VI
Alix observaba fijamente la tostadora. No podía creer que estuviera preparando el desayuno a su groom.Aquel inesperado hombre estaba dormido en su cama después de pasar una maravillosa noche con él, y a pesar de llevar solo unos minutos separados, tenía miedo de que al regresar a su lado hubiese desaparecido. No sabía que podía pasar cuando despertara, pero quería hacer todo lo posible para que él no se fuese nunca.
Las imágenes bañaron su mente rememorando cada beso, caricia, susurro… aquel vampiro le había dado el mayor placer de su vida. Jamás se imaginó nada parecido. El sexo entre inmortales solía ser espectacular pero nunca pensó que la conexión entre dos seres destinados el uno al otro fuera tan intensa. Y pensar que había quien no encontraba a su pareja nunca. O peor aún, que la perdía.
Eliminó por completo esos pensamientos y se centró otra vez en el desayuno. Puso las tostadas en un plato y lo llevó hasta la bandeja, donde ya había mantequilla, mermelada de naranja y fresa, un bol repleto de frutas en almíbar y dos tazas de café. Se desplazó hacia el cajón de la derecha para coger los cubiertos y vio su reflejo en el horno. Su aspecto no era el de siempre, parecía cansada y enferma. A pesar de la ducha y el sutil maquillaje que se había aplicado no pudo evitar ver sus ojeras y recordar lo sedienta que estaba. Así que volvió a inspeccionar la nevera. Sabía que no quedaba sangre, pero por si acaso. Nada. Ningún milagro. Cogió otro bote de zumo de tomate y se lo bebió de un trago, ya era el segundo, mezclado con abundante zumo de naranja, montones de frutos secos y una tortilla. Todo junto hacia una combinado rarísimo en su estómago, pero no enfermaría y ella necesitaba recuperar un poco de color. Cogió otro puñado de huevos y decidió hacer tortillas para ambos.
Se había planteado la posibilidad de ir a por sangre, pero le surgieron varias cuestiones. Ya eran las diez de la mañana y si se proyectaba hasta la carnicería del día anterior podría ser vista por algún humano, y eso quebrantaba una vez más las normas.
«No, eso no volverá a pasar»
Era de día y el sol no era su mejor aliado.
«¿Puedo esforzarme…? Sí, sí puedo»
Aunque si salía y camina hasta allí corría el riesgo de que su Novio despertara y desapareciera.
«No, eso no puedo permitirlo.»
Pero la más importante de todas era que sabía lo que él pensaba de ella y por alguna extraña razón todavía parecía no recriminárselo. Así que no podía arriesgarse a presentarse con unas bolsas de sangre fresquita para el desayuno, aunque fuese esa asquerosa sangre de bicho muerto que solo usaba en emergencias, y no parecer desesperada y obsesiva. Él no conocía el horror de su última semana ni el tiempo que llevaba sin beber y tampoco pretendía explicárselo. Tarde o temprano él también tendría esa necesidad y pretendía esperar a que diese el primer paso. Sin duda serían unos días difíciles.
Alix se colocó la coleta sobre el hombro y levantó la barbilla como si eso pudiese disimular su mal estar. Terminó los preparativos y, decidida, se dirigió al dormitorio. Prefirió ir despacio y saborear el momento. Se imaginó al impresionante ejemplar tumbado en la cama, desnudo, con el corto pelo revuelto por culpa de sus dedos enredándose en él. Pensó en su boca hinchada debido a tantos besos y en sus hermosos ojos negros mirándole los pechos. No pudo evitar excitarse. Abrió la puerta y la imagen fue tal cual se había imaginado o mejor. Solo estropeó el momento un pensamiento fugaz: ¿por qué no notaba su aroma? Decidida a solucionar ese problema dejó la bandeja en la mesita de noche y se sentó a su lado. Primero se acercó a sus piernas y poco a poco fue ascendiendo por el metro ochenta y cinco de su trabajado cuerpo intentando captar su perfume natural. Al llegar a la altura de su cuello se sintió decepcionada e insegura. Si eran pareja tenían que poder reconocerse, protegerse el uno al otro…
¿Cómo iba a encontrarlo si desaparecía si no podía rastrearlo?
