otro, inclinándose hacia delante para poder ver mejor a través de la ventana—. Abe lleva mereciéndose que le bajen los humos desde hace mucho tiempo. —Una vez dicho esto, el comisario agarró a Amy y la apartó hacia un lado de la ventana. Al instante siguiente, Veloz y Crenton salían disparados por esa misma ventana, trayendo consigo los pocos cristales que todavía quedaban en su sitio. Cayeron en el borde de la acera y rodaron hasta la calzada. Los espectadores se echaron hacia atrás, situándose a una distancia prudente, formando un semicírculo alrededor de los combatientes; entre ellos, las mujeres no dejaban de dar gritos.
Crenton se abalanzó sobre Veloz y le dio un golpe letal en la cabeza. Amy se estremeció y cerró los ojos, incapaz de mirar. Escuchó el impacto de un puño contra la carne, un gruñido y después una sucesión de golpes rápidos.
—¡Ya basta, López! —dijo Hilton—. ¡Ahora no te eches atrás!
Amy abrió los ojos y vio a Veloz sobre Crenton, abofeteándole la cara con toda la ira que llevaba dentro. Quería cerrar los ojos de nuevo, pero no pudo. El rostro asesino de Veloz la aterró. Dejó a Crenton y se levantó, en una lucha por tomar un poco de aire, tambaleándose un poco antes de conseguir ponerse recto.
—¡Levántate! —le gritó—. ¡Vamos, Crenton! ¡Esto solo acaba de empezar! ¿O acaso no te gusta pelear cuando tienes que enfrentarte a alguien de tus dimensiones?
Crenton rodó sobre su estómago y trató de erguirse apoyando las rodillas. Veloz siguió rodeándolo, esperando a que el hombre se pusiera verdaderamente en pie. En el momento en el que el dueño del salón lo consiguió, Veloz le clavó una patada en el estómago. Crenton se dobló sobre sus rodillas, gimiendo de dolor y abrazándose el vientre.
—¡Y esta es por Peter! —gritó Veloz—. ¿Qué pasa? ¿No te gusta?
El dueño de la taberna consiguió ponerse de pie otra vez y se preparó para embestir de nuevo, esta vez como una bestia rabiosa. Veloz se hizo a un lado, se giró y le dio una patada a Crenton en la cadera, ayudándolo a caer en picado con la cabeza directamente en el barro. Amy se agarró la cintura; se sentía mareada y quería que aquello terminase. Desde que los comancheros la habían atacado, cualquier forma de violencia le parecía nauseabunda. Tal y como había descubierto el día del baile social, incluso algo tan sencillo como matar a una gallina le había revuelto el estómago.
Crenton todavía no quería admitir su derrota. Se enderezó una vez más y volvió a girarse, lo que resultó ser un gran error. Veloz le dio otra patada en el estómago, a pesar de todos los esfuerzos que había hecho por levantarse.
—¡Y esta es por tu mujer, miserable bastardo!
Crenton se vino abajo nuevamente, pero esta vez se quedó tirado en el suelo, gritando de dolor.
—¡Está bien! ¡Me rindo…!
Veloz, que tampoco parecía mantenerse en pie con demasiada estabilidad, se tambaleó un poco alrededor del hombre, se puso de cuclillas y lo agarró por el pelo. Después de darle una sacudida salvaje, le gritó:
—¡La próxima vez que pongas tus asquerosas manos encima del chico o de cualquiera de tu familia, te daré todavía más! ¡Mucho más! ¿Te enteras?
—¡Sí! —gimió Crenton—. No les volveré a pegar. ¡Lo juro!
—¡Acuérdate de esto la próxima vez que te apetezca ensañarte con alguien!
Y con esas palabras, Veloz dejó caer la cabeza del hombre otra vez contra el barro y se puso en pie. Se dio la vuelta hacia la acera, se balanceó un poco y consiguió mantener finalmente el equilibrio, para después volver a entrar en el salón en línea recta de una forma bastante aceptable.
—¡De acuerdo, amigos! Se acabó la función —gritó Hilton, saliendo a la calle y dirigiéndose a Crenton, que seguía enroscado, tirado en el suelo—. Bueno, Abe, parece que esta vez encontraste la horma de tu zapato.
—Quiero a ese hombre entre rejas —dijo Crenton con voz ronca—. Y que pague por todos los desperfectos.
—¿Quieres que lo arreste? —gritó un hombre de entre la multitud—. Yo estaba allí cuando todo empezó, Crenton. Tú estabas haciendo trampas en la partida y fuiste tú el que dio el primer puñetazo. Yo diría más bien que debes ser tú al que pongan entre rejas.
Veloz salió del salón justo después, sujetando el sombrero con una mano y sosteniendo el cuchillo en la otra. Hilton se volvió hacia él.
—¿Quieres presentar alguna queja, López? —Veloz miró a Amy, y sus gestos se endurecieron. Después le lanzó una mirada fría a Crenton—. ¿Y tú qué opinas, Crenton? ¿Tenemos trato o no?
Crenton hizo una mueca tratando de sentarse, poniéndose una mano sobre las costillas.
—¡Él me amenazó, comisario! ¡Usted lo oyó! ¡Amenazó con quitarme la vida hace un minuto!
Hilton frunció el cejo.
—Me imagino que con todo aquel ruido, Abe, me he debido de perder esa parte.
