Capítulo 10
Con la cara de Amy entre sus manos, Veloz recorrió con los dedos sus frágiles mejillas y, al roce, algunos mechones de color plateado se movieron casi electrificados. La luz de la luna la bañaba y la hacía distinguible en la oscuridad: su cabello parecía el halo; su piel, plata bruñida, y sus preciosos ojos refulgían con tal profundidad que Veloz se sintió perdido al mirarlos. Le parecía increíble que alguien hubiese podido hacer daño a su querida Amy. Sin embargo, así era. ¿Henry Masters? Y si había sido él, ¿qué era lo que le había hecho? Después de tanto tiempo, Veloz pensó que quizá ya no mereciese la pena pensar en eso. El aquí y el ahora es a lo que se tenía que enfrentar en estos momentos. Y, aun así…
—¿Dices que decidiste marcharte de Texas por la noche?
Ella se encogió de hombros.
—Bueno, no por la noche exactamente. Fue por la tarde. Todavía había luz.
—¿Y qué pretendías? ¿Llevarte uno de los caballos de Henry?
Su boca empezó a temblar.
—Pues… No teníamos ningún caballo. Henry lo vendió. No era de mucha utilidad para su trabajo. Y la bebida acabó arruinándolo. Se quedó sin ahorros y se vio obligado a vendérselo a uno de esos vendedores ambulantes.
—Ah. —Reflexionó sobre lo que acababa de decir Amy, deseando poder dejar las cosas tal y como estaban—. Entonces cogiste una de las mulas.
Veloz notó cierto atisbo de resistencia en Amy.
—Me marché a pie.
—¿Qué?
—Me marché a pie —repitió—. Una noche, después de que se hubo emborrachado, cogí un par de zapatos extra que tenía guardados en la buhardilla y me marché caminando.
Veloz tragó saliva al sentir en su cuerpo una ráfaga de pánico que, desgraciadamente, llegaba ocho años demasiado tarde.
—¿Y qué les pasaba a las mulas?
—Una de ellas estaba enferma.
—Había dos. ¿Qué sucedió con la otra?
—La otra, esto… —Se pasó la lengua por los labios, tratando de evitar su mirada—. Él le disparó un tiro.
El corazón de Veloz empezó a latir con fuerza.
—¿Por qué diablos mató a la mula?
Amy le giró la cara, sintiéndose atrapada, y miró a su alrededor como buscando una escapatoria.
—Pues… esto… Está empezando a hacer fresco aquí afuera. —Se arropó con el chal y sintió un escalofrío, todavía tratando de evitar que sus miradas se cruzasen—. Está llegando el invierno. Ya se siente en el aire. ¿Tú no lo notas?
Veloz se echó hacia atrás, queriendo darle un poco de espacio, pues sentía que lo necesitaba, quizá desesperadamente.
—Sí, se va a quedar una noche fría. —Esperó unos instantes y se imaginó a Amy cruzando las interminables llanuras de Texas. De repente, se dio cuenta de que no era totalmente consciente del significado de la palabra «valor»—. Amy, ¿por qué Henry le pegó un tiro a la mula? ¿Estaba enferma? ¿O simplemente tenía un mal día?
Con una mirada llena de pánico, se apartó de él y casi se cayó del tronco. Veloz consiguió agarrarla antes de que se cayera. Cuando la volvió a colocar en el suelo, Amy se escabulló y escapó de sus brazos. Veloz la siguió con miedo de que fuera a tropezar en la oscuridad.
—Quiero volver a casa ahora —dijo con voz débil—. Me estoy quedando helada. De veras que lo estoy. Y, además, yo… —Hizo una pausa un momento y tomó aire—. No me hagas más preguntas, Veloz, ¿quieres?
Él se puso frente a ella para que pudiera verle la cara.
—Amy, ¿podrías mirarme un momento?
Ella emitió un sonido de protesta y apartó la cara.
—Quiero irme a casa ahora mismo.
—Amy…
—Quiero irme a casa.
—Está bien. Pero mírame, aunque solo sea un minuto.
—No. Me harás más preguntas y no quiero hablar más de ello, ni ahora ni nunca. Jamás quise que supieras nada y ahora quiero que actúes como si no hubieras oído nada de esto.
Veloz no estaba del todo seguro de lo que sabía exactamente. Solo podía hacer suposiciones, y algunas de ellas incluso le empezaban a repugnar.
—No puedo hacer como si nunca hubiéramos tenido esta conversación.
—Entonces mantente lejos de mí.
—Tampoco puedo hacer eso. Amy, no mires al suelo.
—No empieces de nuevo.
—¿Empezar el qué?
—A sermonearme.
Veloz hizo un gesto fútil con las manos.
—Soy la persona menos indicada para dar sermones. Yo solo digo la verdad.
—Lo sé todo acerca de tus verdades… Mañanas en el horizonte y estrellas en el paraíso. Siempre con la mirada al frente.
—Veo que tienes buena memoria.
—También sé lo que sucede cuando caminas sin mirar por donde pisas. No gastes saliva diciéndome cosas bonitas, Veloz.
Él le estrechó la mano y le acarició la cabeza.
—Amy, ¿qué sería de nosotros si no existiesen las cosas bonitas?
—Veríamos la realidad. —Se limpió la nariz y, finalmente, lo miró—. ¿Y ahora me puedes llevar a casa?
Veloz sabía que el simple hecho de que creyese que la llevaría a casa era, para ella, una pequeña victoria. Al menos por aquella noche, tenía que conformarse con lo que había conseguido.
—¿Antes puedo decir una cosa más?