Un pequeño movimiento de su boca le hizo olvidar cualquier inconveniente. Sonrió. Era momento de disfrutar. Metió un dedo en el bol de la fruta y lo mojó con su almíbar. Acercándolo a los labios de Yvan le ofrecía una dulce caricia mientras besaba su mejilla derecha.
―Buenos días vampiro, mi nombre es Alix ―le susurró dulcemente al oído. Mientras se alejaba un poco aprovechó para rozarle el lóbulo con la lengua. Él no reaccionó de manera visible pero ella supo que estaba despierto. Su respiración había cambiado volviéndose más agitada.
Yvan era incapaz de describir con palabras lo que sentía con esa caricia almibarada. Fue un despertar idílico, el dulce sabor en su boca y su aroma preferido despertando sus sentidos lo hizo estremecer de placer. No quería abrir los ojos, quería disfrutar de ella sin verla. Su belleza lo fascinaba pero con la misma intensidad sus rasgos asesinos lo alejaban. No podía negarlo, el destino jugaba malas pasadas. Su cuerpo reaccionaba ante su pareja pero sabía que no estaba, ni estaría, preparado para aceptarla. Deseaba estar cerca de ella, cuidarla, mimarla, y hacer el amor durante toda la eternidad. Pero no podía olvidar lo que ella era y hacía. A cada momento, su sola presencia, le recordaría lo que tanto odiaba y lo que intentaba olvidar a toda costa. Lo que eran. Depredadores.
«Quizá no es tan difícil» pensó echándose en cara lo poco que le había importado horas atrás.
Con un gran ataque de valentía ―esa mujer le daba pavor― abrió los ojos. Se encontró con aquella mirada verde y escarlata de frente y, a pesar de que su corazón dio un vuelco, no supo reaccionar correctamente.
«Entre la espada y la pared»
―Hola Alix, yo soy Yvan Taret ―su voz solo fue un susurro y Alix notó toda su inseguridad.
―Llevo todo un milenio buscándote.
Se estiró en la cama tan próxima a él como pudo y las puntas de sus narices se tocaron. La reacción de Yvan no fue la que ella esperaba y un segundo más tarde Alix percibió que debía darle espacio y tiempo. Se apartó un poco dejando una mano apoyada en su duro torso. Intentó mantener la compostura para disimular su incomodidad ante la reticencia de Yvan. Y, aunque no paró de darle vueltas en su cabeza, no supo que le ofendió más: que él rechazara inconscientemente aquella caricia o que no contestase nada a su declaración.
Yvan no quería moverse, no sabía cuál era el siguiente paso a seguir y necesitaba pensar. Ella estaba tan cerca… quería abrazarla, sin embargo su cuerpo retrocedía espontáneamente ante una simple caricia. Era evidente que esa actitud tan defensiva la hería. No pretendía hacerla sufrir pero… ¿acaso quedaba otra opción? Cuanto antes acabasen con aquello mejor para los dos ¿no?
Se miraron fijamente en silencio durante unos largos e interminables minutos. Ninguno se atrevía a dar el siguiente paso. Ambos recordaban la noche anterior y esa pasión complicaba mucho las cosas. De pronto Yvan se incorporó un poco y pasó un brazo por encima de ella para coger una tostada de la mesita de noche.
―Veo que has preparado el desayuno.
Le dio un gran bocado y se sentó. Cogió la bandeja y la colocó entre los dos untando la tostada con mantequilla y un poco de mermelada. Al terminar se la ofreció. La sonrisa de Alix iluminó toda la habitación que permanecía totalmente a oscuras. Aquel gesto no era precisamente lo que ella esperaba pero le daba un poco más de tiempo para conocerse, así que la cogió con entusiasmo. A pesar que el ambiente estaba un poco más relajado comieron en silencio. Al terminar Yvan se levantó y Alix observó cómo se ponía unos calvin klein negros con cinturilla gris y se dirigió al gran ventanal para retirar las cortinas.
