XXVI

 

 

 

 

 

Con unos pantalones de chándal negros y con el pecho y el pelo aun mojados se sirvió un whisky del mueble bar.

―No sabía que ofrecíais entretenimiento gratis a vuestros invitados ―habló Jon divertido desde el sofá.

―¡Que te jodan Jon! ―sirvió otra copa que le entregó a su amigo.

―Solo digo que deberías darme algún consejillo para cuando encuentre a mi Novia, sabes mucho amigo, ha quedado completamente constatado.

―Ojalá no lo hagas nunca.

―Tío eso es un golpe bajo―una mueca de dolor apareció en su cara.

―Lo siento, es que esto me supera.

―Dale un poco más de tiempo.

―No tengo tiempo Jon, me presiona tanto… cederé en cualquier momento.

―Lo intenta hermano.

―Ya no es suficiente ―hizo un barrido rápido de la estancia― ¿Dónde está Salomé?

―Se ha ido a casa un momento, regresará pronto. Hemos pensado quedarnos el día aquí, si no te importa.

Yvan hizo un gesto de desinterés y se hundió en el sofá.

―Le he dicho a Jules que necesitabas un día más, no se podía creer lo que te ha pasado…

―¡No! ―bebió pausadamente―. Regresamos esta noche.

 

 

El ambiente era tenso, podía cortarse el aire en el salón de Yvan. A pesar de que Jon y Salomé intentaban distender la situación con bromas e historias, Yvan y Alix continuaban prácticamente en silencio. Palabras de rigor y alguna mirada fortuita era lo único que se habían dirigido en todo el día.

Alix salió a la terraza y se apoyó en la balaustrada. Miraba la calle con desidia, tan solo para abstraerse de la frialdad de la conversación de sus amigos y pensar en lo único que le resultaba importante en esos momentos: Yvan. ¿Qué iba hacer? En lugar de mejorar parecía que la situación empeoraba a cada gesto.

―Jon y yo tenemos que irnos ―interrumpió Yvan desde las cristaleras.

―Vale.

―Alix yo ―caminó hasta ella―… necesito hacer esto hoy. Lamento irme así pero no puedo aplazarlo por más tiempo.

―Lo entiendo, no pasa nada. Nos vendrá bien estar unas horas separados.

Yvan la tomó por los brazos y la giró con delicadeza. Quería poder ver la expresión de su cara. El verde de sus ojos golpeó su alma. Estaba triste, angustiada…No podía consentirlo. Era el mayor regalo que le había ofrecido la vida y no volvería a verla así. Y menos por su culpa. Le colocó un mechón de pelo tras la oreja.

―Todo irá bien, de acuerdo ―le dio un ligero beso en la comisura de los labios y se giró para irse.

―Yvan, voy a pasar la noche en casa con Salomé.

―¿Aquí? ―preguntó conociendo de ante mano la respuesta.

―No. Necesitamos una noche de chicas, ya sabes, estar a solas para charlar de nuestras cosas, pintarnos las uñas ―contestó quitándole importancia.

―Como quieras.

Yvan se marchó con largas zancadas en busca de Jon. Ambos salieron tranquilamente por la puerta principal como si fueran dos hombres normales. Extremadamente guapos, fuertes y dotados de sorprendentes habilidades, pero normales.

 

 

Entraron al “Sang Chaud” y un grupo enorme y ruidoso de vampiros los recibieron con entusiasmo. El “Welcome to the Jungle” de Guns and Roses sonaba estruendosamente por todo el local. Yvan no pudo reprimir la alegría que le produjo la bienvenida con la que sus amigos y hermanos lo acogían. Sin rencores ni objeciones. Todos parecían comprender su situación y perdonaban los errores cometidos. Aunque podía adivinar de antemano que Jules habría omitido algún dato. Empezó a recibir apretones de mano y palmadas en la espalda, incluso algún que otro abrazo, sin saber muy bien de quién los recibía. Jon a su lado lo observaba con admiración y orgullo y levantaba las manos a modo de disculpa. Un risueño Brian le entregó una copa de whisky y le indicó que se sentara en uno de los taburetes de la barra. El local era sobrio pero elegante. El mobiliario, compuesto por sillas, mesas y taburetes de aluminio negro se distribuían de un modo diáfano y simétrico. En la barra, de paneles centrales blancos y bordes de acero, un pequeño catering de canapés y snacks empezaba a desaparecer con preocupante rapidez. Yvan aceptó la copa y se elevó a una de las mesas. Era temprano y todavía no había humanos en el local así que podían mostrarse tal y como eran.

