I
Con la cabeza apoyada en el cristal de la ventana Salomé Brandt observaba las pequeñas gotas de lluvia que todavía caían. Como si pudiese traspasar el cristal con un dedo siguió su recorrido hasta verlas desaparecer.
―Qué noche tan bonita hace hoy ―dijo mirando a su amiga―, el cielo está despejándose y pronto dejará de chispear ―abrió un poco la ventana―, y huele de maravilla a tierra mojada.
―Sabes que no opino lo mismo, la lluvia es triste y ensombrece el ambiente. ¿Estás segura de que parará pronto? ―sin dejarle contestar Alix se apresuró a guiñarle un ojo haciéndole saber que estaba de buen humor.
Pasaron unos segundos sin que se dijesen nada. Alix se levantó del borde de la cama y con dos grandes pasos llegó hasta ella. Rodeó a su amiga por la cintura y le dijo:
―Bueno por lo menos ya estamos aquí, ¿no? Han sido unos días duros pero vamos a tener una aventura estupenda y no tendrás que escucharme más diciendo: vamos a París… vamos a París… ¡Además esta noche promete!
Alix, a pesar de ser un poco más baja que ella, la levantó lo más alto que pudo y empezó a girar sobre sí misma hasta que muertas de risa cayeron sobre la cama.
―Cómo eres ―le dijo Salomé mientras se incorporaba con una amplia sonrisa…
Había abandonado su ciudad natal por acompañar a Alix. Por supuesto echaría de menos Viena, pero no se lo demostraría. Por ella haría cualquier cosa.
― ¿Estupenda y maravillosa? ―dijo la morena de metro setenta.
― ¡Anda, date prisa y termina de vestirte, te espero fuera!
Alix volvió a sentarse en la cama y empezó a abrocharse las botas cuidadosamente. Le gustaba que los cordones estuviesen perfectos, ni muy fuertes ni muy flojos, exactamente todos los cruces con la misma presión. Eran unas botas muy bonitas de charol negro, altas hasta las rodillas y con un tacón que daba vértigo. Se las había comprado unas horas antes de viajar, las vio en aquel escaparate y no pudo resistirse…
―¡Alix!
Levantándose de un salto cogió la cazadora del perchero y se dirigió al espejo. Mientras metía el brazo en la manga se observó en él. Realmente tenía un aspecto salvaje. El pelo negro hasta media pierna adornado con una cinta de cuero trenzada de color malva que hacia juego con el color de la blusa de seda, la cual había comprado esa misma mañana por internet exigiendo que se la hicieran llegar para esa misma noche. No podía comprar algo y no estrenarlo inmediatamente...
―¡Alix, me voy sin ti, sabes perfectamente que hemos quedado en menos de diez minutos y por mucho que corramos no llegamos!
―¡Ya voy, estoy saliendo!
Echó un último vistazo a la habitación antes de salir y se sintió orgullosa de su nuevo aspecto. La casa estaba completamente reformada por los antiguos propietarios, no obstante el mobiliario y la decoración era demasiado clásico y pomposo para su gusto. Sin embargo su habitación había mejorado muchísimo en las últimas horas. El cabezal negro encastrado en la pared adornada con papel de rayas blanco y negro parecía ser lo único que sostenía la cama. Lo más novedoso en diseño: camas suspendidas. En realidad el truco era sencillo, patas de láminas de acrílico transparente. El efecto, sorprendente. El espacio del que disponía era bastante escaso así que tan solo había puesto un sencillo chifonier negro y una balda blanca y otra negra a cada lado de la cama a modo de mesillas, ambas decoradas con altos jarrones de porcelana.
―¡Estoy llegando... ya estoy! ―dio un saltito concluyendo su carrera y se agarró a la cintura de Salomé, abrazándola tan fuerte que la hizo tambalear.
―Qué guapa estás ― le dijo Salomé dándole un beso en la mejilla más sonoro de lo necesario.
―Tú más.
Salomé era guapísima y muy sexy. Sus pómulos marcados y sus ojos azules hacían que pareciera un hada. Era alta, de un metro setenta y cinco más o menos, y muy delgada. Aunque la delgadez no le impedía estar dotada con unas curvas impresionantes que además ella sabía resaltar a la perfección. Echó un rápido vistazo a su gran amiga y el orgullo y admiración que sintió por ella la hizo sonreír. Quería muchísimo a esa mujer. Hacia tanto tiempo que se conocían… Ya no era solo su mejor amiga, eso era poco. Era su hermana, su confidente, su conciencia y su inconsciencia, lo era todo para ella. Llevaba puesto un vaquero negro tan estrecho que no entendía como se lo había metido y un top atado al cuello del mismo color. Una cadena plateada a modo de cinturón terminaba de darle el toque chic a unos zapatos atados al tobillo por cadenitas decoradas con brillantes. Y para su sorpresa, se había cambiado el peinado en estos últimos segundos y lucía dos trenzas que, bajo la luz de la luna, brillaban como el oro.
