Capítulo 3
El olor a pan horneado impregnaba la sala principal de la casa de los Lobo. Amy se detuvo justo en la puerta, tratando de recuperar la compostura. Cazador estaba de pie, junto a la mesa de madera. Se llevaba una rebanada de pan caliente untada de mantequilla a la boca.
—¿Dónde está Veloz? —preguntó.
—Ya… ya viene —contestó, con un hilo de voz. La habitación le transmitió un sentimiento familiar y confortable, aunque por algún motivo le parecía todo desenfocado. A la izquierda estaba el apreciado piano Chickering de Loretta, comprado en Boston y traído por Cazador en un gran carromato desde Crescent City. La bien encerada madera de palisandro relucía a la luz del sol. Las alfombras trenzadas que se extendían sobre el suelo de madera, brillantes y coloridas, parecían retorcerse y ondularse. El calor que desprendía la estufa de la cocina era sofocante—. Cazador, ¿dónde está Loretta? Tengo que hablar con los dos.
—Ha ido a donde los ahumados, a por jamón. —Sus ojos se encontraron—. Parece como si acabaras de encontrarte una mofeta en la pila de leña.
—Y así es. —Amy se concentró en el retrato familiar que colgaba de la pared encima de la chimenea, tomado poco después de su llegada desde Texas. La fotografía la había hecho un tal Britt, de Jacksonville. Como todas las de él, había conseguido captar de una forma real a Loretta y su familia, y a ella misma, tal y como eran ocho años atrás. En aquel tiempo, Amy rezaba para que Veloz viniese a Oregón. Ahora, irónicamente, esas oraciones abandonadas hace tiempo, habían obtenido respuesta—. No puedo creer que esté aquí —anunció.
—Sé que verle debe de haber sido desconcertante, pero ahora que habéis hablado, estoy seguro de que te sientes mejor.
Amy tragó saliva y se limpió la boca con la manga de la camisa.
—Me temo que va a querer que haga honor a la promesa que le hice.
—Ah, ¿y tú no quieres? Eso no es propio de ti. Las palabras que pronunciamos son para siempre.
—No dirás en serio que quieres que me convierta en la mujer de ese hombre horrible.
Cazador se metió otro trozo de pan en la boca y lo masticó con una lentitud desesperante, con los ojos color índigo fijos en ella.
—¿Veloz, un hombre horrible? Ha sido mi mejor amigo durante más años de los que puedo contar. Cuando cabalgué con él en la batalla, le confié mi vida muchas veces. ¿Has olvidado todo lo que hizo por ti, Amy?
—No es la misma persona que conociste. Ni la misma que yo conocí. Es un asesino. Y solo Dios sabe cuántas cosas más.
—Y solo Dios debería juzgarle —dijo estudiándola con la mirada—. Tú no eres de las que no perdonan. ¿Puedes condenar a Veloz por lo que ha hecho? Cuando miro en sus ojos, no veo a un asesino, solo a un hombre solitario que ha hecho un largo camino para reunirse con sus amigos.
—No quiero juzgarlo. Solo quiero verme libre de él.
—Las promesas que hicisteis son entre tú y Veloz. No me corresponde a mí…
—Me ha amenazado con anunciar nuestro compromiso. Con arrastrarme a él.
Cazador entrecerró los ojos al mirarla.
—¿Dijo él eso o esas son solo tus palabras, Amy?
Amy avanzó un paso hacia él dentro de la habitación.
—No hizo falta que lo dijese, Cazador. Sé perfectamente lo que estaba pensando.
—Lo mejor sería que encontrase un pastor para que el matrimonio se ajustase a las leyes de los tosi tivo y de los comanches.
Amy lo miró fijamente, horrorizada y sin poder dar crédito a lo que oía.
—¿Dejarías que hiciese eso?
Cazador miró con ansiedad hacia la ventana, con la esperanza de que Loretta se diese prisa y volviera. Se aclaró la garganta.
—No me corresponde a mí decir nada.
Amy avanzó hacia él, con los puños cerrados a ambos lados del cuerpo, los hombros rígidos, a punto de perder los nervios.
—Soy parte de tu familia. Desde el día en que me rescataste de los comancheros, siempre me has protegido y has sido mi amigo. ¿Cómo puedes quedarte ahora ahí sentado y… seguir comiendo?
Él miró el pan un momento, después dirigió sus ojos hacia ella, confundido.
—¿Porque tengo hambre?
A Amy le costaba respirar. Estiró un brazo hacia la puerta, con los pulmones contraídos y el pecho palpitante.
—Ese hombre es un asesino. Lo sabes desde hace meses. ¿Y aun así vas a dejar que me lleve? Acabo de decirte que me ha amenazado y actúas como si ni siquiera te importase.
Cazador buscó con los ojos la puerta cerrada.
—¿No te ha amenazado con un revólver, verdad?
Amy lo miró boquiabierta. Reconocía ese brillo en sus ojos. Cazador se estaba divirtiendo con lo que estaba pasando.
