Capítulo 23

Un grito desgarrador despertó a Veloz. Aturdido y convencido por un momento de que había imaginado el grito, se levantó del camastro en el que dormía junto a la chimenea. ¿Era de día? Parecía como si acabase de salir de los brazos de Amy y apenas hubiese cerrado los ojos. Se oyó otro grito. ¿Amy? Se asustó. Entonces se dio cuenta de que el sonido provenía del otro lado del pueblo. Se puso las botas y corrió hacia la ventana para ver lo que pasaba. En la casa de Crenton, vio a Alice de pie, en la puerta principal. Iba encorvada con las manos en la cara. Era ella la que había gritado.

Con una maldición, Veloz salió de la casa y bajó los escalones del porche. Mientras corría, las fachadas de los edificios se iban nublando en su visión periférica. Débilmente vio que otras personas salían de sus casas detrás de él, también en dirección a la casa de Crenton. Algo atroz había ocurrido. O eso supuso por el volumen de los gritos. Eran gritos de una mujer aterrorizada.

Cuando llegó al sendero de la casa, llamó:

—¿Señora Crenton? ¿Qué ocurre?

Ella se dio la vuelta y se quitó las manos de la cara. Nunca había visto a nadie con la cara tan pálida, era casi blanquiazul, como nieve en el crepúsculo. Ella lo miró fijamente mientras él se aproximaba a ella corriendo. Entonces, empezó a retroceder, sacudiendo la cabeza, poniendo las manos a modo de escudo como si quisiera detenerlo.

—¡No se acerque! ¡Ay, Dios piadoso, no se acerque!

Veloz estuvo a punto de tropezar con sus propios pies al detenerse.

—¿Señora Crenton?

—¿Qué clase de animal es usted?

Veloz se quedó perplejo. Entonces lo vio. Una cabellera recién cortada colgaba del poste de la puerta de los Crenton. La muestra de pelo rojo dejaba bien claro que se trataba de la de Abe Crenton.

Por un momento, Veloz no pudo moverse. Lo único que podía hacer era mirar. La sangre de la cabellera goteaba por el poste, manchando la madera envejecida de negro rojizo. Lenta e insidiosamente, comprendió que Alice Crenton creía que él había matado a su marido.

El sonido de unas pisadas retumbaron detrás de Veloz. La voz de un hombre preguntó:

—Jesús bendito, hombre, ¿qué es lo que ha hecho?

Otras personas se acercaron corriendo. Una mujer gritó. Otro hombre le interpeló.

—¡Yo oí como amenazaba con matarlo, pero no pensé que lo dijese de verdad! ¡Que Dios nos coja confesados!

Veloz se dio la vuelta, tratando de hablar. Randall Hamstead llegó hasta ellos también. Sus miradas se encontraron. Randall lo miró un momento, después palideció y apartó la vista. A la izquierda de Veloz, una mujer empezó a tener arcadas. Otra empezó a llorar. Los hermanos Lowdry estaban de pie a un lado, con la atención puesta en la cabellera.

Hank Lowdry escupió tabaco y se limpió la boca con la mugrienta manga de cuero.

—Que me aspen, aunque algunos de nosotros le oímos amenazar con que le cortaría la cabellera, nadie pensó que lo fuera a hacer. —Empezó a reírse, después se contuvo y miró a su hermano—. ¡Él lo hizo! ¡Y lo colgó en el maldito poste! Justo como dijo que lo haría.

A Veloz se le hundió la tierra bajo los pies. ¿Todos los que estaban allí pensaban que lo había hecho él? ¡Era una locura! ¡Enfermizo! Pero también tenía sentido. Veloz López, criado como comanche, después pistolero y comanchero. Un asesino. Ah, sí. ¿A quién mejor que a él se podía culpar? Sobre todo cuando a la víctima le habían cortado la cabellera. El pánico le impedía respirar. Después, sintió unas ganas salvajes de reír.

Por fin, consiguió hablar. Pero cuando las palabras se articularon en su garganta, dudó, sin saber muy bien qué iba a decir.

—Yo… —se calló y tragó saliva— no he hecho esto. —Vio que Cazador estaba entre la multitud y se sintió aliviado—. Cazador, ¡díselo! ¡Creen que lo hice yo!

Cuando Cazador vio la cabellera, se quedó paralizado. Después de examinarla un momento, volvió su luminosa cara hacia Veloz. No había duda de lo que decían sus ojos. Veloz se rio entonces, una risa temblorosa y macabra.

—Yo no he hecho esto —repitió, levantando las manos en señal de súplica—. No puedes creer que lo haya hecho. Tú no, Cazador.

—¡Buscad al comisario! —gritó alguien.

—Aún no ha vuelto —contestó otro.

