Capítulo 24

Colocando un pie encima del cubo, Amy se agarró a los barrotes de la prisión para elevarse. Escudriñando el interior, susurró:

—¿Veloz?

Oyó el sonido de unos muelles. Un instante después, vio aparecer su rostro oscuro.

—Amy, ¿qué demonios haces aquí? —Miró a su derecha y a su izquierda—. Alguien podría verte. Las malas lenguas tendrán de qué hablar.

Amy trataba de mantenerse serena, pero no parecía estar dando muchos resultados.

—Empiezas a parecerte a una vieja maestra, señor López. Deja a las lenguas que hablen.

Él rodeó los dedos de ella con los suyos.

—Podrías perder tu trabajo.

—No me importa. —Amy se sorprendió al descubrir que de verdad no le importaba. Finalmente, nada le importaba sino aquel hombre—. Ay, Veloz. ¿Qué vamos a hacer?

—¿Tengo un ratón en mi bolsillo? Nosotros no vamos a hacer nada. Yo soy el que se ha metido en este lío. —Consiguió besarla a través de los barrotes—. Amy, por mucho que me guste ver tu dulce rostro, no quiero que estés aquí. Arriesgas mucho si te ven conmigo.

—La vida es un riesgo.

Él se echó hacia atrás.

—Esto no tiene buena pinta. Podría estar colgado del extremo de una soga antes de esta noche. No puedes permitirte perder tu trabajo. No ahora.

Había un eco en cada una de las palabras que decía, y a Amy no le gustó cómo sonaba. ¿Por qué utilizaba algo tan horrible como esto para hacerle ver lo tonta que había sido? Veloz era la única seguridad que necesitaba, lo único que siempre había necesitado, y ella había estado demasiado asustada para comprenderlo.

—Al diablo con el trabajo.

Él maldijo en voz baja.

—No te entiendo. Sin ese trabajo, ¿dónde demonios irás si algo me ocurre? Al arroyo, ahí es adonde irás. Así que mueve tu precioso trasero de aquí.

—Cállate, Veloz. —Ella pegó la frente a los barrotes y le sonrió con lágrimas en los ojos—. No va a ocurrirte nada. No lo permitiré.

Él la miró con el ceño fruncido.

—¿Por qué no me gusta como suena eso? Amy, quiero que te mantengas al margen de esto. Si algo ocurre, quiero saber que estarás bien. Tengo que saberlo. Si caigo, no quiero llevarte conmigo.

—Estaré bien. —Por primera vez en mucho tiempo, estaba segura de ello—. Una pregunta. Siento tener que preguntártelo, pero ¿fuiste tú quien lo mató?

Su mirada no flaqueó.

—No.

Eso era lo único que Amy necesitaba saber. Le tocó la mejilla con la palma de la mano.

—Cazador, Loretta y yo… entre los tres, te sacaremos de esto. Haré todo lo que sea necesario.

Ella se bajó del cubo y lo recogió del suelo. Veloz trató de cogerle el brazo pero falló.

—Amy, no quiero que… Amelia Rose Masters, ¡vete de aquí!

—¡López! —le corrigió—. Y no lo olvides.

De este modo, desapareció como había venido.

Esa noche, cuando el comisario Hilton convocó la reunión que tendría lugar en el salón comunitario, no hacía falta ser un genio en derecho penal para averiguar por dónde iban a ir los tiros. Todos en el pueblo pensaban que Veloz era culpable. Joe Shipley no tenía la soga en la mano, pero Amy supuso que no tardaría mucho en cogerla.

De pie, junto al perchero y en medio de Cazador y Loretta, Amy trataba de escuchar las conversaciones que tenían lugar a su alrededor, lo que oyó le hizo hervir la sangre. La palabra «mexicano» apareció en más de una ocasión, «pistolero» iba en segundo lugar, seguida de «mala vida de comanchero». Si la opinión pública servía de indicador, Veloz no tendría ninguna oportunidad.

Sentado en la plataforma que hacía las veces de escenario, el comanche llevaba las muñecas esposadas a la espalda. Al mirarlo, Amy se sintió orgullosa de él. Mantenía la cabeza alta y miraba a sus acusadores directamente a los ojos. Podía imaginarlo caminando hacia la horca con ese mismo coraje intrépido.

Ella no iba a dejar que eso ocurriera, desde luego. Tenía ya varios planes al respecto. Podía ir a buscar las pistolas de Veloz y desatarlo de alguna manera. El repetidor Spencer seguía aún sobre la mesa de Loretta. Amy supuso que podría embaucarla y sacar a Veloz de allí si tenía que hacerlo.

Por supuesto, todas estas ideas eran una locura. No podría apuntar con un arma a sus amigos. Y correr solo serviría para condenar a Veloz de por vida. Pero tenía que hacer algo. No podía dejar que muriera por algo que no había hecho.

Loretta fue llamada a testificar. Con evidente recelo, contestó a las preguntas.

—Sí, el señor López salió anoche. Alrededor de la medianoche me levanté a beber agua y él no estaba durmiendo junto a la chimenea. —Cuando le preguntaron si sabía a qué hora Veloz había vuelto a la casa, ella contestó—: No pensé anoche que eso pudiera tener importancia. Volví a la cama y no me desperté de nuevo hasta por la mañana. —Un murmullo de satisfacción se elevó en la sala cuando Loretta terminó de hablar. Después vino el testimonio de varios hombres, los hermanos Lowdry incluidos, quienes habían oído a Veloz amenazar a Abe Crenton en la taberna.

Amy pudo ver que las pruebas se cernían en contra de Veloz. Ni una sola persona había hablado en su defensa hasta el momento. Después hubo un murmullo de curiosidad. De entre la multitud surgió Brandon Marshall, alto e impecablemente vestido, con el pelo rubio brillando a la luz de la lámpara. Dándose la vuelta para que todo el mundo pudiera ver su rostro magullado y su oreja cortada, el joven empezó a hablar en alto.