―Prefiero que las dejes así… si no te importa claro.
―Como quieras. Solo pretendía ver qué día hace.
Alix le siguió con la mirada mientras rodeaba la cama. Lo que estaba ocurriendo era increíble: aquel hombre, ¡no, su pareja!, había pasado toda la noche con ella después de tener un sexo extraordinario y lo único que iba a ofrecerle antes de irse era una estúpida disculpa por abrir la cortina y un ridículo comentario sobre el desayuno.
¿Así, sin más?
Bueno por lo menos le había dicho su nombre, a lo mejor debería darle las gracias por ello, pensó irónicamente.
Dudó entre levantarse y encararlo o dejarlo actuar libremente. Quizá se equivocaba al juzgarlo tan precipitadamente y el muy capullo tenía frío. El sarcasmo se adueñaba de todos sus pensamientos, era su manera de descargar el estrés. Tenía ganas de abofetearlo y sin embargo allí estaba, tumbada de lado, intentando ―inconscientemente― captar algún rastro de su aroma en la almohada.
Yvan rodeó por completo la cama hasta llegar al montón de ropa tirada por el suelo. Notaba como Alix lo observaba pero no le estaba presionando, le estaba dando espacio y eso no le ayudaba mucho pues le daba tiempo a pensar y pensaba en muchas cosas a la vez. Quería salir de allí tan sigilosamente que pareciese que nunca había estado, no podía quedarse por más tiempo. Nunca podría obviar lo que era esa belleza y eso los destruiría a ambos. Pero su cuerpo, su corazón, su sangre y su inminente erección querían todo lo contrario solo con verla. Se agachó para coger sus pantalones y al hacerlo no pudo apartar la vista de la larga melena morena que caía recogida sobre la espalda de Alix. Con un rápido e inesperado movimiento quitó la goma que la sujetaba y todo el pelo cayó en cascada sobre la cama desprendiendo una gran ráfaga de aroma. No pudo hacer otra cosa que hincar las rodillas en el colchón y hundir la cara en él.
―Hueles tan bien, ¿a qué hueles Alix?
―¿Qué quieres decir? ―no entendía la pregunta, suponía que él si la percibía―. Deberías saberlo.
―Sé a qué hueles… a naranja, pomelo, limón…una mezcla de frutas cítricas cautivadora pero ¿por qué hueles a fresa?―sujetó con fuerza su hombro para evitar que se girara―. Cielos Alix, ¿qué puedo hacer?, necesito irme de aquí. Tú lo sabes. Pero cómo voy a dejarte… necesito saber que estarás a salvo sin mí. Que te encontrarás bien. ¿Cómo puede estar pasando esto? Ni siquiera hemos hablado y siento que ya formas parte de mí. Te juro que no puedo quedarme. No quiero hacerte daño.
―Déjame verte por favor.
Alix estaba inmovilizada por sus brazos. Su abrazo era tan fuerte que resultaba profundamente doloroso aunque no a un nivel físico. En él podía notar la amargura de su hombre. Él se estaba aferrando a ella a pesar de querer salir de allí. ¿Cómo podía evitarlo? Quería que se quedara para siempre con ella y al mismo tiempo no podía verle sufrir por ello.
―Yvan, por favor… déjame mirarte.
―Chisss, no quiero oír tu dulce voz. No te muevas por favor ya es bastante malo así… no puedo verte eso me parte en dos.
―Pero anoche…
―¡Cállate!, fue culpa tuya. Estaba desorientado, confundido después de la proyección y luego… no pude controlarlo. No quiero herirte de ningún modo y si me quedo…
―Yo seré muy feliz, por favor, déjame mirarte. Quiero que me veas y sepas lo feliz que me hiciste anoche. La última semana ha sido…
―Terrible.
