III

 

 

 

 

 

Yvan Taret se agazapó en la escalera de emergencia de un edificio. Se fijó en los desconchones de la pintura exterior, el óxido de los metales a su alrededor y los cristales rotos y dedujo que hacía mucho que nadie habitaba aquel lugar. No solía frecuentar esa zona de la ciudad y menos sin la compañía de su clan, pero las circunstancias de esos días eran especiales y no había querido avisar a nadie. Prefería averiguar por su cuenta. Aunque visto lo visto, tal y como imaginó, la situación era grave. Así que al amanecer se lo comunicaría sin falta a Jules Leblanc, el líder de su clan, y zanjarían este asunto de inmediato. Agudizó los sentidos y se concentró en hacer bien el trabajo para el que estaba destinado.

Procedentes del gran portal de un edificio situado al final de la calle escuchó la voz sinuosa de la chica que llevaba persiguiendo semanas y las risas de su nueva víctima. Como si se tratasen de amantes furtivos, en complicidad, relajados.

«Pobre humano. Son tan débiles e ignorantes» pensó con sincera compasión y afecto.

Se quedó quieto, espeluznantemente quieto.

Tan solo quería volver a observarla, conocer sus movimientos, encontrarle alguna debilidad, un punto flaco que les ayudase a acabar con su vida. Y tenía, claro que poseía.

Por el momento sabía que no podía detectarlo. Al igual que los humanos, los inmortales desprendían un olor especial y característico. La diferencia estaba en que ellos poseían el sentido del olfato más desarrollado. Pura supervivencia. Por supuesto lo desarrollaban más unos que otros, pero jamás había encontrado nada parecido. Ella no había detectado su esencia ninguna de las veces que la había seguido, lo cual le permitía aproximarse más de lo habitual. Por eso cada noche se había permitido acercarse un poco más. Hasta el punto de estar tan cerca que podía disfrutar plenamente de su belleza.

¿Le pasaría siempre o solo era con él?

Quería indagar antes de volver con su grupo. Deseaba averiguarlo esa misma noche. Quizá con una encerrona, exponiéndola a algún otro ser... No, esperaría. Ya se había enfrentado a seres como ella antes y para lo único que necesitaba esa información era para saciar su propia curiosidad.

De repente se observó así mismo contemplándola con mucha admiración. Aquella larga melena azabache, su perfecta piel, unas increíbles curvas, su voz, su risa… se sintió un voyeur al notar una incipiente erección.

 

―¡Suéltalo!

Alix se giró estampando al mortal contra la pared y cubriéndolo con su cuerpo automáticamente. Cuando levantó la cabeza se encontró con una mirada tan profunda y negra que la paralizó.

«¿De dónde ha salido?»

A pesar de la amenaza que suponía aquel ser desconocido no pudo moverse. Permaneció escondiendo su presa simplemente por el instinto de protección pues ya apenas le importaba. Tan solo podía escudriñar a aquel hombre. Era muy alto y con unos pectorales muy musculados. Sus hombros eran anchos y su cuello fuerte y firme.

«¿Qué me pasa? ¡Reacciona!» Pero no podía hacerlo, estaba completamente inmovilizada por esa intensa mirada.

¿Cómo había llegado hasta ella?

¿Por qué no lo detectó a tiempo?

¿Quién era?

Sus preguntas se enlazaban unos con otras. Sabía que tendría que librarse de muchos enemigos si seguía por ese camino pero contaba con sus sentidos y su fuerza.

¿Dónde estaban?

¿Qué hacía tan quieta?

―¡He dicho que lo sueltes! ―Yvan dio un paso al frente para intimidarla.

Alix levantó la barbilla en un intento desesperado de plantarle cara. Empezó a desarrollar sus colmillos y sintió un gutural rugido escapar de su boca. Cuando sus miradas se cruzaron de nuevo se perdió en la profundidad de sus oscuros ojos. No pudo escapar. No podía atacar, no podía defenderse, no podía moverse. Se sintió atrapada en aquellos ojos que, de repente, encontró familiares. El miedo desapareció por completo dejando paso a la curiosidad y el anhelo. Y fue entonces cuando todo encajó y le encontró sentido a su existencia. Pudo sentir como el lazo que la unía a aquella ciudad dejaba de tirar y la envolvía en un cálido abrazo. Había encontrado su sitio, su hogar. Su cuerpo lo reconoció como suyo y sus instintos empezaron a trabajar a su favor. Era él quien la llamaba hasta ese lugar y era a él a quien estaba destinada a encontrar. Se dio cuenta, sin todavía cruzar una palabra con el atractivo moreno, que era su otra mitad. Su pareja.