—¡Que alguien cabalgue hasta Jacksonville y le diga que vuelva aquí ahora mismo! Tenemos un asesinato entre manos.

—Yo iré —gritó un hombre. Tan pronto como habló, Veloz vio que salía corriendo calle abajo.

—Podríamos traer al señor Black. Él es el juez de instrucción. Está autorizado a arrestar en caso de asesinato.

—Hazlo —ladró Joe Shipley.

A Veloz le invadió una sensación de irrealidad. Por Dios bendito, iban a encerrarlo. Se imaginó rodeado de barrotes, la claustrofobia y la falta de aire. Consideró echar a correr, pero sus pies se le habían pegado al suelo. Miró a la multitud. En cada uno de los rostros, vio miradas de acusación y repulsa. Esto no podía estar pasando.

Una voz distante gritó:

—¡Aquí está el cuerpo! —Todos miraron en dirección al granero de Crenton. Un hombre llegó balanceándose. Sujetándose las rodillas, contuvo las náuseas y respiró profundamente—. ¡Le han cortado el cuello! ¡Que Dios se apiade de nosotros, le han cortado el cuello!

Alice Crenton empezó a llorar, un llanto suave y espeluznante que subió por la espina dorsal de Veloz como unos dedos fríos. Apenas notó que Loretta se había unido a la multitud, con Índigo y Chase a ambos lados. Tenía la cara blanca y sus ojos grandes miraban llenos de incredulidad y horror. Se apartó unos pasos de los niños y se dirigió a Cazador, con la mirada fija en Veloz.

—Yo no lo hice —repitió Veloz.

—Si no fuiste tú, ¿quién lo hizo? —preguntó alguien—. No me imagino a ninguno de nosotros cortando la cabellera al pobre tipo.

Un murmullo general de asentimiento se elevó entre la multitud. Loretta puso los ojos en la horrible cabellera. No dijo nada, pero la duda que atravesó su cara habló por sí sola. A Veloz se le atragantó el orgullo herido. Echó hacia atrás los hombros y levantó la cabeza. Había sido culpable de muchas cosas en la vida, pero nunca de mentir. Si Cazador no sabía eso, entonces no había nada más que él pudiera decir.

Amy estaba terminando de peinarse cuando un golpe frenético la llevó a la puerta principal. Por un instante se preguntó si es que se habría quedado dormida. Miró el reloj. Iba bien de tiempo. Tenía tiempo de sobra para tomarse un café en casa de Loretta antes de ir al trabajo. Sorprendida, abrió la puerta de par en par. Índigo estaba de pie en el porche, con la cara descompuesta por el llanto, el moratón de la mejilla de color rojo lívido y la melena despeinada por el viento.

—Tía Amy, mi padre quiere que vengas a nuestra casa. ¡Rápido! ¡Algo terrible ha sucedido!

Amy se alarmó.

—¿Qué?

Índigo se humedeció los labios, inspiró aire y después lo soltó.

—¡Tío Veloz mató a Abe Crenton anoche! ¡Le cortó el cuello y la cabellera!

Las piernas de Amy se doblaron. Tuvo que agarrarse a la puerta para no caer.

—¿Qué?

—¡Lo que oyes! ¡Abe Crenton está muerto! Todos piensan que lo hizo el tío Veloz. El señor Black lo ha metido en la cárcel por asesinato.

—Ay, Dios mío. —Amy salió corriendo por el porche. Miró hacia el pueblo, después echó un vistazo a la escuela—. Índigo, ¿puedes ir corriendo a poner una nota en la puerta de la escuela diciendo que no habrá clase hoy?

—Sí. ¿Tienes un papel donde escribir?

Amy iba ya por las escaleras.

—En mi dormitorio, en el primer cajón de la cómoda —le dijo sin detenerse.

Echó a correr. Golpeaba el suelo con los talones y el impacto rebotaba en todo su cuerpo. Veloz. ¿En la cárcel? ¿Por asesinato? ¡No! Era como si la calle principal del pueblo se alargase kilómetros y kilómetros ante ella. Se levantó la falda y saltó a la acera de madera, con las enaguas y los pololos en volandas.

Ante ella, vio a un grupo de hombres congregados en la puerta de la prisión. Se dirigió hacia allí. Cuando se acercaba, ellos cerraron ante ella, hombro con hombro, cortándole el paso.

—Nadie va a entrar ahí hasta que no venga el comisario Hilton —bufó el señor Johnson.

En los ojos de los hombres solo se reflejaba odio. Amy sabía que una multitud en este estado podía volverse incontrolable. La pequeña prisión de madera parecía de lo más vulnerable. Desde luego no era ninguna fortaleza. Si estos hombres decidían entrar a por Veloz, no habría nada que los detuviese. Los hermanos Lowdry permanecían un poco apartados del grupo, hacia su derecha. Su proximidad le puso los pelos de punta.

