IV
Gracias a una larga ducha consiguió dejar de llorar y tranquilizarse. Cerró el grifo, se envolvió en una toalla y empezó a cepillarse el pelo. Al ver su reflejo en el espejo apartó la mirada. No se reconocía en la imagen que mostraba y por primera vez en su larga existencia no le gustó lo que vio. Salió del baño y se dirigió a la cama dejándose caer en ella. Agotada se durmió al instante.
Al amanecer abrió los ojos y se centró en el techo.
Definitivamente estaba más tranquila, aunque su autoestima estaba por los suelos. Cerró las gruesas cortinas con un orden mental. La luz del sol se filtraba por los estores y nunca le había gustado exponerse a él. En alguna ocasión había salido a la calle durante el día pero siempre con una protección extrema, gafas, gorro y todos los complementos posibles para tapar su piel. Cada vampiro poseía una sensibilidad diferente a los rayos solares, ella no era de las menos afortunadas pero tampoco era inmune. Además, en esos momentos prefería estar a oscuras. Hasta se planteaba tumbarse debajo de la cama o meterse dentro de un armario.
Después de un buen rato de indecisión saltó de la cama. Era temprano pero no podía dormir ni un minuto más. Salomé estaba en casa y por las risas que llegaban desde el salón deducía que todavía no se había acostado. Se fijó en una falda tejana y una camiseta roja que había en el sillón y se vistió. De camino al baño cogió unas zapatillas blancas con los cordones rojos y se las puso apresuradamente. Buscó un coletero en los cajones y se hizo una trenza que colocó sobre el hombro izquierdo. Y sin mucho ánimo, pues no estaba segura de lo que iba a hacer, se dirigió al salón en busca de su amiga. La encontró tumbada en el enorme sofá marrón con la cabeza apoyada en el regazo de Mael. Completamente feliz.
―Hola ―susurró. No le apetecía nada interrumpir aquella escena.
―Hola Alix, ¿dónde estuviste anoche? ―Salomé se levantó y fue a abrazarla―. Te estuve buscando para ir a una fiesta. Siento que te la perdieras fue memorable.
―Estuve dando una vuelta y… me entretuve. Necesito hablar contigo ―susurró incómoda.
―¿Qué pasa, algo va mal?
Alix dirigió la vista hacia el sofá haciéndole ver que necesitaba una conversación a solas y se encontró con la mirada de Mael. Llevaba la cabeza totalmente rapada y un pendiente en la oreja derecha. Sus ojos azul zafiro eran esferas intimidantes rodeados del aro borgoña. Y, aunque sus rasgos eran rudos, su nariz fina y su estilizado cuerpo le hacían parecer elegante. No podía negar que era un hombre atractivo, pero había algo en él que no le resultaba amigable.
Mael, dándose por enterado, se levantó y caminó airosamente. Abrazó por la cintura a Salomé, miró a Alix fijamente y le ofreció una sonrisa forzada.
―No te olvides de lo nuestro ―susurró al oído de su amiga dándole un beso en la sien antes de dirigirse hacia el dormitorio.
―No pasa nada ya hablaremos en otro momento ―le dijo Alix amilanada.
―Por favor, cuéntamelo.
―Sólo necesitaba pasar un rato contigo. No te preocupes.
―¿Por qué te cuesta tanto sincerarte? Estás preocupada por algo desde hace semanas. He esperado a que dieses el primer paso y aquí estás ―la aferró de los brazos―, así que empieza a hablar ahora mismo.
Alix abrió excesivamente los ojos. Había tenido mucho cuidado, era imposible que su amiga sospechase nada de las muertes, sin embargo… sintió miedo.
―No estoy ciega Alix, sabes que siempre te observo.
Salomé sujetó fuertemente la mano de su amiga y la dirigió hacia el sofá. Con un pequeño tirón hizo que se sentara junto a ella y empezó hablar con mucha dulzura.
―Mira cariño yo sé que estas últimas semanas he estado un poco distraída con… ya sabes… con Mael. Pero eso no quiere decir que no vea que te traes algo entre manos. Así que cuéntamelo antes de que empiece a sacar conclusiones equivocadas.