—Si te dispara, lo mataré —añadió Cazador, comiéndose otro trozo de pan—. Si te amenaza con un cuchillo, lo mataré. —Levantó una ceja—. Pero si todo lo que hace es amenazarte con el matrimonio, Amy, eso es un asunto que tenéis que resolver entre vosotros. No deberías haber hecho promesas que luego no tienes intención de cumplir.
—¡Fue hace quince años!
—Ah, sí, es mucho tiempo. Pero, ya sean quince años o una vida entera, las promesas de matrimonio son inquebrantables. Supongo que podrías pedirle a Veloz que te librara de ella…
Amy se puso una mano en el corazón en un fútil intento de detener la salvaje palpitación en su pecho. No podía creer lo que estaba pasando.
—Nunca accedería a ello. Sabes que no lo haría.
—¿Se lo has preguntado?
—No exactamente, pero él debe de saber cómo me siento.
Cazador sonrió.
—Creo que estás poniendo demasiadas palabras en boca de Veloz, en vez de darle la oportunidad de que hable por sí mismo. ¿Cómo sabes que se negaría si no vas y le pides tranquilamente que te libere de tus promesas?
—Que le suplique, querrás decir.
—Lo que sea necesario, ¿no crees?
Amy pasó delante de él directa a la puerta trasera.
—Ya veo de qué lado estás. Bien, veremos cómo te sientes cuando hable con Loretta. Se suponía que este iba a ser un hogar en el que las creencias comanches y tosi se respetasen por igual. En mi opinión, tú estás favoreciendo claramente a una de las dos.
Amy encontró a Loretta justo cuando salía de la cabaña de ahumados. Unos rizos dorados se escapaban de la diadema trenzada que llevaba sobre la cabeza. Mientras cerraba la puerta con el pestillo, se dio cuenta del color sonrojado en las mejillas de Amy y frunció el ceño.
—Amy, cariño, estoy segura de que no puede ser tan malo como para que estés así.
Amy se agarró el cuello del vestido, notando como le subía el miedo por la garganta. Podía contar con Loretta. Bastaría con que le explicase lo que había ocurrido, y su prima entraría en la casa, le daría a Cazador una buena charla y solucionaría todo esto en un santiamén. El problema era que Amy no era capaz de organizar sus pensamientos y ponerlos en palabras.
—¿Amy? Cariño, no te pongas así. Sé que ahora te parece mal. Pero ¿no crees que te estás adelantando a los acontecimientos? Dale una oportunidad, ¿de acuerdo? ¿Qué hay de malo en ello?
—¿Que qué hay de malo en ello? Veloz va a obligarme a cumplir los votos que le hice. Deberías haber visto esa mirada en sus ojos. Ya sabes, esa mirada que ponen cuando están seguros de algo.
Loretta la miró preocupada, con sus intensos ojos azules.
—¿Estás segura de haber interpretado correctamente su mirada? Veloz siempre te ha querido mucho. No puedo imaginármelo obligándote a hacer algo que no quieres. Quizá lo pillaste desprevenido. Quizá necesita tiempo para reflexionar sobre ello.
Amy intentó quitarse de la frente un mechón de cabello, luchando por mantenerse tranquila.
—Te digo que lo conozco. Pretende casarse conmigo ahora que me ha encontrado. Simplemente lo sé. Y Cazador ha dicho que no le corresponde a él intervenir. Tienes que hacer algo.
—¿Qué sugieres?
Amy hizo un gesto hacia la casa.
—Entra ahí y dile a Cazador que… —Su voz se quebró. Era como si la envolviese un sentimiento de irrealidad y tuvo que centrarse en lo que la rodeaba, preguntándose cómo un día de lo más ordinario se había podido torcer de esa manera. A la derecha se oía el murmullo del agua al correr. Delilah, la vaca, se dirigió lentamente hacia la valla y se puso a mugir, haciendo que las gallinas que había alrededor se pusieran a revolotear—. Estoy segura de que a ti te escuchará.
Las pequeñas arrugas que rodeaban los ojos de Loretta se agudizaron.
—Lo primero que me dijo Cazador cuando entró en la casa es que esto no era asunto nuestro. Fue así de contundente. Ay, Amy, ¿te das cuenta de lo que me estás pidiendo? —Se acercó a la valla y cogió un saco con cuajo que había dejado colgado de un clavo para que se secara el suero—. Cazador y yo llevamos toda nuestra vida de casados tratando de honrar tanto sus costumbres como las mías. ¿Cómo puedo pedirle que dé un paso atrás e interfiera en algo que es contrario a sus creencias?
—¿Qué pasa con nuestras creencias, con las creencias de los blancos?
Loretta agitó el saco de cuajo para remover lo que quedaba de suero en el fondo.
—Me temo que tú perdiste ese derecho cuando participaste en la ceremonia de compromiso comanche. Habría sido diferente si te hubieses comprometido según nuestra costumbre. Podrías limitarte a olvidarlo todo. Pero, Amy, te prometiste ante los dioses de Veloz, ante su pueblo. Y cuando lo hiciste sabías que era para siempre.