Amy mostró un gesto de resignación.
—Supongo que lo acabarás diciendo de todas maneras, así que suéltalo de una vez.
—Siento no haber estado allí.
Su boca se tensó y el dolor llenó su mirada.
—Yo también lo siento.
Veloz pasó el brazo por su hombro e inició el camino de vuelta a casa, guiándola a través de la oscuridad de la misma manera que le habría gustado guiarla a lo largo del resto de su vida. Amy se había convertido en mucho más que en una chica con ceguera nocturna.
Cuando pudo divisar su hogar, Amy se sintió aliviada. Veloz ni siquiera había intentado besarla cuando estaban en el bosque. Se preguntó si había sido por lo que le había contado. Se deshizo rápidamente de aquel pensamiento, decidida a no permitir que le hiciese daño. Estos días apenas había dado tregua a las pocas fuerzas que le quedaban.
De todas maneras, no quería que nadie la besara. Ni él ni nadie. Especialmente él. Solo pensarlo la aterraba. Una vez que se acostumbrara a ello, la obligaría a ir más allá. Si había conseguido asustarlo esa noche, mucho mejor. Su vida podría volver a la normalidad. Cuando se hubiera marchado, no tendría que volver a preocuparse de que un hombre quisiera imponerse a ella. Podría dejar de sentirse amenazada, podría dejar de sentirse al borde del abismo, podría dejar de sentir, a secas.
Para ella, Veloz era peligroso en muchos sentidos. Siempre había sido un soñador, luchando por alcanzar cosas bellas más allá de un horizonte que, en realidad, no existía. Cuando era niña, se había dejado maravillar por aquellos sueños y los había creído… durante un tiempo. Sin embargo, los sueños se esfumaban tan rápido como aparecían y, cuando eso sucede, es muy difícil hacerlos reaparecer.
Cuando Amy subió al porche, él sacó su reloj del bolsillo y lo miró a la luz de la luna.
—Calculé el tiempo perfectamente —dijo—. Todavía nos quedan diez minutos.
Amy se cubrió aún más con el chal.
—¿Cómo puedes calcular el tiempo si no sabes contar?
Él cerró la tapa del reloj y lo puso de nuevo en el bolsillo.
—No siempre lo puedo calcular con exactitud, pero lo que sé, me lo enseñó Rowlins. Entiendo mejor los números alargados que los tuyos redondeados.
Se levantó brisa, fresca y enérgica, y sintió que unos dedos congelados le rozaban el cuello del vestido. Se estremeció y encogió los hombros.
—¿Redondeados? —Pensó en ello unos instantes—. Sí, podría decirse que los míos son en cierta forma redondeados, ¿de verdad?
Él no parecía demasiado interesado en seguir la conversación. Descendió un escalón y se puso con la cara a la altura de la de Amy. A ella le gustaba esa postura, hacía que Veloz la intimidase menos.
—Bueno, pues… —Ella se estremeció de nuevo—. Gracias por el agradable paseo. Me imagino que tenemos suficiente como para decir buenas noches.
—Nunca en mi vida me ha llevado diez minutos desearle las buenas noches a alguien.
—Siempre hay una primera vez para todo.
Veloz le puso una mano en la cintura y la acercó a su pecho. Con la otra mano, la sujetó por la parte de atrás de la cabeza. Cuando vio que la miraba a los ojos, Amy supo que quería besarla. Y la rapidez con la que todo estaba sucediendo la asustó. Intentó escabullirse de alguna manera, pero Veloz enredó sus dedos en su cabello y consiguió mantenerla inmóvil, desplazando la mano desde la cintura hasta la parte inferior de su espalda. Amy sintió su fuerza y supo que resistirse no serviría de nada. De hecho, nunca le había servido.
—Veloz, por favor, no.
—Todavía estamos dentro del tiempo que me corresponde, Amy. Diez minutos más. No estás cumpliendo con tu parte del trato.
Ella clavó su mirada en la boca de él. De repente, le costaba respirar.
—¿Qué puede pasar en el umbral de tu puerta? —le preguntó con voz ronca, acercando su boca cada vez más a la de ella—. Relájate y comprueba por ti misma a qué saben mis besos. Ahora puedes sentirte segura, tienes la seguridad de estar al alcance de las personas del pueblo.
No le faltaba razón. Mientras nadie los viese, era mejor que la besase aquí, si de verdad quería hacerlo, que allá lejos, al lado del riachuelo. Ella echó la cabeza un poco hacia atrás con cuidado, abrazándose a sí misma, casi segura de que su boca estaría tan hambrienta y exigente como reflejaba aquel brillo en sus ojos.
Su aliento cálido se fundió con el de ella. Amy tragó saliva y cerró los ojos, manteniendo los dientes apretados. Y después, los labios de él rozaron los suyos, con tanta suavidad, con una ternura tan asombrosa, que el contacto pareció un susurro dócil y delicado. Lo hizo con tanta dulzura, con tanta… que le robó el aliento de un suspiro y casi la hizo llorar. No había exigencia alguna en aquel beso, ni un atisbo de aquel hambre de deseo que la aterraba, tan solo había una promesa de cariño profundo que le hizo separar los labios, deseosos y expectantes. Ella le agarró con fuerza la camisa, ahora más cerca, pero él se mantuvo firme y rechazó complacer aquel anhelo que ella buscaba. No le importaba, pues lo cierto era que ni ella misma estaba segura de lo que quería, aunque…
—Amy… —Su nombre fue como una caricia en su boca. Le rozó la mejilla con los labios hasta llegar a su oreja, y después exploró la curva de su cuello—. Amy, mi dulce y preciosa Amy. Te quiero.
