Capítulo 15
Esa noche, los Lobo tuvieron una gran cena de domingo para celebrar la decisión de Veloz de quedarse. Amy estuvo allí, como siempre había hecho todos los domingos antes de que Veloz llegase a Tierra de Lobos. Y por primera vez desde su llegada pudo ser ella misma, rodeada de aquellos a los que amaba, riendo, hablando y bromeando. Consciente de cómo su presencia la había confinado esos días, arrebatándole a la familia y su apoyo, Veloz se sintió en más de una ocasión arrepentido.
Hacia el final de la cena, Amy sorprendió incluso a Veloz cuando de repente se levantó y dijo que tenía una noticia que dar. Todos la miraron. Cuando unió su mirada a la de Veloz a través de la mesa, sus mejillas enrojecieron con timidez y sus ojos se volvieron de un azul más intenso. Era evidente que no tenía muy claro lo que iba a decir. Tenía el cuerpo tenso. Antes de hablar, Veloz adivinó su intención, y apenas pudo creer que hubiese reunido el coraje para dar un paso tan irrevocable, y con tanta rapidez.
—Sé que Veloz tal vez no os lo diga por consideración hacia mí —dijo con voz temblorosa—, pero después de todo el jaleo que he montado desde que llegó, creo que es justo que os diga que he renovado mi promesa de matrimonio con él.
El silencio se apoderó del salón, un silencio inmóvil, de respiración contenida, como si todos en la mesa se hubiesen quedado helados al mismo tiempo. Los músculos de las piernas de Amy se entumecieron. Se puso una mano en la falda. Ya está, ya lo había dicho. Ahora ya no había vuelta atrás. Echando mano de todo el coraje que le quedaba, miró a Veloz a los ojos. Él parecía un tahúr que acabase de enseñar cuatro ases en una jugada de póquer.
Después de un momento, Cazador dijo:
—Espero que el sol brille para los dos.
Con un gritito, Loretta se levantó de la silla y dio a Amy un emotivo abrazo.
—Sabía que se solucionaría. Lo sabía.
Otra ola de incertidumbre sobrecogió a Amy al devolver el abrazo a Loretta. Nada se había solucionado todavía. Podía sentir la mirada de Veloz. Se preguntó en qué estaría pensando, por qué no hablaba, por qué sonreía de esa manera.
—¿Así que os vais a casar? —preguntó Índigo con entusiasmo infantil—. ¡Ah, es estupendo! Creo que deberíamos dar una gran fiesta para celebrarlo. Tal vez Brandon Marshall pueda venir. —Clavó sus ojos azules en Loretta—. ¿Puedo invitarlo, mamá?
Soltando a Amy, Loretta miró a su hija con nerviosismo.
—Deja primero que se organice la fiesta, Índigo. Luego hablaremos de las invitaciones.
Veloz levantó una mano.
—No habrá ninguna fiesta. —Su voz sonó con determinación—. No por el momento, al menos.
—¿Por qué no? —preguntó Loretta.
Veloz levantó la ceja izquierda.
—Porque no quiero que nadie fuera de estas paredes lo sepa hasta que decidamos que estamos preparados.
Cazador lo interrumpió.
—Esas no son nuestras costumbres, Veloz. Los compromisos siempre se anuncian públicamente.
—Es mi costumbre. —Veloz se recostó en la silla y rodeó la taza de café con los dedos. Su mirada, oscura e indescifrable, se encontró con la de Amy—. Tenemos mucho que hacer. Casarse pronto no es una prioridad.
—Un compromiso largo no tiene nada de malo —le aseguró Loretta—. Pero ¿por qué no anunciar el compromiso de forma oficial?
Veloz volvió a mirar a Amy, con una misteriosa sonrisa.
—El trabajo de Amy es muy importante para ella. Me gustaría que pudiera conservarlo.
Amy parpadeó, intentando entender lo que él acababa de decir, pero antes de poder asimilarlo, Loretta gritó:
—¿Por qué un anuncio así iba a poner en peligro el trabajo de Amy?
Una vez más, Veloz parecía tener solo ojos para Amy.
—No soy lo que se dice la persona más popular en Tierra de Lobos. Si las lenguas empiezan a murmurar…, bueno, no hay que ser un genio para saber lo que ocurriría. No quiero correr ese riesgo. Si no decimos nada, daremos a la gente la oportunidad de que me conozcan mejor. Quizá entonces no les importará que su maestra se case con un antiguo pistolero.
—Pero las malas lenguas hablarán aún más si no saben que estáis comprometidos —replicó Loretta.
—No, si tenemos cuidado y no dejamos que nos vean juntos demasiado. Hasta el momento, lo hemos conseguido bastante bien.
Veloz echó todo el peso de su cuerpo sobre el respaldo de la silla, con los hombros relajados, un brazo encima del respaldo y la otra mano puesta encima del muslo. Amy casi podía sentir la calidez de esos fuertes dedos sobre sus pechos, la fuerza de su brazo alrededor de ella.
—Si os vais a casar, tía Amy no necesita trabajar —dijo Chase, interviniendo en la conversación—. Ella se quedará en casa y cocinará y cuidará de los niños.
—¿Quién lo dice? —Aún balanceándose en la silla con el impulso de los pies, Veloz miró al muchacho—. ¿Por qué tiene ella que dejarlo todo porque se case?
—Sí, Chase, ¿por qué? —preguntó Índigo—. Las mujeres pueden hacer otras cosas además de limpiar la casa y lavar la ropa.
Chase levantó los ojos al techo.
Riendo, Veloz levantó una mano.
—No era mi intención empezar aquí una discusión. Es solo que la forma de los blancos de hacer las cosas no me parece justa. De hecho, sé que puedo escribir mi nombre, voy a firmar un papel que diga que la casa de Amy sigue siendo de su propiedad y que su dinero es suyo también.