Apoyó las manos en la cintura, dándose cuenta de que acercarse a la prisión había sido un error. Si decía algo inadecuado a estos hombres, si les hacía enfurecer más de lo que ya estaban…

—Yo, esto… —Le temblaban las piernas—. No trataba de entrar. Solo oí el bullicio y me pregunté qué era lo que estaba pasando.

Hank Lowdry escupió tabaco. El líquido fue a parar a solo unos centímetros de su camisa.

—Su amigo el señor López ha matado a Crenton, eso es lo que ha pasado. ¡Le ha rajado el cuello y cortado la cabellera!

Amy pestañeó al oír esas palabras. Dando un paso atrás, dijo.

—¿Por qué estáis tan seguros de que lo hizo el señor López?

—No hay que ser un genio para saberlo. Estamos seguros —gruñó alguien.

Amy miró hacia el lugar de donde provenía la voz. Se centró en Joe Shipley, el padre de Jeremiah. Sostenía una cuerda enrollada en una mano. Virgen Santa. ¿Dónde estaba Cazador? Miró por encima de su hombro. ¿Sabía lo cerca que estos hombres estaban de linchar a su mejor amigo?

—Estoy segura de que la culpabilidad o la inocencia de un hombre es algo que solo debe decidir el comisario Hilton o un jurado —dijo sin mucha convicción.

Joe Shipley se apartó un poco del grupo.

—¿Piensas que Hilton es Dios? Le pagamos un buen dinero para que mantenga a salvo este condenado pueblo. Ha permitido que un salvaje asesino se instale entre nosotros, lo que no hace sino probar que no es más listo que cualquier otro. Quizá ni siquiera es listo. El resto de nosotros sabíamos desde el principio de que López traería problemas.

Amy conocía a Joe Shipley y a muchos de los demás desde hacía años. La mayoría de ellos tenía hijos que iban a su escuela. Se llevaba bien con sus esposas. Pero hoy todos le parecían extraños, con esos ojos salvajes y esos rostros contorsionados por la rabia. Si nadie los tranquilizaba, serían capaces de hacer algo horrible.

Levantando la barbilla, Amy clavó los ojos en Joe Shipley con la más severa de sus miradas de maestra.

—Que López traería problemas —le corrigió.

Shipley levantó las cejas.

—¿Qué?

—«De que» es incorrecto —explicó—. Es un dequeísmo. Está mal dicho.

A Shipley se le salieron los ojos de las órbitas.

Amy estiró la espalda y pasó un segundo de vértigo rezando mentalmente lo que sabía para que Shipley no decidiese estrangularla. Tenía las venas de las sienes hinchadas, como si estuvieran a punto de estallar. Ahora entendía por qué Jeremiah siempre llegaba al colegio citando a su padre. El hombre desprendía tal sensación de fuerza que difícilmente pasaba desapercibida.

Echando mano de todo su coraje, Amy se aclaró la garganta y añadió:

—También le aconsejo que cuide su lenguaje, señor Shipley. Se encuentra usted en presencia de una dama.

Shipley se ruborizó. Ella no dejó de mirarlo. El hombre se movió incómodamente y después se aclaró la garganta.

—Le pido que me disculpe.

Amy asintió de manera casi imperceptible.

—Ya veo que estamos todos un poco alterados. Sin embargo, no debemos olvidar las buenas costumbres en momentos de tensión. Se han cancelado las clases en el colegio hoy, por lo que los niños podrían venir por aquí más tarde. Es nuestra responsabilidad como adultos dar ejemplo.

Luchando por mantener una expresión de firmeza, Amy miró a otro de los hombres. La mayoría se resistía a mirarla a los ojos.

Animada, fijó la vista en Michael Bronson.

—Estoy segura de que Theodora y el pequeño Michel estarán en la calle hoy, señor Bronson. De hecho, debería decirle a Tess que hoy no habrá clase.

Mike se rascó la cabeza y la miró avergonzado. Amy se sintió aliviada. Al recordar a estos hombres sus hogares y ponerles un poco los pies en la tierra, había conseguido hacerles replegar velas, al menos de momento. No estaba segura de que pudiese durar mucho.

—Bien. —Unió las manos con la esperanza de parecer más señora y más estirada—. Puesto que el comisario Hilton aún no ha regresado, supongo que esperaré su llegada en casa de los Lobo. —Inclinó la cabeza—. Que tengan un buen día.

De esta forma, Amy dio media vuelta y empezó a caminar calle abajo. Tuvo que utilizar toda su fuerza de voluntad para no empezar a correr mientras subía las escaleras de la casa de Loretta y cruzaba el porche. Le temblaba la mano al coger el pomo y abrir la puerta principal.