―Sí, terrible. Han ocurrido cosas difíciles de asimilar, no estoy pasando mi mejor época, pero nada tan insoportable como saber que estás ahí fuera y no puedo encontrarte. Si te vas, no volveré a verte, yo no puedo localizarte fácilmente, tú lo sabes.
Solo dependo de que tú quieras venir y sé que si sales por esa puerta ahora no lo harás. Dame unos días, unas horas… dame una oportunidad.
Yvan no podía soportar la pena que llenaba la voz de Alix. Quería que dejase de hablar, los estaba condenado a los dos, esa mujer irresponsable no podía suplicarle así.
«¡Me voy a volver loco!»
Muy despacio le dio la vuelta colocándose encima de ella.
Le sujetó las muñecas por encima de la cabeza y la besó. El primer beso fue duro, con rabia, era la única manera de callarla. Los siguientes se convirtieron en dulces y cariñosos, mantenían la intensidad y la pasión pero ya no contenían ira.
La erección de Yvan le presionaba bajo el ombligo. En ese momento tenía lo que quería, no se había ido todavía y necesitaba darle todo el placer que pudiese para tener un anzuelo que lanzar en los malos momentos. Iba a ser complicado pero quizá con el sexo lograba retenerlo y ganaba algo de tiempo hasta que quisiera escucharla. Tenía tantas cosas que explicarle, solo así conseguiría una posibilidad. Notó como le soltaba las muñecas y sus manos recorrieron sus brazos en una caricia hasta llegar a sus pechos. Cogió el derecho y lo masajeó. Luego hizo lo mismo con el izquierdo. Siguió el recorrido hasta su cintura y la agarró para arquearle la espalda y sacarle la camiseta de tirantes verde. Mientras tiraba de la prenda hacia arriba fue lamiendo desde su ombligo hasta el escote. Alix gimió de placer. Cuando apartó la prenda de su visión para extraerla completamente, encontró aquellos ojos negros tan llenos de deseo que supo lo que iba a pasar a continuación. Echó la cabeza hacia tras subiendo con ello el pecho, exponiéndolo para él, indicándole que estaba de acuerdo. Yvan hundió la cabeza en ellos y empezó a chuparlos. La saboreo y succionó hasta que Alix no pudo más, gritó.
Con tan sólo un ligero impulso consiguió darse la vuelta y tumbarlo boca arriba. Sentada sobre sus piernas le devolvió las caricias una a una y le hizo percibir sensaciones que nunca había experimentado antes. Estaba completamente segura de ello porque a ella le ocurría lo mismo. El sexo con tu pareja era especial, no solo intervenía el placer, la conexión de cuerpo y mente que existía entre ambos los volvía extremadamente sensibles a cada roce, mirada o suspiro del otro. Acarició su duro tórax trazando círculos con los dedos hasta llegar a la ingle. Bajó su cuerpo hasta juntar los ombligos y mordisqueó, juguetona, la desarrollada clavícula. Acarició el ancho cuello con la nariz, inhalando el exquisito aroma a jabón y perfume. No pudo evitar estremecerse al escuchar como Yvan suspiraba de placer y la sujetaba fuertemente por las caderas.
―Vous etes très belle.
Alix le respondió con un largo y apasionado beso. Peinó su corto pelo negro entre sus dedos y se movió sensualmente hasta introducir su erección en ella.