—No sé nada de la muerte de Abe Crenton, pero puedo testificar que este hombre tiene instintos de asesino. Cuando oí acerca de esto, supe que tenía que venir y decir lo que me corresponde. —Con un dedo levantado, hizo que todo el mundo se fijara en sus heridas—. Estuvo a punto de matarme. ¿Y saben por qué? Por besar a su sobrina. Si no hubiese sido por la presencia de mis amigos, me habría matado. Se lo juro.

—Eres un maldito mentiroso —gritó Índigo. Antes de que Cazador pudiera coger a la chica por el brazo, ella dio varios pasos hacia el escenario—. ¡Intentaste violarme!

—¡Tú eres la mentirosa! —Brandon hizo una seña a sus amigos para que se acercaran—. Tengo testigos. ¿Hice yo algo más que besar a esta chica?

Heath Mallory se abrió paso para avanzar hacia ellos.

—No. —Sacudió el puño hacia Veloz—. Ese hombre está loco, ¡os lo aseguro! ¡Loco de ira! Mató a Abe Crenton, créanme. Pueden ver el brillo asesino en sus ojos.

Era cierto; el asesinato brillaba en los ojos de Veloz. Amy dio un paso hacia delante, aterrorizada. El murmullo de la sala se había convertido ahora en un rugido airado. Con nerviosismo, Hilton se acercó a Veloz.

—Que todo el mundo se tranquilice —advirtió.

—Me tranquilizaré cuando ese asesino de maridos esté bajo tierra —gritó la señora Johnson—. ¡Nadie puede estar seguro, oigan lo que digo! —Levantó un dedo acusador—. Te vi en la calle con mi Elmira, ¡no creas que no te vi! Poniéndole ojitos y seduciéndola. Y ella no es más que una niña. Supe entonces de qué calaña estabas hecho.

—Digo que solucionemos esto aquí y de una vez por todas —rugió Joe Shipley—. Al infierno con esa farsa de juicio en Jacksonville. Uno de los nuestros ha muerto, y este hombre lo ha matado. Tenemos que cuidar de los de nuestro pueblo, o vendrán más como él. Es mejor dar ejemplo desde el principio. Los asesinos serán colgados en Tierra de Lobos. Esa será nuestra máxima.

Las cosas no hacían sino empeorar. Amy vio que varios hombres se acercaban a la plataforma. En cualquier momento se echarían hacia delante como una ola, sobrepasarían a Hilton y arrastrarían a Veloz a la oscuridad de la noche. Y cuando esto pasase, no habría forma de detenerlos.

—¡Esperad! —gritó, abriéndose paso entre la multitud para llegar delante del salón. Dando un codazo a Brandon Marshall desde la angosta sección de suelo vacío que había frente al comisario, levantó la voz y dijo—: ¡Os equivocáis! ¡Veloz López no mató a Abe Crenton! ¡No pudo hacerlo él! ¡Y puedo probarlo!

Amy no estaba segura de cómo habían podido salir estas palabras de su boca pero, una vez dichas, no había forma de echarse atrás. Cuando se volvió para mirar los rostros enfurecidos que la rodeaban, se preguntó por un momento si había perdido el juicio. Pero el miedo por Veloz la sostenía, un miedo y un pánico irracional. Ya habría tiempo después para cuestionarse sus acciones.

—Veloz estuvo conmigo anoche —dijo en voz alta—. Pasamos la velada en casa de los Lobo. Después él me llevó a casa y… —la mentira se le atragantó como el ácido y después le salió a borbotones— se quedó hasta el amanecer.

La voz de Veloz le llegó por detrás.

—¡Amy, no!

Las expresiones de los rostros que Amy tenía enfrente cambiaron lentamente de la ira a la incredulidad. De repente, la inundó un sentimiento de vergüenza. Le subió un calor irrefrenable por el cuello. Tragó saliva y continuó con la voz más tranquila.

—Veloz López no pudo matar a Abe Crenton. Habéis llegado todos a una conclusión errónea. Él estuvo conmigo… toda la noche.

Algunas mujeres miraron a Amy con ojos entrecerrados. Harvey Johnson, el corpulento padre de Elmira, dijo:

—Debes de haberte dormido en algún momento. Él pudo entonces salir y después volver, sin que te dieras cuenta. ¿Quién sino iba a cortarle la cabellera a Abe?

Amy se enderezó, rígida y preparada para contestar.

—Se lo aseguro, cuando el señor López viene a visitarme, lo último que hacemos es dormir.

La señora Johnson carraspeó y empezó a abanicarse con la mano como si fuera a desmayarse. La señora Shipley gimió.

—¡Qué escándalo! —Otras exclamaciones del mismo tipo se oyeron por la sala, y de entre ellas hubo una pronunciada por Veloz con una velocidad y una dicción perfecta:

—¡Por todos los diablos! —seguido de—: Amy, ¿has perdido el juicio?

Quince años había tardado Amy en llegar a este momento y, en su opinión, nunca se había sentido más cuerda. Había perdido el respeto de los demás, sí, y seguramente se había quedado sin trabajo. Y no había duda de que se sentía humillada. Pero nada de eso le importaba. No cuando la vida de Veloz pendía de un hilo.

Amy se volvió para mirar al comisario Hilton. En el instante en que vio el brillo de sus ojos azul grisáceo, supo que sospechaba que mentía. Amy miró asustada a Veloz. El comisario Hilton levantó un hombro y se frotó la nuca.

—Entonces, el señor López estuvo —se aclaró la garganta— en compañía de usted toda la noche, ¿cierto? ¿Y está dispuesta a jurarlo?

