Capítulo 7

Con los nervios a punto de devorarla por dentro, Amy se marchó más temprano de la escuela y se fue directamente a casa; tan pronto entró, echó el cerrojo de la puerta y se aseguró de que las ventanas estuvieran bien cerradas. Sabía que Veloz vendría, era tan solo cuestión de tiempo. Caminó intranquila de un lado a otro de la habitación y notó cómo los nervios empapaban de sudor todo su cuerpo. Estaría enfadado. Seguramente hasta furioso. No había posibilidad alguna de saber qué estaba dispuesto a hacer en tales circunstancias.

El tiempo pasaba mientras Amy clavaba su mirada en el reloj, pero había momentos en los que ni siquiera podía recordar dónde estaban las manecillas antes, por lo que era incapaz de saber cuántos minutos habían transcurrido ya. Cazador se había puesto en su contra. No se lo podía creer. Cazador y Loretta eran su única familia, el único apoyo que tenía. La llegada de Veloz había puesto incluso eso en peligro: sí, lo odiaba.

Alguien llamó suavemente a la puerta. Amy saltó sobresaltada y se dirigió hacia ella, con la mirada fija en el cerrojo.

—¿Qui… quién es?

—Adivínalo —dijo con voz grave.

Amy se agarró el estómago, como si de repente tuviera ganas de vomitar.

—Ve… vete de aquí, Veloz.

—No pienso irme a ningún sitio. Amy, abre la puerta para que podamos hablar. Solo quiero eso, hablar. —Su tono suave y aparentemente tranquilo no sirvió para engañarla.

—Estás enfadado. No voy a cruzar ni una sola palabra contigo mientras tengas ese mal humor.

—Y yo no voy a dejar de estarlo hasta que no hablemos —respondió con un tono de voz un poco más elevado—. ¡Abre el condenado cerrojo!

Amy dio un paso atrás, mirando desesperadamente a su alrededor.

—No. Vete y cálmate. Después, hablaremos. —Ella escuchó sus injurias y, después de un largo silencio, él gritó:

—No pienso tranquilizarme; al menos no hasta que hablemos. Me has metido entre rejas. ¿Tienes idea de cuánto odio eso? Sé que eres capaz de cualquier cosa, Amy, pero ¿ir a hablar con el comisario?

—Fue por tu culpa. ¿Por qué no puedes ser una persona razonable?

—¿Razonable? ¿Ir a hablar con el comisario te parece razonable?

—Yo… yo no pretendía meterte en prisión —musitó Amy con voz temblorosa—. De verdad que no quería.

—Abre la puerta y dímelo a la cara —contestó en un tono no tan alto como esperaba.

Se quedó paralizada.

—Amy… —Ella lo oyó suspirar—. Escúchame con atención, ¿de acuerdo? No te voy a hacer daño. Solo quiero que hablemos.

—Estás furioso, lo sé —gritó.

—Sí, así es como me siento ahora mismo.

—¿Y esperas que te abra la puerta?

—Te lo voy a exponer de la siguiente manera: si no lo haces, la voy a echar abajo; y cuando entre ahí, habré enloquecido aún más. Sería lo que tú llamas una mala mano, o comoquiera que lo llames. Por tu bien, hazlo ya.

Cerró los ojos tratando de dejar de temblar.

—¿M… me prometes que no me vas a tocar?

—Prometo no hacerte daño. ¿Acaso no es eso suficiente?

Amy se retorció las manos.

—Quiero que me prometas que no vas a ponerme ni un dedo encima.

—Preferiría ir al infierno metido en una canasta antes de no hacerlo.

—Lo sabía. ¿Piensas que soy tan estúpida?

—Brillante no es precisamente tu apellido. Vamos, Amy. Si echo abajo la maldita puerta, tendré que pasarme todo el día de mañana arreglándola. ¿Qué sentido tiene eso?

Amy dio otro paso hacia atrás mientras escuchaba. Oyó cómo golpeaba pesadamente las botas contra el suelo y supo que lo estaba haciendo a propósito, para que supiera que se estaba alejando de la puerta para echarla abajo.

