Capítulo 16
Una semana después exactamente, más o menos a la misma hora de la noche, Veloz estaba de pie con un hombro apoyado en el porche de Amy, con los labios aún temblorosos por el beso inocente que se habían dado de buenas noches y las entrañas contraídas por el deseo de algo más. Después de siete días de tratarla con pies de plomo, su paciencia era tan frágil que creía que iba a romperse de un momento a otro. Dejarla era lo más difícil que había hecho nunca. Cada uno de sus instintos le pedía que volviese dentro y la hiciese caer entre sus brazos. Ella se habría entregado a él. No le cabía ninguna duda. Y sería la unión más maravillosa de su vida. Lo único que tenía que hacer era volver allí dentro…
Cerró los ojos, con un dolor bajo en el vientre que le cerraba el estómago. Durante toda su vida, los hombres habían tomado a Amy por la fuerza. Esta noche, ella había confiado en él lo suficiente como para dejar que la abrazara. Tenía que pasar por eso para ver el contraste entre ser utilizada y querer hacer el amor. Su unión sería todo lo dulce que prometía y eso bien merecía otra noche de frustración.
Ajustándose el sombrero en la cabeza, se obligó a mover los pies calle abajo, notando con cada zancada la fuerza de voluntad y el sacrificio que le exigía. Pero al final, siguió caminando porque amaba a Amy mucho más de lo que amaba satisfacer su deseo físico por ella.
Como venía siendo ya un hábito esa semana, se encaminó a la taberna con la esperanza de encontrar algo de alivio en una copa de whisky y un amistoso juego de cartas. Sobre todo en el whisky. Con la frustración que le provocaba tener que renunciar a Amy cada noche, le costaba conciliar el sueño, y tenía que estar por la mañana temprano trabajando en la mina de Cazador. Un trago le relajaba.
Randall Hamstead se sentaba solo en la mesa de la esquina de la taberna. Veloz fue a la barra y pidió un trago, sonriendo con educación a May Belle, una rubia descarada sentada en un taburete cercano. La mujer lo miró de arriba abajo mientras esperaba a que le sirvieran. A la luz brillante de la lámpara, las líneas de su cara se agudizaban, haciendo que su piel maquillada pareciese de papel arrugado. Por encima del corpiño negro, sus pechos sobresalían como melones maduros.
Veloz no pudo evitar preguntarse cómo alguien tan atractivo y de buen corazón como ella había podido acabar en un sitio así, como prostituta entrada en años, haciendo galanterías a hombres que seguramente despreciaba. Algunas veces no estaba seguro de quiénes eran los salvajes, si los comanches o los hombres blancos.
Pagó por la bebida y deslizó la vuelta por debajo de la barra hacia ella. Ella miró el dinero con una ceja levantada. Con la copa en la mano, Veloz esquivó las mesas y se unió a Randall Hamstead. Cogiendo una de las sillas que había a su lado, dijo:
—Bueno, Randall, ¿cómo se ha portado hoy el negocio de las telas? ¿Tienes monedas suficientes para jugar al póquer o piensas quedarte ahí mirando toda la noche?
Randall sonrió.
—Solo estaba esperando a que algún desgraciado apareciese. Empezaba a pensar que no ibas a venir esta noche.
—Ah, así que soy el desgraciado al que estabas esperando, ¿eh? —Veloz puso un dólar sobre la mesa—. Apuesta y da las cartas, amigo. Veremos ahora quién de los dos es más desgraciado.
Varias manos después, Veloz volteó dos naipes de un mismo palo, con un as arriba.
—No superan mi escalera —dijo Hamstead, mostrando sus cartas a través de la mesa—. Pierdes, López. Otra vez.
Veloz sonrió.
—Como yo lo veo, no has recuperado aún lo que perdiste conmigo hace dos noches.
Un grupo de mineros de otra mesa oyeron la burla de Veloz y se rieron. Randall les dirigió una mirada de advertencia.
—Solo tengo dos dólares de los que avergonzarme.