Amy se vio con la mano en el libro sagrado. Raras veces mentía, mucho menos juraba una mentira. Dios podría condenarla a muerte. Su mirada se deslizó hacia Veloz. Por un instante, lo vio como lo había visto esa primera noche que hicieron el amor, tan cariñoso y paciente. Después, recordó lo amable que había sido con Peter. Si el Dios al que ella reverenciaba no quería que un hombre así conservara la vida, pensó que era tiempo de cambiar de religión.

—Lo juraré hasta mi último aliento —dijo suavemente.

No hubo rayos que cayesen del cielo. Respiró profundamente e hizo mentalmente un acto de contrición. Volvió a mirar a Veloz. Tenía lágrimas en los ojos. Se sintió más segura. «Déjame decirte que te amo a mi manera». Veloz lo había hecho… de tantas formas diferentes. Ahora le tocaba a ella.

Reconfortada por la expresión que vio en los ojos de Veloz, Amy se dio la vuelta para enfrentarse a la multitud. Vio gran variedad de emociones en las miradas que encontró, de disgusto, odio, repulsa, desprecio… Una mujer no admitía públicamente una conducta inmoral y seguía mirando de frente al pueblo inmaculado. Durante ocho años, había cultivado la buena opinión de estas personas. Ahora solo podía preguntarse por qué lo había hecho. Se había dado cuenta de que, en las cosas importantes, no le importaba lo más mínimo lo que pensasen.

—Confío en que ahora, buenos ciudadanos de Tierra de Lobos, encontraréis al verdadero culpable, ¿no es así? —dijo ella—. El señor López es inocente.

De esta forma, Amy caminó hacia la puerta. Como si tuviesen miedo de que pudiera contaminarlos al rozarlos con el vestido, la gente del salón se apartó para abrirle paso. Con las mejillas coloradas y la cabeza alta, Amy caminó entre ellos. Cuando llegó hasta Loretta y Cazador, vio que los dos sonreían. Al menos no había perdido el respeto de todo el mundo.

El aire de la noche envolvió a Amy cuando estuvo fuera. Ella lo inhaló con deseo y apoyó la espalda en la pared del edificio, encontrando refugio en la oscuridad. Temblaba de la cabeza a los pies. Cerró los ojos y escuchó las voces en el interior. Podía oír a Cazador y Loretta y adivinó que se habrían subido a la plataforma. Muy pronto, Veloz estaría libre. Imaginó su brazo sobre sus hombros, la sólida pared de su pecho calentándola. Todo iría bien entonces. Ellos podrían enfrentarse al mundo. Nada importaba salvo que estuviesen juntos.

Amy oyó un tintineo cerca de ella. Abrió los ojos, tratando de ver en la noche y se quedó completamente inmóvil. Como siempre, se sentía frustrada por la ceguera que sufría en la oscuridad. La figura negra de un hombre emergió de alguna parte. Casi al mismo tiempo, la punta afilada de un cuchillo tocó su garganta. Amy se agitó.

—Grita, puta, y te rajaré el cuello como hice con el de Abe Crenton.

El terror le bajó a Amy por la espina dorsal. Instintivamente trató de gritar, pero lo único que consiguió que saliera de su garganta fue un gemido. El cuchillo la pinchó más fuerte. Sintió un reguero de sangre cayéndole por el escote. El olor a sudor rancio le impregnaba la nariz. Una manga de cuero le rodeaba el corpiño. Después oyó ese tintineo una vez más. Espuelas de montar. Por mucho que la noche la cegara, supo que uno de los hermanos Lowdry sostenía el cuchillo.

Unos dedos crueles se le clavaron en el brazo. Al momento siguiente sintió una mano sucia que le tapaba la boca. El pánico pudo con ella. Cogió la muñeca del hombre y le hundió los dientes. Él la maldijo, dolorido. Frenética, Amy trató de escabullirse. Después, saliendo de no se sabe dónde, algo le golpeó en la cabeza. Vio unas estrellas blancas ante sus ojos. Se desplomó, conmocionada por el golpe. Después, la oscuridad se cernió sobre ella.

Cazador leyó la nota una vez, después otra. Veloz se mantenía rígido, esperando a que su amigo hablase. Loretta estaba de pie no muy lejos, agarrada al respaldo de la mecedora. Chase e Índigo, con la cara solemne y pálida, se sentaban junto a la chimenea. Cuando el silencio se hizo insoportable, Loretta gritó:

—Cazador, por el amor de Dios, ¿qué es lo que dice?

Cazador hizo una bola con el papel sucio y levantó la mirada hacia Veloz.

—Los hermanos Lowdry… —Tuvo que aclararse la garganta antes de poder decir nada más—. En verdad no se llaman Lowdry. Se llaman Gabriel.

Veloz sintió como si un puño gigante le golpease en las entrañas. Casi desde que había caminado hacia el porche de la casa de Amy y había encontrado la nota en su puerta, había rezado a Dios y a todos sus dioses para que sus temores fueran infundados, para que hubiese sido ella la que hubiese dejado la nota para él, diciendo que se había ido a algún sitio a pasear porque estaba enfadada. Todo el camino de vuelta a casa de Cazador había seguido rezando, pensando toda clase de cosas, una parte de él consciente de que Amy nunca se aventuraría a salir sola por la noche.

—Ah, Santo Dios. —Veloz se dobló ligeramente, sintiéndose aún como si le hubiesen pegado en el estómago—. Los Gabriel no. ¿Adónde se la han llevado?

—A una choza de mineros que hay a unos ocho kilómetros remontando Shallows Creek, en el antiguo Geunther. —Cazador respiró, temblando—. Quieren que vayas allí y que lo hagas con tus revólveres.