A Amy le dio un vuelco el corazón. Se sentía tan conmovida que tuvo que hacer verdaderos esfuerzos por no llorar. Poniéndose una mano sobre el pecho, dijo:
—¿Qué has dicho?
—Me has oído.
—¿Vas a firmar un papel negando los derechos que tienes sobre mi casa y mi sueldo?
—¡Eso es una locura! —gritó Loretta—. ¿Por qué iba a querer una esposa que se dividieran las propiedades?
—Para mantener su independencia. —Veloz miró a Cazador, divertido—. No te parece bien.
Cazador se encogió de hombros.
—Es una buena costumbre, es la costumbre de nuestro pueblo. No firmamos papeles, pero lo que es de la mujer le sigue perteneciendo después de casada.
—Entonces está decidido. ¿De acuerdo, Amy? —Veloz observó a su futura esposa, esperando pacientemente que hablara. Cuando vio que se limitaba a quedarse allí de pie, mirándolo, dijo—: Bien, ¿estás de acuerdo o no?
Amy trató de hablar y no pudo. Por fin se limitó a asentir. Veloz volvió a sonreír. Durante un momento interminable, Amy olvidó a todos los que estaban en la habitación. Solo existía Veloz y la ternura que veía en sus ojos negros.
Cuando se hubo terminado la cena y los platos estuvieron lavados, Veloz invitó a Amy a dar un paseo nocturno. Ella aceptó sin dudarlo. En cuanto alcanzaron los árboles que había detrás de la casa, lejos de las miradas de los demás, redujeron el paso y empezaron a caminar a un ritmo más tranquilo.
Cuando él le cogió la mano, Amy respiró profundamente, exhalando un suspiro.
—No has cambiado. En muchos aspectos, no has cambiado.
—¿Qué quieres decir?
Ella sonrió y encontró su mirada.
—En un momento estás pidiendo promesas y al momento siguiente cambias de idea. No esperaba… —Se calló y arqueó una ceja—. No tenías por qué hacer ninguna de esas concesiones en la cena. Y sin embargo las hiciste. ¿Por qué?
La expresión de su cara se agudizó.
—No creo que las costumbres de vuestra gente sean justas.
Amy obvió el comentario.
—La mayoría de los hombres quieren tener la ley a su favor. Su casa, su dinero. De esta forma tienen el control.
—Yo no soy como los demás hombres. —Él abrió el puño y tocó ligeramente con los nudillos su barbilla—. Mientras no te pegue una vez a la semana para mantener en forma mi brazo, no necesitarás nunca ese papel. Firmarlo no me cuesta ningún esfuerzo y, sin embargo, a ti te hace muy feliz.
Andando al mismo ritmo que él, apoyó la cabeza en su brazo, mirando los árboles, que se alzaban sobre ellos. Veloz estudió la parte de arriba de su dorada cabeza. Inhaló una buena bocanada de aire y lo dejó salir poco a poco después, como si con ello estuviera librándose de un gran peso.
—Solías hacer eso antes, pedirme las cosas más difíciles para luego tomar muy poco una vez había aceptado hacerlas. —Levantó la cabeza—. Todavía recuerdo las primeras veces en las que me sacaste a pasear después de que Cazador me rescatara de los comancheros. Me llevabas hasta el infierno, a lo largo del río, tan lejos del poblado como fue posible. Sabías lo que estaba pensando.
—No era difícil de adivinar —contestó él con una sonrisa—. Tenías que aprender que no necesitas la seguridad de los demás para estar a salvo conmigo. Esa era la única manera de demostrártelo.
—Lo estás haciendo otra vez. Intentas demostrarme algo. Me haces temer lo peor de ti. Y después no haces nada de lo que me hiciste pensar. Hiciste que aceptase hacer el amor contigo hoy. Pero nunca tuviste intención de hacer algo así, ¿verdad? En cuanto creo que sé dónde estoy, entonces das otra vez la vuelta a todo.
Con un suspiro, la atrajo hacia sí y la apoyó sobre el hueco de su brazo.
Le rozó la mejilla con los labios. Amy sintió un escalofrío en la espalda y se quedó sin respiración cuando sus bocas se juntaron.
—Es muy sencillo, Amy. Lo único que quiero, lo único que siempre he querido, es que confíes en mí. Si tengo eso, todo lo demás vendrá solo. ¿No lo entiendes? Lo demás simplemente sucederá.
Con lágrimas en los ojos, le tocó la cicatriz de la mejilla, y después dejó caer la frente sobre su pecho.
—No es fácil para mí.
Él sonrió y la rodeó con los brazos, contento de poder tenerla tan cerca.
—Lo sé. Pero sucederá si nos damos tiempo.
Cuando Veloz levantó la cabeza, vio que tenía los ojos llenos de lágrimas.
—Te quiero, Veloz —le susurró—. Siempre te he querido.
—Lo sé.
Al mirarla, vio la frágil confianza que había en sus ojos y apenas pudo creer la suerte que había tenido. Se sintió de repente lleno de ansiedad. Durante media vida, cualquier tipo de felicidad le había sido negada. No se había atrevido a soñar. Ahora, sostenía el mundo en sus brazos. Amy. La quería tanto… ¿Qué pasaría si algo salía mal? ¿Qué pasaría si volviese a perderla?
—¿Veloz? ¿Qué te ocurre? —susurró.
—Nada. Todo está bien.
Guardando sus temores para sí, se obligó a sonreír y bajó la cabeza para rozarle una vez más los labios. En la magia de la noche, le bastaba con poder recuperar su amor de juventud. Se las vería con el futuro cuando llegase el momento.