Y, de repente, se dio cuenta de lo que él había querido decir al pedirle que le diera una oportunidad para expresarlo a su manera. La mano de Veloz temblaba mientras le acariciaba el cuello. Sus labios eran dignos de veneración. No había ejercido ninguna muestra de fuerza ni de brusquedad; no se había aprovechado de la situación. Simplemente le había enseñado la ternura que escondían los besos, tan suaves que le erizaron la piel y despertaron todos sus sentidos. Le flojeaban las piernas y tuvo miedo de caerse, pero su cuerpo musculoso estaba allí para evitarlo, cálido y fuerte, con el corazón palpitándole con fuerza, pero a un ritmo firme, a diferencia del suyo, que latía de forma salvaje en su interior.
Cuando, por fin, levantó la cabeza, Amy sintió que no podía moverse de allí. Recorrió sus brazos con las manos, le tocó la barbilla, la punta de su nariz, el rizo que le caía por la sien, tratando de tranquilizarla, como si supiera cuán fuertes eran las sacudidas de su corazón y la flojera de sus piernas. La expresión que adquirió su rostro cuando la miró la hizo sentirse querida y, al mismo tiempo, vulnerable.
—Prométeme una cosa —murmuró él.
—Cada vez que me descuido, me pides que haga una nueva concesión —susurró ella.
—Lo sé, pero esta es importante. —Le sujetó con suavidad la barbilla y la miró profundamente a los ojos—. Cuando te acuestes esta noche y cierres los ojos para quedarte dormida, llévame contigo. Si vuelven tus pesadillas, sueña que estoy ahí para protegerte. —Unió su barbilla a la de ella y sintió su piel húmeda—. No te enfrentes a ellos sola nunca más.
Aunque lo hubiese querido, no habría podido pronunciar palabra; simplemente asintió con la cabeza. Se dio la vuelta y se marchó, adentrándose en la oscuridad. Amy se quedó allí, mirándolo durante un buen rato y, a continuación, todavía con manos temblorosas, se secó la lágrima que le caía por la mejilla.
Veloz comprobó que todavía había una luz encendida en el salón mientras subía las escaleras de la casa de Cazador. Sin saber si había sido Loretta la que la había dejado encendida para él o si alguien estaba despierto todavía, abrió la puerta principal lo más silenciosamente que pudo. Loretta levantó la mirada desde su mecedora, con la aguja de tejer ligeramente en el aire.
—¡Ah, hola! —susurró mientras le sonreía.
—Me sorprende que todavía sigas despierta —le respondió, también con un susurro.
—Quería terminar esto primero. ¿Tienes hambre?
—La verdad es que no. —Veloz cruzó la sala hasta la chimenea y giró el taburete de Cazador hacia ella para sentarse y calentarse las manos delante del fuego. La lámpara que estaba sobre la mesa, al lado de Loretta, emitió un siseo que, por alguna extraña razón, resultaba tranquilizador—. Se ha quedado una noche fría ahí fuera. El invierno no tardará en llegar.
Dejó lo que estaba haciendo sobre su regazo para examinarlo durante unos instantes.
—¿Por qué traes esa cara?
Él forzó una sonrisa.
—¿Qué cara traigo?
—¿Amy está bien?
—Como una rosa. Acabamos de volver tras un agradable paseo.
Loretta arqueó una ceja, mostrando una expresión de incredulidad.
—¿Amy salió a dar un paseo? ¿Sola contigo? ¿Por la noche?
—Solo fuimos hasta el riachuelo, pero es un buen comienzo.
Loretta sonrió y sus ojos adquirieron un brillo especial.
—Más bien, yo diría que estás consiguiendo grandes progresos.
—Me doy con un canto en los dientes, en cualquier caso. —Se apoyó con las manos en el taburete y cambió de posición—. Simplemente nos dedicamos a hablar y a ponernos un poco al día después de todos estos años. —Veloz dudó por un momento—. Hasta esta noche, no sabía que Amy se había quedado en Texas con su padrastro tras la muerte de su madre.
Loretta asintió con la cabeza.
—Sí, unos tres años. —Mientras hablaba, cruzó la aguja de arriba abajo varias veces por el talón del calcetín que estaba zurciendo y después tensó bien el hilo—. En cuanto supimos de la muerte de tía Rachel, Cazador y yo le enviamos dinero a Amy para que viniese a Oregón. A los pocos días, nos lo devolvió, acompañado de una bonita letra que decía que estaba inmensamente feliz en Texas y que Henry la necesitaba en la granja. Creo que no se sentía cómoda con la idea de abandonarlo justo después de la muerte de tía Rachel y no la culpo por ello. Las familias deben permanecer unidas en momentos así.
—¿Solía escribiros a menudo?
—Bastante a menudo, sí. Eso nos tranquilizaba.
—¿Y eso por qué?
Moviendo la aguja con más rapidez, Loretta apoyó los pies en el suelo para detener la mecedora.
—Hubo un tiempo en el que Henry no era exactamente lo que se dice fácil de llevar. Al principio, Cazador y yo estábamos preocupados por que Amy estuviera viviendo sola con él. —De repente, miró hacia arriba—. La tía Rachel siempre decía que había algo de bueno en él y que, si buscábamos en lo más profundo de su ser, encontraríamos esa bondad. —Se rio entre dientes—. Me imagino que al final tenía razón. Tras la muerte de tía Rachel, él se portó muy bien con nuestra Amy y eso nos hizo pensar que debíamos hacer borrón y cuenta nueva.