―¡Tíos escucharme un momento!

Una decena de pares de ojos de diferentes tonalidades lo miraron al unísono y los vítores no tardaron en llegar cuando comprendieron qué se disponía a hacer.

―¡Vamos Yvan, no nos hagas pasar por esto, ahórrate el striptease! ―se burló uno.

―¡Joder Owen no lo desanimes, he oído que sus pechos son dignos de admirar!

―¡Ok colegas, ya lo pillo! ―se quejó Yvan―, no voy a alargarme mucho ―alzó la copa ofreciéndoles un brindis―. Gracias.

Los miembros de su clan, camaradas y compañeros de juergas, lo aplaudieron con entusiasmo celebrando su escueto discurso, pero sobre todo correspondiendo a esa única palabra que expresaba con sinceridad la gratitud que sentía su respetado y querido cabecilla.

―Bienvenido a casa Yvan ―dijo un recién llegado Jules.

―Gracias Leader.

Yvan lo siguió hasta la oficina, tras las indicaciones gesticuladas de Jules. Cerró la puerta al entrar y se envolvieron en un gran abrazo.

―Me alegro mucho de verte hijo.

―Y yo de estar aquí, necesito volver a la normalidad.

―¿Dispuesto a trabajar entonces? ―Yvan asintió entusiasmado―. No te precipites, hoy toca trabajo de oficina.

―Pero yo… pensaba salir y ocuparme de algo más interesante.

―¡A no! Llevas meses fuera de juego. Primero deberes. Me ayudarás a organizar unos documentos y a actualizar los datos del ordenador y así irás entrando en calor poco a poco.

Yvan, con un mohín de decepción, se hundió en la silla que había frente a Jules y esperó a que su líder lo imitase.

 

Llevaban una hora trabajando. Jules le había puesto al día sobre la organización Eternal Life y sobre las sospechas que tenía sobre Frédéric, aunque evitó confesarle que una posible vinculación del propio Yvan con el líder de la Orden era el verdadero motivo de desconfianza. Por supuesto, las sospechas eran infundadas pero Yvan no le quitaba la razón, era raro que un integrante tan poderoso no supiese nada de lo que hacían algunos miembros de su facción.

También le habló de lo que le habían hecho a otros seres en algunas ciudades y los acontecimientos eran terroríficos. Pocos eran los miembros recuperados por sus familias y muchos los encontrados descuartizados, torturados o desangrados. Pero sobre todo de lo que más le habló Jules fue de la muerte de un miembro de su facción en Mónaco. Al parecer Jules mantenía una próxima relación con el líder de ese clan y después de meses de desaparición uno de sus miembros había sido encontrado muerto pocos días atrás. Jules, en ese instante, le comentaba los esbozos de un viaje que llevaría a cabo para intentar ayudarles en lo posible.

Sin darse cuenta Yvan dejó de prestar atención a la conversación y empezó a pensar en Alix. ¿Qué estaría haciendo? ¿Pensaría en él?

―Yvan, ¿cuándo has dejado de escucharme?

―Perdona.

―Nos tomaremos un descanso, ¿quieres beber algo?

―Un margarita.

Esperó a que Jules eligiese el lugar donde tomarían el descanso y se desplazó a su lado al ver que descartaba la idea de seguir en el escritorio. Se sentaron en los sillones, cada uno en su lugar habitual, y sin pararse a pensar soltó una pregunta que los pilló desprevenidos a los dos.