—¡E… espera! Yo, esto… —Se llevó una mano a la cabeza, sujetándose el moño de trenzas. Tenía que salir de allí, ¿pero dónde podía ir? Cazador no la ayudaría. La única solución era esconderse. Quizá en el granero, o en el bosque. Teniendo en cuenta el humor de Veloz, no había forma alguna de predecir su reacción—. No estoy vestida.

—¿Por qué no llevas ropa a estas horas de la tarde?

—Yo, pues… —Retrocedió un paso más—. Un baño, me estaba dando un baño.

—Amy, si me estás mintiendo, voy a desollarte viva.

—No, no te estoy mintiendo. Dame dos minutos. Tan solo dos y te abriré la puerta, ¿de acuerdo?

—Está bien. Dos minutos, pero ni un segundo más.

Amy se dio la vuelta rápidamente y corrió hacia la cocina. Tratando de alcanzar la ventana, se puso de puntillas para girar el pasador y abrirlo. Al mirar hacia arriba, se preguntó si habría espacio suficiente para salir por allí, aunque tampoco tenía otra alternativa. Con el corazón en un puño, e intentando ser lo más silenciosa posible, arrastró una silla hasta la ventana y se subió.

Su falda, larga hasta los pies, estuvo a punto de hacerle perder el equilibrio al tratar de poner una pierna en el alféizar. Se agarró al marco de la ventana y tomó impulso para subir hasta que logró sentarse a horcajadas. Se encogió todo lo que pudo y agachó la cabeza en su afán por pasar los hombros a través de aquel espacio tan pequeño. Con un gesto de dolor, trató de levantar la otra rodilla. Después de estirarse al máximo y de retorcer cuanto pudo la pierna que tenía doblada, consiguió subirse al alféizar completamente. Ahora lo único que tenía que hacer era darse la vuelta de tal modo que pudiera saltar.

—Solo un minuto más, Veloz.

—Probablemente necesites cinco —dijo una voz desde el jardín—. Creo que te has quedado atascada.

Amy se asustó y a punto estuvo de caerse de espaldas desde la ventana. Una mano grande la empujó agarrándola firmemente del trasero y se pudo poner derecha de nuevo.

—¿Veloz? —musitó mientras giraba la cabeza para tratar de ver por encima del brazo, que ceñía en la rodilla.

—¿Quién diablos piensas que puede ser?

—Oh, Dios…

Veloz le rodeó fuertemente la cintura con las manos para tirar de ella a través de la ventana. Un dolor agudo le recorrió el cuerpo, desde las rodillas hasta los hombros, pasando por las caderas. Si antes había logrado no quedarse atrancada al pasar por el agujero, ahora sí que lo estaba. Lanzó un grito.

—¡Maldita sea! Te has quedado atascada —dijo desde abajo—. Amy, ¿por qué diablos has escogido esta ventana? No es lo bastante grande.

—Era la única que no podías ver.

—No necesitaba ver nada. Con todo el jaleo que has armado, no fue demasiado difícil adivinar lo que estabas haciendo. Y ahora mira dónde estás. Es un milagro que no te hayas caído y te hayas roto el maldito cuello. —Tiró de ella una vez más—. Ahora sí que te has metido en un buen lío. ¿Puedes poner dentro aquella pierna de nuevo?

Con la cabeza pegada al pecho, apenas podía respirar.

—La tengo atrancada.

Veloz le quitó las manos de la cintura y le dijo:

—¿Sabes qué? Debería dejarte ahí.

—Pues entonces márchate. Ni necesito ni quiero tu ayuda.

—Eres toda una atracción para la vista, mostrando tus enaguas al mundo. ¿Qué pensaría Peter Crenton si pudiera verte ahora mismo? Estoy seguro de que una señorita correcta no escala por las ventanas.

Amy apretó con fuerza los ojos.

—Oh, Dios mío, no me digas que se me ven las enaguas. ¡Bájame la falda!

—Ni lo sueñes, querida —dijo sonriendo—. Son las enaguas más bonitas que he visto en mi vida.

Amy apretó los dientes con fuerza.

—¡Te odio a muerte, no te puedo ni ver! ¡Estás convirtiendo mi vida en una pesadilla! ¿Cómo te puedes quedar ahí parado, mirándome como si nada, cuando se me está viendo la ropa interior?

—Tienes razón, es de muy mal gusto. Me fumaré un cigarrillo mientras te miro.