―¡No digas tonterías, no pasa nada! Sólo quería estar un rato a solas contigo y hablar sobre cosas de chicas, sobre tu chico, sus amigos ―le tembló la voz al forzar la mentira…
―¡Me estas mintiendo y sabes que eso empeora las cosas! ―apretó los puños sobre las rodillas―. Por favor cuéntame lo que pasa ―segundos de hermético silencio― ¡Te advertí sobre esto!, no puedo volver a consentir que tú…
―¡Para, no sigas! Yo no pretendo mentirte es solo que creo que ahora no es el momento ―dirigió la vista hacia la puerta por donde había salido Mael y volvió a mirar al frente. Era incapaz de mirar a su amiga a la cara. Lo que había hecho era imperdonable y ella sabía que eso destrozaría a Salomé. Las destruiría a las dos.
―Alix, por favor mírame ―la larga trenza de pelo moreno cayó aún más sobre su regazo al bajar la cabeza― No quería enfadarme tanto. Sabes que eres lo único que me importa en este mundo, no soporto la idea de poder perderte. Pensar en la posibilidad de que hayas vuelto a cometer el error de hace unos meses… me inquieta.
Salomé era incapaz de pronunciar las palabras matar, asesinar o todo lo que hiciese referencia al desliz que provocó la muerte del divertido y simpático policía al que había considerado casi de la familia o los discretos y furtivos asesinatos que siguieron después. Alix estaba tan feliz a su lado que hubiese jurado que Ben sería su pareja durante toda la eternidad. Sin embargo, Alix confundió aquella pasión. Lo amaba, sin duda lo amaba. Y aun así se le fue la situación de las manos. Ben eligió un futuro con ella, estaba dispuesto a sacrificarlo todo por seguir a su lado y ella se lo arrebató. Salomé lloró tanto por él… ambas lo hicieron.
Afortunadamente Alix fue sincera con ella y le pidió ayuda. Los escasos deslices en los primeros meses después de la muerte de Ben fueron sustituidos por ansiedad y exceso de sed, pero juntas lo superaban con éxito. Personalmente por más que lo intentaba no conseguía entender los motivos por los que su amiga sucumbía a esa horrible inclinación. Hacerlo sencillamente la condenaba a una existencia sombría además de a una persecución continua de todas las facciones. Se negaba contundentemente. Era impensable ver a Alix en esas condiciones. Jamás la dejaría rendirse. Lucharía para evitarlo aunque le costase su amistad.
Alix meditó durante un instante sobre qué actitud tomar. Salomé era muy insistente y necesitaba su ayuda pero no podía confesarle la verdad con Mael en la habitación de al lado. Sabía que él escuchaba perfectamente la conversación desde allí y no podía permitirse el lujo de otro vampiro intentando matarla. Y aunque su primera intención había sido pedirle ayuda a su amiga desechó la idea de inmediato.
―Siento haberte preocupado ―le dijo mirándola durante unos instantes, era imposible sostener la mirada en aquellos ojos azules―. No es nada importante. Solo quería hablarte de un vampiro que he conocido y me ha causado ciertos trastornos en mis rutinas pero prefiero que no haya un tío ansioso de sexo en la otra habitación mientras yo te cuento mis cosas.
―¿Qué has conocido a quién? ―abrió la boca dibujando una gran sonrisa― ¿Cuándo, dónde, cómo? Tienes que contármelo todo ¡Espera! ¿Has dicho trastornos? ¿Te ha molestado o hecho daño? Puedo hablar con Mael para que le ponga las cosas claras.
Salomé hablaba tan rápido que casi no podía seguirla pero al escuchar las palabras “Mael” y “claras” dio un respingo y se puso tensa. Y sin saber cómo, empezó a llorar.
Cuando Salomé percibió la primera lágrima se puso de cuclillas frente a ella y le cogió las manos. La estudió cuidadosamente y supo que le estaba ocultando información. Se pasó la mano de Alix por la mejilla a modo de caricia y tras darle un tierno beso en el dorso la miró fijamente.
―Alix sé que no dices toda la verdad. Así que puedes contármela ahora o ahora, no tienes otra opción ―levantó la cabeza y exclamó―: ¡Mael necesito unos minutos a solas con Alix espérame en tú casa, nos vemos allí ―volvió a mirarla cariñosamente y le regaló un preciosa sonrisa―. Ahora estamos a solas así que empieza.
Silencio.
―Alix por favor no me hagas esto, no dejes de confiar en mí. Sea lo que sea lo superaremos juntas.