—¡No! —gritó Loretta—. Lo que quieren es un tiroteo. Si vuelves a coger esas armas, Veloz, terminarás en el mismo callejón sin salida en el que terminaste en Texas. Se correrá la voz. Los demás pistoleros vendrán a buscarte. Tiene que haber otra manera de hacerlo.

Veloz se sentía mareado.

—La vida de Amy está en peligro, Loretta.

Se oyó un golpe fuerte en la puerta. Todos se giraron y miraron hacia ella. Loretta por fin recuperó el sentido y corrió a abrir. El comisario Hilton entró con una amplia sonrisa en la cara.

—Bien, ¡si lo que la señorita Amy hizo hoy no es una actuación que venga Dios y lo vea! No suelen gustarme las mentiras, pero esta vez una media verdad nos ha salvado el día. —Rio y sacudió la cabeza—. Por un minuto, López, pensé que tu sinceridad al hablar iba a arruinarlo todo. Si no hubieses cerrado el pico cuando lo hiciste, estaba listo para tirarte el sombrero a la cara. Esos salvajes estaban a punto de empezar una fiesta de linchamiento.

Hilton dio varios pasos en el salón antes de que pareciese darse cuenta de que el ambiente que allí se respiraba no era precisamente festivo. Entonces se detuvo.

—¿Qué demonios ocurre? Esto nos da algo de tiempo para cazar al culpable. Pensé que os encontraría celebrándolo.

Veloz pudo por fin recuperar la voz.

—Esos tipos… ¿los hermanos Lowdry? En verdad, son los hermanos Gabriel. Han venido desde Texas, buscándome porque maté a su hermano. Y ahora se han llevado a Amy.

Veloz siempre había sabido que Hilton era listo, pero aun así se impresionó al ver la rapidez con la que captó la situación.

—Hijos de su… ¡Ellos mataron a Abe y han intentado hacer que parezca que fuiste tú! —Se golpeó en los pantalones vaqueros—. Estúpido de mí que ni siquiera pensé en ellos.

Los ojos de Veloz se llenaron de dolor. Él era el estúpido. En el momento en que Abe Crenton apareció con el cuello cortado, tendría que haber intentado recordar quién le había oído amenazarlo. En vez de eso, el pánico pudo con él, preocupado solo de que todos creyesen que era culpable. Había olvidado por completo a los hermanos Lowdry. Si miraba hacia atrás, se veía como un idiota. Y Amy estaba pagando por ello.

—¿Por qué diablos han cogido a Amy? —preguntó Hilton en voz alta.

—Para cogerme a mí. Después de su anuncio de esta noche, está bastante claro que ella y yo… —Veloz dejó caer las manos—. Demonios, no sé por qué. ¿Por qué los de su calaña hacen las cosas que hacen? Imagino que esperaban que me colgasen. Cuando vieron que no iba a ser así, la cogieron a ella como cebo. Lo importante aquí es que yo maté a su hermano Chink. Nadie se cruza con los Gabriel y se sale con la suya. ¿Qué mejor manera de vengarse que haciendo daño a Amy?

El rostro de Hilton se puso tenso. Veloz volvió la vista hacia el perchero de la pared en el que estaban sus pistoleras. Recordó el miedo que había mostrado Amy al ver a los dos comancheros en la calle. Debía de estar aterrorizada ahora. Decidido, caminó hacia las armas y tiró del cinturón.

—Ay, Veloz, no —gritó Loretta—. Tiene que haber otra manera. Amy no lo querría de este modo.

Veloz se puso el cinturón y se inclinó para atarse las perneras de piel de la cartuchera para que los revólveres quedaran pegados a sus muslos.

—No tengo otra opción. —Levantó la vista—. Supongo que quizá nunca la tuve. Como Amy dice, no puedes salir huyendo de tu pasado. Esto es una prueba de ello.

Cazador se acercó a la mesa y cogió la Spencer.

—Yo voy contigo.

Veloz dudaba de que los Gabriel hubiesen llegado tan lejos solos. Cazador no tenía rival como guerrero, pero no era rápido disparando.

—Es a mí a quien quieren. Sé que quieres a Amy, pero tienes una familia en la que pensar.

Cazador reunió los cartuchos que tenía de sobra y se los metió en el bolsillo de la chaqueta. Levantando la vista hacia su mujer, dijo:

—Hay algunas cosas que debo hacer. Mi familia sabe entender esto.

A Loretta se le puso la cara pálida. Asintió lentamente. Los ojos azul oscuro de Cazador se llenaron de orgullo. Sonrió y se volvió hacia Veloz.

—¿Cuántos crees que habrá?

—Dios sabe —contestó Veloz—. Lo único que sabemos es que habrá más de dos.

—Iré a ensillar mi caballo —intervino Hilton.

Cazador levantó una mano.

—Apreciamos la oferta, comisario. Pero Veloz y yo lucharemos esta batalla a la manera comanche. Un hombre blanco solo conseguiría confundir las cosas.

Hilton sacó pecho.

—Soy un maldito buen tirador, ya lo veréis. Y ellos son más. Por no mencionar que yo represento a la ley en Tierra de Lobos. A esos tipos se los busca por asesinato.

Veloz seguía aún mirando a Cazador. Le asaltaron recuerdos de tiempos pasados y sintió un resquicio de esperanza. Si él y Cazador utilizaban la estrategia de guerra comanche, podrían acabar con los comancheros uno por uno sin que fuera necesario disparar.

—Si trabajamos tan bien juntos como solíamos hacerlo —dijo Veloz al comisario—, no nos superarán en número durante mucho tiempo. —Se encontró con los ojos del comisario—. Ha resultado ser un amigo fiel para mí. Si quiere cabalgar con nosotros y cubrirnos las espaldas, le estaré agradecido.

Cazador asintió con la cabeza y después se volvió hacia la puerta de atrás. Veloz lo siguió. Hilton miró a Loretta.