Furiosa, tiró fuertemente del pie haciendo un gran esfuerzo para tratar de volver a poner la pierna dentro. De su garganta brotó un sollozo de frustración.

—¡Tú, maldito bastardo! Te limitas a mirar, ¿por qué demonios no haces nada?

Veloz no contestó. Amy trató de girar la cabeza para verle, pero no pudo.

—¿Veloz? —Nada. Se quedó quieta un instante para escuchar mejor. ¡Se había ido! Movió bruscamente el pie, presa de la furia. Se hizo daño en los hombros con el marco de la ventana y no pudo evitar que se le cayeran las lágrimas.

—Quédate quieta. No vas a parar hasta que te quedes sin piel como una serpiente en fase de cambio, y yo no pienso estar ahí para cogerte.

Se sobresaltó al darse cuenta de que la voz provenía del interior de la casa, por su lado derecho.

—¡Tú sigue dándome esos sustos de muerte! Pensé que te habías ido.

—No soy tan incorrecto como para hacer eso —dijo riéndose. Amy oyó cómo arrastraba la silla haciendo ruido contra el suelo—. Era algo tentador, para qué negarlo. Si no tuviese miedo de que te pudieras romper ese cuello larguirucho que tienes, lo hubiera hecho. —La agarró por el tobillo y tiró de ella—. Relájate, Amy. Estás más tiesa que una tabla. Si quieres que te saque de aquí, tendrás que relajarte.

—Decirlo es muy fácil para ti. Mi pompis está encajado en el marco de la ventana.

—¿Tu pompis? Suena como si estuvieras empolvándote la nariz. ¿Qué tal trasero o nalgas? ¿O…?

—¡Por el amor de Dios, ayúdame!

Veloz volvió a reírse y tiró de nuevo de su pie con fuerza. Consiguió liberarle la pierna y, al mismo tiempo, la parte de arriba de su cuerpo se inclinó hacia la dirección contraria. La cogió por la cintura y la empujó hacia él para sacarla de allí y, una vez que la tuvo bien sujeta, se bajó de la silla.

—O simplemente culo —acabó diciendo con un resoplido antes de dejar a Amy en el suelo, dándose la vuelta con ella aún en brazos.

Amy, todavía tambaleándose y con las mejillas coloradas, se estiró el corpiño y se colocó bien la falda.

—No me di cuenta de que habías echado la puerta abajo.

—Es que no lo hice. Entré por la ventana del salón.

—Estaba cerrada.

—La he abierto.

—Espera un momento, si has podido… —Se detuvo y lo miró fijamente—. Entonces, ¿por qué montaste todo ese escándalo por la puerta?

En el rostro de Veloz se dibujó una sonrisa burlona que dejó a Amy entrever sus dientes blancos.

—Porque estaba enfadadísimo. Conseguir abrir el cerrojo de la ventana no me hubiese dejado satisfecho. Romperla quizá sí. Lo que pasa es que, si hubiera hecho eso, te hubieras quedado sin cristal en la ventana hasta que consiguiese pedir uno nuevo y nos lo trajeran.

Amy no daba crédito a lo que estaba escuchando.

—Todo esto no es más que un juego para ti.

—Y tú vas perdiendo.

De eso no cabía duda. Amy miró hacia otro lado.

—Bueno, pues ya estás dentro. ¿Y a… ahora qué?

—Había pensado en darte una patadita en ese precioso pompis que tienes.

Amy lo fulminó con la mirada.

—Hazlo y déjame un moratón si te atreves, desvergonzado. Deja una sola marca en mi cuerpo y Cazador te matará.

Veloz se detuvo ante aquella mirada aniquiladora y volvió a sonreír.

—¿Le enseñarías el trasero para que pudiera ver los moratones? Apuesto lo que sea a que, aunque te lo dejase completamente negro y morado, no lo harías. En todo caso, sería algo que no me perdería por nada del mundo: la señorita Amy con la falda levantada y su brillante trasero al descubierto.

—Eres repugnante.

—Y tú me sacas de quicio. Amy, ¿la cárcel? Cuando el comisario Hilton apareció, no me lo podía creer.

Se inclinó un poco hacia él temblando.