Hicieron el amor con más ternura que la noche anterior. Era lo que ellos deseaban, tenerse el uno al otro sin miedos. Y sabían que eso solo podía pasar así, entre jadeos y caricias, porque era la única forma en la que Yvan se dejaba guiar por la conexión que existía entre ellos. Aunque allí, en aquel cuarto, Yvan dejó constancia de que también era un vampiro y tenía las mismas necesidades que ella. Casi perdió la poca humanidad que le quedaba y que tanto protegía, y deseó marcar a aquella mujer. Era suya, y sus colmillos se desarrollaron ansiando morder aquellos pechos suaves que lo señalaban. Pero no se dio tiempo para reflexionar sobre ello, tan solo controló su odiada naturaleza y se lo negó. No iba hacerlo, eso sería placentero únicamente durante unos minutos, luego se convertiría en otra pesada carga con la que convivir. Así que presionó sus labios y se incorporó para abrazarla. La trató como un hombre trataría a una mujer. Como un humano enamorado y dulce haría el amor con una delicada y bella dama.
Alix gozó de orgullo al percatar sus colmillos. Eso era lo mejor que podía darle su otra mitad: querer su sangre. Hacerla suya para que todos supieran que se pertenecían y dejar su rastro por todo sus ser. Solo con imaginarlo se precipitó hacia otro orgasmo.
Pero Yvan era fuerte, muy fuerte, y se contuvo. La furia que desató ese acto hizo que lo maldijera una y otra vez con la misma fuerza con la que algo dulce y hermoso se instalaba en su corazón. Ese vampiro renegado y confuso la estaba tratando como si fuera frágil y delicada, como si fuese humana. Le pareció tan tierno que su cuerpo se volvió gelatina. Nunca había mantenido sexo siendo humana pero no era tonta para saber que por muy duro y sado que fuese jamás se asemejaría al sexo entre inmortales. Ellos no sentían necesidad de descansar, sus cuerpos eran duros y prácticamente indestructibles y además todos los sentidos estaban multiplicados por cien, sencillamente era glorioso. Pero ese hombre le estaba haciendo descubrir otra cosa. A pesar de que su erección latía con fuerza y la penetraba insaciablemente, queriendo dejar constancia de que era suya de la única manera que creía factible, sus movimientos eran suaves y pausados, no usaba ningún don, ni fuerza ni velocidad, tan solo su cuerpo, sus manos y su lengua que desplazaba furtivamente por su piel. Sin poder resistirse a esa ternura Alix levantó un poco la cabeza y buscó sus labios para besarle dulcemente. El aliento caliente y su inesperado jadeo la cautivaron.
―El perfume ―musitó.
―¿Qué? ―gruñó Yvan.
―Huelo a fresa por el perfume.
―Me encanta, no lo cambies.
Yvan inhaló detrás de su oreja y luego chupeteó el lóbulo. La sujetó por la barbilla y la besó nuevamente. La tumbó. Poco a poco trasladó sus manos hacia sus muslos y los abrió más para él. Su lengua descendió dando círculos por su piel hasta llegar a su ingle.
Sin previo aviso lamió su clítoris y besó su rosada y húmeda piel.
―¿También usas perfume aquí? ―jugueteó de nuevo con su botón del placer.
―Eso debe ser el gel ―jadeó―, me gusta la fresa.
―Y a mí nena, y a mí ―introdujo dos dedos en su caliente sexo y los rotó sin descanso.
Alix estaba exhausta ¿cómo podía un hombre darle tanto placer? Entraba y salía de ella sin tregua pero también se preocupaba en acariciarla y besarla. Todo su cuerpo ardía. Las caricias empezaban a resultar dolorosas pero no quería que parase, de ninguna manera, ¿Cuántos orgasmos llevaba ya? Dioses, ese hombre había querido marcarla, había perdido el control por ella, ¿se atrevería en otro momento a beber de ella?
―¡Oh sí… Yvan sigue, sigue!
Solo pensarlo la volvía loca. De repente toda esa excitación se volvió en su contra. Notó como sus colmillos empezaban a crecer y se los rozó con la lengua.
«¡Dios mío, no!»
No había pensado en eso. Si le había pasado a Yvan, que era un experto en reprimir impulsos, como no iba a pasarle a ella. ¿Pero cómo podía pararlo?, llevaba semanas sin alimentarse y su groom estaba allí, delante suya, dándole todo tipo de placeres…
«Contrólate, contrólate»
Era una estúpida, ese era su fin, no la perdonaría jamás.