Conscientes de que llegaban tarde a su cita corrieron todo lo que pudieron. Dejaron atrás edificios, tiendas, bares, restaurantes...
¡El Moulin Rouge!
Eso no podía seguir así, pensó Alix al ver el maravilloso monumento a la diversión. Llevaban allí tres noches y no habían visto nada de interés. Al regresar a casa le dejaría bien claro a Salomé que debían tomarse en serio lo de conocer a fondo la ciudad. De acuerdo que con el lío de los preparativos para el viaje, la mudanza y el traslado habían pasado varios días y noches sin descansar mucho, pero ahora ya estaban instaladas y solo le concedería una única noche, esa noche, para esas tonterías de citas a ciegas. Después de esto se dedicarían por completo a familiarizarse con la zona y curiosear por los lugares más emblemáticos. París era su ciudad favorita. Aunque incomprensiblemente nunca antes la había visitado soñaba con poder conocerla desde hacía siglos. Y ahora podía decir, literalmente, que era su nuevo hogar. No sabía explicar por qué pero desde hacía unas décadas tenía la sensación de que su lugar estaba en esa ciudad. Al principio no le comentó nada a nadie, no quería darle mayor importancia. Sin embargo poco a poco se convirtió en una obsesión. Salomé notó sus despistes ―más de los habituales―, sus continuas ensoñaciones y su repentino interés por la historia de Francia y no paró hasta sonsacarle. Alix intentó quitarle importancia haciendo lo imposible para que su amiga se olvidase del tema. No quería arrastrarla con ella, no si ni siquiera sabía los motivos que la impulsaban a pensar en un posible traslado. Pero no lo consiguió. Alix sentía una cadena atada a su pecho tirando de ella hacia allí con tanta fuerza que cada vez le resultaba más difícil respirar. Así que después de mucho tiempo considerándolo se armaron de valor y decidieron mudarse indefinidamente a París.
Y ahí estaban ahora, casi a punto de llegar a la" Place du Tertre" donde las esperaban dos "tiarrones", según unas conocidas de Salomé, para enseñarles los mejores lugares en los que comer y distraerse.
―Salomé, si lo pienso bien, no me parece tan mal plan. Necesito comer algo, recuperar fuerzas, y de paso si puedo tomar un buen postre…
―Verónica y las chicas dicen que lo mejor de París son los postres y que estos dos son "Haute cuisine".
―Ñam...
No pudieron dejar de reír en un buen rato, no solo por la broma sino por las expectativas que se dibujaban en sus mentes.
De pronto una preocupación apareció en los pensamientos de Alix. No conocían la ciudad. Tenía que admitir que algo de ayuda no les vendría nada mal para saber qué zonas frecuentar y cuáles no. Además debían informarse sobre qué tipo de clanes y grupos residían en la zona.
―¿Salomé?
―¿Si?
―Recuerda que debemos preguntarles sobre qué lugares debemos evitar. Nos facilitará las cosas conocer las zonas más seguras.
―Lo sé.
―Lo digo en serio Sa, si lo dejamos para el final no nos dirán nada. Sabes cómo son… una vez sacien su hambre solo tendrán un objetivo: nosotras. Y no es que me moleste pero esa información es muy importante para que podamos movernos con tranquilidad.
―Entendido, no te preocupes ―la apuntó con un largo y fino dedo―. Tú no olvides que por mucha información que tengamos nunca podemos confiarnos al cien por cien. Los grupos cambian y se mueven con facilidad, así que intenta concentrarte más de lo habitual, no te distraigas con pajaritos o me tendrás muy preocupada ―alzó las cejas― ¿Vale?
―Vale.
―¡Ah!, y no me llames Sa, por favor.
Alix le parpadeó exageradamente dedicándole una amplia sonrisa dejándole ver claramente que eso no sucedería, al igual que tantas otras cosas que le pedía y ella era incapaz de hacer. Su amiga siempre la descubría, debido a su capacidad para intuir las mentiras, pero siempre la perdonaba. Y ese era uno de los muchos motivos por los que la quería y respetaba desde hacía tanto tiempo.
Justo al llegar al pie de "Sacré Coeur" aminoraron el paso y se permitieron el placer de subir los peldaños de las impresionantes escaleras. Ahora a un ritmo normal pudieron dedicarse a observar los colores y olores de Montmartre. Era un lugar mágico. Conocer todo lo que se había vivido y creado en aquellas calles durante siglos por medio de los libros era una cosa, pero percibir todas las sensaciones que trasmitía el ambiente in situ les hacía imaginar de una manera muy vívida todo lo que allí se había experimentado siglos atrás, y eso era algo que a las dos les hacía desear haber estado allí en aquella época.