Silencio.
―¡Joder! ―se incorporó y se alejó de ella para ganar espacio. Necesitaba un pequeño descanso.
―¿Qué ha pasado? ¿Te ha hecho daño?
Silencio.
―No hagas que te obligue a hablar sé que te prometí no usar mi fuerza contigo pero hoy lo haré. Lo juro.
Salomé tenía una psique muy desarrollada y podía doblegar la mente de cualquiera sin ningún esfuerzo. Hacía siglos que había aprendido a usar su don solo en ocasiones extremas pues le había causado más de un problema, así que intentaba reservarse para ocasiones de máxima necesidad. Nunca lo usaba con sus amigos, y aún menos con Alix. Respetaba y confiaba en su amiga y eso sería invadir su intimidad. Pero ahora pasaba algo gordo y no dudaría ni un segundo en hacerlo.
Alix levantó la cabeza dejando ver sus grandes y rosadas lágrimas correr por sus mejillas hasta caer con fuerza en su regazo. Contempló el gesto desesperado de su amiga y no tuvo dudas de que cumpliría su amenaza, así que prefirió empezar a hablar.
―Es mi pareja, mi Novio. Lo conocí anoche.
―¿Anoche? ―titubeó antes de retomar la conversación―. ¿Es maravilloso, no?
―No lo creo. Él no parece ser consciente.
―¿No? ―arrugó el ceño― ¿Cómo ha sido, estás segura? Porque si él no te reconoce quizá estés equivocada ―sin dejar de estudiar la expresión de Alix se sentó nuevamente frente a ella rodeándose las rodillas con los brazos.
―Aunque me reconozca no creo que esté dispuesto… es Forseker.
―¡Alix, joder que putada! ―arrastró el culo por la alfombra hasta poder tocar a su amiga.
― Sí. Sólo quería contártelo y que me ayudases a afrontar la situación. ¿Qué hago Sa?
―Búscalo. Esta noche, y hablas con él. Lo primero que tenemos que saber es qué siente y qué opina al respecto.
―No puedo, no percibo su aroma ―Alix reprimió un sollozo.
―¿Qué?, entonces no puede ser tu Novio. Es imposible.
―Sí lo es.
―Ben ―a pesar del dolor se obligó a sacarlo como ejemplo…
―No es lo mismo. A pesar de las circunstancias sentí la conexión claramente ―Alix cerró los ojos, amaba a Ben pero jamás sintió lo que aquel Forseker la había hecho sentir―, era como si todo su cuerpo gritase: “tuyo”. No sé su nombre, ni…bueno nada, y sin embargo siento que puedo confiar en él, algo en él me llama para que lo abrace… Lo besé. No es que fuese de mutuo acuerdo pero tampoco pude controlarlo… luego tuve que proyectarme precipitadamente sin poder hablar con él.
―No entiendo nada cariño, ¿qué te hizo hacer eso, donde estabais?
―En las afueras, en una vieja zona industrial. Percibimos a unos licántropos patrullando.
―¿Qué? ¡Estás loca! ¿Qué hacías allí?
―Prefiero no hablar de eso ahora. Me gustaría que me ayudases con esto primero, no puedo dejar de sentirme muy desgraciada.
―Pero… ¿Alix, por qué fuiste tú sola?
―¡No estaba sola, ¿vale?!
Salomé se llevó la mano a la boca, la desesperación de su amiga era innegable.
―¡Te llevó él, fue una trampa!
―¡No! Lo conocí allí. Él me encontró.
―¿Entonces con quién estabas?
―Simplemente tenía sed, ¿podemos dejar el tema?
―¡Fuiste a alimentarte sin mí! Prometiste no hacerlo hasta que tus impulsos estuviesen contralados. ¿Cómo podías tener sed? Salimos hace dos días.
Alix volvió a fijar su mirada en los pies. Si seguía con ese interrogatorio no podría ocultar más los hechos y no quería defraudarla otra vez. Prefería solucionarlo ella sola. Aunque siendo sinceros no estaba teniendo mucho éxito, más bien todo lo contrario.
―¿Por eso has estado escabulléndote por las noches, has estado bebiendo sin mí? ―Salomé le sujetó por la barbilla haciendo que la mirara― ¿Te crees que no me daba cuenta?