—¿Dónde diablos van? El establo está en la otra dirección.

Loretta se puso una mano temblorosa en el pecho.

—Tienen que prepararse para la batalla.

Unos cuantos minutos después, Cazador y Veloz volvían a entrar en la casa. Hilton echó un vistazo a sus caras y empezó a reírse. Su sonrisa murió repentinamente cuando Veloz se acercó a él con las pinturas. En unos segundos, las mejillas del comisario estaban llenas de rayas y la barbilla pintada de rojo, con los ojos contorneados de grafito y los labios ennegrecidos.

—¿Valdrá? —preguntó Veloz a Cazador.

Cazador, ocupado en revisar su arco y su hacha de guerra, miró hacia arriba.

—Su frente y sus manos necesitan algo.

Veloz se fijó en esas zonas. Hilton levantó una ceja.

—¿Es esta la medicina comanche?

—Puede llamarlo así —contestó Veloz—. Evitará que destaque en la oscuridad y se convierta en un blanco fácil.

Hilton se encogió de hombros y bajó la cabeza para que Veloz pudiera llegar a su ceja.

—Entonces es buena medicina para mí.

—Siempre lo fue para nosotros —contestó Cazador. Envainó el hacha y fue a abrazar a su familia para despedirse. Cuando tuvo a Loretta en sus brazos, dijo—: Reza tu rosario, pequeña. —Se volvió hacia Chase y le dio un pequeño golpe cariñoso bajo la barbilla—. Y tú reza también, ¿eh? Reza muchas Malas Marías para que vuelva a casa sano y salvo.

—Ave Marías —corrigió Loretta.

Cazador se inclinó para besar a su hija, después le frotó la cara para quitarle la pintura con la que le había manchado. Veloz, ansioso por partir, esperaba en la puerta principal. Loretta siguió a los hombres fuera. De pie en el porche, les dijo adiós con la mano.

Cuando Veloz se dirigía al granero, ella los llamó.

—No utilicéis los revólveres a menos que tengáis que hacerlo. Vuestro futuro puede depender de eso.

Tal y como lo veía Veloz, no tendrían ningún futuro del que preocuparse si algo le ocurría a Amy.

Lo primero de lo que Amy fue consciente fue del dolor que le recorría la espalda y le llegaba a la cabeza. Frunció el ceño y trató de moverse, aunque vio que tenía las muñecas atadas a la espalda. Fue recobrando la consciencia poco a poco, y lo primero de lo que se dio cuenta fue de que estaba tumbada boca arriba en un suelo frío de madera. Tenía polvo y arenilla en la lengua. Había dejado ya de oír el sonido de las botas golpeando el suelo y el de las espuelas. Por el rabillo del ojo, vio a un hombre sentado en un cajón de madera cerca de ella. Abrió los ojos y volvió la cabeza hacia él.

Una espuela mexicana brilló de camino al fuego. Amy recorrió con los ojos los pantalones de cuero, pasando por la cinta nacarada de la costura lateral, hasta terminar en el revólver de seis balas que llevaba en la cadera. Su cara era de piel morena, cubierta en parte por el ala del sombrero: Steve Lowdry.

Empezó a recordar… Estaba de pie en la puerta del salón comunitario. Un hombre había salido de las sombras y la había cogido por el brazo, poniéndole un cuchillo en la garganta. Ella había luchado y algo le había golpeado la cabeza. Después de eso, todo fue oscuridad.

Recorrió con una rápida mirada la habitación en penumbras, reparando en las telarañas y la suciedad. ¿Una choza de mineros? En las sombras que cubrían la habitación, vio a otros dos hombres, uno de pie junto a la ventana y el otro sentado en el suelo con la espalda apoyada en la pared. También llevaba una cinta nacarada en el sombrero. El hedor de sus cuerpos sin lavar lo impregnaba todo. Eran comancheros.

El terror frío que asaltó a Amy hizo que por un momento se sintiese como un cadáver en los primeros momentos del rigor mortis. Se le paró el corazón. Los pulmones le dejaron de funcionar. El frío le traspasó los huesos.

Cuando por fin recobró los latidos del corazón, fue como si unas punzadas se le clavasen en la caja torácica. La respiración le sacudió la garganta y se paró a medio camino, dejándola hambrienta de oxígeno, como un pez varado en la playa. Empezó a dolerle el vientre.

—Anda, mira quién está despierta.

Lowdry levantó la bota y pegó con la puntera a Amy en la cadera, haciéndola rodar sobre su espalda. Tenía los brazos como si se los hubiesen roto, torcidos bajo el peso de su cuerpo. Cerró los ojos. No ver la ayudaba a mantener la cordura. Si miraba al rostro de Steve Lowdry, perdería la compostura.

Oyó un movimiento. Y una mano pesada le cogió la garganta.

—Eh, oye, ¿te estás haciendo la dormida, ricitos de miel? —La mano le cogió el pelo—. ¿Ese es un buen nombre para ella, eh, Poke? Tiene rizos de miel. ¿Qué otras cosas tienes bonitas, eh, ricitos de miel?

Uno de los hombres se rio desde el otro lado de la habitación.

—López no llegará aquí hasta dentro de un rato. ¿Qué te parece si nos dedicamos a probarla un poco?

Lowdry rio.

—¿Qué te parece, preciosidad?

Una tercera voz, áspera y grave, dijo:

—Ya sabes lo que dicen de las chicas a las que se las llama ricitos de miel, ¿no? —Echó una risotada—. Que son fáciles de untar.

La mano que tenía en el pelo se soltó. Después sintió unos dedos en el tobillo y una fuerza empezó a tirar de ella por la habitación. El suelo de madera crujía al contacto con sus brazos doblados y temblorosos. Amy apretó los dientes. El calor del fuego le calentaba el cuerpo. Con los ojos entreabiertos, pudo ver una luz dorada. Lowdry le soltó el tobillo y dejó que cayese en el suelo.

