Capítulo 19
Tras haber llevado a Peter junto a su madre, Veloz se estiró en el sofá de Amy y se quedó dormido mientras ella horneaba un pastel de manzana de masa gruesa y preparaba la cena. Mientras trabajaba en sus quehaceres, Amy dio marcha atrás en el tiempo, recordando la ternura con la que Veloz había tratado a Peter por encima de todo. Su garganta se puso tensa de la emoción. Amaba tanto a Veloz, y él a ella también. Se lo había demostrado de mil maneras. ¿No era hora de que hiciera ella lo mismo?
Apretó el mango de la cuchara y empezó a remover las verduras con más fuerza. Notó un cosquilleo agradable en el estómago, como si se tratase de mariposas revoloteando, y aquella sensación invadió pronto todo su cuerpo. Saber lo que tenía que hacer y hacerlo eran dos cosas bien diferentes.
Los ricos olores que emanaban de la cocina despertaron a Veloz, y se acercó hasta allí, frotándose ligeramente las costillas y con una mirada que se volvió más cálida cuando divisó la mesa repleta de comida.
—Amy, ¿pastel de manzana?
Ella le respondió con una sonrisa nerviosa.
—No hace falta que un hombre esté en la cárcel para recibir un pastel de manzana. A veces es tan maravilloso que se lo merece a cualquier hora. —Envolviendo las manos en el mandil, trató de mirarlo a los ojos pero, finalmente, no lo consiguió—. Yo, esto… Quiero que esta noche sea especial.
Veloz se aproximó a la mesa todavía más.
—¿Pollo frito?
—Cazador me trajo una gallina ayer.
—¿Puré de patatas con sofrito? Creo que he muerto y acabo de entrar en el paraíso.
Ella esperaba que él no hubiese notado cómo le temblaban las manos cuando posó el cuenco de verduras sobre la mesa.
—Pensaba que no creías en el paraíso.
—Por supuesto que sí. El paraíso comanche, tu paraíso, probablemente sea lo mismo. Los dioses deben mantener a los indios y a los blancos separados para que no acabemos juntos y comencemos una nueva guerra.
Amy arrugó la nariz.
—Eso no es así. No existiría paraíso alguno si no estuviera contigo.
Él clavo los ojos en ella y después sonrió.
—¿Por qué tengo la sensación de que me tienes más aprecio desde la pelea?
—Porque es verdad. —Se dio la vuelta hacia la estufa y se quitó el mandil por los hombros—. No me malinterpretes. Recurrir a la violencia no es la mejor forma de hacer las cosas. Sin embargo, es lo único que funciona con Crenton y no hay ninguna ley que proteja a su familia de él. Se lo pensará dos veces antes de volver a hacerle daño a Peter. Y, además, creo que… —Hizo una pausa, se volvió y lo miró por encima del hombro, con los ojos llenos de lágrimas—. Creo que fuiste maravilloso con Peter…
Veloz cruzó la habitación para llegar hasta ella. La agarró por los hombros, la estrechó en sus brazos y unió sus labios con los suyos, fundiéndose en un dulce y suave beso.
—Casi puede conmigo.
Sus ojos se volvieron más grandes.
—¿De verdad?
—Maldita sea, sí. —Se rio—. Si no hubiera sido tan ágil, habría acabado conmigo.
Olvidándose de sus propias preocupaciones por un instante, Amy recorrió con la yema de los dedos la cicatriz de su mejilla, y recordó lo asustada que había estado cuando Crenton lo amenazó con el cuchillo. Podía haber perdido a Veloz.
—Lo que no deja de hacerme pensar que eres maravilloso.
Veloz mantuvo los ojos clavados en ella, cálidos y absorbentes.
—Si ese es el efecto que va a tener en ti, entonces creo que voy a meterme en una pelea cada día.
Ella le respondió con un empujoncito cariñoso e infantil.
—Siéntate y come.
Él la obedeció y tomó varias porciones de cada plato, incluido el pastel de manzana, halagándola a cada mordisco que daba.
Veloz no pudo evitar darse cuenta de que Amy apenas daba bocado, mirando con frecuencia la oscuridad a través de la ventana, después a la lámpara, con una sonrisa un tanto distraída.