—Si no hubiese sido por Cazador, habría dejado que te pudrieras ahí dentro.

—Esto ya se parece un poco más a la verdad. ¡Me dijiste que no querías encerrarme!

Se adelantó unos pasos, con los puños cerrados.

—Te mentí. Cualquier idiota que no dé el brazo a torcer cuando el comisario le llama la atención merece estar entre rejas.

Veloz se mantuvo firme y siguió observándola. Parecía lo suficientemente furiosa como para pegarle y, de hecho, deseaba que lo hiciera; solo necesitaba que ella tuviera el valor de hacerlo. Amy se quedó lejos de él. Sus ojos azules y sus mejillas ardían por la ira, y se mordía los labios, enfurecida, por todo lo sucedido.

—No sabía que un desayuno y unas rosas pudieran enfadarte tanto. —Alzó la cabeza mirándola con una actitud desafiante. Se tocó el mentón y dijo en tono de mofa—: ¿Quieres pegarme? Vamos, Amy. Esta es tu oportunidad. ¿Acaso eres una cobarde? Te dejo que me golpees una vez.

—No se trata ni del desayuno ni de las rosas. Has entrado en mi casa sin permiso. Simplemente estoy cansada de que me acoses, me atormentes y me amenaces.

Nuestra casa.

Mi casa, mexicano arrogante sin cerebro.

Después de estas palabras, Amy se lanzó a golpearle. En menos de un segundo, Veloz vio un puño ante su cara. En un instante, perdió toda noción del tiempo y solo fue consciente del dolor inmenso que le cubría la nariz. Inmediatamente se tocó la cara.

—¡Por Dios!

—Y no vuelvas a entrar en mi casa.

Amy volvió a golpear con el pie a Veloz, esta vez en la rodilla. Él perdió el equilibrio y cayó hacia atrás, tambaleándose hasta chocar contra la cocina. Algo caliente empezó a correrle por los dedos mientras se tocaba la nariz. Parpadeó unas cuantas veces intentando abrir los ojos. Pensó que quizá ella le volvería a golpear, acostumbrada como parecía a hacerlo de repente, así que se quedó con los hombros encogidos. La sala se quedó en silencio.

—¿Veloz? —Amy pronunció su nombre con voz temblorosa. Él volvió a pestañear y pudo comprobar que ya podía ver con un poco más de claridad—. Veloz, ¿estás bien?

—¡No! ¡Diablos! Pues claro que no estoy bien. Me has roto la maldita nariz.

Veloz sintió que Amy inhalaba aire rápidamente y, al mismo tiempo, oyó ese frufrú peculiar que hacía al mover la falda.

—¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Dios mío! ¡Tu sangre está por todo el suelo!

Veloz se cubrió la nariz con la otra mano y dijo:

—No puedo saber si deja de sangrar o no —le dijo con voz apagada—. Pásame un trapo.

Escuchó el agua correr. Instantes después, sintió un paño mojado que se deslizaba por detrás de sus manos. Lo sujetó bien y lo colocó de tal forma que le tapara los orificios nasales.

—Ay, Veloz, lo siento mucho. Ven, siéntate aquí y déjame echarle un vistazo.

—Estaré bien, no te preocupes —protestó mientras dejaba que lo agarrase del brazo y le insistía para que se sentara en la silla.

Finalmente, lo obligó a sentarse y se inclinó sobre él, con aquella pequeña cara mostrando preocupación a medida que retiraba el paño. Cuando Veloz la vio, se dio cuenta de que una nariz rota no era nada si con eso había podido ver a Amy perder los papeles. Aunque le caían las lágrimas, no pudo evitar esbozar una sonrisa. Amy le tocó la nariz, estremeciéndose de tal manera que parecía ser ella la que sufría.

—Ay, Veloz, me temo que está rota.

—Un caballo me dio una coz una vez. Mi nariz nunca volvió a ser la misma desde entonces, así que no hay gran diferencia. —Se limpió la sangre que se le había quedado en el labio, quejándose cada vez que ella le tocaba la parte fracturada—. ¡Con cuidado! Me duele una barbaridad.

Amy retiró la mano hacia atrás con expresión preocupada.

—No quería hacerte daño.

Veloz no pudo contenerse y se volvió a reír.

