XVI

 

 

 

 

 

―Todavía no entiendo cómo me has convencido para esto, ¿no podemos usar los ascensores?

―No creo que mueras de cansancio, venga sube, te gustará.

Yvan observaba risueño a Alix desde uno de los escalones de ascenso a la Torre Eiffel. Llevaban casi una hora inspeccionando algunas zonas en busca de Salomé y ahora tocaba una cena romántica con vistas excepcionales. Formaba parte de la sorpresa que había preparado para ella durante los últimos días y no iba a permitir que se echase todo a perder por los horribles acontecimientos de la noche anterior. Lo había organizado pensando en lo mucho que Alix necesitaba reunirse con su amiga y en lo bien que le vendría distraerse un poco después de los días de clausura y, a pesar de todo lo sucedido, la situación en ese sentido no había cambiado. Así que, ¿por qué no aprovechar lo que le había costado tanto coordinar? Además necesitaba un lugar neutral para poder hablar tranquilamente con ella y qué mejor que un lugar repleto de gente.

Les llevó un tiempo bastante largo llegar al segundo piso. Debían seguir el ritmo de los demás pero lo hicieron con elegancia y frescura en comparación a los pocos humanos sudorosos y sin aliento que se atrevían a subir a esas horas. Caminaron en silencio por la pasarela que rodeaba la torre, disfrutando de las maravillosas vistas y la magnitud del momento. El aire fresco de la noche y la altura les reconfortaba.

Alix permanecía estática, con los brazos apoyados en la barandilla, observando fluir el agua del Sena. Yvan se acercó y la rodeó con sus brazos por detrás.

―Has tenido suerte ¿sabes?, oficialmente las escaleras no se abren hasta tan tarde hasta mediados de mes.

―Sinceramente ha sido maravilloso, la sensación es indescriptible. Aunque no sé bien el porcentaje exacto que ha jugado la suerte en todo esto ―dijo con ironía al girarse para verle la cara.

―Vamos, la cena la sirven a las nueve, luego subimos a la planta superior.

―¿Cenamos aquí? Ahora sí que dudo de que la suerte tenga nada que ver en todo esto, confío más en la posibilidad de una mano negra a nuestro alrededor.

Yvan no dejó de reír mientras tiraba de ella enérgicamente para bajar al primer piso. Una azafata los recibió en la entrada del restaurante y los acompañó a una mesa situada frente a una ventana con vistas al Trocadero. El lugar era elegante y sencillo. El mobiliario minimalista en tonos marrones y la tamizada iluminación del local le daban protagonismo a la luz que llegaba desde el exterior dejando fluir la magia y el romanticismo por la sala. Se acomodaron en sus sillas ofreciéndose el uno al otro una sonrisa de complicidad. Una camarera de pelo castaño recogido firmemente en un moño y vestida con camisa blanca y pantalón y chaleco negro, les entregó la carta de vinos junto con una copa de champán. Yvan le echó un vistazo rápido a la carta y la dejó sobre la mesa. Durante un largo rato pensó en cómo afrontar la situación con serenidad. No era un hombre al que le gustase hablar de su vida privada pero para llegar al quid de la cuestión debía hacer que Alix le conociese y le entendiese mejor.

Alix miraba a través del ventanal y las luces que brillaban en el exterior se reflejaban en sus ojos. Estaba realmente hermosa. Ella notó como se la comía con la vista y se giró para guiñarle un ojo.

―Gracias por sugerirme el cambio de vestuario cuando hemos pasado por casa. No creo que me hubiesen dejado entrar con vaqueros y blusa.

―Siempre estas perfecta. Además te aseguro que todo se puede negociar ―dio un pequeño sorbo al champán―. De todas formas admito que ese vestido negro te sienta de maravilla.

―Alagador ―dibujó una amorosa sonrisa―… Lástima que Salomé no estuviese allí.

―No te preocupes, la encontraremos. Echaremos otro vistazo antes de irnos.