La bienvenida que le esperaba en el salón le heló la sangre. Cazador estaba de pie a un lado, revisando, cargando las armas y dando órdenes. Loretta iba y venía entre el armario de las armas y su marido. Índigo ya estaba de vuelta. Tanto ella como Chase estaban también muy ocupados. Amy cerró la puerta y apoyó la espalda contra ella.

Cazador levantó los ojos.

—¿Recuerdas cómo se utiliza un rifle?

—Sí.

Cazador asintió.

—Si las cosas se ponen feas, tal vez seamos la única esperanza que le quede a Veloz. Culpable o no, se merece un juicio justo tanto como el que más.

—¿Crees que es culpable?

Con los labios apretados, Cazador cogió su Winchester, abrió la palanca y después tiró de ella para poner un cartucho en línea con la recámara.

—¡Respóndeme! ¿Lo ha admitido Veloz? Seguro que algo habrá dicho.

Loretta puso un puñado de cartuchos en la mesa.

—Abe está muerto y parece que Veloz lo hizo. Con esa multitud congregada y la cuerda lista, no hemos tenido tiempo de pensar en nada más.

A Amy se le hizo un nudo en el estómago.

—¿Qué… qué es lo que dice Veloz?

—Que no lo hizo —dijo Loretta suavemente—. Pero todo apunta a que sí.

—Pero si él dice que no lo hizo…

Loretta cogió un paño y empezó a poner aceite en el cañón de uno de los rifles. Levantó los ojos hacia su hijo.

—Chase Kelly, ve al altillo y quita los muebles que estén cubriendo las ventanas, por favor.

—¿Para qué? —preguntó.

—Si hay problemas, podremos cubrir mejor a tu padre desde el segundo piso. Cuando hayas movido los muebles, quédate allí y vigila la cárcel. Si alguno de esos estúpidos empieza a entrar, danos un grito.

Chase se puso en pie para hacer lo que su madre le decía. Loretta se volvió hacia Índigo.

—Tú puedes cerrar las contraventanas de la parte trasera de la casa. Echa el candado a la puerta también. Si hay problemas, no queremos ningún visitante en la puerta de atrás.

Parecía como si los Lobo estuvieran preparándose para la guerra. De repente, Amy se dio cuenta de que tal vez no era solo la vida de Veloz la que estaba en peligro.

—Ah, Cazador, no puedes hacer frente a todo el pueblo tú solo. ¡Esto es una locura!

Cazador levantó otro rifle.

—La locura está ahí fuera, en las calles. —Sus miradas se encontraron—. Reza para que el comisario Hilton vuelva a tiempo de calmar a esos tipos. Ahora mismo son incapaces de pensar nada correctamente.

—¿Es que han perdido todos la cabeza? Puede que Veloz no sea culpable. ¿Cómo pueden quedarse contemplando la muerte de un hombre si no están seguros de que él lo hizo?

Cazador apretó la boca.

—Las cosas no pintan bien para Veloz, Amy. No pintan nada bien. Incluso yo… —Se calló y se limpió el sudor de la frente con la parte exterior de la muñeca—. Asegura que no lo hizo. Pero si no fue él, ¿quién fue? No lo tendría crudo si no hubiese amenazado a Crenton.

—Él no dijo nada en concreto. —Sintiéndose impotente, Amy separó los cartuchos de calibre 44-40 y los puso en la Winchester de Cazador.

—No estamos hablando de lo que Veloz dijo después de la pelea. —Cazador cargó el tubo de su repetidor retrocarga de siete cartuchos. Después de insertar el tubo en la culata, se colocó la Spencer en el hombro y miró por el cañón—. Hizo otras amenazas que nosotros no sabíamos. —Con la mejilla aún alineada al cañón, levantó la vista hacia ella—. Dentro de la taberna, antes de que empezase la pelea.

La expresión atormentada de Cazador llenó de temor a Amy.

—¿Qué… qué tipo de amenazas?

Cazador puso a un lado el rifle cargado y se pellizcó el puente de la nariz. Al ver que se resistía a hablar, Amy supo que debía esperar lo peor.

—Varias personas le oyeron contar a Abe Crenton una historia acerca de un comanche que rajó el cuello a un hombre que pegaba a su mujer y después colgaba la cabellera en el poste de la entrada para que todos lo vieran.

Amy no podía sentir los pies. Se rio, con un sonido tembloroso y trémulo.

—¡Eso es una locura! ¿Por qué iba Veloz a decir eso?

—Para asustarlo, imagino.

—¡Pero solo un estúpido contaría a alguien una historia así para después hacerlo de verdad!