―¿Lista para una noche inolvidable?
―Sip ―dijo Salomé con una sonrisa tan grande que dejó ver su preciosa dentadura―. ¿Por dónde empezamos, baile, sexo, comida...? ¡Aquí hay de todo!―exclamó girando sobre sí misma.
―Por donde tú quieras, es tu noche ―dijo Alix, deseando que su amiga eligiese lo último. Estaba hambrienta pero no se lo diría. Salomé pensaba que tenía un serio problema con eso y cada vez la regañaba y corregía más contundentemente.
“Está convirtiéndose en algo compulsivo y sabes que eso no te conviene” Le decía una y otra vez. Y tenía razón, no le convenía, pero en los últimos años cada vez le resultaba más duro contenerse y disimular su ansiedad. Lo solucionaría. O no. No sabía hasta qué punto quería solucionarlo y eso sí se le antojaba un problema.
A pesar de sus necesidades sabía que no podía sucumbir a la violencia, necesitaba controlar la situación para así poder controlar los impulsos. Intentaba ser fuerte y alejarse de las tentaciones. No era fácil pero no podía equivocarse otra vez, tenía que esforzarse por Salomé, por ella misma.
Al llegar a la plaza descubrieron un ambiente enternecedoramente romántico. Los toldos rojos protegían las mesas de madera de la humedad de la noche. Los manteles de cuadros rojos y blancos y las velas eran los protagonistas de las terrazas. Sin olvidarse del músico que ambientaba la velada desde una de las esquinas o los pintores que plasmaban el resplandor de la Torre Eiffel para los turistas. Todo ofrecía un aspecto homogéneo y tranquilo, ningún local destacaba más que otro. Hasta el centro de la plaza, provisto de sillas y mesas en aquella época del año, encajaba perfectamente en la decoración. A Alix le pareció un detalle que todos los restaurantes de la zona se hubiesen puesto de acuerdo para darle a la plaza un aspecto tan cálido y acogedor. Desde la distancia parecía que observabas un cuadro antiguo pintado en rojos y dorados, en el que la luz blanca desprendida por la basílica alzada como un gigante a uno de sus lados, dotaba de claridad la vida de los parisinos.
―Vamos Alix, hemos quedado en el restaurante de la esquina, el que tiene los rótulos con letras doradas ―las dos caminaron hasta un restaurante repleto de gente.
―¿Dónde están?, no los veo ―preguntó Alix.
―Yo tampoco. No creo que se hayan ido, solo llegamos unos minutos tarde.
Mientras Salomé cogía el móvil para intentar localizar a Mael, Alix recorrió la zona con tranquilidad, memorizando cada detalle: las cornisas, ventanas, zonas de luz y sombra, callejones... todo lo que le fuese útil para el futuro. El lugar le gustaba y volvería a menudo.
―Estamos sin plan ―Salomé hizo un mohín con la boca ―, Mael dice que les ha surgido un asunto urgente y que no vendrán. Por lo visto alguien de su familia se ha metido en un lío y están intentando solucionarlo. Me ha dicho que si queremos ir...
―¡Para, para! ―agitó las manos―. No conocemos a este tío de nada y no me parece buena idea.
―Pero son íntimos de Verónica y su familia. Son de confianza.
―No lo sabemos. Solo llevamos aquí tres días y no me apetece mezclarme en broncas. Me gustaría disfrutar de esto un poco a mi ritmo, sabes que llevo mucho esperando.
―Pero nos necesitan, me ha dicho que es algo gordo y cuantos más mejor, además tarde o temprano tendremos que introducirnos en el clan.
―¡No! Salomé escucha ―la cogió por los brazos―, no lo conoces ¿y si es una encerrona?
―No lo creo, tiene una voz tan dulce…
―¡A ti lo que te pasa es que te gusta!
―Por dios sí ―puso los ojos en blanco―… me pone tanto su voz, no puedo evitarlo.
―¡Que fuerte! ―la abrazó―, no me habías dicho nada.
―Bueno que esperabas, hemos quedado con él y su amigo ¿no?
Alix acarició dulcemente la mejilla de su amiga y entrecerró los ojos mientras pensaba. Era una buena oportunidad. Sí, era una excelente excusa para no tener que darle explicaciones. ¿Por qué no? Normalmente no podía mover un dedo sin que Salomé lo supiese y eran muy pocas las oportunidades para poder hacer lo que le apetecía sin que nadie se enterase y la juzgase. Así que, viéndolo desde otra perspectiva, estaba de suerte. Le dio un achuchón a su amiga y cuando se apartó le habló en el tono más liviano que le fue posible alcanzar.