—¿Ocurre algo?
Ella pareció volver en sí.
—No… nada.
Veloz se recostó en la silla para estudiarla mejor.
—Estás nerviosa por algo. ¿Quieres que hablemos?
El gesto de su boca se puso tenso. Tragó saliva, tratando de evitar que sus miradas se cruzasen.
—No, yo… —Le falló la voz y sus grandes ojos azules se encontraron con los él—. ¿Me disculpas un momento?
—Claro.
Veloz la observó mientras salía de la cocina, preocupado por la expresión que había visto en sus ojos. No solo parecía nerviosa, sino también asustada. Pensó en la cena, tratando de recordar si había dicho o hecho algo que no debiera, pero no encontró nada.
Se puso en pie y comenzó a recoger la mesa. Acababa de coger el plato con el pastel de manzana cuando oyó a Amy pronunciar su nombre con voz temblorosa, con un tono suave y difuso. Todavía con el plato en la mano, se dio la vuelta y se quedó perplejo. Ella estaba allí de pie, bajo el marco de la puerta, entre las sombras, con el pelo suelto danzando alrededor de sus caderas, formando una dorada nube resplandeciente. Bajó la mirada y, al mismo tiempo, dejó caer el plato, que chocó contra el suelo en un fuerte estruendo e hizo que el pastel se derramase por todas partes.
—¡Mierda!
Aquella palabra retumbó en el aire, con tanta fuerza que pareció hacer vibrar hasta las paredes. Veloz deseó haberse mordido la lengua. Amy se estremeció y emitió un pequeño grito asustado, cruzando los brazos para cubrirse sus pechos desnudos, con una cara tan pálida que Veloz pensó que se desvanecería en cualquier momento. Dio un paso hacia ella, pisando los trozos de cristal y después resbalando con un trozo de pastel. Se volvió a quedar helado mientras la observaba. Sabía que no debía, pero no pudo evitarlo. Aunque estaba llena de trozos de manzana, era el ser más bello que jamás había visto. Sintió que se quedaba sin respiración. El mundo se hundía bajo sus pies. Y la mirada guerrera le hizo tener miedo de mover siquiera un músculo.
—Amy…
Ella dio un paso hacia atrás.
—No debería…, he sido una estúpida. —Se calló y dio otro paso hacia atrás—. Estoy llena de trozos de manzana.
Veloz se aventuró a dar dos pasos más, haciendo crujir los cristales que había por el suelo. A medida que él avanzaba, ella retrocedía, adentrándose cada vez más en la oscuridad.
—Amy, no… —Pisó un trozo de pastel y maldijo un par de veces—. No has sido ninguna estúpida. —Luego dio un salto para esquivar todo aquel desbarajuste—. Amy, vuelve.
Desapareció como un fantasma entre las sombras y se encaminó hacia su habitación. Veloz maldijo una vez más para sus adentros, se sacudió enfadado los pantalones para deshacerse de un trozo de manzana que se le había quedado pegado y se apresuró a buscarla. Tan pronto como entró en el vestíbulo, la puerta se cerró de un portazo. Sabía que aquella puerta no tenía cerrojo. Agarrando el pomo, lo giró despacio. Cuando abrió la puerta, pudo escuchar suaves sollozos y pequeños gimoteos que provenían de la oscuridad. En esos momentos deseaba abofetearse con todas sus fuerzas.
Él la escuchó moverse por la habitación. Cuando sus ojos se hubieron acostumbrado a caminar en la oscuridad, vio que estaba tanteando los muebles en busca de su ropa, que ella misma había dejado sobre el escritorio.
—Amy —dijo él con un tono suave.
Se sorprendió y se dio la vuelta, agarrando con firmeza sus pololos contra los pechos. Veloz cerró la puerta y se apoyó en ella. Mientras tanto, Amy miró desesperada a su alrededor y después en dirección a Veloz. Él sabía perfectamente que ella no podía verlo. Una tierna sonrisa se dibujó en su boca al imaginarse a Amy dejando la habitación momentos antes, temblando de miedo, cada paso una agonía para ella, pero encaminándose hacia él de todos modos, sin nada más que su precioso cabello, simplemente porque quería agradarle.