—Pequeña mentirosa. Casi consigues que la nariz me atraviese el cerebro.

Sus miradas se encontraron. Ella lo observó incrédula.

—¿No estás furioso conmigo?

—Yo te provoqué para que lo hicieras. ¿Por qué iba a estar enfadado? —Con cuidado, se agarró el puente de la nariz con el índice y el pulgar, e intentó ponerlo en su sitio—. De todos modos, debo decir que pensé que me golpearías en el mentón. Tendría que haberme dado cuenta de que irías a por la sangre si te hacía perder los estribos. —Veloz aspiró fuerte para comprobar que el aire seguía corriendo por la nariz y después se dirigió hacia ella—. Yo la curaré. No es la primera vez que me la rompo, ni creo que sea la última.

Tras coger otra silla de la mesa del comedor, Amy se dejó caer sobre ella como si sus rodillas hubieran dejado de responderle. Suspiró en un gesto de agotamiento y se cubrió los ojos con las manos.

—Ah, Veloz.

Él se volvió a limpiar el labio con el paño, sin dejar de mirar ni un solo momento su dorada cabellera.

—Ya no puedo más —admitió con voz temblorosa—. De verdad que no puedo. Tienes que parar.

—Cásate conmigo y acabaré con todo esto.

Amy levantó la cabeza, y lo miró a los ojos con tristeza.

—¿No ves que no puedo hacerlo?

—Amy, si quisiera, podría zanjar el asunto cogiéndote conmigo por la fuerza y sacándote de aquí a caballo. —Se le puso la tez blanca—. ¿Por qué te crees que no lo he hecho ya? Te diré por qué. Quiero hacerte feliz. ¿No piensas darme una oportunidad? Haría todo lo que estuviese en mis manos para demostrarte que casarte conmigo no es un error, te lo juro.

—No existe ninguna otra cosa en el mundo que aborrezca más que la idea de ser tu esposa.

—No será así, te lo prometo.

—¿Cómo podrías hacerme feliz, Veloz? —preguntó ella con voz débil—. ¿Estás pensando en oficios como robar o matar?

—Sabes que no.

—¿Ah, sí? Y no solo es tu pasado lo que me molesta, sino que tampoco quieres cambiar. Mírate, sigues llevando esas pistolas encima, sigues vistiendo de negro como la muerte, sigues intimidando a la gente. Ya no vives en Texas, con los comancheros. Ahora estás en Oregón, en el mundo tosi, y si quieres quedarte, no puedes comportarte como si fueras un pagano.

Veloz le sostuvo la mirada.

—Hoy accedí a acompañar al comisario Hilton. ¿Es así como se comporta un pagano?

—Y hace cinco segundos, me amenazaste con atarme al caballo y llevarme contigo. —Le brillaban los ojos, llenos de lágrimas—. Estabas furioso porque te metí entre rejas, ¡porque odias estar encerrado en un lugar! ¿Cómo te crees que me estás haciendo sentir tú a mí? ¡Me siento de la misma forma: atrapada! —Amy alzó la mano señalando la casa—. Has invadido mi hogar y apareces de repente entre la oscuridad. Has conseguido poner a mi familia en mi contra, los has puesto de tu lado, y ahora tampoco puedo pedirle ayuda al comisario para que me proteja. No hay ningún lugar en el que esté a salvo de ti.

—Amy, estás a salvo de mí y estás a salvo conmigo, en este momento. Eso es lo que he tratado de hacerte ver. —Cogió el trapo y se lo mostró—. ¿Qué crees que quería cuando entré aquí?

Se mordió el labio, los párpados mojados por las lágrimas.

—No quisiste prometerme que no me tocarías.

—Porque tengo el derecho de hacerlo. Amy, te quiero. ¿Crees que voy a desperdiciar la única ventaja que me queda sobre ti? El hecho de que no quiera renunciar a ese derecho no significa que lo vaya a poner en práctica.

—Estabas enfadado. Pensé que lo harías.

—Pues te equivocaste. Sin embargo, pongamos por caso que estabas en lo cierto. ¿Qué pasaría si hubiera decidido, aquí y ahora, ponerte encima de mis hombros y llevarte a la cama? ¿De verdad crees que te haría daño? —Veloz la acercó hacia él—. Mírame y dime que piensas así.