―¿Puedes percibir mi aroma?

―No comprendo… ¿te refieres si podría rastrearte?

―Sí. ¿Puedes detectarme cómo a cualquier otro?

―Por supuesto.

―No lo entiendo.

―Yo tampoco, la verdad, ¿a qué viene esa pregunta?

―Alix no puede distinguir mi esencia. Pensaba que era algo relacionado con ella pero llevo dándole vueltas al asunto durante todos estos meses y creo que tiene que ver conmigo.

―¿Alguna teoría?

―Cuando los licántropos seguían a Alix tuvieron que coincidir conmigo en alguna ocasión. Tú sabes que estaba cerca. ¿Por qué no me detectaron? Por lo menos hay una noche que sabemos que coincidimos.

―En el bosque.

―Sí. Y cuando nos atacaron en el callejón, tampoco dieron la voz de alarma. Solo Alix. Además cuando vigilé a Mael en la azotea también lo pillé desprevenido. ¿Puedes olerme ahora mismo?

―Ya te he dicho que sí.

―¿Recuerdas alguna vez que no lo hicieras? Me refiero a que quizá no es algo que me pase ahora. Puede que me pasase antes y no nos hayamos dado cuenta. Si te soy sincero soy más consciente de ello porque sé que Alix no puede hacerlo, sino no creo haberlo detectado nunca. Cuando pienso en alguna situación de conflicto o batalla puedo recordar que en algunas ocasiones parecían sorprendidos al verme pero no estoy completamente seguro.

―Nunca he sido consciente de ello, sinceramente. ¿Crees que puede ser un mecanismo de defensa?

―No lo descarto.

―Tendríamos que hacer algunas pruebas. Si fuese así… sabes el maravilloso don que te han dado los dioses.

―Creo que sí ―orgulloso, sonrió recostándose en el respaldo.

―¿Y si fuese ese el motivo, por qué tu Novia no puede olerte? ―Yvan puso los ojos en blanco―. Chico no puedes seguir así. Tienes que tomar una decisión.

―Debe tomarla ella, yo sé lo que tengo que hacer.

―¿Y a qué esperas para mover ficha?

―No quiero precipitarme. Tengo esperanzas.

―No deberías cambiar por nadie.

―No puedo seguir así Jules. No te imaginas lo duro que es. Prefiero sacrificar mis ideas que mi bienestar.

―¿Crees que enterrar tus ideas no tendrá consecuencias?

―Por eso conservo alguna esperanza.

―Quiero conocerla.

―Mañana organizamos una cena en casa, tú traes el vino.

―No. Voy a ir ahora. Quiero pillarla por sorpresa.

―No es una buena idea.

―¿No confías en mí?

―Es que así, de repente…

―Quiero conocerla a solas, sin tu influencia alrededor. No te preocupes llamaré a la puerta como una persona civilizada y si no quiere hablar conmigo me iré. Deja que decida ella.

―No está en el ático, se ha ido a su anterior casa.

―Indícame.

―¿A qué huelo?

―A vampiro chantajista ―rieron y terminaron sus copas―. En serio no te sabría decir, ya sabes que todos olemos parecido. Sutiles diferencias son las que nos diferencian de los otros. Lo que tú quieres saber solo te lo puede describir Alix. ¿A que huele ella?

―¡No seas grosero Jules!

 

 

Alix rebuscaba en el armario de Salomé en busca de trapitos nuevos cuando el timbre de la puerta la sobresaltó. Las dos amigas se miraron intrigadas ante algo tan poco usual. Salomé tomó la iniciativa y abrió la puerta.

―¿En qué puedo ayudarte? ―sabía que ese hombre vestido con camisa y pantalones beige y con una coleta de pelo blanquecino era un vampiro y, aunque no parecía hostil, no confiaba mucho en las apariencias últimamente.

―Soy Jules Leblanc, me gustaría hablar con Alix.