Veloz se rascó detrás de la nuca.
—Entonces, ¿vosotros dos no os llevabais bien?
Loretta sintió que se le congelaban las manos mientras seguía zurciendo. Tras unos instantes, acabó las últimas puntadas.
—Se podría decir que, cuando yo era una jovencita, Henry quiso que nos llevásemos todavía mejor, no sé si me entiendes —dijo arrugando la nariz—. Supongo que, al yo ser su sobrina política y él ser el segundo marido de tía Rachel, no me veía como sangre de su sangre. Se le iban los ojos detrás de las mujeres, lo que hacía que visitara el prostíbulo de Jacksboro una vez al mes. —Su boca se puso tensa—. Con los años, cuando crecí, mi tío pensó que podría conseguir lo que quería sin salir de casa.
—Eso de vivir en la misma casa debió de ser una auténtica pesadilla para ti.
—Por suerte, Cazador estaba allí cuando Henry trató de ir más allá y, antes de que volviera a suceder, me sacó de aquella granja.
Veloz se agarró al borde del taburete.
—Y, por lo demás, ¿cómo era Henry?
Ella clavó la mirada en el calcetín y le dio unas cuantas puntadas más.
—Después de haberse portado tan bien con Amy, odio hablar mal de él. Lo arregló a su manera. Debemos ser capaces de perdonar y olvidar.
—No se lo diré a nadie.
Ella suspiró.
—Bueno, para ser sincera, hubo un tiempo en que estaba de mal humor constantemente y echaba mano de su cinturón.
—¿Qué significa de mal humor?
Una vez más, detuvo la mecedora, y su mirada pareció más distante.
—Oh, nada serio, supongo. Aunque, cuando lo usaba conmigo, era horrible, especialmente cuando no había hecho nada tan malo como para merecerlo. —Sus miradas se cruzaron, y su rostro se suavizó por los recuerdos que recorrían su mente en aquel momento—. Si bien es cierto que fue Amy quien lo sufrió más. Su infancia no fue fácil. Durante un buen periodo de tiempo, la tía Rachel parecía tener miedo de enfrentarse a Henry. Y yo me quedé sin habla después de la masacre que se llevó la vida de mis padres. Amy era la única que se atrevía a hablar con él. Ella nunca lo consideró verdaderamente un padre. Él tenía la costumbre de discutir con tía Rachel y utilizar los puños de vez en cuando. Y ya sabes la pequeña fiera que hay dentro de Amy. Siempre saltaba para defenderla. Henry no tenía tanto descaro, pero esa palabra describía perfectamente a Amy en aquella época.
Veloz sonrió.
—Ella dice que tenía más temperamento que cerebro.
—Sí. De hecho, has dado en el clavo. Daba igual las veces que Henry le pegase con el cinturón: nunca supo mantener la boca cerrada cuando pensaba que él estaba haciendo algo malo. Y, como le daba por ponerse todavía más insistente en el almacén de leña, supongo que no era una buena combinación. En cualquier caso, supongo que nunca le hizo demasiado daño. Sin embargo, sí hubo ocasiones en las que tuve que intervenir cuando consideraba que ya había sido suficiente.
Loretta aflojó un poco los hilos y ladeó la cabeza para meter dos hebras al mismo tiempo. Posó el calcetín que acababa de arreglar sobre su regazo una vez más y miró hacia él.
—Bueno, resulta difícil explicarte cómo era Henry entonces. —Frunció el entrecejo y añadió—: Yo siempre tuve la impresión de que… —Hizo una breve pausa y sonrió—. No tiene importancia, lo pasado, pasado está.
—Loretta, ¿la impresión de qué?
—¡Ay!, no sé. La impresión de que estaba ocultando algo, de que todavía sería más irritable si no se contuviese. Creo que, de alguna manera, sabía que solo podía llegar hasta aquellos extremos con la tía Rachel.
—¿Quieres decir que él mismo se reprimía?
—En cierto modo, sí. Las cosas empeoraron cuando supo que estaba embarazada de Chase Kelly. Amenazó con matar al bebé cuando naciese porque Cazador era comanche. Al final, la tía Rachel se enfrentó a él y le enseñó a comportarse como era debido apuntándolo con una carabina Sharps. Acorralado por tres mujeres luchadoras y de gran temperamento que ya estaban hartas de sus formas, su actitud mejoró de forma increíble. —Volvió a sonreír—. Supongo que se acostumbró a ser agradable y le gustó la sensación, ¿no crees?
El rostro de Veloz se puso rígido.
—Sí, supongo que sí. —Tras haberse quedado absorto observando las llamas de la chimenea, preguntó—: Amy nunca mencionó que Henry hubiera mostrado su mal genio con ella después de la muerte de su madre, ¿no? Me refiero tanto en sus cartas como después de haber llegado aquí.
—No. ¿Por qué? ¿Sabes algo que yo todavía no sepa?
—No, no te preocupes. Era simplemente curiosidad. —Veloz elevó los hombros y echó la cabeza hacia atrás, recordando la mirada de desesperación de Amy cuando insistió en que no quería que nadie supiera nada sobre lo que él había descubierto. El problema era que aún no sabía lo que supuestamente había descubierto.
—Pues… —dijo apartando las manos del cuello—. Supongo que si nunca dijo nada, la ha debido de tratar bien.
—Estoy segura de que nos habría escrito y habría venido a Oregón si no hubiese sido así.
Veloz no podía negar aquella afirmación.
—Y en sus cartas, ¿todo parecía estar bien?