 

«¿Por qué no hace nada?»

Sólo habían pasado unos segundos pero sin duda esperaba otra reacción por su parte. No podía dejar de observar a aquel pobre chaval, era bastante joven, calculaba que unos diecisiete o dieciocho años aunque su coleta rubia y los ojos inquietos por el asombro le hacían parecía un niño pequeño. En un par de ocasiones notó que ella le observaba fijamente con una expresión poco apropiada para la situación a la que se enfrentaban. No veía agresividad, enfado o miedo en su precioso rostro. Pero no se permitió el lujo de preguntarse el motivo. Quería acabar con aquello y quería hacerlo de inmediato.

―¿Me has escuchado? Quiero que lo dejes libre inmediatamente. Sabes que lo que estás haciendo infringe las normas ―miró fijamente al muchacho por si cambiaba su expresión o intentaba algún movimiento, no ocurrió nada―. ¿Está sometido?

 

Los miembros de la Orden usaban esa técnica mental para hipnotizar a sus víctimas y asegurarse un suministro constante de sangre humana sin llamar la atención. Les contaban cualquier historia estúpida que explicase el porqué y el cómo habían llegado a un sitio que no conocían, o porqué se encontraban en una situación peliaguda de la que no recordaban nada. Así les resultaba más cómodo y fácil elegir a sus víctimas. Podían llevárselos a cualquier lugar, algunos se atrevían incluso a llevárselos a sus casas. El mayor número de vampiros en el mundo eran de la Orden. Vivían entre los humanos sin mezclarse mucho con ellos ya que, a pesar de sus grandes dones, no podían saciar su sed tanto como deseaban. Un acuerdo milenario con el resto de los inmortales les prohibía matar y solo les permitía usar sus dotes con discreción y precaución, por lo que sus cazas se veían un poco limitas. La mayoría de ellos alcanzaban un equilibrio satisfactorio saciando sus necesidades combinando la caza animal, el robo en bancos de sangre y el consumo directo de un humano. Sin embargo, en ocasiones, alguno se  extralimitaba. No eran extraños casos de vampiros encaprichados o, en el mejor de los casos, enamorados de su víctima que usaba su don para engañarlos. Les creaban la ilusión de una vida perfecta a su lado y disfrutaban de su compañía a la vez que mantenían una fuente siempre disponible.

Era algo penado con la muerte, al igual que el consumo desmedido y la exposición pública del cualquier don. A su entender no era lo peor que podía hacer un vampiro pero aquella facción disponía de muchos miembros por lo que no perdían tiempo en juicios o castigos inútiles. Aniquilaban al infractor y problema resuelto. Al fin y al cabo nunca se sabía cuándo uno de ellos podía cruzar la línea y convertirse en un repudiado. Yvan no los compadecía, a pesar de todo, sus existencias era fáciles. Podían disfrutar de una vida cómoda y tranquila pagando un módico precio. Ellos no molestaban ni infringían dolor a la humanidad y el resto de inmortales no les perseguía. Todos se conformaban con juegos de caza en los montes o broncas callejeras para calmar su instinto agresivo. Además, la seducción, el engaño, la manipulación y sumisión del débil era lo que más placer les proporcionaba. Sentirse poderoso y deseado era un juego muy excitante. Juego sucio, absolutamente detestable, a su entender, y ese sí se les permitía.

Pero… ¿por qué un miembro de la Horda, un Nosferatus renegado e inadaptado, iba a actuar así? Beber y matar. Sin más. Nunca se molestaban en fingir, no lo necesitan.

 

―Sí, es más fácil así. El no sufre, yo como sin dificultad. ¿Qué problema tienes con eso? ―Alix se mantuvo a la defensiva. No sabía que quería aquel atractivo hombre y no podía exponerse, aunque todo su cuerpo necesitaba demostrarle otro tipo de impulsos, por supuesto nada agresivos―. No tengo que darte ninguna explicación estoy actuando bajo la ley. ¿Quién eres y qué quieres?

―Eso no es cierto y lo sabes. Tus intenciones no son solo alimentarte, así que suéltalo.

―¡¿Quién te has creído que eres para acusarme injustamente?! Soy miembro de la Orden y conozco mis derechos y obligaciones.