—Tres. —Veloz dio una calada al cigarrillo, cogiendo las cartas con una mano para ponerlas juntas—. Estoy aprendiendo a contar, ¿recuerdas? Guárdate tu orgullo para otro día.
Desde una mesa cercana, Abe Crenton enarboló una botella de whisky vacía.
—¡Pete! —gritó—. Tráeme otra.
Randall miró al dueño borracho de la taberna con una expresión de asco.
—Menos mal que no le gusta jugar a las cartas cuando está así.
—¿Es bueno?
Randall sonrió y suspiró.
—Hace trampas. Nunca apuestes tus ahorros cuando él está jugando.
Veloz rezó para que Crenton no fuese a casa bebido y se pusiera a martirizar al pequeño Peter y a su familia.
—Partida de póquer a siete, cuatro mal y sucia —dijo, poniendo la baraja de un golpe sobre la mesa—. ¿Te importa cortarte tu propio pescuezo?
Hamstead cortó.
—Aquí vienen de vuelta mis tres pavos. Puedo sentirlo en los huesos.
Veloz levantó las dos primeras cartas y rio.
—Mi dama se come a tu diez. Veo tu dólar y subo uno. Crenton se inclinó sobre la mesa, tan bebido que casi se cayó de la silla en la que estaba sentado.
—¿Qué tienes que decir sobre tu dama, López?
Veloz levantó la mirada de las cartas, perdiendo la sonrisa.
—¿Cómo dices?
Crenton enfocó sus borrosos ojos azules y sonrió de forma desagradable, con una barba pelirroja tan mojada de whisky que le olía a varios metros de distancia.
—¿Es tan buena en privado como parece?
—¿Quién?
—La señorita Amy… ¿quién demonios va a ser? No creerás que alguien piensa que estás aprendiendo a leer allí dentro, ¿verdad?
Veloz puso las cartas sobre la mesa. Quería saltar y arrancarle la cara a Crenton. Solo el recuerdo de Amy lo contuvo. Si no manejaba bien la situación, podría dañar de forma irreparable su reputación. Se esforzó por sonreír.
—Ojalá estuviera divirtiéndome tanto como los demás piensan. Esa mujer tiene demasiado almidón en los pololos, podrían echar a andar sin ella dentro.
Crenton echó hacia atrás la cabeza y explotó en una carcajada. Hamstead enrojeció y pareció incómodo.
—La señorita Amy es una buena mujer. Los dos deberían hablar de ella con respeto.
—Yo la respeto —replicó Veloz, tragándose el último sorbo de whisky del vaso y bufó cuando el líquido le abrasó la garganta a su paso hacia el estómago—. Es lo único que se puede hacer con una mujer como ella. Y no es que no lo haya intentado. Es una mujer muy bonita.
—Amén —dijo Crenton, moviendo su vaso vacío en el aire—. Así que dime, López, si no has estado comprometiéndola, ¿por qué demonios pagaste cien dólares por su cesta?
Veloz puso el vaso en la mesa y se echó atrás en la silla.
—Fue la única manera que se me ocurrió de pagar por mis clases. El comité no hubiese aceptado dinero o una donación de un hombre con mi reputación. Y la señorita Amy no aceptará dinero de mí. Pensé que el pueblo debía recibir algún tipo de recompensa.
Era una mala excusa, pero la única que Veloz pudo inventar al instante. Crenton, sin embargo, pareció satisfecho. Asintió y eructó.
—Supongo que a mí me pasaría lo mismo. Porque tú no eres un niño. Y —volvió a eructar— los buenos tipos de Tierra de Lobos seguramente no quieren verte en su piadosa y condenada escuela de todos modos.
En ese momento, las puertas de la taberna se abrieron. Dos hombres entraron sorteando las mesas en dirección a la barra. Cubiertos con el ala de sus sombreros como iban, Veloz no pudo ver sus caras. Su atención se centró en la ropa y no pudo evitar sentir cierto nerviosismo. Motivos de nácar decoraban los pantalones de uno de ellos. El otro llevaba una chaqueta de piel bordada y con flecos. Los dos llevaban cartucheras plateadas. Caminaban con fanfarronería, los hombros erguidos y los brazos ligeramente doblados, como si soportaran mucha tensión en ellos, como si no les gustase dar la espalda a extraños. Veloz conocía ese sentimiento demasiado bien.