—Un estúpido, sí. O quizá un hombre que pierde los estribos por la rabia.

Amy creyó que iba a ahogarse. Se agarró al respaldo de una silla para no caer. ¿Habría ido Veloz a la taberna después de dejarla en casa? ¿Se habría enzarzado en una disputa con Abe Crenton?

—No creo que Veloz sea un estúpido. Y no creo tampoco que sea de los que actúan precipitadamente. Además, lo único que ha hecho ha sido contar una historia. Eso no es exactamente una amenaza, ¿no?

Cazador pasó la mano por la culata de la Spencer.

—¿Qué es lo que va a pensar la gente, Amy? Veloz dijo esas palabras, y ahora se han hecho realidad. ¿Quién más en este pueblo cortaría el cuello a un hombre y después le cortaría la cabellera? ¿Yo? Cortar cabelleras no es algo que un hombre blanco sepa hacer.

—¡Pero Veloz dice que no lo hizo!

—Eso es lo que dice.

—Tengo que ir a hablar con él —susurró.

—No, hasta que el comisario Hilton regrese. En cuanto ponga a esos hombres bajo control, iremos allí a ver cómo podemos aclarar todo esto. Ahora mismo, una muestra de apoyo a Veloz podría ser problemática. —Hizo un movimiento hacia ella para que tomara asiento—. Lo único que podemos hacer es vigilar y esperar. Si pierden el control… —Palmeó la culata de la Spencer—. Te enseñé a disparar esta, ¿recuerdas?

Amy asintió y se hundió en la silla.

—Crees de verdad que tendré que utilizarla, ¿no es así? Que van a intentar lincharlo, ¿verdad?

Loretta puso sobre la mesa el rifle que había estado engrasando. Respiró profundamente y elevó la vista con preocupación hacia Amy.

—Por eso no podemos ir allí. Mientras el comisario Hilton esté ausente, cualquier tipo de confrontación es arriesgada. Los ánimos están muy caldeados.

Amy miró a Cazador.

—Si… pierden el control, ¿podremos detenerlos?

La cara de Cazador se ensombreció.

—Debemos hacerlo.

Amy imaginó a Veloz arrastrado por la multitud hasta un árbol. Si tuviese que hacerlo, ¿sería capaz de disparar a Joe Shipley o a Mike Bronson? Empezó a sudarle todo el cuerpo. Cerró los ojos, algo mareada.

—Los dos pensáis que lo hizo, ¿verdad?

Loretta estiró el brazo a través de la mesa para tocar el hombro de Amy.

—Hay algo más que Cazador no te ha mencionado. Veloz no estuvo aquí anoche. Me desperté un poco después de la una a beber agua y no estaba en su camastro.

Amy se recostó en la silla.

—Sabes que estaba conmigo.

—¿Pero hasta qué hora?

—Fue justo después de las dos cuando se marchó.

Loretta miró esperanzada a Cazador.

—A juzgar por el estado del cuerpo, el señor Black cree que Abe murió entre la medianoche y las dos de la mañana, una hora más o una hora menos de esa franja. Eso significa que Veloz podría haber estado con Amy en el momento del asesinato.

Cazador levantó una mano.

—Olvidas la hora de margen. Eso hacen cuatro en total. ¿Quién puede decir dónde estuvo Veloz después de visitar a Amy? A menos que ella pueda jurar que Veloz estuvo en su casa toda la noche…

No hacía falta que dijese más. Amy cerró los ojos.

—El comisario Hilton acaba de llegar —gritó Chase desde el altillo—, y ese impresentable de Brandon Marshall y sus amigos están aquí también. Van a la taberna.

Cazador caminó hacia la ventana del salón y miró afuera.

—¿Qué ocurre? —preguntó Amy.

—Por ahora, solo están hablando. Brandon y su grupo no han bajado a la prisión. Sus caballos están frente a la Lucky Nugget. Imagino que Pete debe de estar atendiendo el local como de costumbre. Esa es buena señal. Quizá se pongan a hablar y se mantengan separados por un tiempo. Si Brandon puede encender los ánimos, lo hará, aunque solo sea por vengarse de lo que pasó ayer.

—¿Puedes oír algo de lo que los otros están diciéndole al comisario Hilton? —preguntó Loretta.

Cazador levantó un poco la cortina e hizo una señal para que guardaran silencio.

—Solo están diciéndole lo que ha ocurrido. —Después de mirar un poco más, dejó caer la cortina y se volvió hacia ellos—. Bien, no han intentado seguirle al interior de la cárcel. Eso es una buena señal. Démosle tiempo para que hable con Veloz a solas. Después iremos a ver qué podemos averiguar.

Loretta sopló para retirarse los cabellos que le caían por la frente.