Al decir esto, Yvan la miró directamente a los ojos por primera vez y descubrió que era verdad. Sus ojos eran de un verde intenso rodeado por un último aro color escarlata. ¿Cómo no se había dado cuenta? Esa era su marca de identidad más notoria.

Todos los miembros de la Orden tenían esa esfera. Pero ella no lo era. Le había visto matar a cuatro personas en las últimas tres semanas, además de las innumerables veces que la había visto salir a beber con una chica rubia altísima, tan sexy que tanto hombres como mujeres la seguían con la mirada. Hasta él se había visto hipnotizado algunos segundos por su hermosura. Y no contaba las veces que no había podido seguir el rastro o que no había podido acudir en su busca. No quería ni imaginar el número total de víctimas.

―Tú no puedes ser miembro de la Orden. Te he visto matar ―el chaval dio un respingo y se pegó más a la pared.

―¡Mírame bien, solo tienes que mirar mis ojos! No voy a matarlo. Me alimento. Aquí tienes la prueba ―señaló con el pulgar hacia atrás― ¿Para qué lo iba a someter si mi intención es matarlo? Con retenerlo me hubiese bastado, no tendría que explicarle nada al terminar. ¿Lo entiendes? ―señaló unas comillas con los dedos a la altura de sus hombros poniendo un gesto que indicaba aburrimiento. Tan solo lo había sometido para su propio regocijo pero la suerte jugaba a su favor en ese sentido y usaría esa baza para salir del enredo.

―¡Mentira! ―Yvan frunció el ceño―. No conozco tus razones pero ibas a matarlo como has hecho en otras ocasiones. Ten claro que no pienso permitírtelo.

 

Yvan no dejaba de darle vueltas a cómo se le había pasado ese dato. Todavía era miembro de la Orden no un Nosferatus. Así que no se estaba enfrentando a lo que creía. Había sido imprudente. Tendría que haber informado al clan antes de actuar. Su transformación no estaba tan avanzada como para debilitarla y eso lo ponía en serio peligro. Él era un vampiro fuerte pero debido a su condición Forseker nunca estaría a su altura.

Su facción se componía de vampiros que se sentían condenados a una vida eterna a la fuerza. Su regla más importante era no beber sangre humana. Algunos clanes cazaban animales para beber de su sangre y reprimir sus instintos. Otros, como el suyo, solo se alimentaban de la sangre que se podía comprar en las carnicerías o mataderos. No querían matar por placer, no era justo poseer siempre la carta ganadora. Por lo general los nuevos vampiros eran creados por voluntad propia. El vampirismo no se le imponía a nadie, era una vida larga y dura como para hacerlo. Pero siempre había excepciones, y a muchos ―como a él― se lo habían impuesto bajo circunstancias nada agradables. Por eso los Forseker se negaban a someter al débil. Ellos sabían lo que era ser manipulado, sangrado y torturado por vampiros completamente descontrolados y se negaban a convertirse en uno. Con el paso de los siglos también se habían unido otros que querían abandonar esa condena e intentar llevar una vida "humana”, aunque esos eran los menos numerosos. Era más fácil sucumbir y pasar al otro lado tal como estaba haciendo ella.

Desgraciadamente, en aquel momento, su condición suponía un problema importante. Yvan no había podido reprimir el impulso de ayudar a aquel joven y saltó delante de ella sin pensar en la posibilidad de no tener una ventaja clara. Aunque era rápido y fuerte ella lo era mucho más debido a su no continencia. Y eso sin mencionar su psique, sin duda más potente y desarrollada que la de cualquier Forseker. Si fuese un Nosferatus, como había pensado, la cosa sería diferente. Ellos poseían una fuerza brutal debido a la cantidad de sangre que ingerían pero eran torpes y no muy intuitivos. Su poder mental era prácticamente nulo debido a que sus pensamientos estaban enfocados en matar para beber. Así que llegados a este punto, si esa mujer no lo era, o todavía no había alcanzado una conversión total, estaba jodido.

―Solo te exijo que lo sueltes ―intentó seguir pareciendo seguro de sí mismo.

― ¿Qué solo qué? ¡¿Cómo te atreves?! ―ella lo encaró y le enseñó los colmillos― ¡Vete! ¡Ahora!

―Tú y yo sabemos que tengo razón. Has matado durante semanas. Te he seguido y en cuatro ocasiones he visto como lo hacías. No sé tus motivos pero si dejas al muchacho quizá haga la vista gorda.