—Era una niña, una niña impulsiva.
—Sí. Si te acuerdas, no me entusiasmé precisamente con la noticia cuando me lo dijiste. Pero para cuando lo supe, ya te habías prometido con él. No había mucho que yo pudiera hacer para rectificar la situación entonces, como tampoco lo hay ahora.
—Ese hombre es un pistolero, un comanchero. ¿Es que habéis perdido la cabeza, Cazador y tú? ¡Tenerlo aquí en esta casa es una pesadilla!
Loretta palideció.
—Sé cómo te sientes, de verdad que lo sé. Mis hijos también viven aquí, y si es tan malo como dicen los periódicos, no podemos confiar en él.
—Entonces, ¿cómo puedes…?
—¿Y cómo no hacerlo? —Loretta dedicó a Amy una mirada de súplica—. Cazador es mi marido. Veloz es su mejor amigo. Cazador piensa de un modo diferente a nosotras, ya lo sabes. Él mira hacia delante, nunca hacia atrás. No importa lo que Veloz haya hecho, lo que le importa a Cazador es lo que haga de ahora en adelante. ¿Voy a entrar ahí y decirle que su amigo no es bienvenido a mi mesa? También es la mesa de Cazador, Amy. Y es él el que trae la comida.
—¿Qué es lo que estás diciendo, Loretta? ¿Que no vas a ayudarme?
—Te estoy diciendo que no puedo…, no hasta que Veloz haga algo que lo desacredite.
Se levantó una ligera brisa que hizo revolotear la falda de Amy. Ella tembló y se abrazó el cuerpo con los brazos.
—Se rumorea que ha matado a más de cien hombres, por el amor de Dios.
—Si mata a alguien aquí en Tierra de Lobos, entonces podremos empezar a contar —contestó Loretta con amabilidad—. Amy, amor, ¿has intentado simplemente hablar con Veloz? ¿Decirle cómo te sientes? El Veloz que yo recuerdo escucharía y sopesaría lo que tú tengas que decirle. Estoy segura de que no ha sido su intención molestarte al venir aquí.
Amy echó la cabeza hacia atrás, con la vista puesta en lo alto de un majestuoso pino, los ojos entrecerrados por el sol.
—¿De verdad crees que va a escucharme?
—Creo que deberías intentarlo.
Veloz pasó la almohaza por el flanco de su caballo, con los pensamientos puestos en Amy y las duras palabras que se habían dicho. Cuando la luz en el granero palideció, se dio cuenta de que había alguien de pie en la puerta que había detrás de él. Un sexto sentido le dijo quién podía ser. Pretendiendo no haberse dado cuenta, habló suavemente al animal, sin parar de rascarle la piel, con el cuerpo tenso mientras esperaba a que ella le dirigiese la palabra.
—¿Veloz?
Sonaba como una niña asustada. Empezaron a asaltarle los recuerdos, recuerdos de aquel lejano verano y esas primeras semanas después de que los comancheros la secuestrasen de su familia. Recordó lo aterrada que estaba al principio en su compañía. Al pensar en lo que había pasado hoy en el colegio, recordó esa misma expresión de pánico en sus ojos, la expresión de un animal atrapado. No quería ver eso.
Poniéndose derecho, Veloz se dio la vuelta despacio para mirarla. La luz del sol se colaba por la puerta detrás de ella e iluminaba la trenza que coronaba su cabeza como si fuera de oro. Como estaba a contraluz, no podía ver la expresión de su cara, pero por la pose erguida que tenía, supo lo mucho que le había costado acercarse así hasta él, a solas en el granero.
—Veo que… que has encontrado todo… la comida y lo demás.
—Chase me ha indicado dónde estaba todo.
Uno de los caballos de Cazador dio un relincho. Diablo le respondió de la misma manera, moviéndose de lado.
—Es un hermoso caballo. ¿Hace mucho que lo tienes?
Veloz dudó que estuviese verdaderamente interesada en el caballo. Pero si necesitaba dar un rodeo antes de decir lo que necesitaba, no sería él quien se lo impidiese.
—Lo tengo desde que era un potro. No tiene tan malas pulgas como parece. Si quieres acariciarlo, suele ser muy sensible con las mujeres.
—Tal vez más tarde. Ahora, esto… bueno, necesito hablar contigo.
Él caminó hacia la pared, con las espuelas tintineando, y volvió a poner el cepillo en su percha.
—Te escucho —contestó suavemente.
Se sorprendió al ver que ella daba otro paso al interior del granero. Una vez fuera del contraluz, su rostro se hizo visible… un rostro tan encantador y dulce que se le encogió el corazón. Limpiándose el sudor de las manos en la falda, miró a su alrededor con nerviosismo, como si esperase que un fantasma fuera a saltar sobre ella. Veloz le indicó un fajo de paja que había junto al establo, pero ella negó con la cabeza; estaba demasiado nerviosa como para sentarse. Sin parar de entrelazar los dedos y doblar los nudillos, consiguió por fin levantar los ojos hacia él.