—¡Más que bien! Escribía siempre unas cartas muy alegres, en las que nos contaba las reformas que Henry estaba haciendo en la casa y en el jardín, y nos hablaba de lo que estaba preparando para el invierno sobre sus proyectos de costura. Parecía feliz.
—Y si estaba tan contenta allí, ¿entonces por qué querría marcharse?
—Creo que por la soledad que sentía. Los vecinos más cercanos vivían a kilómetros de distancia. Nos escribió diciéndonos que se quedaría trabajando en Jacksboro hasta que nosotros le enviásemos dinero para el viaje. Decía que estar aislada en la granja la estaba volviendo loca y que Henry parecía bastante recuperado tras la muerte de la tía Rachel. Me imagino que consideró que ya había pasado el tiempo suficiente con él y que ya era hora de marcharse.
—¿Cómo consiguió ir de la granja hasta Jacksboro?
—No me acuerdo de todo lo que nos contó. Supongo que la llevó Henry. ¿Por qué?
—Por nada, solo es curiosidad. Jacksboro está bastante lejos de la granja, si no recuerdo mal.
—¿Hay algo que me quieras contar? —le preguntó con suavidad y una mirada llena de preocupación.
Veloz forzó otra risita.
—Ah, no. Simplemente trato de encajar las piezas de la historia de todos estos años. Solo eso. Amy ha cambiado mucho. A veces me pregunto si le pasó algo, algo de lo que nunca os haya hablado.
Las facciones de Loretta se relajaron.
—Amy no tiene secretos conmigo. —Lo observó por un momento—. No esperes demasiado, Veloz. Amy vivió una auténtica pesadilla con los comancheros, ya lo sabes. No puedes esperar que no haya sufrido en estos años.
Veloz tragó saliva y alzó la vista, con la mirada perdida en el horizonte.
—No, supongo que no.
—Dale tiempo. Las cosas buenas se hacen de rogar. En el fondo de su corazón, Amy nunca ha dejado de quererte, y eso la hace vulnerable. Creo que se siente aterrada cuando reflexiona sobre ello.
Veloz respiró hondo y exhaló el aire lentamente.
—Estoy tratando de ser paciente, créeme.
Sonriendo, guardó aguja e hilo en su cesta de costura y se levantó de la mecedora.
—Es como si la hubieran encantado, ¿sabes? Amy tiene que volver a conocerte desde el principio. —A continuación, le puso una mano sobre el hombro—. Deja que lo haga a su ritmo.
Él asintió, todavía con la mirada perdida. Después la oyó bostezar.
—Bueno, creo que es hora de que esta abuelita se vaya a descansar. Buenas noches, Veloz.
—Buenas noches, Loretta.
—Me alegro de que hayas convencido a Amy de ir a dar un paseo.
—No más que yo.
Al pasar por detrás de él, le dio una palmadita en la espalda. Veloz se dio la vuelta y volvió a clavar los ojos en el fuego. Escuchó el suave clic de la puerta de la habitación cuando Loretta la cerró. En el ir y venir de ese sonido, pudo percibir el eco de la voz de Amy. «Me marché a pie. Una noche me harté de aquella situación y me marché caminando.» Cerró las manos en un puño al recordar aquellos ojos angustiados en la cara de Amy.
A lo largo de la semana siguiente, Amy tuvo que modificar su ritmo de vida diario para hacer un hueco para las clases particulares de Veloz. Por cada hora de clase, Veloz le pedía que le devolviese una hora en su compañía, durante la cual ella no tenía más remedio que cumplir con lo pactado. Como por las mañanas ella enseñaba en la escuela y él trabajaba en la mina, casi siempre daban los paseos por la noche, después de una hora de estudio. Amy pronto consiguió perder el miedo a que alguien pudiera verlos y extraer conclusiones erróneas, sino todo lo contrario. Empezó a preocuparse de que nadie podía verlos a aquellas horas, y por que, quizá alguna noche, después de alejarse lo suficiente del pueblo, Veloz quisiera aprovecharse de su soledad en el bosque.
A Veloz parecía divertirle que ella no confiara en él y casi cada tarde comentaba algo al respecto, haciéndole saber que podría aprovecharse de la situación si le apetecía, pero que todavía no había decidido qué noche ocurriría. Tenía cuidado con la forma en que lo decía, de manera que ella no confundiera las cosas y entendiese que él jamás haría una cosa así. Amy no tenía ni idea de qué podía suceder de un momento a otro.
Sin embargo, a Veloz esto no le preocupaba lo más mínimo. Es como si dijese: «Piensa lo peor. A mí no me importa. Fíjate en cada uno de mis movimientos. Tarde o temprano, bajarás la guardia». Amy todavía no sabía por qué jugaba con ella de aquella manera. A veces, deseaba que él le dijese que jamás la tocaría, aun cuando se tratase de una mentira; solo así se tranquilizaría y disfrutaría del tiempo que pasaba con él.
No obstante, Veloz no ofrecía garantía alguna.
Las experiencias que estaba viviendo con él eran muchas y muy distintas. A veces parecía hablar con seriedad y, al minuto siguiente, ya se estaba metiendo de nuevo con ella. Los recuerdos del ayer se convirtieron en sus compañeros de viaje día tras día. En ocasiones, podía ver al antiguo Veloz, aquel joven despreocupado al que tanto había amado. Pero, por lo general, quien estaba ahí era Veloz López, un hombre de rasgos duros y sombríos, de mirada apagada y con unos ojos llenos de dolor por un sinfín de penas que no podía siquiera mencionar. Lo único que podía adivinar en ellos era el tremendo dolor por el que tenía que haber pasado, los seres queridos que había perdido y la desesperanza que había sentido.