Con una voz ronca, llena de emoción, le dijo:
—Eres la mujer más bella que he visto jamás… Perdóname por haber reaccionado de esa manera. —Tragó saliva y continuó—: Yo, esto… el pastel… Me pillaste tan por sorpresa que… Fue como… ¿te cortaste con alguno de los cristales?
—No.
Su voz apenas se podía oír. Veloz sintió un fuerte dolor en el pecho que más tarde le llegó hasta la garganta. Podía ver cómo temblaba.
—Amy, ¿podemos intentarlo una vez más, sin el pastel y sin las palabrotas? De veras que he estado intentando corregir mi lenguaje, sabes que lo he hecho, pero a veces las palabras salen sin pensar.
Entre sollozos, le dijo:
—No podemos intentarlo de nuevo sin el pastel. Estoy llena de trozos de manzana.
—¿Y qué más da? Las dos cosas que más amo en este mundo son el pastel de manzana y tú, aunque no precisamente en ese orden. Tendré que ir comiéndome los trocitos de manzana hasta llegar a ti, no me puedo quejar.
Todavía sollozando, masculló entre resuellos:
—Yo… simplemente quiero olvidar lo que ha pasado. Estoy toda pegajosa.
Veloz se dirigió hacia ella.
—¡Manzana en tus piernas! —Miró hacia arriba, sonriendo en la oscuridad, observándola—. ¡Manzana en el pelo!
Cuando la hubo alcanzado, le secó una lágrima que le caía por la mejilla. Ella dio un salto y retrocedió chocando contra el armario.
—¿Quieres matarme de un susto?
—Lo siento. Me olvidé de que yo sí puedo ver y tú no.
Ella apretó su ropa interior contra el pecho, con los ojos llenos de luz mientras trataba de encontrarlo.
—Estoy aquí, Amy. —Le agarró la barbilla con la mano e inclinó su cabeza hacia arriba—. Y, si piensas que me voy a olvidar de ti, de pie en el umbral de la puerta, brillando como el oro y la luz de la luna, te equivocas. Nunca me olvidaré, al menos no mientras viva. Y no existe ninguna posibilidad de que pueda vivir como si no hubiera sucedido.
Él sintió que ella se estremecía.
—Hace frío aquí. Vamos junto al fuego.
Ella retrocedió.
—No. Yo… no estoy de humor para… No quiero…
Veloz se inclinó hacia ella con cuidado y la acogió en sus brazos. Allá donde sus manos la tocaban, se sentía languidecer. No podía evitar temblar, pero se sentía de verdad languidecer. Atravesó la habitación, la cambió de posición para poder abrir la puerta y la llevó hasta el salón. Cuando la puso de nuevo en el suelo, dio un paso hacia atrás, todavía aferrada a sus pololos, sujetándolos con tanta fuerza que los nudillos se le habían vuelto de un blanco brillante. Veloz agarró aquella pieza de tela.
—Vamos a quitarlos de aquí, ¿de acuerdo? —Para poder arrebatárselos de las manos, tuvo que dar un pequeño tirón. Ella se resistía, mirando de forma salvaje a las llamas.
—Amy…
—He cambiado de opinión —gritó—. Ya estaba lo bastante nerviosa y después…
—Y después yo reaccioné como un idiota. Lo siento, Amy, amor. Simplemente me cogiste por sorpresa. Dame otra oportunidad, por favor.
Finalmente, le quitó la ropa interior de las manos y la tiró a un lado. Cuando se dio la vuelta, casi se quedó sin respiración. Aunque se abrazaba a sí misma, tratando de esconderse con los brazos cruzados y los dedos bien estirados, tan solo el hecho de verla allí, de pie frente a la luz del fuego, despertó todos sus sentidos. El pezón rosado de uno de sus pechos asomaba puntiagudo entre dos dedos. Incapaz de contenerse, tocó la punta con suavidad, sobrecogido porque ella había encontrado el valor de obsequiarlo con su cuerpo.