—Eh…, yo…, en primer lugar, me gustaría disculparme. No te he dado una calurosa bienvenida que digamos. Es maravilloso verte de nuevo.
Veloz contuvo una sonrisa. Amy nunca había sabido mentir bien.
—Tal vez podamos empezar desde el principio otra vez, ¿no es así? —Él levantó los ojos hacia ella, deseando encontrar la forma de quitarle el miedo—. Hola, Amy.
Ella se humedeció los labios.
—Solías llamarme Aye-mee.
Él sonrió.
—Que sonaba como un cordero enfermo. Tu nombre es muy bonito cuando se dice correctamente.
—Has aprendido muy bien a hablar inglés —dijo ella débilmente.
—No tuve otra opción. Ya tengo bastantes condenas detrás de mí como para encima hablar raro. Si uno practica con el suficiente ahínco, es posible llegar a dominar cualquier cosa.
Amy lamentó el cambio. La ineptitud de Veloz para expresarse en inglés a menudo le había llevado a decir cosas que le habían parecido muy profundas. «Allí donde pongas tu rostro, Amy, tus ojos verán el horizonte y tus mañanas, no el ayer. La tristeza de tu corazón es un ayer que ya no podrás ver más, por eso ponlo detrás de ti y camina siempre hacia delante.»
Un mechón de pelo negro le caía sobre la frente. Ella recordó haber tocado ese pelo muchos años atrás, haberle acariciado las trenzas, recolocado las plumas de su tocado. Amy pasó la vista de su rostro oscuro a las cartucheras plateadas que llevaba en las caderas. Unas tiras de cuero anclaban las fundas de las pistolas a sus musculosos muslos. Aunque su postura parecía relajada, sentía ese estar en alerta, como si incluso ahora estuviese registrando todos los sonidos que se producían alrededor de él. La camisa y los pantalones negros magnificaban ese efecto, dándole un aspecto siniestro. Amy se preguntó si habría elegido el color oscuro para intimidar a sus oponentes.
—Veloz… tengo una petición que hacerte.
Él le miró las manos y vio que tenía los dedos tan doblados que corrían el peligro de romperse, con los nudillos dolorosamente blancos.
—¿Y qué puede ser?
—¿Me prometes que lo pensarás detenidamente antes de contestar?
Veloz puso los pulgares sobre el cinturón de las cartucheras, esperando, sabiendo antes de que ella hablara lo que le iba a pedir.
—Yo…, me gustaría que tú… —Hizo una pausa y levantó los ojos hacia él con el corazón puesto en ellos—. Quiero que me liberes de la promesa de matrimonio que te hice.
Él se volvió hacia el caballo y desató hábilmente la brida del animal.
—Prometiste que lo pensarías.
—¿Tengo que entender entonces que Cazador todavía honra las costumbres de nuestro pueblo?
—¡Sabes que sí!
Veloz sonrió.
—¿Y te sugirió que vinieras a pedirme que te liberara de la promesa? Que rápido olvida.
—¿Qué quieres decir?
—¿No te acuerdas de su boda con Loretta? —Lanzó la brida sobre el fardo de paja y se volvió para mirarla—. Prácticamente la arrastró hasta el cura.
—Para ellos era diferente. —En su agitación dio varios pasos hacia él, tan cerca que Veloz hubiese podido tocarla—. Ellos se quieren, Veloz.
—¿Crees que yo no te amo, Amy? —No podía resistir la tentación. Levantando una mano, le rozó con los dedos la pálida mejilla. Su piel era tan suave como el terciopelo—. ¿Tienes idea de cuántas veces he soñado contigo en estos últimos quince años? ¿Cuántas veces lloré porque la gran lucha de nuestro pueblo me mantenía alejado de ti?
Amy lo miró fijamente, tratando de imaginarlo con lágrimas en los ojos.
—Amas un recuerdo. Ya no soy la niña que conociste.
Le contuvo la barbilla con el hueco de la mano. El roce de su piel callosa la calentó por dentro como si fuera un trago medicinal de whisky. Amy se echó hacia atrás, encogida, pero él la siguió con la mano. Le pasó ligeramente los nudillos por la garganta, la vista siempre puesta en su cara, alerta a cada cambio en su expresión.
—¿No eres la misma niña? —preguntó él con voz ronca.
—¿Cómo podría serlo? No eres ningún estúpido. ¿Por qué querrías casarte con una mujer que no te corresponde cuando podrías encontrar a cualquier otra?
—¿No me correspondes o es solo que tienes miedo? —Su boca se torció en una sonrisa irónica, y cerró la distancia que había entre ellos—. ¿Te has encontrado alguna vez con una serpiente y has pensado que era de cascabel? Lo primero que piensas es que te va a picar, y eso te asusta tanto que no puedes pararte a mirarla. No miras si es realmente venenosa o no. Si tienes algo en tus manos con lo que matarla, la golpeas sin pensar.