―Yo creía que tu…
―Solo te dejé un poco de intimidad. Yo confío en ti. Creo que eres capaz de hacer esto bien, lo has hecho durante siglos y sé que lo solucionarás. Pero estas noches creí que te ibas a disfrutar de la ciudad, a intentar poner calma en tu cabeza. Tendrías que haberme avisado yo puedo acompañarte y hacer las cosas más fáciles.
Alix no pudo más y explotó en un llanto desconsolado, no podía calmar unos sollozos que apenas la dejaban respirar. Se levantó. Estaba agobiada. No quería seguir allí. No podía ver a su amiga así de preocupada.
«¿Qué hago?»
Miró de reojo a Salomé, que seguía sentada en el suelo con la vista puesta en el sofá como si ella no se hubiese levantado, y no pudo evitar empezar a caminar sin rumbo por el salón.
«No podrían ir peor las cosas»
Siguió caminando y volvió a mirar a su amiga que no movía ni un músculo.
―Sa ahora no puedo decirte más, dame tiempo por favor. Tan sólo necesito que me ayudes a buscar a ese…
De repente Salomé lo vio todo claro y empezó a sentir una cólera que no creía poseer. Nunca antes se había sentido así. Necesitaba gritarle a esa mujer que repentinamente le parecía un monstruo. Quería abofetearla, insultarla, alejarla de su vida. ¿Quién era aquella belleza morena? Su amiga no, desde luego. Su hermana había desaparecido. Se sentía defraudada. Nunca antes se había sentido así porque no quería a nadie tanto como a Alix ¿y ella se atrevía a traicionar ese sentimiento? Se levantó con los ojos llenos de ira y le gritó con toda la furia que se acumulaba en su corazón.
―¡Tú ibas a matar a alguien y él te lo impidió!
―Yo no iba a matar… ¡ahh! ―un dolor repentino en la cabeza hizo caer a Alix de rodillas.
―¿Cuántas veces lo has hecho desde que estamos aquí? ―su furia aumentaba por momentos.
―Te he dicho que…
Alix se envolvió el pecho intentando sofocar un lamento. Por lo general las intrusiones de Salomé no eran dolorosas pero estaba tan enfadada y ansiosa por conocer la verdad que su fuerza era desmedida.
―¡¿Por qué sigues mintiéndome?! ―Salomé cruzó el salón hasta colocarse a su lado.
―Sa, solo intento… no se… quiero dejar el tema. No me siento preparada para hablar de esto.
―Me has mentido. Me has traicionado. Has traicionado a tu facción, te has traicionado a ti misma y lo peor es que has traicionado a mi padre, bueno a nuestro padre ¿no?
Cuando Alix giró la cara y levantó la vista intentando pedir clemencia, tan solo pudo ver como una gota de agua salada y rosácea mojaba los zapatos de su amiga y como unas piernas desaparecían para dejarla sola y derrotada.
«No por favor, vuelve»
No pudo pronunciar las palabras en voz alta, no tenía fuerzas. Tan solo se dejó caer al suelo convirtiéndose en un ovillo y lloró sin parar.
En cuanto pudo concentrarse un poco se proyectó sobre su cama y, sin cambiar de postura, siguió llorando durante horas. Su amiga tenía razón, no merecía ni su compasión ni su perdón. Se estaba convirtiendo en un monstruo. Ahora era todo lo que había odiado desde que conoció la Orden. Había vuelto a sus orígenes y lo detestaba.
Su ánimo se desplomó aún más al recordar al padre de Salomé. “Has traicionado a mi padre” le había recriminado su amiga y lo que más le dolía era que tenía razón. Él la ayudó a superar sus impulsos, a controlar su sed y sus instintos asesinos ofreciéndole así una forma de vida que ni siquiera había imaginado. De no haberlo conocido seguramente no seguiría existiendo o estaría loca por la sed. Sería una asesina.
«¿O no lo soy ya?»