El sábado siguiente, iba a tener lugar un baile social en Tierra de Lobos. Veloz le pidió que acudiese.
—Nunca voy a esos actos sociales, Veloz —le respondió nerviosa.
—Solo he tenido la oportunidad de conocer a unas cuantas personas aquí. Por favor, Amy, vayamos. Solo un rato. ¿Con quién voy a estar yo allí?
—Pues no vayas.
—Quiero ir. Me gustaría conocerlos a todos mejor. Veo a gente por la calle, pero no es lo mismo. Y, con la imagen que tienen de mí, siempre me miran con recelo. Ir al baile me daría la oportunidad de demostrarles que soy un hombre normal, como los demás, como ellos; que quiero formar parte de la comunidad.
—Veloz, ¿un hombre normal? Me lo pensaré —dijo finalmente.
—Piénsalo de verdad, Amy. Simplemente se trata de un estúpido acto social. Si no te gusta, no tendrás que ir nunca más.
Amy le dio mil vueltas al asunto durante tres días, indecisa sobre si acudir a aquella cita o no, con el corazón en un puño cada vez que se imaginaba a sí misma bailando con Veloz. A lo largo de toda su vida adulta, jamás había ido a un baile de verdad y solo de pensarlo el estómago se le llenaba de mariposas revoloteando. ¿Y qué pasaría si ella decidiese ir finalmente y Veloz no aparecía? ¿O qué sucedería si ella no iba y él sí? Quizá se tendría que quedar allí de pie, solo, tratando de evitar a toda la gente del pueblo. O quizá conocería a otra mujer…
Aquel pensamiento la aterró, aunque no quiso reflexionar en el porqué. Si conociese a alguien, las cosas serían mucho más fáciles para ella, ¿no? Finalmente, decidió acudir a Loretta en busca de consejo y esta abrió inmediatamente el armario para buscar un vestido para Amy.
—¡Este es perfecto! —gritó Loretta, bailando con un vestido de seda azul ante ella por toda la habitación—. Es justo del color de tus ojos, Amelia Rose. Con tan solo verte, Veloz pensará que ha muerto y que ha entrado directamente en el paraíso.
—Pero, Loretta… —Amy señaló el llamativo escote del vestido—. No puedo ponerme eso. Es precioso, pero sencillamente… no es para mí.
—Santo Cielo, Amy, ¿crees que Veloz no sabe que tienes dos pechos? Este vestido es muy modesto en comparación con la mayoría de los que se llevan ahora. Sé un poco atrevida por una vez en tu vida. Te echaré una mano con el pelo. Estarás tan hermosa. Y ¿sabes qué? Apuesto lo que quieras a que pagará una fortuna para comprar tu cesta con la cena para poder comer contigo.
—No pienso llevar ninguna cesta a la puja.
—Pero, Amy, todas las mujeres solteras la llevan. O preparas una tú misma, o lo haré yo. ¿Quieres que él compre la de otra mujer?
—Nunca he ido a un acto social como este antes y sobra decir que jamás he llevado una cesta para la puja. Y no pienso hacerlo ahora. Es totalmente inaceptable que las mujeres permitan que los hombres pujen por su compañía.
Amy arrugó la nariz.
—Lo que pasa es que tienes miedo de que otro hombre que no sea Veloz compre tu cesta.
—A lo mejor tampoco quiero ni que él lo haga. Si paso la tarde con un caballero, quiero que sea porque yo lo he querido así, no porque él haya pagado cinco dólares que le han costado sudor y lágrimas ganar. Me sentiría obligada a pasar la tarde entera con él solo por eso.
—Vamos, Amy, ¿qué haría Veloz si te marchas antes? Me gustaría que esa tarde fuera todo bien para él. ¿Por qué no vamos todos? Lleva una cesta para la puja. Veloz estará hambriento después de todo un día de trabajo.
—Puedo preparar una cesta y no someterla a subasta —le recordó Amy, tratando de alisar las arrugas del vuelo del vestido.
—¿Y qué gracia tenía eso? No eres una vieja y aburrida mujer casada como yo. Se supone que tiene que ser emocionante ver cómo un hombre se deja un riñón en una cesta de comida para pasar una noche contigo.
—Pregúntale a May Belle la de la taberna, a ver lo emocionante que es.
—Dios mío, Amy, qué mente más retorcida. ¿Cómo puedes comparar la puja de un par de cestas de comida con la profesión de May Belle?
—Porque una puja de cestas es lo mismo. ¿Crees que esos hombres las compran solo para sentarse y comer tranquilamente lo que hay dentro? Si quisieran, podrían comer la comida de sus madres.
Loretta se rio.
—Supongo que tienes algo de razón. Ahora que lo pienso, creo recordar a Cazador engullendo con rapidez los primeros platos y luego mirándome como si yo fuese el postre.
Amy también se rio.
—Ponte este vestido el sábado por la noche y verás como quiere tomarse el postre antes de la cena.
Loretta se puso colorada.
—Con dos niños en el salón, solemos tomar el postre mucho después de la cena, eso te lo aseguro. —Al instante, emitió un suspiro nostálgico, pasando los dedos con suavidad por encima del vestido de seda.
—Oh, Amy, ojalá aceptases llevar la cesta y dejar que Veloz pujase por ella. Hasta ahora, te has estado perdiendo todo lo divertido, ¿sabes?
—Con todos mis respetos, Loretta, pero tener a un hombre delante mordisqueando un muslo de pollo sin quitarme un ojo de encima no es precisamente mi idea de diversión. No quiero que se pague dinero por mí y punto.