―¿Jules Leblanc?

Alix apareció justo detrás de su amiga con el miedo reflejado en la cara por lo que implicaba que ese hombre estuviese allí. ¡Ese hombre era el jefe de Yvan!

―¿Dónde está Yvan, está bien? ―dijo con voz temblorosa.

―Sí, sí ―agitó la mano despreocupado―. Tranquilas, lo tengo organizando papeleo.

―Pasa, por favor ―invitó Salomé.

―Gracias. Tú debes ser Salomé ―ella asintió de inmediato.

Una vez acomodados en el salón Salomé decidió que debía dejarlos a solas. Se despidió amigablemente y se encerró en su habitación.

―Veo que eres tan guapa como imaginaba.

―Gracias. ¿Yvan sabe que estás aquí?

―Sí, aunque en su defensa diré que no le ha hecho mucha gracia ―levantó una ceja― Lo que no sabe exactamente es el motivo de mi visita.

―¿Y para que has venido?

―Me gusta que quieras ir directa al grano ―le clavó la mirada en sus grandes ojos― Alix yo no quiero ser tu enemigo eso has de saberlo de ante mano pero tampoco dejaré que destruyas a Yvan.

―Yo no destruyo ―frunció el entrecejo―… ¿Cómo te atreves?

―Mira, conozco a Yvan desde hace dos siglos, lo quiero como a un hijo, y lo conozco demasiado bien como para no saber lo que está pasando.

―No está pasando absolutamente nada.

―¿A no? ¿Y por qué estás aquí?

―No tengo porque darte ninguna explicación.

―Por supuesto que no. Ni yo la necesito. Pero Yvan necesita que te decidas, se volverá loco si no lo haces. Necesita saber si eres capaz de aceptarlo y respetarlo.

―Todo el mundo me dice eso, pero se os olvida que yo también debo ser aceptada y respetada.

―¿Insinúas que no lo hacemos? No te imaginaba tan insolente ―se levantó con exagerada parsimonia―. He venido porque creo poder echarte una mano. Imagino que Yvan no te ha contado nada de su pasado y por eso puede que te resulte un poco más complicado entenderlo.

―Es posible.

―¿Quieres acompañarme a un sitio?

―¿Para qué?

―Tienes que ver algo por tus propios ojos para poder entender la verdadera personalidad de Yvan. Vamos no te pasará nada, si te hiciera daño mataría a mi hijo de pena, y para mí no vales tanto, te lo aseguro.

Alix, ofendida pero intrigada, asintió y se preparó para marcharse con él pero Jules la sorprendió cogiéndola por las manos y proyectándola con él.

Apareció en un ancho paseo rodeado por fuentes de agua y con la visión de una colosal fachada en la que varias columnas franqueaban un gran portón. Entre las columnas, a cada lado de la puerta, dos esculturas descansaban bajo unos arcos dando la bienvenida a los visitantes. Alzó la vista y la cruz posada sobre una cúpula confirmó donde se encontraban.

―La universidad de La Sorbonne… ¿Qué hacemos aquí?

―¿Yvan te ha contado a qué se dedicaba?

―No exactamente. Sé que estudió filosofía y literatura…

―En mil ochocientos ocho Napoleón reabrió todos los colegios de la universidad y ésta volvió a funcionar esplendorosamente. Tras la revolución muchos ansiaban recuperar la normalidad y la enseñanza es la clave para que los jóvenes luchen por la prosperidad, por la modernización y el progreso de su país. Yvan formaba parte de ese grupo y empezó a impartir clases aquí.

―No tenía ni idea.

―Él creía en la paz y en el diálogo e intentaba entender, y que otros entendieran la condición humana. Una noche, al salir de uno de sus debates, lo capturaron ―Alix se llevó las manos al pecho por la impresión―. No sabemos mucho sobre eso pues no suele hablar de ello abiertamente, pero conocemos que lo mantuvieron encerrado bajo tierra en el sótano de alguno de estos edificios.