El día que vio a Geert Brandt por primera vez, estaba tan asustada que se agazapó dentro de una gran alacena. Presenció, sin poder hacer nada, como aquel desconocido decapitaba y quemaba a su creador. No hizo nada para ayudarlo a pesar de sentir mucho dolor por él. Lo quería… él le había devuelto a la vida y le había enseñado a moverse por un mundo de sombras que ella desconocía, y le estaba muy agradecida por ello, pero no pudo mover un dedo para ayudarlo. Quería hacerlo, lo intentaba, pero una y otra vez su voluntad cedía a la necesidad de esperar. ¿A qué? En aquel momento no tenía ni idea. Pero cuando Geert se acercó a ella y levantó su espada para amenazarla se encontró con una mirada dulce y amistosa que no correspondía con la actitud de aquel hombre. Su cuerpo totalmente en tensión le hacía parecer más grande de lo que era. Su pelo castaño, recogido en una coleta en algún momento, caía despeinado y mojado por el sudor dejando entrever algún rizo de una tonalidad más clara. Su boca se tensaba en una fina línea haciéndole entender lo furioso que estaba y su mirada, de color miel, estaba turbada por alguna clase de locura hasta el momento que se cruzó con la suya. Momento en que se convirtió en una mirada pura, deseosa de demostrar tranquilidad a pesar de que el resto de su cuerpo se mantenía a la defensiva. Él le tendió una mano para ayudarla a salir del armario y sin pensarlo Alix la cogió. Sí, había matado a la única persona en quien confiaba pero su instinto le ordenó aferrarse a esa mano y no dudo en hacerlo. Su intuición nunca le fallaba ¿por qué iba hacerlo en aquel momento?
Cuando se agarró con fuerza a aquella callosa mano y empezó a incorporarse para sacar su cuerpo de allí percibió por primera vez que aquel hombre era humano. Retrocedió. Sintió miedo de verdad. Terror. ¿Cómo podía ese hombre ser humano?
Acababa de matar a su creador.
―¡Vete! ―le gritó usando un hilito de fuerza que pudo extraer de lo más profundo de su ser―. ¡Vete y no te haré daño!
―¿Qué tú… qué? Mira muchacha, tienes dos opciones: o sales y te comportas correctamente hasta que decida que hacer contigo o te mato ahora mismo.
―¿Y qué diferencia hay?
―Mucha, muchacha, mucha ―Geert torció la boca en un gesto que pareció ser una sonrisa y le volvió a tender la mano.
Sin saber muy bien por qué Alix confió en aquel gesto y aunque rechazó su mano con la intención de demostrarle que ella era fuerte y segura de sí misma, salió de la alacena y se plantó delante de él con toda la dignidad que le fue posible desplegar.
―¿Cómo te llamas?, yo soy Geert Brandt ―se dirigió a la mesa y se acercó a una jarra de agua, cogió un vaso y lo llenó ―. ¿Tú bebes?
Como podía comportarse aquel simple humano como si no estuviese de espaldas a un vampiro era todo un misterio para Alix. Su valentía la tenía completamente paralizada, ya no de miedo sino de admiración.
―Yo… no, no bebo. ¿Qué quieres de mí, por qué no me has matado como a…? ―no pudo pronunciar su nombre, le dolía recordarlo, sus vínculos eran tremendamente fuertes.
―De momento tan solo quiero tu nombre y saber porque no me has atacado. Podrías haber ayudado a Vasile. O simplemente huir.
― ¿Cómo sabes su nombre? ―exclamó acercándose a él.
―Digamos que éramos viejos conocidos ―se giró y le ofreció un gran vaso de agua―. No bebes, pero si lo haces te sentirás mejor, lo juro.
―Yo no puedo beber, ¿acaso no sabes lo que soy?
―¡Por supuesto que lo sé muchacha! ―se carcajeó y le volvió a ofrecer el vaso―, y creo que lo sé mejor que tú misma. Lo único que no sé es tu nombre y porque sigues aquí.
―Mi nombre… me llamo Alix ―miró fijamente a Geert y cogió el vaso, realmente sentía curiosidad.
―No te hará daño, tú misma me has visto beber a mí.
Primero olió aquel líquido transparente. Sabía lo que era pero desde su transformación no lo había probado. Tomó un pequeño sorbito y al recordar su frescura se lo bebió de un trago tendiéndole el vaso al hombre para que lo volviese a llenar.
―Bueno, parece que te gusta… Alix… ¿Qué? ―le devolvió el vaso lleno.
―Solo Alix ―bebió con desesperación― ¿Por qué estás haciendo esto?
―¿El qué, darte agua, hablar contigo, no matarte, matarlo a él?
―Todo.