—Dos vasos de whisky —dijo el hombre con los pantalones de motivos de nácar—. Y déjanos aquí la botella.
Veloz se levantó lentamente, lamentando no llevar sus armas consigo. Echó un vistazo a los otros clientes de la taberna. Ninguno salvo él parecía pensar que los dos recién llegados parecieran fuera de lugar.
—¿Vas a terminar la partida y sentarte? —preguntó Randall.
Obligándose a recobrar la calma, Veloz cogió las cartas y, con la sangre fría que da la práctica, continuó jugando, aunque siguió sin perder de vista a los hombres de la barra.
—¡Pete! ¿Vas a traer de una vez la botella? —gritó Crenton.
—Estoy en ello, jefe.
El tabernero sirvió a los dos extraños. Mientras corría entre las mesas, llevando la segunda botella a su jefe, el extraño que llevaba la chaqueta de flecos se dio la vuelta y plantó el talón de la bota en el reposapiés de la barra, con un codo sobre ella y el vaso en los labios. Recorrió el salón con la mirada, observando a Veloz con sus ojos azules, primero de soslayo y después clavando sus ojos en él sin dudar.
Pete puso la botella sobre la mesa, frente a Crenton. Volviéndose hacia la barra, empezó a conversar con los recién llegados. Veloz prestó atención, esperando sacar algo de información, sin darse cuenta de que Abe Crenton había cogido la botella y caminaba dando bandazos hacia la puerta.
—¿Qué os trae a esta buena ciudad, amigos? —preguntó Pete.
—Hemos estado en Jacksonville —dijo el hombre de la chaqueta—. Hemos oído que había varias vetas por descubrir aquí.
Pete se quitó un paño del hombro y se dispuso a secar con él un vaso.
—Hay mucho oro en estas colinas para quien tenga la paciencia suficiente para buscarlo. —Les dirigió una sonrisa, dando un golpe en la barra—. ¿Estáis pensando en abrir una mina o qué?
Los hombres parecían reticentes a contestar.
—Bueno, en verdad no estamos seguros. Nunca hemos trabajado en una mina antes. Pensábamos hacer algunas averiguaciones antes de ponernos a cavar la tierra.
—Cazador Lobo es el tipo con el que tenéis que hablar. A él no le importa ayudar a los nuevos, no como a otros. Desde luego, su propiedad no parece estar cerca de agotarse, por lo que puede ser generoso. —Pete les dirigió una sonrisa amistosa—. Hay un buen hotel al lado. Es el que está junto al restaurante. No hay mejor comida que la de Tess Bronson.
—Entonces seremos clientes asiduos, supongo.
—¿De dónde sois?
—De por ahí —contestó el otro hombre.
—¿Vas a apostar? —preguntó Hamstead, obligando a Veloz a volver al juego.
Veloz puso otro dólar en el bote.
—Lo siento, Randall. No puedo evitar fijarme en esos dos tipos que acaban de entrar. Me parece que no van a traer sino problemas.
Randall echó un vistazo hacia la barra.
—¿Sí? Bueno, hay todo tipo de mineros por aquí. Lo único que tienes que hacer es gritar «¡oro!», y aparecerán buscadores de todos lados.
—Estos no parecen ser de los que buscan oro.
—Después de ti, nada me sorprende. —Sonrió—. Ya hemos dejado de estar aislados del mundo. La diligencia de Sacramento pasa por Jacksonville de camino hacia Portland todos los días. —Randall estudió las cartas que Veloz le había dado—. Me iré al infierno si mis tres del mismo palo no superan a tu par de damas, amigo. Recojo mis tres dólares y cojo cinco para terminar.
Veloz recogió el dinero y las cartas.