Ella inhaló aire con fuerza y apartó las manos, ofreciéndole una mayor visión de su pecho, mientras trataba de decidir qué parte era más importante cubrir. Observándola con una comprensión enternecedora, Veloz entendió lo que sucedía. Sus pechos eran mucho más amplios de lo que escondían sus vestidos remilgados; eso era lo único que podía cubrir con sus pequeñas manos. Veloz deseó que pudieran ser las suyas. Lo que ocurría era que, si solo se tapaba los pechos, dejaría el resto del cuerpo al descubierto.
Finalmente, acabó por taparse con un brazo, cubriéndose exactamente uno de los pechos, dejando el otro a la vista bajo su brazo. Con la otra mano, se tapó rápidamente el brillante triángulo dorado donde culminaban sus muslos. Dado que sus manos eran demasiado delgadas como para cubrir todo lo que quería, se felicitó a sí misma por lo que había conseguido.
—Dios mío, Amy, ¿tienes idea de lo bella que eres? —le preguntó en un ronco susurro.
Sus grandes ojos azules se clavaron en los de él.
—Tu piel es como un rayo de luna. —Curvó la mano alrededor de su pezón, dando un paso más hacia ella—. Y tus pechos… En toda mi vida, no he visto nada igual. Me recuerdas a esas rosas de color pálido, cuando los capullos se abren por primera vez al sol. —Acarició su pelo con los dedos y descendió hasta su hombro, para poder besarla—. Eres un sueño dulce y tierno. Todavía no me creo que seas real.
—Estoy cubierta de manzana.
Veloz ladeó la cabeza, pasando sus labios por la curva de su cuello hasta llegar a la nuca.
—Cuando termine, no quedará ni un solo pedazo de manzana en tu cuerpo, te lo prometo.
—¿Ve… veloz?
—¿Sí? —Atrapó el lóbulo de su oreja entre los dientes y después dibujó la silueta de su oreja con la lengua. Ella se estremeció y agarró su camisa con fuerza, lo que significaba que había desistido en su esfuerzo por cubrirse. Él se echó hacia atrás—. Dime, Amy.
En un intento por abrazarse de nuevo, la sujetó por las muñecas antes de que pudiera continuar. Retrocedió y apartó la mirada. Ella cerró los ojos y los apretó, de nuevo con fuerza, mientras tragaba con dificultad.
Veloz no podía articular palabra. Y, aunque pudiese hacerlo, las palabras no podrían expresar las emociones que en aquellos momentos invadían su ser. Con la mano que tenía libre, alcanzó a tocarle un pecho y después vaciló, temblando. Cuando sus dedos acariciaron su luminosa piel, se puso tenso y dejó de respirar. Cuando apoyó la mano sobre ella, le soltó las muñecas y la abrazó fuertemente.
—Amy… —Su voz temblaba con tan solo pronunciar su nombre—. Eres tan dulce, tan increíblemente dulce.
—Tan dulce… Estoy pegajosa.
—Cariño, no me importa que estés pegajosa. —Aprovechó el momento y saboreó su hombro—. Eres deliciosa.
—Oh… Dios —dijo ella, y después hundió su cara en el pecho de él—. Quiero mi ropa… Fue una idea estúpida. No debería haber… ¿Veloz? —Ella movió el brazo para agarrar su mano cuando notó que la tenía en su trasero—. ¿Qué estás…? ¿Veloz?
Él inclinó la cabeza hacia atrás.
—Amy, mírame.
Finalmente, levantó la cara. Cuando lo hizo, él se inclinó y unió su boca con la de ella. Amy emitió un sonido de protesta y empezó a ofrecer resistencia, soltando el aire como podía por los labios cada vez que respiraba. Él se puso más tenso y le introdujo la lengua. Entonces, ella se quedó paralizada, gimiendo con suavidad, poniéndose de puntillas para alcanzarlo y rodearlo con sus brazos alrededor del cuello.
Se había entregado a él, permitiéndole tocar donde quisiera. Veloz sintió que su corazón empezaba a palpitar con fuerza. Los músculos de sus muslos se tensaron por completo. Sus manos recorrían el cuerpo de Amy, temblando, flotando, doloridas. Agarró con la palma su nalga para poder sentir más cerca sus caderas. La carne cálida de su trasero lo hacía estremecer. Después, sintió cómo sus brazos se enlazaban alrededor de su cuello. Posó la otra mano en su esbelta espalda para mantenerla recta y sujetarla en caso de que le entrase el pánico. Un suave murmullo salió de su garganta y llegó hasta su boca.