―¿Por qué lo estás haciendo tú? Eres un vampiro joven, eso lo veo. Tienes más fuerza y velocidad que yo y podrías haberme atacado en bastantes ocasiones ya. Sin embargo estas aquí bebiendo el agua que te ofrezco.
―Solo seguí un presentimiento. Normalmente soy bastante sensible a ese tipo de cosas, ya lo era siendo humana, yo quería… quería ayudarle, matarte, pero mi cuerpo no me lo permitía. He pensado que era el instinto de supervivencia pero cuando me he dado cuenta de que eras humano… no sé, hay algo que me dice que debo escucharte.
―¡Ay Alix! ―le colocó la gran mano en su mejilla y ella se lo permitió―. Yo tengo esa misma virtud. Mis sentidos no suelen engañarme y cuando he visto tus ojos, a pesar de que son rojo sangre, he visto que hay algo bueno en ti, solo que has tenido al peor de los maestros.
―¿Qué quieres decir? Él me ayudó cuando se llevaron a mi familia. Me ofreció la única oportunidad para salvarlos. Solo que yo estaba muy enferma y mi transformación duró más de lo esperado y luego, luego… fue demasiado tarde.
―No Alix. No sé nada sobre eso, no puedo saber si te mintió o no, pero sí sé que te ha ofrecido la peor de las vidas.
―Yo la elegí.
―¡No. Ahí está el engaño! Tú elegiste ser un vampiro, no una asesina. Hay muchos de vosotros que no viven con miedo. Respetan las reglas y llevan una vida serena. No tienes por qué sucumbir. Puedes ser feliz.
―¿Y tú cómo sabes eso? Eres solo un humano.
―Soy un cazador de vampiros.
Alix retrocedió aunque en realidad no sentía miedo, fue como un antiguo auto reflejo. Aquello se ponía interesante. Aquel hombre era extraordinario, parecía saber cosas que ella ignoraba por completo. En los dos años que llevaba con Vasile nunca había consumido nada que no fuera sangre. No le había contado nada de reglas ni que hubiese diferentes formas de vivir. Sólo cazaban. Cazaban humanos, escogían sus víctimas, las perseguían, engañaban y las mataban succionando toda su sangre. Él le había dicho que las cosas eran así, que con el tiempo obtendría la felicidad completa, pero ella no se acostumbraba. Se adaptaba pero no era feliz. Y ahora un desconocido le ofrecía agua y otras posibilidades. ¿Por qué no conocía la posibilidad de ingerir algo que no fuese sangre?
Así fue como empezó una relación con el padre de Salomé. Hablaron durante días hasta que se tuvieron la suficiente confianza como para abandonar la mansión de Vasile. Él la mantuvo en los bosques y montañas durante semanas. Le enseñó a saciar su sed con la sangre animal. Le hizo ver que su tendencia asesina podía desaparecer cazando, y eso le resultó reconfortante e incluso divertido. La alimentó con comida, que apaciguaba poco la sed, pero la hizo sentirse un poco más mortal. Cuando llevaban dos meses juntos llegaron a Sibiu y volvió a tener contacto con los humanos. Puso a prueba su resistencia conviviendo con ellos y aunque le costó muchísimo esfuerzo consiguió superarlo. Durante un tiempo se instalaron allí. Cada vez confiaba más en Geert pero no podía olvidar a que se dedicaba y no llegaba a entender por qué con ella era diferente. Hasta que un día Geert tomó la decisión de que debía regresar a Austria, allí tenía su hogar y su familia a la que deseaba ver después de tanto tiempo. Alix creyó que todo el esfuerzo no había merecido la pena, se enfadó tanto que renació la depredadora de su interior y salió a por una presa. Geert corrió tras ella y aunque no pudo alcanzarla al instante, la encontró a punto de ceder ante su instinto asesino. Jugándose la vida Geert se colocó entre ella y su presa intentando apaciguar su furia con caricias y bellas palabras. Fue entonces cuando le contó toda la verdad. Salomé, su hija de dieciocho años fue transformada por Vasile hacía ya cinco años. Vasile lo localizó en su hogar y fue dispuesto a matarlo para vengar la muerte de su pareja. Sin embargo, descubrió que tenía una hija y decidió que transformarla a ella sería mayor tortura y sufrimiento para él. Cuando Geert descubrió en mitad de la transformación a su hija, en trance debido a los dolores de la ponzoña, la acunó llorando sin consuelo. Juró encontrarlo y matarlo pero jamás se planteó matarla a ella. Era su destino, él un caza vampiros iba a convivir y a amar a una de ellos.