Le empezó a temblar el borde del párpado izquierdo.

—¿Hacerme daño? Veloz, las personas pueden sufrir por dentro, más allá de lo que tú puedes ver.

Su voz se hizo más grave y su tono más bajo.

—Sé que estás asustada, pero si confiaras en mí, podría hacer que ese sentimiento se esfumase para siempre.

—No, ahora te equivocas tú. Nada logrará borrarlo.

—Hubo un tiempo en que no pensabas de esa manera.

—En aquel entonces, todavía era una niña. Ahora soy mayor y más lista.

Después de limpiarse el labio una vez más, Veloz siguió con el dedo una de las líneas de su falda de raso de color gris.

—Sé que no me tienes en muy alta estima y que tampoco estás orgullosa de todo lo que he hecho, pero todavía confías en mi palabra, ¿no es así? ¡Por los viejos tiempos al menos!

Ella lo examinó con cautela.

—Supongo que si hicieras una promesa, sabiendo, como sé yo, que un día fuiste un comanche y nunca mentiste, podría confiar en ti.

Veloz apoyó las manos sobre las rodillas.

—Si es así, entonces escúchame bien y recuerda esta promesa para siempre: pase lo que pase, por muy enfadado que esté, o incluso aunque te lleve conmigo, nunca te haré daño o te trataré de forma violenta. No te pido que pienses que todo irá bien entre los dos porque no creo que ni siquiera puedas hacerlo, pero te juro por mi vida que no te pasará nada malo.

Por un instante, Amy pensó en Cazador y en Loretta, y en todo lo que tenían, deseando de todo corazón que ella y Veloz pudieran compartir algo tan especial, que pudiese existir la posibilidad de que tuvieran su propia casa y sus propios hijos. Sin embargo, aquellos eran los pensamientos de la niña que todavía vivía en su interior, en un mundo lleno de sueños; la realidad casi nunca tenía ese toque mágico.

—Veloz, ¿por qué no lo olvidas? Aunque no hubiera pasado nada entre nosotros, ahora pertenecemos a mundos diferentes. Nuestro matrimonio nunca funcionaría.

—¿Y si cambio? Si lo intento, ¿tú también lo harías?

Ella se puso nerviosa y, al instante, se dio cuenta de que su mirada estaba fija en las rosas que había encima de la mesa.

—No sé si podría.

—Vamos, ¿qué puedes perder? Creo que yo lo he dejado bien claro. Si las cosas no funcionan entre los dos, no tendré más remedio que hacerlo a mi manera. ¿Por qué no intentarlo por la vía fácil? Venga, ¿lo intentarías al menos? No te estoy pidiendo que te rindas, simplemente te pido una tregua. Así estaremos en igualdad de condiciones.

Amy pensó en todo lo que podría ocurrir si se decidiese a intentarlo, pero, ante todo, pensó en cuáles serían las consecuencias si rechazase la propuesta de Veloz.

—Su… supongo que puedo hacer un esfuerzo, aunque tampoco sé cómo eso va a ayudar a que…

—¿Lo prometes?

Ella suspiró, dándose cuenta de que había perdido terreno.

—Prometo intentarlo, nada más.

—Eso es más que suficiente —concluyó.

Tan pronto como salió de la casa de Amy y bajó por la calle principal hacia la casa de Cazador, Veloz se sintió invadido por un profundo sentimiento de determinación. Tenía que cambiar. Cuando aceptó hacerlo, le pareció sencillo, pero ahora que lo pensaba con más detenimiento, no tenía ni idea de por dónde empezar. Solo estaba seguro de una cosa: Amy no quería saber nada de un pistolero vestido como un comanchero. Si quería conquistarla, y eso era precisamente lo que ansiaba, tendría que cambiar de aspecto.

Cuando Veloz entró en la casa de Cazador, lo encontró sentado en la mesa de la cocina, concentrado con un libro de grandes dimensiones en cuyas páginas se dibujaban columnas verdes y unos cuantos garabatos. Levantó la cabeza y miró a Veloz con expectación.

—¿Qué te ha pasado?

—El mapache salió de su guarida —musitó Veloz, mientras se acercaba a la cocina por una taza de café—. ¿Dónde está todo el mundo?