Veloz pensó en lo aterrada que debía de estar. A punto estuvo de perder el control cuando ella se acercó más a él y se aferró a su cuerpo casi de forma salvaje, en busca de su calor. La grandeza de lo que estaba a punto de suceder lo atrapó por un instante. Veloz cerró los ojos y los apretó nuevamente con fuerza, temblando casi tanto como ella, tan decidido a hacer que todo aquello fuera bonito para ella que a veces se sentía paralizado. Un movimiento en vano, un descuido en una palabra, y… Tragó saliva y el sonido retumbó dentro de su pecho. Después, separó sus bocas y hundió la cara en el pelo de Amy.
—¿Veloz?
Despegó la mano de su espalda y empezó a recorrerla hacia arriba, siguiendo con las yemas de los dedos las líneas de las cicatrices, con el corazón en un puño, consciente de lo mucho que había confiado en él para presentarse así como lo había hecho.
—Estoy bien, Amy, mi amor —susurró, sin saber muy bien a quién estaba tratando de convencer, si a ella o a él mismo—. Estoy bien.
—Estás tem… temblando.
Él la abrazó con más fuerza.
—Lo sé.
—¿Por qué?
—Estoy aterrado.
—¿Que estás qué?
Se le escapó una risa ruidosa.
—¡Asustado! Estoy tan asustado como un niño en su primer día de colegio. Si lo hago mal, si lo estropeo todo… Te quiero tanto, Amy…
Para su sorpresa, notó cómo el cuerpo de ella se relajaba. Echó la cabeza hacia atrás, tratando de verle la cara. Él se puso derecho y levantó las pestañas para mirarla a los ojos. Dejó de abrazarlo por el cuello y agarró su cara con las manos. Con sus ojos azules llenos de lágrimas, se puso nuevamente de puntillas para besar la cicatriz que tenía en la mejilla, el corte de la barbilla y después la boca.
—Oh, Veloz… no tengas miedo —dijo susurrando, tocando sus labios, con un respirar tan dulce que acabó embelesándolo.
—Quiero hacerte feliz…
—¿Feliz? Soy feliz —le respondió—. Soy feliz como me prometiste. Dime que me amas, Veloz. Dímelo a tu manera esta vez, sin palabras. No puedes hacer algo mal al decirme que me quieres, ¿verdad?
Poco después, pasó sus labios por un lado de su cuello; le gustaba la sensación de sentir las manos de ella en su cara. Cuando hubo encontrado la posición adecuada al tocar su boca, introdujo la lengua. Su corazón palpitaba con tanta fuerza y tan rápido que se vio incapaz de seguir el ritmo de los latidos. Deslizó las manos hasta su cintura y la llevó hasta el suelo con cuidado para ponerse de rodillas sobre la alfombra.
Apartándose de ella, se sentó apoyándose sobre los talones y la miró. Ella se había arrodillado antes que él, con la cabeza erguida y la mirada clavada en la suya, con los brazos rodeando todo su cuerpo. Con cuidado, la cogió por las muñecas y colocó sus brazos hacia los lados. Su tez blanca comenzó a adquirir un tono rosado. Veloz le acarició un pecho, levantándolo ligeramente con la palma de la mano. Su piel parecía oscura como la noche en comparación con la de ella. Inclinó la cabeza y tocó con su lengua la punta rosada y erecta del pezón, sonriendo levemente al sentir que también podía sentir su pulso allí. Estaba tan asustada que toda ella era un latido, y la quería todavía más por ello.
Un grito sofocado salió de su boca cuando Veloz le tocó la piel con la lengua, gimió y su cuerpo sensible se encogió, como si esa fuese su única defensa contra aquellas ásperas caricias. Incapaz de contenerse, Veloz tiró de ella hacia sí y la besó, agarrándola por las caderas cuando finalmente cayó sobre sus rodillas. Amy llevó sus manos al cabello de Veloz. Las cerró en un puño, sintiendo que su respiración era cada vez más intensa y superficial y que la lengua de él dibujaba círculos alrededor de su pezón, provocando que despertase cada una de las terminaciones nerviosas que acababan allí. Cuando se puso sobre ella, gimió para sus adentros, echando la cabeza hacia atrás al cerrar la boca.