Mantuvo los dientes apretados y los ojos cerrados. Sabía lo que vendría a continuación. El miedo fragmentaba sus pensamientos. Con los orificios de la nariz cerrados, le costaba trabajo respirar, pero sabía que si abría la boca empezaría a gritar. Y, una vez empezase a hacerlo, tal vez no sería capaz de detenerse.

Steve Lowdry le cogió la parte delantera del corpiño. Su olor hacía que le diesen ganas de vomitar.

—¿Qué es lo que tienes ahí, ricitos de miel?

La tela del vestido ceñía su espalda. Amy sabía que se rompería en cualquier momento. Contuvo un sollozo. La voz de él supuraba sobre ella como la baba. Podía oír la saliva en su boca trabajando, el corto y excitado ritmo de su respiración. ¿Qué tenía ahí? Era una pregunta calculada para aterrorizarla. Y funcionaba. Se imaginó esas manos sucias sobre su cuerpo.

Un centenar de súplicas silenciosas se arremolinaron en su garganta. Pero antes de que pudiera pronunciarlas, las imágenes del pasado pasaron ante sus ojos con una claridad cegadora. Se vio a sí misma de niña, luchando impotente, sollozando y suplicando clemencia. Las risas de los hombres acallaron el eco de esa voz de niña pequeña. Sus súplicas aterrorizadas y frenéticas no habían conseguido nada entonces y no conseguirían nada ahora. Los hombres como estos disfrutaban oyendo a una mujer llorar. Ellos violaban y eran violentos no por la gratificación sexual, sino por la pura violencia que había en el acto.

De repente se sintió mucho más tranquila. Ya no era la niña atemorizada de antaño. Y que Dios la condenase si iba a dar a esos animales la satisfacción que estaban buscando. Después de todo, el dolor no era algo que le fuese extraño. Sabía por experiencia que por mucho que le hiciesen daño, la agonía siempre pasaba. No podía evitar que estos hombres violasen su cuerpo, pero podía mantener la dignidad, por mucho daño que le hiciesen.

«Déjame que te lo diga a mi manera, solo una vez.» Estas palabras se colaron en su mente desde algún lugar. Era la voz de Veloz, suave y sedosa, resonando una y otra vez. Se imaginó su cara morena, la manera en la que sus ojos se nublaban llenos de ternura cuando la miraba, la manera en que sus manos le susurraban, haciéndola sentirse tan querida. Esos hombres no podrían robarle aquello.

El vestido cedió. Amy sintió el aire frío por debajo de la tela. Unos dedos se clavaron en sus pechos y le hicieron daño. Ella se puso tensa, sabiendo que esto era solo el principio.

«Déjame que te lo diga a mi manera.» Seguía manteniendo la calma. Veloz le había dado tantas cosas… amor, risa, esperanza…, pero el mejor regalo de todos había sido el hacerle descubrir el sentido de sí misma. «El coraje es dar tres pasos cuando eso te aterroriza.» Las lágrimas se agolparon en sus ojos. Daba igual lo que estos hombres le hicieran esta noche, sobreviviría. Y cuando llegase el día, volvería la cabeza hacia el horizonte y no miraría atrás nunca más.

La mano la cogió con más fuerza, con crueldad.

—¿Eh, preciosa? ¿Estás muerta o qué? Me gustan las mujeres con un poco de vida.

Amy se mantuvo relajada y concentrada en separar la mente de la realidad. Recordó el día en que ella y Veloz persiguieron a los pollos hasta dejarlos sin plumas. Una vez más, ella flotó en sus brazos al compás del vals, bajo una luz de luna llena de magia. Con los recuerdos vino la certitud de que el mañana había de hecho llegado ya. Esta noche era solo un instante en toda una vida.

La puerta de la cabaña se abrió de un portazo y el golpe devolvió a Amy al presente. Sorprendida, abrió los ojos para ver a Hank Lowdry entrando como una exhalación. Cerró la puerta de golpe detrás de él y miró al hombre que se abalanzaba sobre ella.

—¡Maldito seas, Billy Bo! ¿Qué crees que estás haciendo?

—Divertirme un poco. Maldito seas, Sigiloso, casi me da un ataque al corazón.

—Me alegro. Ya podrás divertirte después. López no va a venir a tomar el té.

¿Veloz iba a venir? Amy deslizó la vista hacia el hombre que la había atormentado, un hombre al que ella había conocido como Steve Lowdry. ¿Billy Bo? El nombre era tan absurdo que casi le dieron ganas de reír, aunque fuera de forma histérica. Él le colocó el vestido roto y la puso en pie. La piel de Amy ardía cada vez que la tocaba.

—Puedo divertirme y estar listo a la vez —se quejó—. ¿Desde cuándo te pones tan nervioso por tener que cazar a un tipo? Somos cinco.

¿Cinco? Amy miró a su alrededor. Incluido el recién llegado Sigiloso, alias Hank Lowdry, contó cuatro hombres, lo que significaba que había otro fuera. ¿Por qué? ¿Para sorprender a Veloz? Dios Santo, Veloz iba a venir aquí. Estos hombres horribles debían de estar usándola como cebo. Veloz no se daría cuenta de a cuántas pistolas tendría que enfrentarse. Iba a caer de cabeza en la trampa.

Sigiloso se movió junto a la ventana y frotó un trozo de cristal empañado y sucio para poder ver fuera.

—López hizo correr la pólvora contra veinte de los mejores hombres de Chink. ¿Te has olvidado de eso? Y se llevó a Chink por delante en la refriega. Olvídate de los pantalones y céntrate en lo que tenemos entre manos.