—La señora Hamstead está enferma, y Loretta ha ido a ver qué tal estaba. Chase e Índigo se han ido con ella para ayudarla a cortar madera y recoger la casa.

—¿Qué le pasa?

—Ha tomado té de boñiga de oveja de su suegra. —Cazador sonrió cuando Veloz se dio la vuelta y pudo verle la cara—. ¿Pero con qué te ha golpeado tu mapache? Esa nariz tiene toda la pinta de estar rota.

—Porque lo está… Aunque el estúpido he sido yo por haberle ofrecido la cara y haberle dicho que me pegase un guantazo.

A Cazador se le puso una sonrisa de oreja a oreja. Se recostó en la silla y dejó el lápiz sobre la mesa.

—Hace años que no veo a Amy perder los papeles de esa manera. Felicidades.

Después de tocarse la nariz, Veloz trató de inhalar aire y comprobó que sus fosas nasales estaban ya completamente obstruidas.

—No cantes victoria todavía. Solo porque me ha dado un puñetazo no significa que haya conseguido lo que quería. —Veloz volvió a suspirar y arrastró una silla hasta él para sentarse. Tras tomar un sorbo de café, dijo—: Ya no sé qué hacer, Cazador. ¿Todo lo que he hecho hasta ahora ha servido para algo o únicamente ha servido para empeorar las cosas?

—Veloz, las cosas tienen que ponerse peor para ella; de esa manera, se dará cuenta de que tiene que cambiar. —Cazador volvió a coger el lápiz, jugando con él como un niño pequeño—. Creo que has hecho lo correcto. A no ser que se vaya de Tierra de Lobos, este es su único refugio. No le queda más remedio que adaptarse a la nueva situación.

—Me gustaría hacer lo que verdaderamente espera de mí y llevármela conmigo. Las cosas serían más fáciles y más rápidas de ese modo.

—Sí, pero hacerlas rápido no significa hacerlas bien, y más conociendo el sufrimiento por el que ha tenido que pasar Amy. —A Cazador se le enterneció la mirada por los recuerdos que aquella frase le trajo a la mente—. Conseguir que Loretta confiase en mí me costó lo suyo, pero al final la espera valió la pena.

Veloz rebuscó en el bolsillo de su camisa para coger su petaca de tabaco, pero en unos instantes se olvidó de lo que estaba haciendo y sacó la mano del bolsillo.

—Da igual, estoy hablando por hablar… Como si me la pudiese llevar aunque quisiera. Me odiaría a mí mismo más de lo que ella podría aborrecerme.

—Puede ser.

Veloz lo miró con cierta duda.

—¿Alguna vez has forzado a una mujer?

—Un poco.

—¿Qué significa un poco?

Cazador lo miraba como si la conversación que estaba a punto de comenzar le divirtiese.

—Durante un rato sea quizá lo más apropiado. Lo hice hasta que mi mujer dejó de luchar; de todas formas, era Loretta. La historia de Amy es mucho más complicada. —A continuación, estudió con detenimiento la punta del lápiz, como si la respuesta a todos los misterios del mundo se escondiesen bajo aquel trozo de carbón—. Loretta vio cómo martirizaban a su madre, y eso la marcó para siempre. Amy no solo contempló la escena, sino que también fue víctima de veintitrés hombres crueles. Ya han pasado muchos años pero, aun así, vivir con miedo cada día no es algo agradable. Escondió todos sus recuerdos del pasado en algún lugar desde el cual le fuese imposible sentir nada, y ahora, con tu llegada, esos recuerdos han vuelto.

Veloz se pasó la mano por la cabeza, como si ya añorase su melena.

—Me ha pedido que cambie. —Una especie de aceite azulado se dejó ver en la superficie del café. Inclinando un poco la taza, trató de ver lo que había en el fondo—. No le gusta mi aspecto, ni tampoco le agrada que lleve mis pistolas. No creo que ella piense que lograré ofrecerle un buen porvenir sin que mi pasado salga a relucir de una manera o de otra.

—¿Podrías hacerlo?

Veloz empezó a sentir el sudor que se deslizaba por su cuello.

—Podría trabajar contigo o conseguir una granja. Yo no soy un vago, Cazador.