Después, como si se deshiciese de todo el almidón de su cuerpo, se derritió. Sujetándola con el brazo, Veloz la tumbó en el suelo, prestando ahora atención al otro pecho, agradecido por los profundos gemidos que ella daba mientras le recorría el cuerpo. Amy. Su vida, su amor, un sueño en forma de terciopelo en sus brazos, más dulce que todo lo que había podido imaginar o creer que existiese.
Mirándolo de reojo, Amy observó la oscura cabeza de Veloz al hundirse en su pecho, sus oscuras manos deslizándose por toda su silueta. De repente, una sensación extraña la invadió por completo, pero tan bella que casi le impedía respirar. Su camisa le rozaba el cuerpo, todavía más caliente por el fuego y su piel. Se arqueó hacia él, entregándose, ahora sin miedo alguno. Así es como Dios quería que sucediese. Como un regalo celestial. Un acontecimiento sagrado.
«Te quiero.» Aquellas palabras se reflejaban en la forma en que la sostenía entre sus brazos. «Te quiero.» Sus manos se lo decían, apenas tocándola, sino más bien rindiéndole culto. Cuando se puso sobre ella y se quitó la camisa, la luz de las llamas danzaba en su pecho y sus brazos. Con cierta pesadumbre en los párpados, Amy lo miró y solo pudo ver la dulzura que se escondía bajo aquella masculinidad pura, la amplitud de sus redondeados hombros, las líneas de los músculos de su estómago, el árido cabello oscuro que dibujaba un triángulo desde el pecho hasta su estrecha cintura. Su cuerpo bruñido brillaba cual madera laqueada, rica, sólida y robusta.
Cuando sus brazos alcanzaron su espalda, sus pechos entraron en contacto con su piel cálida, aflorando todos sus sentidos y cortándole el aliento. El amor por Veloz la cubría en su totalidad hasta llegar a hacerla sentir dolor. No tenía miedo. Sintió su mano siguiendo con la yema de los dedos las cicatrices de su espalda y una lágrima que se deslizaba por su cuello.
A continuación, se aferró a él, invadida por una felicidad que no encontraba forma de expresar, porque Veloz López, el hombre duro y resentido que nunca había dejado entrever ninguna debilidad, el hombre que había sembrado el miedo con tanta facilidad por todo Texas, el que se había enfrentado a la muerte cientos, o quizá miles de veces, la estaba abrazando con una ternura indescriptible y derramaba sus lágrimas por el dolor que ella había sufrido. Si él podía exponerse de tal manera ante ella, no podía negarle absolutamente nada.
Cuando deslizó la mano por su vientre, cuando sintió que sus dedos jugaban con el vello rizado del ápice de sus muslos, no ofreció resistencia alguna, sino todo lo contrario: abrió las piernas, confiando en él como nunca había hecho con otra persona, rindiéndose ante él aunque sabía que le dolería y tranquila al mismo tiempo porque también sabía que él trataría de hacerle el menor daño posible. Deslizó los dedos hasta más abajo, y Amy gimió nuevamente, dejándola fuera de combate por esa sensación eléctrica que le había atravesado el vientre. Esperaba que él se abalanzase sobre ella, para deshacerse de las otras piezas de ropa que todavía llevaba puestas, para tomarla. Lo que no había pensado era que iba a sentir algo así, un placer que la rodeaba con olas de calor y cosquilleos.
Él se movía retirándose lentamente, tan lentamente, y después volvía a impulsarla con ternura, con cuidado, buscando un lugar dentro de ella que la hacía sentirse acalorada y temblorosa cada vez que lo encontraba. Amy gimió y elevó las caderas, incapaz de respirar a medida que él aumentaba el ritmo, empujando con más fuerza y rapidez hasta que consiguió adaptarse al son de sus movimientos, inmiscuida en una sensación que estaba a punto de dejarla sin sentido. Al abrir los ojos, observó un mundo donde la luz del fuego y la oscuridad danzaban formando espirales, y se zambulló en él, encontrando ese lugar dentro de ella que la hacía sentir espasmos por todo el cuerpo. Se sentía ligera, como si estuviese flotando en el aire, pero cuando sabía que estaba a un paso de despegar, Veloz la acercó a él con el brazo y dejó que aquellas ondas de puro éxtasis se adueñaran de ella por completo.