Billy Bo envió a Amy una mirada de deseo. Después, cogiendo el sombrero para rascarse, se tambaleó por la habitación, con las espuelas tintineando al pisar el suelo.

—¿Qué quieres que haga?

—Estate atento, estúpido. Antes de sacarla, dispara. —Sigiloso sacó su revólver del seis y revisó los cartuchos. Después se apoyó junto al cristal de nuevo—. ¡Apaga ese jodido fuego, Poke! ¿Y a quién diablos se le ha ocurrido encenderlo?

—Fui yo. —El tercer hombre gruñó—. Hace un frío de mil demonios aquí dentro.

Amy oyó unas espuelas que se acercaban a la chimenea. Hubo agua que salpicaba y silbaba. El humo los rodeaba. Volvió la cara hacia un lado, contenta de que estuviera oscuro. ¿Cinco hombres? Y Veloz esperaba solo a dos. Tenía que hacer algo. La pregunta era ¿qué?

Veloz condujo a Diablo hasta un alto, bajo la oscura sombra que proyectaba un árbol. El olor a humo llamó su atención. Cazador estaba en alguna parte hacia su izquierda. Hilton estaba haciendo guardia a unos noventa metros detrás de él. La luz de la luna llena bañaba el claro que había ante ellos. Perfecto. Él y Cazador podrían verse el uno al otro lo suficiente como para comunicarse por señas mientras avanzasen hacia la cabaña.

Se obligó a alejar los pensamientos sobre Amy de su cabeza. Cerró los ojos y trató de absorber los olores y sonidos que lo rodeaban, intentando formar parte de ellos. Las palabras que había dicho a Cazador esa primera noche en Tierra de Lobos se volvían contra él. «El lugar en mi interior que era comanche ha muerto.» Si eso era cierto, entonces Amy estaba perdida.

Veloz abrió los ojos y miró a la luna a través de las retorcidas ramas que lo cubrían. La madre luna. Se le encogió el corazón. Había pasado tanto tiempo desde que había renegado de su pasado indio. ¿Podría aún reconocer el sudor de un hombre en el aire a noventa metros? ¿Podría aún distinguir los sonidos de un animal de los de un hombre, los de un amigo de los de un enemigo? ¿Podría seguir moviéndose por la oscuridad como una sombra? ¿Trinar como un pájaro nocturno? ¿Ulular como un búho? ¿Chillar como un coyote? ¿Recordaría las señales que había aprendido a usar en la batalla?

Estaba asustado. Por su cabeza pasó una imagen de Amy. Y ahora los hermanos Gabriel la tenían en esa cabaña de mineros. Su peor temor se había hecho realidad. Tenía que sacarla de allí.

Un búho ululó. A Veloz se le erizó el vello de la nuca. Sin mover el cuerpo, deslizó la mirada por el claro. Vio a Cazador acurrucado detrás de un arbusto. Sus manos hicieron un movimiento rápido. Veloz descifró la señal y se puso tenso. «Hay un hombre delante de ti.»

Tumbándose junto al cuello de Diablo, puso la mano en el hocico del animal. El caballo se quedó inmóvil. El comanche sonrió. Algunas cosas nunca se olvidaban. Se bajó del caballo como un fantasma y se pegó al suelo. Echando la cabeza hacia atrás, emitió un sonido con la garganta:

—¡Uuuu! ¡Uuuu! —Rodando hacia un lado, devolvió la señal a Cazador. «Yo me encargo de él.» Cazador asintió y se fundió entre las sombras.

—¡Maldita sea, Rodríguez debería estar ya aquí! —Sigiloso dio la espalda a la ventana. La luz de la luna hizo que Amy pudiera verlo mientras sacaba el reloj del bolsillo. Lo movió hacia la luz—. Se supone que debíamos haber cambiado la guardia hace diez minutos. Algo va mal.

—¡Se habrá dormido! —gruñó Billy Bo desde algún lugar cercano a la cabeza de Amy.

Sigiloso dirigió un pulgar hacia la puerta.

—Poke, ve a ver qué diablos pasa. Uno de los dos deberá volver aquí para decírmelo en cinco minutos. Fernández —gritó al tercer hombre—, te quiero en el tejado. ¡Vamos!

—¿Por qué no pueden Billy Bo o Fernández ir a ver a Rodríguez? —se quejó Poke—. Si algo pasa, ¿por qué debe ser mi cuello el primero en caer?

—¡Porque lo digo yo!

El hombre llamado Fernández se dispuso a hacer lo que le había dicho Sigiloso y salió en silencio de la cabaña. Desde las sombras, Amy oyó a Poke levantarse del suelo y murmurar algo.

—Yo te diré por qué somos Fernández y yo los que vamos. Es porque no nos apellidamos Gabriel, por eso.

—¡Cierra tu jodida boca! —le espetó Sigiloso. Levantó la vista al techo, aguzando el oído al reconocer el sonido de pasos sobre ellos—. Suena como una manada de caballos ahí arriba. ¿Es que no sabe andar sin hacer ruido?

Poke dio un paso hacia un claro de luna y se ajustó el sombrero en la cabeza. Amy estaba contenta de que sus ronquidos hubiesen cesado. Tenía la impresión de que había estado en la misma posición durante horas, escuchándole escupir y chascar los labios.

Horas. ¿Había pasado tanto tiempo? ¿O solo habían pasado minutos? No tenía ni idea. Solo sabía que no podía hacer que las cuerdas que ataban sus muñecas se aflojaran, que no había nada, absolutamente nada, que pudiera hacer para ayudar a Veloz. Él vendría por ella. No le cabía ninguna duda. Y puede que muriese en el intento.

Poke sacó el revólver y se aseguró de que estaba cargado. Con una última palabrota que mostraba su desacuerdo, abrió la puerta y salió. Poco después, el silencio de la noche les trajo el sonido de un búho ululando.