Al mirarlo, le pareció que tenía unos hombros inmensamente anchos. Olía a cuero y a caballo, y a pólvora, un olor claramente masculino, una combinación extrañamente embriagadora en los confines encerrados del granero. Tocándole la barbilla con un dedo, le hizo echar la cabeza hacia atrás.
—No soy venenoso, Amy, y no voy a morderte. Dame la oportunidad de lavarme, quitarme esta capa de polvo y de tomar una taza de café.
—¿Entonces no tengo nada de lo que preocuparme? —Su voz temblaba—. No te entiendo. ¿Es eso lo que estás diciendo? ¿Que no tienes intención de hacerme cumplir la promesa que hice hace quince años?
—Me gustaría discutirlo más tarde, eso es lo que estoy diciendo. Tú necesitas un tiempo para caminar haciendo un círculo alrededor de mí. Y yo necesito tiempo para acostumbrarme a la idea de que estás viva. No tengo intención alguna de hacer ningún anuncio de matrimonio hoy, así que puedes relajarte en ese sentido. —Volvió la cara para mirarla, sonriendo con los ojos—. En cuanto a lo de que no eres la misma chica que conocí… Te pareces a ella, hablas como ella, hueles como ella… —Inclinó lentamente la cabeza hacia la de ella—. Pídeme que me corte el brazo derecho por ti y lo haré. Pídeme que deje mi vida por ti y lo haré. Pero, por favor, no me pidas que te deje ahora que te he encontrado de nuevo. No, no me pidas eso, Amy.
—Pero… eso es lo que te estoy pidiendo, Veloz. —Echó la cabeza hacia atrás ante su avance—. Te lo estoy suplicando. Si de verdad me amas, no destroces mi vida de esta manera.
Inclinado para besarla, Veloz tensó la mano con la que le sujetaba la barbilla. En el último segundo, ella apartó la cara. Con un sollozo roto, se apartó de él y corrió al exterior. Veloz se quedó mirándola al salir, con la mano aún en alto.
Después de un momento, se dirigió él también a la puerta del granero y observó cómo corría calle abajo. Pasó de largo la casa de Cazador y se dirigió a una pequeña casa de madera que había entre un grupo de pinos al otro lado del pueblo.
«No destruyas mi vida de esta manera.» Estas palabras resonaban aún en la mente de Veloz, rompiéndole el corazón de una forma que no quería admitir, pero que tampoco podía obviar.
Después de pasar la tarde y el principio de la noche hablando de los viejos tiempos con Loretta y conociendo un poco a los niños, Veloz acompañó a Cazador a su refugio comanche, donde pudieron disfrutar de un poco de privacidad para hablar. Cazador puso un tronco en el fuego, después se sentó con las piernas cruzadas en el suelo, mirando a Veloz a través de las llamas. El viento de la noche golpeaba las paredes de piel del tipi, haciendo un sonido como de tambor que recordó a Veloz días mejores. A la luz del fuego, las arrugas que se dibujaban en la hermosa cara de Cazador se hacían invisibles. Vestido con piel de gamuza, con su cabellera color caoba aún larga, seguía tal y como Veloz lo recordaba; un guerrero alto, ágil, con unos penetrantes ojos color azul índigo.
—No me puedo creer que hayas guardado tu tipi todos estos años, Cazador. ¿Por qué lo has hecho si te has construido una casa tan buena?
Cazador miró a su alrededor.
—Aquí es donde me encuentro a mí mismo. Vivo en un mundo, pero mi corazón a veces añora el otro.
Con un hilo de voz tan fino como un junco, Veloz contestó:
—Es un mundo que ha dejado de existir. —Tan afectuosamente como pudo, empezó a contarle a Cazador acerca de las muertes de todos sus parientes. A Cazador se le llenaron los ojos de lágrimas, pero Veloz continuó, porque sabía que estas cosas deben decirse y que Cazador le había llevado al tipi para oírlas—. Al menos murieron libres y con orgullo, amigo mío —terminó diciendo Veloz, poniendo cuidado en sus palabras—. Su mundo ya no existe, por lo que quizá sea mejor que hayan viajado a un lugar mejor.
Cazador movió la mano en dirección a las paredes de la tienda.
—Ah, pero sí existe, y mientras mis hijos vivan, seguirá existiendo, porque canto las canciones de mi pueblo y enseño a mis hijos nuestras costumbres. —Se golpeó el pecho con el puño—. Nuestro pueblo está aquí, para siempre, hasta que sea polvo en el viento. Fue la última petición de mi hermano, ¿recuerdas? Y la he cumplido. Era el sueño de mi madre, y he hecho que sea una realidad. —Emitió un gemido de rabia—. Sabía de su partida desde hace algún tiempo. Mi hermano camina junto a mí. Siento el calor del amor de mi madre sobre mis hombros. Cuando escucho, puedo oír sus susurros de alegría.
Durante años, Veloz se había recubierto de una coraza para no sentir nada, pero ahora el discurso de Cazador estaba abriendo una brecha en ella.