―¿Quién?

―No lo sé.

La volvió a coger por las manos y aparecieron en medio de un bosque junto a un castillo.

―¿Puedes proyectarte? ―preguntó todavía sorprendida.

―¿Te sorprende? Soy un vampiro, la mayoría puede hacerlo.

―Yvan y Jon no, pensé que era…

―No, no es por no beber sangre humana. Yvan es especial sabe hacer otras cosas, el vuela.

―Es cierto.

―Y Jon… bueno Jon es Jon.

Alix rio relajada al notar mucho cariño en ese comentario. Estar al lado de Jules no resultaba ser tan incómodo como había creído, era un hombre entrañable y transmitía mucha paz en su voz.

―¿Sabes dónde estamos?

―Bois de Vincennes ―contempló el viejo castillo y la espesa extensión vegetal.

―Cuando encontramos a Yvan llevaba escondido aquí tres días. Estaba traumatizado y aterrorizado por la horrible experiencia, no solo por el secuestro sino por la transformación.

―¿Qué le hicieron, como escapó?

―Me temo que no estoy autorizado para hablar de eso.

―Pero tú me has traído aquí para conocer la historia.

―Te equivocas. Te he dicho que necesitabas respetar a Yvan y que no lo hacías porque no conocías profundamente sus ideas.

―Yo creo que eso puede cambiar. Él cree en ellas porque es lo que le llevas contando toda su existencia. Si conociera mi mundo se daría cuenta de lo sencillo y placentero que resulta.

―Tú has estado a punto de la conversión ―Alix agachó la cabeza y hundió un pie en la tierra―, ¿me equivoco? ―esperó tranquilamente un contraataque que no llegó―. Veo que no. ¿Era sencillo para ti en esos momentos? ―hizo una pausa para esperar a que volviera a mirarlo―. ¿Y ahora, es sencillo y placentero?

―Tan solo intentas conservar a uno de tus mejores soldados, por eso no le dejas conocer la verdad.

―Yvan no es un soldado, en eso te equivocas también, nosotros repelemos la violencia. En ocasiones la usamos porque en nuestro mundo casi todo gira en torno a ella. Pero sobre todo te equivocas en una cosa, me da igual la decisión que tome Yvan, nunca podría perderlo y menos porque cambie de alimentación. Beber sangre humana no es delito, matar humanos sí. Y él te protegió mintiéndome y sin embargo le perdoné, y a ti también. No vuelvas a cuestionar mi amor por él porque es mucho más justo que el tuyo.

Alix lo miró impresionada por esas duras y, en cierto modo, irrefutables palabras. No supo que contestarle. Empezaron a pasear alrededor de la fosa del castillo en completo silencio hasta que Jules tuvo ánimo de proseguir con la narración.

―Lo que quiero que sepas es que Yvan corrió solo y confundido desde la universidad hasta aquí. Puede que diez kilómetros no parezcan mucha distancia para un vampiro pero imagínate que la recorres turbado, desorientado, dolorido y muerto de sed. Rodeado de personas potencialmente apetitosas. Y ahora imagínate pasar tres días así sin que nadie te explique qué te pasa y como solucionarlo. ¿Difícil verdad?. Añade a todo que no probó ni un simple pajarito, nada, consumo cero.

―Tuvo que ser espantoso ―se llevó los dedos a la garganta recordando su propia sed en ese momento.

―Recuerda ahora tu transformación.

Alix visionó a Vasile sentado junto a su cama, acariciándole dulcemente el pelo, explicando los pasos que iban a seguir a continuación y lo que debía esperar de su nueva vida. Se le hizo la boca agua al recordar la chica que permanecía atada a los pies de su cama esperando a que ella se abalanzara sobre su cuello y le quitara su corta vida.

―Aun peor ¿a qué si?, el no tuvo ese apoyo y sin embargo se mantuvo firme a sus creencias. No hirió a ningún ser vivo... Increíble ―dijo para sí mismo.