―Si por casualidad tuvieses razón no podrías demostrarlo porque tú lo has permitido, así que....

―¡No juegues conmigo! Sabes que eso no importa, te tengo aquí esta noche y eso basta para poder acabar contigo.

―¿Tú solo?

―¿No lo crees posible? ―Yvan cambió la postura preparando todo su cuerpo para la lucha.

¡No! ella no estaba dispuesta a pelear en aquel momento.

Físicamente podía con él, eso lo sabía solo con mirarlo, pero mentalmente no. Acababa de descubrir que era su pareja y no podía hacerle daño. Así que cambió de estrategia. Apartó su cuerpo y se colocó a un lado dejándole libre la salida al joven.

―Está bien que se marche, de todas formas ya no me interesa.

―¿Así sin más ―curvó una deja y Alix quiso besarlo―, no hay trucos?

―¡Eh…soy una jugadora limpia! ―se giró hacia la pared con un movimiento sexy y sin apenas mirar al chaval―. Vete ―le ordenó.

El chico no parpadeó ni uno sola vez y se dispuso a caminar hacia el otro extremo del callejón.

―Deshaz el hechizo ―exigió Yvan.

Ella inmediatamente lo miró a los ojos. El chico pareció despertar de una larga siesta y se asustó al no reconocerlos.

―¿Qué...?

―No te preocupes chico, es fácil perderse ―Yvan le habló rápido y con un tono jocoso para quitarle hierro al asunto mientras lo acompañaba un buen trozo por el callejón―. Si sigues recto y luego giras dos veces a la derecha encontrarás la calle principal. Verás fácilmente la entrada de metro.

―Vaya… gracias. Cuando cuente esto no pararan de reírse de mí en semanas ―dijo al emprender la marcha asumiendo que se había perdido.

Alix decidió que en ese momento debía irse y dio varios pasos en dirección a Yvan.

«¿Cómo voy a encontrarlo? No identifico su aroma»

No dejó de intentar captar su fragancia mientras se deleitaba mirando su culo. Al adelantarlo él la agarró de un hombro haciéndola girar.

―¿A dónde crees que vas? ―al tocarla sintió una descarga eléctrica que lo desequilibró.

Asombrado se permitió el lujo de observarla con detenimiento. Era bellísima. Llevaba el pelo negro recogido en una alta coleta y aun así le llegaba hasta el final de la espada. En su cara resaltaban unos pómulos altos coronados con unos ojos verdes esmeralda que en un momento lo volvieron loco. Y para rematarlo, poseía los labios más carnosos y perfilados que había visto nunca pintados de un rosa tan dulce que le dieron ganas de probarlo. Siguió mirándola fijamente, bajando desde sus redondeados pechos hasta sus estrechos tobillos rodeados por las cintas de sus sandalias. Volvió a enfocar la mirada a sus pechos y de ahí a sus largas y negras pestañas.

«Dios que me está pasando, es tan... perfecta»

 

Alix notó su repentino interés y no pudo soportar no poder tocarlo. Le cogió la otra mano y entrelazó sus dedos. La electricidad volvió a recorrer sus cuerpos. Yvan desvió la mirada hacia sus manos enredadas durante un segundo. Cuando volvió a mirarla la lujuria se reflejaba claramente en sus ojos. Alix actuó sin pensar. Acercó la cara a su cuello intentando percibir su olor. Dejó que su aliento caliente lo volviera aún más receptivo. Se aproximó a su mentón rozándolo con la nariz y cuando estuvo a la altura de sus labios lo besó.

A su vez, Yvan notó una suave brisa que desprendía una mezcla de fragancias cítricas como naranja, limón y pomelo envueltas por un toque de fresa.

«Extraordinario»

Una ligera presión en la mano le hizo saber que no debía moverse, una excelente sensación de calor en su cuello… ese aroma de nuevo nublando sus sentidos... otro chispazo en la barbilla y de repente unos labios sobre los suyos. El placer invadió su cuerpo desde el estómago hasta la garganta y se dejó llevar durante unos segundos.

―¿Qué haces? ―le preguntó apartándose de ella pero aferrándose aún a su hombro. Todavía no podía evitar su contacto.

―Yo creí que... bueno que tú...

―¿Yo qué? ¡Explícate mujer!

―Bueno, pensé que tú también lo habías notado.