—Por la parte comanche que hay en mí, mi vida aquí ha sido algunas veces un camino solitario, pero dentro de mí existe un lugar mágico en el que mi gente aún cabalga libre y caza búfalos. Cuando vengo a esta tienda, escucho, aunque solo sea por un instante, el susurro de las almas perdidas, y una sonrisa aparece en mi cara.
Veloz empezó a sentir un dolor en el pecho.
—Yo ya no puedo oír los susurros —admitió tristemente—. Algunas veces, cuando el viento me acaricia la cara, mis recuerdos se vuelven tan claros que tengo ganas de llorar. Pero el lugar en mi interior que era comanche ha muerto.
Cazador cerró los ojos, abrazándose con sus musculosos brazos las rodillas y el cuerpo relajado. Parecía absorber el mismo aire que le rodeaba.
—No, Veloz. El comanche que hay en ti no ha muerto. Solo has dejado de oírlo. Yo te siento como siempre, excepto porque hay ese gran dolor en tu corazón.
La luz del fuego que se alzaba frente a Veloz parecía flotar en el aire y él la miraba con lágrimas en los ojos.
—No es dolor, Cazador, solo un sentimiento de pérdida. Cuando nuestro pueblo cayó, no hubo más camino para mí. Nadie que me dijera adónde caminar, ni cómo. Y empecé a andar solo. —Tragó saliva—. No he seguido el buen camino. Seguro que has oído esas historias. —Levantó los ojos para mirar a los de su amigo—. Son ciertas. Si me vuelves la cara, no te culparé. Si tu mujer no me quiere en casa esta noche, lo entenderé. Me queda poca luz en el corazón, solo oscuridad. Y la oscuridad puede extenderse a los demás.
Cazador sonrió.
—Y la luz del sol puede acabar con la oscuridad. Solo tienes que levantarte al alba para darte cuenta de ello. Veloz, tú arriesgaste tu vida por mí en la batalla. Confié en ti lo suficiente como para bendecir tu compromiso con Amy. Siento mucho que hayas tenido que seguir un camino tan difícil, pero yo ahora solo puedo ver la tierra que pisan tus pies. Has sido un hermano para mí. Eso nunca cambiará.
—Cuando viajaba hacia aquí pensé tanto en ti, en todos los buenos momentos que compartimos… Espero que podamos construir nuevos recuerdos otra vez.
Un silencio de comprensión se cernió sobre ellos. Poco después, Cazador preguntó a Veloz:
—Entonces, ¿estás pensando en marcharte?
Veloz se puso tenso.
—¿Cómo lo sabes?
—Veo ese dolor de despedida en tus ojos. —Cazador se inclinó hacia delante sobre sus rodillas y avivó el fuego con otro tronco. Las chispas iluminaron el interior de la tienda—. ¿Por qué te vas, Veloz? Has hecho un viaje tan largo para llegar aquí, y antes de pasar si quiera una noche, ya estás mirando hacia el camino que dejaste atrás. Cuando un hombre encuentra por fin su camino, es estúpido que vuelva a dejarlo.
Veloz cerró los ojos, inhalando el maravilloso olor de la tienda de Cazador, cansado de una forma que sobrepasaba los límites de lo físico.
—Algunas veces un hombre debe hacer cosas que preferiría no hacer.
—Te vas por Amy, ¿verdad?
Veloz levantó las pestañas.
—Mi llegada la ha perturbado. Lo que dice es cierto. Ella era solo una niña cuando se comprometió conmigo. —Se encogió de hombros—. Por mucho que la ame, no estoy ciego. Ha cambiado, Cazador. El viejo temor ha vuelto a sus ojos. No estoy seguro de poder hacer que lo pierda de nuevo. Y, si no pudiese, la única alternativa que me quedaría sería forzarla. No puedo volver a su vida y hacerle esto. No sería justo.
—¿No? —Cazador se quedó pensativo—. Si de verdad amas a Amy, no estoy seguro de que un poco de fuerza le venga mal.
—¿Fuerza, Cazador? Ese no ha sido nunca tu estilo.
—No. —Cazador escuchó los sonidos del exterior un momento, como si quisiera asegurarse de que nadie de su familia estuviese cerca de la tienda—. Veloz, lo que voy a decirte es solo para ti. Loretta me quemará la comida durante un mes si se entera. —Se le encendió una chispa en los ojos—. Ella quiere mucho a Amy, ¿sabes? Y no siempre estamos de acuerdo sobre lo que es mejor para ella. Loretta ve con su corazón de mujer y aparta las sombras, tratando de hacer que el mundo de Amy sea todo de color de rosa.
—Parece que aquí todo el mundo ama a Amy. Pensé que sus alumnos iban a atacarme esta mañana.
—Sí, mucho amor, pero no del bueno. —Cazador se mordió la comisura del labio, como si sopesase cada palabra antes de decirla—. Amy es como… —Su mirada se quedó perdida—. Una vez conocí a un hombre en Jacksonville que coleccionaba mariposas. Las mantenía en cajas, bajo un cristal. Amy es así, vive detrás de un cristal, donde nadie puede tocarla. ¿Lo entiendes? Quiere a sus alumnos. Me quiere a mí, a Loretta y a nuestros hijos. Sin embargo no quiere a nadie para sí misma, con quien tener sus propios hijos.