—Si alguien puede razonar con esos hombres, ese es el comisario Hilton. A él le cae bien Veloz.

Amy se puso una mano en la garganta, imaginando una cuerda alrededor de su cuello, dejándola sin aire. No podía dejar que algo así le ocurriese a Veloz. Sencillamente, no podía.

Aunque el sonido fue casi apagado por el murmullo de voces que se oían fuera, Veloz pudo distinguir que la puerta de la prisión se abría y cerraba. Unos pasos pesados y medidos atravesaron el suelo de madera hasta su celda. Reconoció las pisadas y no le importó abrir los ojos.

—Bien, López —dijo el comisario Hilton con tono divertido—. Me da la impresión de que se ha metido en un infierno difícil de solucionar. Odio tener que interrumpirle la siesta, pero tiene que responder a algunas preguntas.

El sudor le caía por detrás de las orejas hasta el cuello. Tenía la garganta seca.

—Sí, tiene razón, es un infierno. ¿Ya me tienen el lazo preparado?

Hilton suspiró.

—Hablar nunca ha conseguido colgar a nadie todavía.

Veloz podía oír a un hombre fuera gritando.

—¡Cuelgue a ese bastardo! —No era una frase muy esperanzadora.

Hilton dejó escapar otro suspiro.

—¿Y bien?

—¿Y bien qué?

—¡No sea tan condenadamente cabezota! Por tal y como suena ese grupo de ahí afuera, no es momento de ser orgulloso. ¿Lo hizo o no?

—No.

—Supongo que con eso me basta.

Eso hizo que Veloz abriese los ojos. Movió la cabeza a un lado y a otro.

—¿Me cree?

Hilton apretó los labios.

—Hay algunos que dirían lo que quiero oír solo para salir de aquí. Sé por experiencia que usted no es uno de ellos.

Con una sonrisa de reconocimiento, apoyó un hombro sobre los barrotes, recordándole otra mañana en la que había permanecido en la misma posición. Esta vez, sin embargo, una palabra de Amy no sería suficiente para liberarlo.

La sonrisa de Hilton se esfumó y después arrugó el entrecejo.

—Si usted no le cortó la cabellera a ese bastardo, ¿quién lo hizo? No todo el mundo sabe cómo dejar sin pelo la calavera de alguien. Por lo que me han dicho, fue un corte limpio.

—Yo no podría haberlo hecho mejor.

—No me lo recuerde. Desde luego es usted la persona más adecuada para hacerlo.

—Así es. Está loco por creerme. La mayoría no lo haría. Demonios, probablemente yo no me creería.

Hilton se rio.

—Eso es lo que me gusta de usted, su franqueza. Esperaba que me lo discutiera y me diera el nombre de un sospechoso.

Veloz golpeó la almohada y volvió a colocársela bajo la cabeza.

—Lo cierto es que no puedo pensar en nadie más que se haya cruzado con Abe. —Siguió otro incómodo silencio. Las voces de fuera se callaron momentáneamente—. No se me ocurre nadie, excepto…

—¿Excepto quién?

Veloz arrugó el ceño.

—Quizá Alice Crenton… —gruñó y sacudió la cabeza—. Ella cree que yo lo hice. Así que estoy probablemente ladrando en el árbol equivocado. Pero estaba pensando que quizá ella puede saber algo. Algo que ni siquiera ella cree importante. Alguien con quien Abe discutió, alguien que le debiese dinero. Tiene que haber alguien que lo odiase. Después de todo, hizo que le cortasen el cuello.

—A muchos no les gustaba, pero dudo de que lo hayan matado. Sin embargo, no nos vendrá mal hablar con Alice. —Sonrió ligeramente—. Además, nunca me ha importado demasiado llamar a su puerta. Es tan encantadora como guapa, y hace el mejor maldito pan de miel que nunca haya probado.

—¿Le gusta Alice Crenton?

Hilton sonrió.

—Si hubiese pensado por un minuto que podría convencerla para que se divorciase de Abe, la habría alejado a ella y a todos sus hijos de él antes de que pudiese parpadear, y no me habría arrepentido por ello ni un segundo. El día que le dio lo que se merecía fue el más feliz de mi vida. Si no hubiese sido por esta placa, lo habría hecho yo mismo.

La vehemencia en la voz de Hilton indicó a Veloz que el comisario había considerado seriamente hacerlo. Se volvió para mirar al hombre con otros ojos. No era tan viejo y aún tenía buena planta. Veloz supuso que las mujeres debían de encontrarlo atractivo con esa fuerte mandíbula y esos ojos azul grisáceo tan vivarachos.

—Debe de tenerla en muy alta estima. Cinco hijos no son cualquier cosa.

Hilton asintió y se encogió de hombros.