Inmediatamente Yvan retrocedió y le dio la espalda llevándose las manos a la frente. Tenía que pensar ¿Qué estaba pasando? Dio un par de zancadas hacia el viejo portal, ella apareció justo delante de él.

―¿Te proyectas?

―Muchos lo hacemos ―le respondió ella―. ¿Te sorprende?

―No.

―¿Qué pasa? ¿Por qué te alejas?

―¿Qué... qué te pasa a ti, creías que me dejaría engatusar como un frágil humano? No soy estúpido.

―Yo no tenía esa intención… no he podido evitarlo. Pensé que tú habías experimentado lo mismo que yo de lo contrario no lo habría hecho ―a Alix le tembló la voz y todo el cuerpo. Tenía ganas de llorar se sentía injuriada y negada, aunque el dolor que percibía en él era mucho más insoportable.

Justo cuando Yvan iba a decir algo advirtieron el peligro, ambos levantaron la cabeza a la vez olfateando a unos licántropos.

Alix lo miró con urgencia pidiéndole un poco más de tiempo.

―¡Proyéctate! ¡Ahora!

Ella obedeció sin pensar.

Un segundo más tarde él se encaramó a la escalera de emergencia y subió a la azotea del edificio. Corriendo todo lo que pudo atravesó casas, edificios y tiendas con la mirada puesta en el recuerdo de un beso que no entendía en absoluto y en cómo había reaccionado al ver que la mujer que había deseado matar unos minutos antes estaba en peligro.

Alix apareció en su dormitorio tan aturdida que solo pudo sentarse en el suelo y apoyar la cabeza sobre las rodillas. Necesitaba pensar pero los nervios le estaban jugando una mala pasada. ¿Quién era ese hombre? ¿De dónde había salido? ¿Cómo iba a encontrarlo de nuevo?

«Joder, ¿qué hago ahora?»

Pateó el suelo para liberar tensión, no le sirvió de mucho, así que se levantó y se dirigió al cuarto de baño. Abrió el grifo y tocó el chorro de agua hasta que empezó a salir caliente. Quizá una ducha le ayudaría. Quitándose la ropa poco a poco no pudo evitar recuperar la imagen de aquel hombre. Se le aceleró el corazón al recordar aquellos ojos negros y se ruborizó al imaginarse que apoyaba las manos en aquel torso de mármol. Estaba completamente segura de que él era el elegido por el destino para ser su pareja y lo sabía porque nada tenía que ver con su amor por Ben. Esto era… desbastador. Ahora entendía porque estaba unida mentalmente a esa ciudad. Él era la conexión. ¿Cómo había pasado? ¿Por qué el destino le hacía jugar una partida tan difícil? Por el color negro impoluto de sus ojos él era Forseker. Eso los separaba no solo socialmente sino ideológicamente. Jamás aprobaría su forma de alimentarse y menos si la había visto comportarse de una manera tan irracional. Los vampiros de su facción se alimentaban de diferentes maneras. De vez en cuando podían darse el lujo de beber directamente de una fuente humana gracias a sus dotes psíquicas. Pero los Forseker eran extremadamente radicales. Ellos ni siquiera se planteaban la idea de usar a un humano tan solo por el hecho de saciar una punzante necesidad. Algo increíblemente estúpido pues ni siquiera era doloroso, más bien todo lo contrario, siempre que se hiciese bien claro. Nunca los había entendido, eran algo presuntuosos y exagerados, unos amargados para ser exactos, aunque nunca antes se había tomado la molestia de conocer a ninguno.

Por lo poco que le habían contado sabía que los Forsekers, en su mayoría, eran humanos transformados en contra de su voluntad y casi siempre en condiciones muy traumáticas. Jamás le infringirían daño ni temor a una persona, eso les provocaba un inmenso pesar.

¿Cómo podía hacerle entender que lo que ella hacía era parte de su naturaleza? Que no era tan horrible. Sin tener en cuenta los deslices, evidentemente.

 

Alix se dejó caer en el suelo de la ducha y empezó a llorar. Iba a ser imposible. Ya hubiese sido difícil en condiciones normales pero él había visto como desangraba a cuatro hombres y eso sentenciaba el asunto. Ya no era solo un vampiro despiadado, a ojos de un Forseker, sino que era una asesina. ¿Cómo había llegado a ese punto? Todas sus enseñanzas, siglos y siglos de esfuerzo tirados por la borda.

«¡Que estúpida soy!»

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Soy quien soy
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