—¡Los demás lo oyeron también! Vamos, ¡que alguien hable! —Crenton lanzó una mirada amenazadora a todos los espectadores. Ninguno de ellos salió en defensa de Abe, y más aún, algunos incluso le torcieron la cara mostrando una expresión de repugnancia. El trato que Abe había tenido con su familia tiempo atrás no le había granjeado demasiada popularidad y, aunque Alice Crenton había decidido no volver a poner en evidencia a su marido, todo el mundo recordaba cómo en una ocasión lo había metido en la cárcel—. ¡Alguien tiene que haberlo oído!
Veloz se limpió la sangre que le caía por la barbilla.
—Lo que cuenta es que me hayas escuchado tú. Vuelve a tocarle tan solo un pelo al chico y veremos si fue una amenaza o una promesa.
Abe miró a Hilton.
—¿Lo ve? Ha oído eso, ¿no?
El comisario asintió con la cabeza.
—Pero nada en concreto. —A continuación, se dirigió a la multitud—: ¿Alguno de ustedes ha oído algo en concreto por lo que deba alarmarme?
Ninguno de los que estaban allí de pie se atrevió a decir nada. El comisario Hilton sonrió ligeramente.
—Creo que nadie ha oído nada, Crenton.
Veloz se acercó a Amy, sacudiendo el sombrero contra sus pantalones para quitarle el polvo y dándole forma a la corona aplastada. Cuando alcanzó la acera, se lo puso sobre la cabeza, situando el ala a la altura de los ojos. Ella lanzó una mirada a sus nudillos, que estaban enrojecidos y llenos de heridas, y al corte que tenía en la barbilla.
—Estás sangrando.
—Estoy bien.
—¡Ay, Veloz! ¡Tus pobres manos!
—Estoy bien, Amy, ¡ya te lo he dicho! —Se le endureció la mirada—. Estoy mucho mejor de lo que puedas estar tú. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Oí todo el barullo y…
La agarró por el brazo y la animó sin demasiada gentileza a que dieran un paseo. Tratando de recuperar el aliento, le dijo:
—Que no se te ocurra acercarte de nuevo a una pelea, ¿está claro?
—Pero, Veloz, yo…
Le dio una pequeña sacudida al brazo por el que la tenía agarrada.
—Ni peros ni nada, ¡que no se te ocurra nunca más! ¡Podía haber cogido una pistola en lugar de un cuchillo!
—También había otras mujeres allí.
—¡Me importan un carajo las otras mujeres! Cuando vuelva a suceder algo parecido, no quiero volverte a ver allí. Y, si te veo, te daré una patada en ese bonito trasero que tienes y te mandaré de vuelta a casa.
Amy se quedó observando la dura silueta que dibujaba su perfil, asustada por un momento al pensar en las palabras que le había dicho. Parecía lo suficientemente enfadado como para patearla ahora. Teniendo en cuenta la anchura de sus hombros y su complexión musculosa, era una amenaza que no se podía tomar a la ligera. Lo absurdo de pensar siquiera en ello la hizo despertar, y una pequeña sonrisa se dibujó en su cara. Acababa de darle una paliza a un hombre por haberse sobrepasado con su mujer y sus hijos. No tenía la sensación de que pudiera hacerlo él mismo.
Él la miró con curiosidad.
—¿Qué te parece tan gracioso?
—Yo… —Ella movió la cabeza de un lado al otro, tratando de hacer un valiente esfuerzo por recobrar la compostura y mantenerse seria—. ¡Nada!
Una vez más, entrecerró los ojos.
—¿No habrás pensado que te iba a patear el trasero en serio?
Ella se quedó mirando con atención las tablas de madera de la acera, sorprendida al ver que eso era lo que exactamente había pensado. Por un minuto, no se lo pudo creer. Sabía que no le iba a hacer ninguna gracia. Alzó la mirada para encontrarse con la de él. Aunque sabía que lo que estaba a punto de decir era absolutamente infantil y que aquel no era momento para juegos, no pudo resistirse.
—Creo que para eso tendrás que atraparme primero.
Antes de que él pudiera reaccionar, salió corriendo por delante, aventajándolo unos cuantos metros. Después se volvió y le sacó la lengua. No parecía que Veloz se estuviera divirtiendo demasiado. Caminó hacia atrás un momento y le sacó la lengua otra vez. Él frunció el ceño, y apretó el paso, alargando las zancadas con sus enormes botas resonando en la madera de la acera. Amy fue aminorando el paso a medida que él se acercaba, consciente de que, solo un mes antes, aquella actitud la habría asustado.
Cuando la alcanzó, ella se escurrió y salió corriendo. En cuestión de segundos, Veloz consiguió agarrarla por la cintura y a punto estuvo de elevarla del suelo. Se rio y pasó los brazos alrededor del cuello de él, contenta al ver que había recuperado aquel brillo en sus ojos.
—¿Y ahora qué piensa hacer, señorita Amy? —la retó él.
—Rendirme —dijo ella con una voz suave.
La mirada de él se llenó de ternura.
—Prométeme que nunca te acercarás a una pelea. Si te pasase algo…
—Te lo prometo.
A continuación, él inclinó la cabeza y acercó sus labios a los de Amy, mezclándose en un beso que la hizo flotar y tocar las nubes, para después volver a darse cuenta del lugar en el que estaban y de que alguien podría verlos. Animándola a seguir con su paseo, la guio para salir de la acera y caminar por la calzada. Amy lo rodeó por la cintura y echó la cabeza ligeramente hacia atrás para mirar su barbilla.
—Deberías tener más cuidado —le dijo en un tono un tanto áspero—. Tendrías que saber que perderás tu puesto de maestra si te ven tonteando con un pistolero que se va metiendo en peleas por ahí.