—Sin embargo, ese es otro tema. Quién mató a Abe, eso es lo que nos interesa ahora.

—Una pregunta sin respuesta. —Veloz pensó un poco más en la situación—. Tengo que decirle, comisario, que incluso Cazador duda de mí esta vez. Si está buscando votos para las próximas elecciones, la gente de por aquí no va a ver con muy buenos ojos que se ponga de mi lado.

Hilton volvió a sonreír.

—Y vuelve a hacerlo… Algunas veces, López, es mejor que un hombre sepa hacer un poco de politiqueo.

—Eso no se me da bien.

—Sí, claro. No creo que estuviese aquí ahora hablando con usted si pensase que es un charlatán. —Dirigió el pulgar hacia el este—. Tenía una finca a unos seis kilómetros de aquí. Cuando Rose murió, me presenté a comisario porque trabajar en la granja era demasiado solitario. Puedo volver allí si lo necesito. Los votos no me interesan.

Veloz se levantó.

—Aprecio su lealtad.

Hilton prestó atención a las voces de fuera.

—La lealtad no salvará su condenado pellejo. Respuestas, eso es lo que necesitamos. ¿Puede jurar dónde estaba anoche?

Veloz se puso tenso.

—No por la mayor parte de la noche. Dormí junto al fuego, pero los demás estaban dormidos. No pueden jurar que estuve allí.

—Ha dicho la mayor parte de la noche. Entonces salió de la casa, si lo he entendido bien.

—Desde la medianoche hasta las dos.

Hilton perjuró.

—Es cuando el juez cree que sucedió el asesinato, entre las once y las tres, o muy cerca a esa hora. ¿Adónde fue?

—De visita.

—No juegue conmigo. ¿Dónde estuvo, Veloz?

—Con una amiga.

Hilton se cogió a los barrotes y pegó la cara a ellos.

—Una mujer. No es momento de preocuparse ahora por el qué dirán. ¿Era la señorita Amy? ¿Tuvo un picor imposible de rascar y tuvo que ir en busca de May Belle? ¿Con quién estuvo?

Veloz se quedó en silencio.

—¿Me lo va a decir o no?

—No puedo. Si esos decentes ciudadanos de ahí fuera me cuelgan, a ella solo le quedará su reputación.

—Bien, eso deja fuera a May Belle. Debió de ser la señorita Amy.

Veloz apretó los dientes.

—Si le importa, ella misma vendrá a decirlo. Su vida está en juego.

—Y poder probar dónde estuve hasta las dos tampoco me salvará.

—Hay veces que el honor puede convertirse en la pala que cava la tumba de un hombre. Si ella habla, las cosas podrían cambiar para usted.

Veloz se sentó en el camastro.

—¡No! Incluso aunque testificase que estuve con ella, podría haber matado a Abe después. Demonios, podría incluso tener coartada hasta las cuatro y eso tampoco me salvaría. Las averiguaciones del señor Black no son una ciencia exacta. Si el cuerpo de Abe yacía en un lugar de mucho viento, el aire frío podría haberlo dejado rígido más rápido de lo normal.

Veloz gruñó y se masajeó la parte de atrás de su cuello.

—Si tengo la suerte de ser procesado, que no parece muy probable, el caso iría a los tribunales. Usted lo sabe, yo lo sé, y —dirigió un dedo hacia la multitud— ellos lo saben. Si ella pudiese jurar que estuve en su compañía hasta el amanecer, entonces valdría la pena. Pero tal y como están las cosas, prefiero que se quede al margen de esto.

Hilton levantó las manos.

—Está bien. Es su cuello.

Veloz balanceó las piernas sobre el lateral del camastro. Tocando el colchón con las manos, dijo:

—Espero que esta información quede entre nosotros.

Hilton asintió y se rascó la mandíbula. Veloz no necesitaba más garantías, no de Hilton.

—Solo por si acaso —añadió Veloz—, no piense mal de la señorita Amy. Estamos casados según la ley de mi pueblo. Pensamos que con esto valdría hasta que el párroco volviese a Jacksonville.

—No podría pensar mal de la señorita Amy aunque se pasease en ropa interior por la calle principal. Es una buena mujer. —Se tocó la nariz y olfateó—. Supongo que debería ir a ver a Cazador para decirle lo que está pasando. Lo último que necesito es que venga aquí y se ponga a hablar con esos de ahí fuera. En cuanto le haya advertido, entonces podré ir a la casa de Crenton y hablar con Alice.

—Ella está convencida de que lo hice yo, se lo advierto desde ahora.

—No se preocupe. Que me guste no significa que pueda hacerme cambiar de idea. Si hablar con ella no me da ninguna pista, entonces tendré que reunir a la gente esta noche para tratar de averiguar algo. No hay nada más esclarecedor que un puñado de gente exaltada, todos gritando al mismo tiempo.