Veloz pasó las palmas de la mano por la tela vaquera negra que se ajustaba a sus muslos. Después clavó los dedos en las rodillas dobladas.
—Tal vez no quiera tener hijos, Cazador.
—Ah, claro que sí. He visto ese deseo en sus ojos. Pero hay un gran miedo dentro de ella. Tiene… —Hizo una breve pausa—. Cuando vino a nosotros desde Texas, había cambiado. Había dejado de tener el coraje que una vez la hizo luchar por lo que quería.
Veloz pensó en ello, y recordó la sucia y miserable granja, y a Henry Masters, balanceándose borracho en la entrada, con una jarra de mezcal colgando de su mano.
—¿Le ocurrió algo más en Texas? Quiero decir, aparte del secuestro de los comancheros.
Cazador colocó un tronco en el fuego.
—No creo. Amy no tiene secretos con nosotros. —Se encogió de hombros—. Lo que Santos y sus hombres le hicieron… eso caminará siempre con ella. El miedo es algo extraño. Cuando lo combatimos, como ella hizo ese verano en el que os hicisteis amigos, el miedo se hace pequeño. Pero cuando huimos de él, crece y crece. Durante mucho tiempo, Amy ha estado huyendo.
Veloz pensó en esto, intentando leer en la expresión de Cazador sus intenciones.
Cazador lo miró.
—Cuando llegó aquí, a Tierra de Lobos, soñaba con el futuro, en el momento en el que la lucha comanche por la supervivencia terminase y tú volvieses por ella. Eran sueños buenos, y soñarlos era seguro. ¿Lo entiendes? Tú eras su gran amor, pero siempre en el futuro, nunca en el presente. Se mantenía alejada de los otros porque se había prometido a ti. Conforme los años fueron pasando y los sueños se volvieron polvo, llenó su vida con otras cosas. Mi familia. Sus alumnos. —El afecto llenaba sus palabras—. Es una mujer hermosa. Hay muchos hombres que se casarían con ella y le darían hijos, pero ella se queda detrás del cristal, donde nadie pueda tocarla.
—Más de veinte hombres la violaron. —Las palabras sonaron duras, atragantadas en la garganta de Veloz—. El infierno por el que ella pasó habría destruido a la mayoría de las mujeres. Amy era solo una niña. Imagino que, si alguien tiene derecho a vivir detrás de un cristal, esa es ella.
—Sí, tiene todo el derecho si tú se lo concedes y te vas cabalgando mañana. —Cazador arqueó una ceja, desafiándolo—. Pero ¿es feliz? Estar segura puede ser a veces muy solitario.
Veloz miró hacia otro lado.
—¿Qué estás diciendo, Cazador? Odio cuando hablas con rodeos. Recuerdo cuando era un niño, siempre tenía la impresión de estar andando sobre carbón caliente cuando tú me dabas consejos.
—Si te hablo con rodeos es porque quiero que pienses más allá —contestó Cazador con una sonrisa—. Lo aprendí de un hombre muy sabio.
—Tu padre. —Veloz se rio suavemente y después, con un suspiro, susurró—: Muchos Caballos… lo que daría por verlo de nuevo, aunque solo fuera una hora. Todavía puedo recordarlo sentado en su tienda, yo fumando con él y poniéndome de color verde, demasiado joven y orgulloso como para admitir que la pipa me daba ganas de vomitar.
—Él era muy bueno dando rodeos.
Sin dejar de sonreír, Veloz cogió la talega de Bull Durham y el papel de fumar de La Croix de su bolsillo y se puso a liar un cigarrillo. Con el tronco que Cazador había tirado al fuego, encendió e inhaló profundamente.
—Sí, pero a mí me gusta hablar directamente. Lo que creo que te he oído decir es… —escupió una mota de tabaco— que crees que debo quedarme. Incluso aunque ella odie todo aquello en lo que me he convertido.
—¿Es eso? ¿O es que sabe que tú romperás el cristal y le exigirás cosas que otros hombres no se han atrevido a exigirle? Creo que tiene mucho miedo de que su sueño se haga realidad y de que tenga que enfrentarse a un hombre de carne y hueso, un hombre que no saldrá corriendo si ella lo desprecia. —Cazador sonrió, indulgente—. Se le da muy bien mostrarse desdeñosa. Los hombres de aquí tratan de impresionarla con sus modales y terminan siempre replegando velas.
—¿Y crees que yo puedo conseguir lo que otros no han conseguido?
—No creo que tú vayas a acercarte a ella con un libro de buenos modales en una mano y el sombrero en la otra.