Se quedó tumbada en sus brazos instantes después, todavía temblando, con el pecho tratando de recuperar el aliento, el cuerpo totalmente húmedo y el corazón latiéndole con fuerza. Él la acarició con ternura, susurrándole a medida que, paso a paso, volvía al mundo real. Amy sabía que lo que le había hecho no había llegado a su final, que todavía no había obtenido el placer absoluto. Aunque sabía que sería doloroso para ella, trató de luchar contra sus miedos por lo mucho que deseaba complacerlo. Sin embargo, al darse la vuelta, él deslizó nuevamente la mano sobre su cuerpo, acariciándola con la yema de los dedos con suavidad, pero sin entrar en ella esta vez. Ella jadeó al sentir aquel cúmulo de sensaciones que atravesaron todo su ser.
—Veloz…
—Confía en mí, Amy… —insistió con voz ronca—. Así es como se supone que debe ser. Confía en mí.
Amy empezó a vislumbrar luces en su cabeza. El calor volvió a invadirla por dentro, candente primero, después de forma salvaje, hasta que su vientre se puso tenso, haciéndola retorcerse y temblar, arqueándose hacia él y deseando que él lo hiciese con más fuerza. Después, una ráfaga de éxtasis entró en su cuerpo, dándole sacudidas, una tras otra, hasta hacerla estremecer, hasta hacerla gritar, hasta desgastarla, dejándola demasiado débil como para moverse, mucho menos hablar.
En medio de aquella neblina que le impedía ver con claridad, vio a Veloz sobre ella, brillando como el bronce, con los tendones tensos, dándose cuenta al mirarlo que también él estaba desnudo. El miedo, que todavía sentía con tanta fiereza, acorralándola, mantenía sus dedos fríos, le robaba el aliento, la mantenía en tensión. Cogiéndola por las caderas, Veloz la elevó hacia él. Ella se agarró con los puños a la alfombra, todavía tensa, esperando nada menos que agonía.
—Amy, amor, ¿confías en mí?
Amy se aferró a la alfombra todavía con más fuerza, aún en sus brazos. Con un gemido ahogado, asintió.
—Entonces relájate. Demuéstrame que confías en mí, Amy, por última vez. —Masajeó sus músculos, sintiendo su rigidez, con las manos cálidas y gentiles, incesantes—. Hazlo por mí. Suelta la alfombra.
Los recuerdos del ayer y del ahora se entremezclaban en su cabeza. Veloz, su querido amigo. La deseaba. Y no importaba el dolor que sintiera: quería satisfacerlo. Se obligó a aflojar las manos y a soltar las fibras trenzadas de la alfombra, todavía con los ojos clavados en los de él.
—Ahora respira hondo —le susurró—. Y relaja tu cuerpo. No quiero hacerte daño. Relájate. Muy bien.
Cuando exhaló el gran cúmulo de aire que había tomado antes, él la penetró en un suave impulso. Amy volvió a inhalar aire y notó sus pulmones quejándose por aquella invasión repentina. El mundo se derrumbaba ante ella. Esperó, apretando bien los dientes, sabiendo que el dolor llegaría. Pero no fue así. Después, él bajó su cuerpo para sostenerla entre sus brazos. Durante unos instantes, no se movió, dejándola acostumbrarse a él.
—¿Estás bien?
Con un sollozo de alivio, le dijo:
—Sí —dije sin apenas poder creérselo. A continuación, él hundió la cara en su cabello, con los labios rozándole la oreja, permitiéndole sentir su respiración, rápida y ahogada.
—No tengas miedo. Confía en mí, cariño. Te juro por lo que más quieras que no te voy a hacer daño. —Empezó a moverse dentro de ella, rememorando el ritmo de sus pesadillas, aunque ahora su pesadilla se había convertido en un sueño—. Te quiero, Amy. Agárrate bien fuerte a mi cuello. Ven conmigo…
Y con aquella petición todavía susurrando en su cabeza, se la llevó con él al paraíso.