Veloz se encontró con su mirada.

—¿Puedo estar yo en esa reunión?

—Si quiere…

—¿Puede mantener a esos animales de ahí bajo control?

—Lo intentaré.

Después de que el comisario Hilton hubo hablado con Cazador, Amy se acercó a la ventana del salón para verlo marchar. Los hombres se congregaron a su alrededor una vez en la calle, dirigiéndose a él con voces enfadadas. Ella pegó la cabeza al cristal para intentar entender lo que decían, aunque deseó no haberlo hecho. Hilton, hablando en voz baja, parecía tener cierta maña para calmarlos, pero Amy sabía que no duraría mucho. Miró hacia la pequeña prisión. Veloz estaba encerrado allí, acusado de asesinato y, por lo que sabía, abandonado por sus amigos.

Cada poro de su piel le decía lo mucho que lo echaba de menos y lo asustada que estaba por él. Había resultado ser el chivo expiatorio perfecto. Con toda seguridad, era el hombre perfecto para que las mentes puritanas de Tierra de Lobos condenasen, dado su origen comanche, la sangre mexicana que corría por sus venas y su desagradable pasado.

¿Debía ir a verlo? La pregunta se repetía en la mente de Amy y se sentía incluso culpable por tener que preguntársela. Si hubiese sido al contrario, Veloz estaría ya en la cárcel con ella. Pero él era fuerte y, que Dios la ayudase, ella no lo era. Si la veían cerca de la cárcel, sería como si anunciase públicamente que era su amante. Podía despedirse de su trabajo y del respeto de todos sus amigos. Si Veloz terminaba en la horca, se quedaría sola, sin trabajo, sin casa, sin seguridad.

Se agarró al alféizar de la ventana hasta que los nudillos se le pusieron blancos. ¡Cobarde! ¿Amaba a ese hombre o no? Esa era la pregunta. La única pregunta. Su culpabilidad o inocencia era lo de menos. Y la respuesta era sí, lo amaba con todo su corazón. Su lugar estaba junto a él, aunque fuese al mismo infierno por ello.

Se dio la vuelta desde la ventana y miró a Cazador.

—Voy a ir.

Cazador fue hasta la ventana y miró hacia fuera.

—Esos hombres parecen estar aún bastante enfadados. Y sabes lo que el comisario Hilton ha dicho. No es una buena idea acercarse allí ahora.

Amy respiró hondo.

—Sí, lo más seguro es que vayan a estar enfadados durante mucho tiempo. Mi lugar está junto a mi marido. Daré un rodeo al pueblo y me acercaré a la prisión por detrás para que no me vean. —Fue a la cocina de Loretta y cogió uno de los cubos de leche—. Para subirme a él —explicó—. Así podré hablar con él por la ventana.

Cazador abrió la cortina y echó otro vistazo al exterior, preocupado.

—Iré contigo.

Amy agarró con fuerza el asa del cubo.

—¿Puedes darnos primero quince minutos a solas? Hay cosas que… —Movió la mano—. Si alguien me ve, gritaré.

Cazador sonrió.

—¿Le dirás que pasaré pronto por allí?

Amy empezó a asentir y entonces se encontró con su mirada.

—Lo que de verdad me gustaría decirle es que estamos todos con él. —Contuvo las lágrimas, mirando a Loretta y después a Cazador—. Quizá mató a Abe. Quizá, justo al principio, tuvo un ataque de pánico y mintió. No lo sé. Pero si dice que… —Su voz se quebró. Se pasó el cubo a la otra mano—. Si, cuando hable con él, sigue diciendo que no lo hizo, entonces creo que deberíamos fiarnos de su palabra, por muy mal que se vean las cosas.

Cazador la miró, enternecido.

—Creo que tienes razón. —Miró a su esposa. Loretta asintió.

Amy no se había dado cuenta de que había estado conteniendo el aliento. Se restregó las mejillas y se sorbió la nariz.

—Yo, esto… —Se encogió de hombros y se dispuso a salir—. Bien, es hora de ir.

—Dile que le llevaré pastel de manzana todos los días hasta que salga de allí —dijo Loretta.

Amy no podía hablar por las lágrimas. Se limitó a asentir y salir de allí.

El clic de la cerradura resonó dentro de la habitación. Cazador rozó la alfombra con la punta de su mocasín. Después de un rato, una gran sonrisa apareció en su cara.

—¿De qué diablos te estás riendo ahora? —preguntó Loretta.

La miró.

—Solo estaba pensando en lo mucho que ha cambiado desde que Veloz llegó. Y para bien.

Loretta suspiró.

—Recemos para que no tenga que soportar que le rompan el corazón otra vez.