—Es la señal de que debo irme a casa. Buenas noches, Randall. Disfruta del juego.
Levantándose de la silla, hizo una señal de buenas noches a May Belle y dejó la taberna, aliviado al sentir el aire fresco de la noche en la cara. Saliéndose de la acera, se detuvo para observar los dos caballos que estaban atados al poste. Después de echar un vistazo a la entrada de la taberna, se acercó a ellos para fijarse en las sillas con remaches estridentes que llevaban, así como las perillas que relucían a la luz de la luna. Agachándose un poco, levantó el casco de uno de los caballos y pasó la mano por la herradura. Bien puesta. Probó los tendones de la parte delantera del animal y la rodilla para saber si los tenía hinchados, prueba de que habían hecho un largo viaje.
—¿Qué haces, López? ¿Estás pensando en robar caballos? Reconociendo la voz, Veloz se dio la vuelta y escudriñó el espacio oscuro que había entre la taberna y la tienda de abastos.
—Buenas noches, Marshall. Ha pasado un siglo desde la última vez que nos vimos.
Hilton salió de las sombras.
—He convertido en una costumbre lo de no ser visto. Un servidor de la ley aprende más de esta forma.
—Te tenía por un hombre inteligente. Y veo que no me he equivocado.
Hilton se detuvo junto al caballo.
—¿Y bien?
—¿Y bien qué?
Hilton bufó.
—¿Vienen de lejos o no?
—Lo suficiente —contestó Veloz.
Hilton suspiró y se echó el sombrero hacia atrás para mirar en dirección a la taberna.
—Mi mujer solía decir que no debía juzgar a la gente a primera vista, pero por mi experiencia, no suelo equivocarme con las primeras impresiones. —Miró a Veloz—. Como contigo, por ejemplo. En el instante en que te vi, supe que no eras ni la mitad de malo de lo que tu reputación asegura.
—Espero que eso sea un cumplido.
—Si no lo fuera, tu culo estaría aún detrás de aquellos barrotes. No podría permitir que un antiguo pistolero estuviese molestando a nuestra maestra. Uno respetable sí, eso es diferente.
Veloz empezó a pasar el pulgar por el cinturón de las pistoleras, notando su ausencia. Después movió los pulgares por encima del cinturón del pantalón.
—¿Existe un asesino que pueda ser considerado respetable, comisario?
Hilton se rio.
—Eso es lo que me gusta de ti, López. Siempre franco. —Se quedó en silencio un momento, escudriñando a Veloz a través de la penumbra—. Está en tus ojos.
—¿Cómo dices?
Hilton volvió a reír.
—Puedo leer a un hombre en los ojos. No tienes mirada de asesino.
—Entonces no tienes la vista muy fina. He sido un asesino, Hilton. Y no me siento precisamente orgulloso de ello.
Como si Veloz no hubiese hablado, el comisario sonrió y se rascó la barbilla.
—No, tú tienes la mirada de un hombre que se encuentra entre la espada y la pared. Dispararás si te presionan, pero no vas buscándolo. Nunca lo has hecho, si te he leído bien. Y pocas veces me equivoco.
—¿Adónde quieres llegar?
Hilton pasó la mano por la silla del caballo, con las cejas fruncidas.
—A que no me gusta el aspecto de esos dos de ahí dentro mucho menos de lo que te gustan a ti.
—¿Crees que vienen buscando problemas?
Hilton se echó el sombrero sobre los ojos para mantenerlos en la sombra.
—Tal vez. —Empezó a alejarse, después dudó—. Supongo que lo que en realidad estoy tratando de decir es que, si Tierra de Lobos es donde te vas a encontrar entre la espada y la pared, y los problemas te llegan sin quererlo, aquí tienes a un amigo.
Veloz tragó saliva.
—Recordaré eso.
Hilton asintió y se alejó paseando tranquilamente para desaparecer de nuevo entre las sombras. Veloz se quedó allí un momento, reflexionando sobre la conversación. Después fijó la vista en las puertas de la taberna y apretó la mandíbula.