―Pero ahora duda. Está tentado todo el tiempo.

―Vuelves a equivocarte. La única que lo tienta eres tú. Y no por tu sangre, llegará a controlarse si se relaja, sino por el miedo a perderte. Ve que no lo aceptas tal como es, que no lo entiendes y que desprecias su modo de vida, y prefiere hacerte feliz a ti que a sí mismo.

―Yo no lo desprecio.

―Pues házselo saber antes de que cometa un error. Ya conoces el peso que tienen sus ideas, no tienes escusa. A no ser que no seas capaz, claro.

―Yo le amo.

―Eso no tiene nada que ver ―Jules acarició con el dorso de la mano la línea de su cara y le regaló una afectuosa sonrisa― Creo que sabes volver sola a casa, encantado de conocerte Alix.

Y sin más se marchó, dejándola sola con sus miedos y dudas en aquel bello paraje parisino.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Soy quien soy
titlepage.xhtml
CR!NFT4V770VN47967SPAY4PVJ96ZTB_split_000.html
CR!NFT4V770VN47967SPAY4PVJ96ZTB_split_001.html
CR!NFT4V770VN47967SPAY4PVJ96ZTB_split_002.html
CR!NFT4V770VN47967SPAY4PVJ96ZTB_split_003.html
CR!NFT4V770VN47967SPAY4PVJ96ZTB_split_004.html
CR!NFT4V770VN47967SPAY4PVJ96ZTB_split_005.html
CR!NFT4V770VN47967SPAY4PVJ96ZTB_split_006.html
CR!NFT4V770VN47967SPAY4PVJ96ZTB_split_007.html
CR!NFT4V770VN47967SPAY4PVJ96ZTB_split_008.html
CR!NFT4V770VN47967SPAY4PVJ96ZTB_split_009.html
CR!NFT4V770VN47967SPAY4PVJ96ZTB_split_010.html
CR!NFT4V770VN47967SPAY4PVJ96ZTB_split_011.html
CR!NFT4V770VN47967SPAY4PVJ96ZTB_split_012.html
CR!NFT4V770VN47967SPAY4PVJ96ZTB_split_013.html
CR!NFT4V770VN47967SPAY4PVJ96ZTB_split_014.html
CR!NFT4V770VN47967SPAY4PVJ96ZTB_split_015.html
CR!NFT4V770VN47967SPAY4PVJ96ZTB_split_016.html
CR!NFT4V770VN47967SPAY4PVJ96ZTB_split_017.html
CR!NFT4V770VN47967SPAY4PVJ96ZTB_split_018.html
CR!NFT4V770VN47967SPAY4PVJ96ZTB_split_019.html
CR!NFT4V770VN47967SPAY4PVJ96ZTB_split_020.html
CR!NFT4V770VN47967SPAY4PVJ96ZTB_split_021.html
CR!NFT4V770VN47967SPAY4PVJ96ZTB_split_022.html
CR!NFT4V770VN47967SPAY4PVJ96ZTB_split_023.html
CR!NFT4V770VN47967SPAY4PVJ96ZTB_split_024.html
CR!NFT4V770VN47967SPAY4PVJ96ZTB_split_025.html
CR!NFT4V770VN47967SPAY4PVJ96ZTB_split_026.html
CR!NFT4V770VN47967SPAY4PVJ96ZTB_split_027.html
CR!NFT4V770VN47967SPAY4PVJ96ZTB_split_028.html
CR!NFT4V770VN47967SPAY4PVJ96ZTB_split_029.html
CR!NFT4V770VN47967SPAY4PVJ96ZTB_split_030.html
CR!NFT4V770VN47967SPAY4PVJ96ZTB_split_031.html
CR!NFT4V770VN47967SPAY4PVJ96ZTB_split_032.html
CR!NFT4V770VN47967SPAY4PVJ96ZTB_split_033.html
CR!NFT4V770VN47967SPAY4PVJ96ZTB_split_034.html