Alix se levantó y se colocó a horcajadas sobre él obligándolo a sentarse.
¿Por qué había hecho eso?
Así estaba más expuesto, más indefenso.
¡Ni siquiera era capaz de controlar sus propios movimientos!
Le besó el tórax recorriendo el pezón izquierdo y fue subiendo hasta el hombro. Tenía tan cerca su cuello y necesitaba tanto la sangre…
Yvan no parecía percatarse de nada y seguía moviendo las caderas mientras sujetaba con firmeza su culo.
«Sería tan fácil… No, no, tú quieres estar con él, contrólate»
Descontrolados, los colmillos se alargaron en su totalidad, rasgando el labio de Alix y la piel de Yvan. Sus sentidos enloquecieron. Solo podía pensar en el sabor de su sangre. Sin saber cómo, sacó fuerzas de flaqueza y se proyectó al otro extremo de la habitación. Cayó al suelo destrozada.
Yvan se petrificó al dejar de notarla entre sus brazos. Le aterró la idea de no poder verla ni tocarla. Agudizó sus sentidos inspeccionando rápidamente la zona y detectó tras de sí unos sollozos muy débiles. Se incorporó y de una gran zancada llegó hasta ella. Se agachó y la sujetó por la barbilla para poder levantarle la cara. Ella se resistió y hundió aún más la cabeza entre sus rodillas rompiendo a llorar.
―¿Qué pasa Alix, he hecho algo…? ―no sabía que decir, era casi imposible que le hubiese lastimado, esa mujer era puro hierro.
―Yo, yo… lo siento… no he podido evitar…
―Chiss, tranquilízate ma chérie,¿qué puedo hacer? ―Yvan volvió a cogerla por la barbilla y la obligó a mirarlo.
―Yo no quería hacerlo, de verdad, perdóname, he hecho todo lo posible pero hace tantos días…
Alix hablaba atropelladamente, no conseguía parar de hipar. Con un tembloroso dedo señaló hacia el hombro de Yvan y lo miró suplicante. El perfecto rostro de su Forseker trasmitía pura amargura. Dudaba mucho que él comprendiera la situación.
―¿Qué es esto? ―Yvan tocó una gota de sangre que le goteaba desde el hombro hacia el pecho.
¿Cómo había ocurrido?
¿Cuándo?
No había notado nada.
Había confiado su cuerpo a aquella mujer sin pensar en las consecuencias. Una gran temeridad.
«Estúpido»
Dejó de mirarse su propio dedo y posó la mirada en Alix.
―Cielos Alix, ¿estás bien? ―exclamó al notar la sed en sus facciones.
Se acercó más a ella y le acarició con el pulgar la sombra que destacaba bajo sus ojos.
Luego trasladó su pulgar por sus mejillas para secar sus lágrimas.
―¿Desde cuándo no bebes?
A Alix, tanto el gesto como la pregunta, le pilló por sorpresa.
¿Era posible que solo con mirarla lo entendiera todo?
¿Aquel Forseker testarudo podría perdonar?
Quería contárselo todo, poder explicarle el porqué de sus errores y prometerle que nunca volvería a pasar.
«¿Nunca?»
―Ayer fue el primer día que me levanté de la cama después de una semana y no encontré…
―¡Joder! ―se llevó el puño apretado a la frente― ¡Joder! ―hundió la cara en su cuello ocultándole su frustración―. ¡Cállate, no quiero oírlo!
Yvan se levantó tan rápido que hasta a Alix le costó ver sus movimientos. Aunque desgraciadamente pudo observarlo vistiéndose y saliendo precipitadamente del cuarto. Sin una despedida. Sin un gesto. Escuchó cómo se cerraba una puerta principal y todo quedo en absoluto silencio.