―Sa, a mí no me apetece ir pero si para ti es tan importante... ve. Yo me apañaré sola, daré una vuelta y volveré a casa. Mañana lo dedicamos para nosotras.
―Pero, no pue...
―Sí puedes Sa, te lo mereces ―le interrumpió―. Estás a aquí por mí, así que distráete y disfruta, no quiero fastidiarte.
―Bueno… si estás segura, ¿de verdad no te importa?
―No, no me importa. ¡Anda ve, no le hagas esperar!
Apenas acabó la frase Salomé salió corriendo hacia las escaleras.
«Pues sí que tenía ganas de irse» pensó con ironía. Se dio la vuelta para echar un último vistazo al lugar y se encontró sujeta por algo que le impedía moverse.
―Te quiero ―le dijo su amiga dándole un beso antes de desaparecer tan rápido que casi no pudo verla.
Lo había conseguido. Podía estar unas horas a solas y pensar en todas las novedades y necesidades que tendría a partir de ahora. Giró sobre sus talones y se dirigió hacia la basílica, quería admirarla una vez más antes de emprender la marcha hacia su nuevo hogar en Passy.
Passy era uno de los distritos de París, el dieciséis exactamente, situado al oeste y delimitado en gran parte por el Sena. Alix y Salomé decidieron alquilar un apartamento en esa zona debido a su tranquilidad y proximidad al “Bois de Boulogne” Aquel extenso bosque les podría facilitar mucho las cosas a la hora de atender sus necesidades. Además el distrito era una de los más carismáticos de París y por supuesto una de los más caros. Siempre habían vivido en el campo rodeadas de animales y plantaciones pero eso no anulaba su debilidad por los lujos y comodidades.
El apartamento no era excesivamente amplio sin embargo estaba equipado con los mejores materiales y tecnología. Ocupaba la planta baja de un edificio típico francés construido en la época de Napoleón. Como todas las de aquella época, su fachada regular y simétrica con el entorno daba un efecto unitario y de majestuosidad a las calles. Francamente, le sorprendía ver tantos edificios parecidos alrededor de auténticas obras de arte surgiendo de la nada en cualquier punto. Los museos, palacios, monumentos, puentes, parques… incluso las farolas estaban dotadas de belleza y ostentosidad.
Sin darse cuenta se encontró delante del Moulin Rouge. Había llegado hasta allí inmersa en un mar de pensamientos que ni ella misma llegaba a entender.
¿Por qué habían cambiado tanto sus necesidades?
Para ella las leyes eran sagradas. La discreción había sido muy necesaria para poder seguir existiendo y ahora lo estaba haciendo todo mal. Sabía que lo que su comportamiento no era el apropiado pero no podía evitarlo.
Para pertenecer a la Orden debías respetar firmemente las normas, bueno la Norma: “pasarás lo más desapercibido que puedas durante toda tu existencia”. Lo demás eran añadidos para facilitarte el trabajo: no matarás, beberás de la fuente en contadas ocasiones ―en esto no eran muy estrictos, siempre y cuando usases todos los medios para que la víctima no se diese cuenta y no sintiese dolor―, usarás todos los medios disponibles para saciar la sed ―sangre animal, alimentos ricos en proteínas y hierro…―, no usarás tus dones abiertamente… Resumiendo, podía asegurar que si en estos momentos alguien se enteraba de sus propios fracasos sería condenada a morir. A sus “hermanos” no les gustaban mucho las complicaciones y si un problema surgía rápidamente se erradicaba. De ahí la importancia de que Salomé estuviera cerca. Indudablemente dependía de ella para respetar la ley, era la única en quien confiaba, y últimamente, la única que evitaba sus deslices. Tenía que centrarse, como ya hizo en su momento, y volver a sus rutinas. La diferencia esta vez era que no estaba segura de querer hacerlo. Realmente disfrutaba en esos escasos momentos, solo unos segundos, pero los suficientes para flagelarse después. Y eso era lo que más le preocupaba, ese era el verdadero problema.
Se sentó un momento justo en frente de la legendaria sala de cabaret y meditó sobre la posibilidad de entrar a ver un espectáculo. Sería perfecto pasar unas horas rodeada de alegría, música, baile, gente.
¡No!
Gente no, eso no le convenía esa noche. Tenía que esperar al día siguiente a estar con Salomé. Pero…
¿Por qué, realmente por qué tenía que esperar? Ella tenía sed en ese momento.
¿Qué marcaba la diferencia entre hoy y mañana?
Solo un día. Seguramente su amiga iba a disfrutar de lo lindo con Mael y toda su panda...
¡No!
Se lo había prometido la última vez, solo con ella. Esperaría, Salomé era su puerto seguro, con ella respetaba las normas.