—No podría leerlo aunque lo tuviera. Por Dios, Cazador… —Veloz introdujo el tronco aún más adentro en las cenizas, dándole un golpe fuerte y rabioso—. Me mira y lo único que ve es un pasado que la persigue. Y tiene razón. ¡He visto cosas que ahora me persiguen a mí! He hecho cosas que no podría perdonar a otros hombres. Ella asegura que ya no nos conocemos, pero la verdad es que Amy me conoce demasiado bien. Si me quedo aquí, romperé en pedazos su vida. La promesa que me hizo me da derecho a hacerlo, pero si de verdad me importa, ¿debería hacerlo?
—Eso solo tú puedes saberlo. —Haciendo una nueva pausa, Cazador miró fijamente al fuego un momento y después levantó la mirada—. ¿Qué tendrá ella si tú desapareces en el horizonte, Veloz?
—Su vida aquí. Paz y tranquilidad. Buenos amigos. La escuela.
—Ah, sí. Como tú, ella sigue su propio camino. Pero ¿es eso bueno?
—Puede que sea mucho mejor que lo que yo puedo darle.
—No, porque su vida aquí es nada. —Cazador se quedó otra vez pensativo—. Chase encontró un mapache herido una vez, al que curó y crio en una jaula hasta que se hizo adulto.
Veloz protestó.
—Ya veo que esta es otra de tus historias. ¿Cómo demonios puede un mapache tener algo que ver con lo que estamos hablando?
Cazador levantó la mano.
—Quizá si abres los oídos, puedas averiguarlo. —Sonrió y se echó hacia atrás—. El mapache… siempre veía el mundo desde detrás de las rejas, olfateando y deseando la libertad. Como Amy, soñaba en el ayer y en los «algún día», pero sus «ahora» no eran nada. Chase decidió que era cruel tenerlo encerrado y abrió la puerta de la jaula. El mapache, que había sido gravemente herido por otro animal, se quedó aterrorizado y se escondió en el rincón más profundo de su prisión.
Veloz apretó la mandíbula.
—Amy no es un mapache, Cazador.
—Pero se esconde en el recoveco más profundo de la misma forma. —Cazador lo miró entrecerrando los ojos a través de la cortina de humo—. El mapache era muy violento cuando estaba asustado, así que Chase, en lugar de tratar de cogerlo para sacarlo de allí, le azuzaba con una vara, hasta que el mapache se ponía tan furioso que olvidaba el miedo que tenía y salía por la puerta. Chase lo azuzaba todos los días con esa vara, y cada vez el mapache salía de la jaula y permanecía más tiempo en el exterior, hasta que perdió el miedo y pudo quedarse fuera. Esta es una historia con un final feliz. Los sueños del mapache sobre el ayer y el algún día se convirtieron en el ahora.
Veloz resopló.
—No puedo ir y azuzar a Amy con un palo. Dime algo que tenga más sentido que eso.
—Lo que te digo tiene mucho sentido. Rescaté a Amy de Santos, ¿no? Y curé sus heridas, justo como Chase hizo con las del mapache. Y como Chase, he construido un lugar muy seguro aquí para Amy, donde puede esconderse y soñar. —Cazador carraspeó, distendiendo los músculos de la garganta. Cuando volvió a hablar, su voz sonaba más tensa—. Mi corazón tenía buenas intenciones, pero lo que he hecho está mal. La seguridad se ha convertido en su jaula y ella está atrapada dentro, con miedo a salir.
Con el dedo índice, Veloz trazó la cruz de Malta que había dibujada en el paquete del papel de liar.
—¿Te das cuenta de que no tengo nada? Un caballo, algunas piezas de oro y un buen fajo de problemas pisándome los talones. Eso es todo.
Cazador consideró sus palabras un momento y, como siempre, no ofreció ninguna solución.
—Sería mucho más fácil para los dos si simplemente me fuera de aquí —aseguró Veloz.
—Sí.
Esa única palabra era un desafío silencioso.
—¿Es que no te importa en absoluto que sea un pistolero? ¿Que haya cabalgado con los comancheros? Si me encontrase a mí mismo en la calle, me diría «Mira, ahí va el bastardo más grande que haya conocido nunca».
—Solo sé lo que puedo ver en tus ojos.
—¿Y qué pasaría si después de poner su mundo patas arriba mi pasado viniera y me atrapase? —Veloz tiró el final del cigarrillo al fuego—. Mañana, la próxima semana, dentro de un año. Podría suceder, Cazador.
—Entonces tendrás que volverte y enfrentarte a tu pasado. De la misma forma que Amy debe enfrentarse al suyo. —Cazador se puso en pie proyectando tras él una sombra alargada sobre la pared de la tienda—. Quédate en mi tipi un rato y escucha a tu corazón. Si después de escucharlo, todavía quieres irte mañana, sabré que es lo mejor y lo aceptaré. Pero encuéntrate a ti mismo primero. No al muchacho que eras, no al hombre en el que ese muchacho se convirtió, sino al que eres esta noche. Entonces tendrás un camino marcado ante ti. Te dejo con una gran verdad. Un hombre cuyos ayeres permanecen fijos en el horizonte camina de nuevo hacia su pasado. El resultado es que recorre un gran camino hacia ninguna parte.