—Podría tener un compañero en la mina. Chase le ha echado el ojo al sector de la madera, y espero que algún día se dedique a ello. De todas maneras, ¿es tu capacidad para ganar dinero lo que verdaderamente le preocupa a Amy? ¿O simplemente se trata de que eres un bicho raro para ella?

—¿Te refieres a si no encajo aquí? Podría comprarme un par de camisas nuevas y dejar de llevar el sombrero. No soy tan diferente del resto de la gente que vive aquí.

Cazador negó con la cabeza.

—No lo estás entendiendo bien. La ropa es una cuestión sin importancia. Lo que importa es la persona que la lleva. —Con un suave gesto, señaló el libro que tenía frente a él—. Para ser mi compañero de trabajo, tienes que saber leer y escribir, y de momento no sabes.

—¿Esperas que aprenda a leer? —Veloz se quedó perplejo, sin poder creer que Cazador fuese de los que daban importancia a los libros—. No sé leer, Cazador. Ni siquiera soy capaz de deletrear mi nombre.

—Yo era un comanche tonto y aprendí. —Cazador pasó los dedos por encima de su caligrafía—. Mis libros me dicen cuántas riquezas poseo. Y aquí es donde pongo todas las cifras. Si yo puedo hacerlo, tú también. ¿Y tú hablas de un par de camisas nuevas? Todo el mundo puede comprarse una camisa, Veloz. ¿Qué le demostrarías a Amy con eso?

—Pues que quiero intentarlo.

—Sí, pero que estás haciendo pocos esfuerzos. Estás en el mundo de los blancos, Veloz. Nuestro mundo, tal y como tú dices, ya no existe, excepto en nuestros corazones. Tú quieres una mujer blanca, casarte con ella y vivir en su mundo, pero, para hacerlo, tienes que tratar de convertirte en un hombre blanco y demostrarle que te preocupas por ella.

Veloz tragó saliva mientras su mirada se clavaba en las hojas escritas de aquel libro. Eso no era lo que había imaginado.

—No me hace falta leer para cuidar de ella. Maldita sea, Cazador, eso es pedir demasiado. Creo que ya es suficiente con que tenga que renunciar a mis pistolas para siempre. Nunca se sabe cuándo me pueden descubrir y venir por mí.

Cazador se encogió de hombros de una forma un tanto elocuente. Veloz masculló entre dientes:

—¡Me va a llevar años aprender a leer y escribir! —gruñó.

—Será mucho menos si estudias en serio. Yo aprendí muy rápido.

—Ya, bueno, pero a lo mejor tú eres más listo que yo.

Cazador volvió a encogerse de hombros.

—Tienes razón. Es un precio demasiado alto que pagar simplemente por una mujer.

—No se trata de eso, y lo sabes.

—¿Y entonces de qué? ¿Tienes miedo de intentarlo?

Veloz se irritó todavía más.

—Yo no tengo miedo a nada, y mucho menos a un puñado de letras escritas en un papel.

—Eso está por ver.

—¿Me estás poniendo a prueba?

Cazador lo miró desconcertado.

—¿Yo, Veloz? Eres tú el que ha venido a mí, yo solo he expresado mi opinión. Eso es todo. A ti no te gusta lo que pienso, y lo respeto, pero sigue siendo mi opinión, y eso no va a cambiar. Amy es maestra de escuela y le gusta leer y escribir. Creo que le encantaría ver que muestras interés por aquello que es importante para ella. Tú solo pídele que cumpla su promesa; el resto es cosa tuya. Si lo haces, pronto se dará cuenta de que estás haciendo un gran esfuerzo por ella.

—Está bien —añadió finalmente Veloz, todavía a regañadientes—. He dicho que lo intentaría y eso haré. Tú me enseñarás.

Cazador sonrió de nuevo.

—Yo no puedo enseñarte, Veloz. Tengo que trabajar en la mina para alimentar a mi familia y Loretta está demasiado ocupada con su trabajo. Podrías estudiar con Chase e Índigo por las noches, pero eso te llevaría mucho tiempo.

—Entonces, ¿dónde demonios puedo aprender?

—Quizá la solución es que vayas a la escuela.

Veloz se quedó absorto, incapaz de creer lo que estaba escuchando.

—¿Te refieres a que vaya a la escuela con los niños?