Amy registró el sonido y estuvo a punto de pasarlo por alto. Entonces lo pensó mejor y vio en la oscuridad la silueta oscura de Sigiloso junto a la ventana. Estaba apoyado en ella, haciendo algo con las manos. Un momento después, vio el resplandor de una cerilla al encenderse. La luz de la llama bañó su rostro curtido al hundir la cabeza y encender un cigarrillo. Amy tragó saliva y trató de ver por detrás de él, también a través de la ventana. Si había oído el sonido del búho, no parecía conocer su significado. Al menos no todavía. Pero podría descubrirlo en cualquier momento, si ella no lo distraía.

Volvió a tragar saliva. Hasta ahora había tratado de pasar tan desapercibida como le fuese posible, atemorizada con la idea de llamar la atención. Pero si Veloz estaba ahí fuera, no podía limitarse a quedarse allí tumbada sin hacer nada.

—¿Por qué…? —Su voz se quebró. Se humedeció los labios. ¿Y si el sonido que había oído era solamente un búho? ¿Y si Veloz seguía aún en Tierra de Lobos? ¿Y si…? Apartó esos pensamientos y se centró en los contrarios. ¿Y si Veloz estaba ahí fuera? Sigiloso Gabriel podría verlo arrastrándose hasta la cabaña y matarlo—. ¿Por qué hacéis esto?

—¿Hacer qué? —Sigiloso apartó la cabeza de la ventana para mirarla—. ¿Fumar?

—No… no. ¿Por… por qué matasteis a Abe Crenton?

—No nos gustaba su aspecto.

Él volvió a mirar por la ventana. El pulso de Amy se aceleró.

—No, en serio. De verdad que me gustaría saberlo. ¿Para qué ha servido su muerte?

—Para nada. Por eso al final hemos tenido que cogerte a ti.

Era evidente que no iba a hablar, a menos que ella lo forzara a hacerlo. Amy miró su descomunal figura.

—Ah, ¿así que vuestros planes se fueron al traste?

Él se volvió para mirarla de nuevo.

—Solo porque tú eres una puta mentirosa. López no estuvo anoche contigo toda la noche.

—¿Cómo puedes saber dónde estaba?

—Porque estábamos vigilándolo, por eso. —Apoyó la cadera contra el alféizar, dando completamente la espalda a la ventana—. Dejó tu casa a eso de las dos. Esperamos hasta que saliera para matar a Crenton.

—Para que no tuviera coartada en el momento de su muerte. —Amy sintió cierta curiosidad genuina en la narración—. Está claro que queríais que lo colgaran. Pero ¿por qué? Si queríais tanto que muriese, estoy segura de que podríais haber encontrado docenas de formas más eficientes de conseguirlo.

Él se rio sonoramente.

—¿Efi… qué?

—Eficientes…, más rápidas.

Él se encogió de hombros.

—Lo más rápido no siempre es lo mejor.

—Me temo que has vuelto a conseguir que me pierda.

—Vimos la manera de liquidarlo legalmente. Siendo forasteros por estas tierras, era mucho más seguro hacerlo de esta forma que hacerlo nosotros mismos. Especialmente porque López se había portado bien con nosotros y no llevaba sus revólveres.

—Yo pensaba que siendo forasteros era más conveniente para vosotros. Nadie sabía quiénes erais realmente. Y en cuanto a lo de que él no estuviese armado, pensaba que esto ponía las cosas más fáciles y no al contrario.

Irrumpió con una risotada, haciéndole ver lo estúpida que la consideraba.

—Claro, lo que queríamos era deshacernos de un hombre que va desarmado para tener a todos los comisarios persiguiéndonos. No hay muchos caminos por aquí. Si la ley nos persigue… —Dio una calada al cigarrillo y sacudió las cenizas, que cayeron de un color naranja brillante hasta el suelo—. Bueno, ahora ya lo sabes. Que me cuelguen si sabían mi verdadero nombre o no. No conocemos estas montañas lo suficiente como para adentrarnos en terrenos fuera del mapa y evitar los caminos principales.

Amy empezaba a entenderlo todo. Dirigió la vista hacia la ventana.

—Así que decidisteis matar a Crenton, hacer que pareciera que lo había hecho Veloz y dejar que lo colgaran por ello.

—López amenazó con cortarle el cuello al tipo delante de una docena de testigos. Era una oportunidad que no podíamos dejar escapar. Lo único que teníamos que hacer era cumplir con su amenaza. Billy Bo y yo hemos compartido muchas cabelleras, así que hicimos un buen trabajo. Hace unos años, el ejército pagaba bien por las cabelleras de los indios.

A Amy se le encogió el corazón. Las cabelleras de los indios. La vida humana no significaba nada para estos hombres. Se le secó la garganta. Tragó para contener la náusea.

—Una pregunta más, solo por curiosidad. ¿Por qué queréis ver muerto al señor López?

—Él mató a mi hermano Chink.

—¿Por qué?

—Por una mujer. —Rio de nuevo—. Una mujer rubia, como tú. El hombre tiene fijación por las rubias, ¿no?

Durante un instante, sintió celos. Pero fue solo un instante. Nunca podría dudar del amor de Veloz. Si había matado a Chink Gabriel por una mujer, debía de haber tenido otras razones que no eran las más evidentes.

—Yo diría que a tu hermano también le gustaban las rubias —dijo ella suavemente.

—A él no le importaba el color de pelo —gruñó Sigiloso—. Él solo estaba divirtiéndose un rato. Y López lo mató por eso.

El odio que oyó en su voz la hizo temblar. Se preguntó si la idea de su hermano Chink de divertirse con una mujer había sido parecida a la de Billy Bo hacía un momento.