—Está bien, pero ¿te llevarás al menos el vestido?
Amy se mordisqueó el labio, pasando la mano delicadamente por una de las mangas.
—Es maravilloso, ¿verdad?
—Y perfecto para ti.
—Y, si yo me pongo esto, ¿tú que te pondrás?
—Mi vestido de seda rosa. Es el favorito de Cazador. —Loretta le puso el vestido a Amy en los brazos—. Llévatelo.
—Ni siquiera estoy segura de querer ir.
—Si no vas, te voy a despellejar viva.
—¿Y si el viudo señor Black me pide un baile?
Loretta se estremeció.
—Dile que no bailas. No es una mentira. Excepto aquí, en casa, nunca te he visto mover las caderas.
El sábado por la mañana, Amy se adentró en el corral que había en la parte trasera de la casa de Loretta y trató de coger una gallina. Como eran Cazador y Chase los que lo hacían normalmente, no tenía demasiada práctica. Su falda larga complicaba la tarea aún más, haciéndole ir más despacio y asustando a las gallinas. Antes de que se pudiera dar cuenta, ya se había quedado sin respiración y estaba empapada de sudor. Hasta se le había deshecho la trenza y se le había clavado una piedra en el zapato. Pero, por encima de todo, estaba muy disgustada.
Odiaba la idea de tener que retorcerle el cuello y cortarle la cabeza a aquel animal. Desde lo que le había sucedido con los comancheros años atrás, tenía una absoluta aversión a la violencia, incluso aunque se tratara de una necesidad doméstica. Pobres gallinas indefensas. Había comido más de las que tenía ahora delante pero, cuando lo había hecho, se había prometido no pensar en la procedencia de aquella carne de ave.
—Venid aquí, pitas, pitas, pitas —las llamó, con la esperanza de agarrar a una gallina de hermoso plumaje que no estaba demostrando demasiado entusiasmo por querer acabar en la cazuela—. Ven, gallinita mía. Ven aquí con Amy.
—No creo que le caigas bien —dijo alguien con voz grave.
Amy se enderezó y se dio la vuelta de repente, llevándose las manos a la cabeza.
—¡Veloz! Pensé que estabas en la mina.
—Y lo estaba. Pero tengo que ir a la tienda para comprar una camisa nueva, así que he salido antes del trabajo.
Lo único en lo que Amy podía pensar en aquel momento era en por qué querría él gastarse dinero en otra camisa. Con la negra que llevaba puesta, desabotonada hasta la mitad del pecho y con las mangas dobladas hasta los antebrazos, parecía el hombre más guapo y atractivo que había visto en su vida.
—Amy, a no ser que pretendas acabar hecha una piltrafa, ¿qué es lo que intentas en realidad? —Veloz la siguió con los ojos desde su trenza deshecha hasta el dobladillo, ahora sucio.
—Necesito una gallina para mi cesta de la cena. —Le ardían las mejillas, no quería que Veloz supiera nada—. Para que te enteres, no es para la puja. Simplemente es para llevarla conmigo, por si me entra hambre.
Veloz no dejaba de mirarle el cabello, haciéndole sentirse inquieta y con ganas de recolocarse la trenza. Cuanto más la movía y recolocaba en su sitio, más suelta se quedaba. Finalmente, decidió dejarla tal y como estaba, consciente de que él la estaba observando con manifiesta curiosidad. Probablemente por lo estúpida que parecía.
—Así que vas a ir a la fiesta después de todo, ¿verdad?
—Pensé que podría ir un rato y ver cómo es.
—Estoy orgulloso de ti, Amy. Sé que no es precisamente una prioridad en tu vida. —Se quedó mirando el corral—. Si quieres, puedo atrapar yo la gallina.
—No. —Si iba a ser él quien la acompañase en la cena, no le parecía oportuno que la ayudase a prepararla—. Quiero decir, no te preocupes. Puedo hacerlo. De hecho, me estoy divirtiendo.
—Estás hecha un desastre. —Se quitó el sombrero y lo dejó sobre una de las pilas de madera. Remangándose todavía más, se fijó en una gallina de las gordas—. Hay un truco para atrapar a las gallinas, ¿sabes?
—¿Ah, sí?
Caminó despacio a través del corral, serpenteando los dedos como si estuviera echando semillas al suelo. Todas las gallinas se pusieron de repente alrededor de él.
—Las mujeres son iguales. Si las persigues, corren; así que lo mejor es dejarlas —se inclinó con delicadeza hacia un lado, con la mano abierta— que te persigan a ti, hasta atraparlas. —Y con esas palabras, trató de atrapar a la gallina, falló en su intento y se cayó directamente en el barro.
—Vaya, es el truco más ingenioso que he visto nunca —dijo Amy con un sonrisita—. ¡Caramba, caramba! Me imagino que un hombre tan listo como tú tiene que tener a miles de mujeres comiendo de su mano.
Él la miró por el rabillo del ojo.
—Lo cierto es que, últimamente, la suerte no me acompaña demasiado en ese aspecto.
Amy soltó una última carcajada y centró su atención de nuevo en las gallinas. Veloz se unió a ella. Sin apenas darse cuenta, los dos estaban corriendo por todo el corral, riéndose como locos, con las gallinas saltando de un lado para otro, haciendo que la caza fuese divertida. Cuando se quedaron sin aliento, Veloz se tumbó en uno de los bloques de madera, con los brazos alrededor de las rodillas. Sonrió mientras la miraba.
—¿Perseguirías a una vaca?