―Y si tú quieres venir conmigo ahora seréis dos. Tú también eres mi hija Alix ―le dijo con lágrimas en los ojos.
Ella aceptó sin dudarlo. Repentinamente tenía un padre y una hermana y su existencia se le presentaba más llevadera.
Alix pasó una semana en la cama tapada con las mantas por completo. No quería enfrentarse a la realidad. Necesitaba la ayuda de Salomé pero no debía pedírsela. Conocía perfectamente a su amiga y eso empeoraría las cosas. Debía esperar a que ella diese el primer paso, pero estaba tardando más de lo habitual. Decidió que era el momento de levantarse, darse una ducha y tomar decisiones. Tenía temas pendientes que empezaba a ser urgente resolver.
El primero era que tenía hambre y mucha. Llevaba una semana sin beber y la anterior no lo había hecho en exceso pues su organismo rechazaba la sangre animal. Así que se sentía débil y enfermiza. Su aspecto también lo constataba, sus ojeras sobre una palidez extrema y su pérdida de peso no le favorecían mucho.
La segunda cosa: encontrar a aquel hombre, su Novio. Su pareja destinada ¿Cómo? No lo sabía, pero lo haría.
Cuando terminó de arreglarse fue a la cocina en busca de alimento. Al abrir la nevera la encontró vacía.
«¿Desde cuándo no pasa por aquí Sa?»
En los siete días de clausura bajo sus mantas no percibió su olor pero pensó que era debido a sus entradas y salidas del trance en el que se encontraba. Nunca se había ido de casa durante tanto tiempo.
«Está muy enfadada»
Se sirvió un vaso de leche y preparó un sándwich, no arreglaría nada pero la mantendría ocupada.
De pronto lo vio todo claro, tenía un plan. Si el Forseker la había seguido durante semanas seguramente sabía dónde vivía y con suerte la estaría vigilando. Así que si salía podía provocarlo hasta que se mostrase. Sí eso haría. Pasearía por la zona buscando una carnicería y esperaría a que él apareciese.
Miró el gran reloj colgado de la pared de la cocina. Las cuatro y media, eso era un problemilla. A ella no le entusiasmaba el sol pero si esperaba más cerrarían los comercios.
«¡Joder!»
Rápidamente fue al baño, se untó de protección solar, cogió una visera, guantes y unas gafas de sol totalmente oscuras y salió a la calle. Le impresionó lo bonito que se veía todo, definitivamente París era la ciudad de la luz, no podía comparar mucho, pero esta ciudad la maravillaba. Se esforzó por enfocar bien la vista en los tejados, los balcones, las esquinas… no lo vio.
«¿Dónde estás vampiro?»
Siguió calle arriba y cuando llevaba recorrido unos dos kilómetros encontró una carnicería, entró. Se decepcionó bastante cuando le dijeron que no tenían sangre pero al regresar a la calle su preocupación era otra.
«¿Puedes oírme? Me gustaría hablar contigo»
Se suponía que las parejas vampíricas tenían una conexión telepática pero no lo podía saber con certeza. ¡Qué tontería! No habían completado el Vínculo para ello, aún peor, ni siquiera sabía si él percibía la misma conexión.
Decidió deshacer sus pasos y dirigirse al Bois de Boulogne, aquel lugar era perfecto para relajarse, pensar y encontrar a alguien para… «No, no y no, quítate eso de la cabeza»
Se tomó todo el tiempo del mundo e hizo su paseo lo más lento que pudo, parándose en los escaparates, agotando el tiempo de los semáforos, sentándose en apartados bancos... y cuando llegó al bosque miró cada flor y cada arbusto como si de verdad le importara. Se ilusionó con todas las sombras que percibió, nada. Siguió con la mirada cualquier sonido, nada. Escuchó todas las conversaciones, suspiros y estornudos, nada. El vampiro no daba señales de vida. Llegó al lago y se sentó en el suelo bajo la sombra de un gran árbol. Aquel lugar le fascinaba, el ruido de la cascada al fondo, los graznidos de los patos y el aroma relajarían a cualquiera.
Cerró los ojos y se quedó muy quieta dejando que pasara el tiempo lentamente.