Amy se agarró el estómago, dolorido de tanto reír, y sonrió de nuevo.
—¿Una vaca? Necesitaría una cesta demasiado grande. Y dudo de que una vaca sea fácil de atrapar.
—Al menos podría dispararle. Si le pego un tiro a una de esas gallinas, no creo que quede demasiado de ella para comer.
La puerta trasera se cerró dando un golpe. Amy se dio la vuelta y vio a Loretta un tanto encorvada, con las manos apoyadas en las caderas y unos ojos brillantes que reflejaban el sol de octubre que se colaba por entre los árboles.
—Esas gallinas no me van a dar huevos durante semanas si vosotros dos seguís persiguiéndolas así.
Veloz señaló con la mano a los animales.
—Está bien, pues entonces ven tú aquí y cógenos una, Loretta Jane.
—Para eso primero hay que ponerlas en el corral, señor López. Ya veo que no tienes ni idea sobre lo que se cuece en una granja. Y Amy no asoma la nariz fuera de un libro, al menos no lo suficiente como para preocuparse por lo que sucede a su alrededor. ¿Cómo os las vais a arreglar vosotros dos solos? —Loretta se agarró el mandil y bajó las escaleras—. ¿Veis? Me siguen derechitas hasta adentro.
Veloz arqueó una ceja.
—Yo no tengo mandil.
—Lo que no tienes es sentido común, eso es lo que a ti te falta. ¡Anda que perseguir a las gallinas hasta que pierdan todas las plumas!
Algo después, Loretta salió del gallinero, sujetando por el pescuezo a una frenética gallina que se debatía a graznidos. Se dirigió hacia Veloz y le dio la gallina. Él se levantó del tronco en el que estaba sentado y se puso de pie, con la gallina en las manos.
—¿Y ahora qué?
—Retuércele el pescuezo.
Veloz miró a Amy y no había ninguna duda: era imposible pasar por alto la pena que se reflejaba en sus ojos al ver a aquel animal chillando y moviéndose. Había visto el proceso miles de veces y sabía cómo hacerlo: con un movimiento rápido y seco. El cuello de la gallina parecía cálido y frágil entre los dedos de Veloz. Sabía perfectamente que podía retorcerlo cuando quisiera, ágil y fácilmente. Sin embargo, ¿cómo se iba a atrever a hacerlo con Amy allí, mirándolo?
Lo único que podía imaginar en aquellos momentos era la voz de Amy reprochándoselo la próxima vez que se encontraran, temblando de miedo, llamándole comanchero inútil, pistolero y asesino de gallinas.
—¿Lo vas a hacer o no? —le preguntó Loretta.
Veloz sabía que Amy tenía los ojos fijos en él. Esos enormes ojos azules, llenos de preocupación. Él la volvió a mirar. Se estaba mordiendo el labio. Comenzó a sentirse bastante estúpido, allí de pie, sujetando a una gallina desesperada, moviendo el brazo de arriba abajo mientras dos mujeres lo observaban, una con terror, la otra con impaciencia. A lo largo de toda su vida, había arrancado cabelleras, preparado el cuero, destripado búfalos y mutilado a ciervos, osos, lobos y todo tipo de criaturas vivientes. Matar a una gallina sin cerebro tendría que ser fácil.
—Mejor vayamos a dispararle a una vaca.
Amy no daba crédito a lo que veían sus ojos y cogió la gallina.
—Dios Santo, Veloz, creo que con todo lo que has hecho, matar a una gallina debería ser pan comido.
¿Acaso no era ese el problema? No necesitaba que nadie más se lo repitiese.
—Nunca le he retorcido el pescuezo a una pobre ave.
Amy se inclinó ligeramente, preparándose para girar el brazo. Sin embargo, miró después a la pobre gallina y se le quitaron las ganas.
—Oh, vamos, ¡por el amor de Dios! —Loretta les pidió que le dieran la gallina, con las mejillas coloradas por la indignación que sentía—. Con todo el pollo que comes, Amelia Rose, creo que deberías ser un poco menos delicada.
Amy se echó hacia atrás, arrugando la nariz, abrazándose a la altura del vientre. Loretta se preparó para hacer un buen giro con el brazo, a continuación dudó por un instante y clavó sus grandes ojos azules primero en Amy y después en la incansable gallina.
—¡Por todos los demonios! No podemos matar a esta gallina. Es Henrietta. Va a ser una de mis mejores ponedoras. Cazador me perseguiría hasta la muerte.
Veloz soltó una carcajada.
—Creo que nos quedamos con la vaca.
Loretta liberó a la gallina y la espantó con el mandil.
—¿Qué tal jamón? ¿Te gusta el jamón, Veloz?
—No es para mí. Es para la cesta de la cena de Amy. —Veloz le guiñó el ojo a Loretta con cuidado—. ¿Tú qué opinas, Amy? ¿Servirá el jamón?
Al recordar la primera noche de Veloz en Tierra de Lobos y el gran trozo de jamón que él había dejado encima del plato, Amy lo miró con ojos inquisidores.
—Pues… esto, ¿a ti…? Es decir, si fueras un hombre, ¿qué te gustaría más, el pollo o el jamón?
Veloz arqueó una ceja.
—¿Un hombre?
Ella se sonrojó.
—Bueno, claro, tú eres un hombre, Veloz. Quería decir un hombre que fuese a cenar en un acto social del pueblo. ¿Qué preferirías, pollo o jamón?
—Supongo que cualquiera de los dos. A no ser, claro está, que tuviera que matar a la gallina. Si ese fuera el caso, entonces me decantaría por el jamón sin dudarlo.