Él se inclinó hacia delante y acarició su brazo con el pulgar. La camarera se acercó para retirar las cartas.

― Le meilleur vin blanc, s'il vous plaît.

―¿Que hacemos aquí Yvan?

―Cenar.

―Ya sabes a que me refiero. No estás precisamente de humor para esto.

―Bueno… llevaba días preparándolo y, entre tú y yo, no ha sido fácil conseguir esta mesa. No quería desperdiciarla.

―Te lo agradezco, es asombroso, pero preferiría que te hubieses tomado el tiempo necesario para pensar. Sé que te gusta estar solo cuando te sientes…

La camarera interrumpió para retirar unos aperitivos que ni siquiera habían tocado. Abrió la botella de vino blanco y sirvió un poco en cada copa. Acto seguido colocó ante ellos unos snacks de gambas con aguacate aliñados con una vinagreta de soja y sésamo. La apariencia era exquisita.

―Quería sorprenderte, llevabas triste unos días por lo de Salomé y sé que te gusta salir. No negaré que pretendo usar este restaurante como confesonario, necesito hablar contigo de forma segura.

―¿Qué quieres decir?

―Normalmente acabamos a gritos y con ganas de desaparecer y he pensado que un lugar público nos permitiría ser más… razonables.

―No sé si será apropiado, deberíamos volver a casa, a tú casa ―corrigió inmediatamente.

Yvan le sonrió y le cogió de las manos haciéndole soltar el tenedor.

―Eso no era mi casa, era una guarida. La he reformado y decorado para que estuviésemos cómodos por tiempo indefinido así que técnicamente es nuestra casa.

―Entonces debería pagarte la mitad de los gastos.

―No digas estupideces ―bramó con brusquedad a la vez que se reclinaba hacia atrás en la silla.

Volvieron a coger los cubiertos y terminaron el entrante en silencio. La camarera sirvió unas vieiras a la plancha con lo que parecía ser una mermelada de zanahoria.

―Alix, ¿Qué sabes sobre mi facción? ―retomó la conversación con suavidad.

―No mucho, rumores básicamente. Nunca había tenido contacto con ningún Forseker.

―¿Y bien?

―Dicen que no bebéis sangre humana, cazáis animales, soléis tener pasados tortuosos, ¿vas a contarme tu historia? ―sonó ansiosa.

―No. Ya te dije que no necesitas conocerla.

―Y entonces qué quieres que sepa.

―Yo no cazo, me molesta solo pensarlo.

―Transcendental dato, entiendo el ostentoso despliegue de medios ―dijo poniendo los ojos en blanco.

―Tú piensas en mí como en un vampiro desgraciado e inadaptado y eso te lleva a pensar que podrás curarme y arreglarme, pero eso no pasará porque estás equivocada. Has de entender porque soy un Forseker.

―Pero…

―Escúchame, por favor, no siempre me siento locuaz para hablar de estas cosas. Yo no soy desgraciado ni me siento infeliz. Soy feliz, cuando he tenido motivos para serlo, soy feliz contigo. Tampoco estoy inadaptado ni me siento defectuoso. He conseguido acostumbrarme a diferentes dones y sensaciones, he vivido diferentes décadas con sus diferentes costumbres y gentes… ¡No!, no soy un inadaptado. Mi único problema es que no quiero ser un vampiro.

Yvan paró de hablar en cuanto escuchó que se acercaba la camarera. Ni siquiera se molestaron en mirarla mientras retiraba los restos del plato anterior y servía uno nuevo. Yvan terminó su copa de vino de un largo trago y la volvió a llenar después de servirle un poco más a Alix. Cuando volvieron a estar a solas retomó la conversación.

―Tú sabes tan bien como yo que jamás se ha pretendido imponer el vampirismo por la fuerza a nadie. Todos sabemos que no es un virus que viene y se va, esto es para toda la eternidad. Somos depredadores no verdugos, por lo general evidentemente ―Yvan negó contrariado al recordar su propia historia―. A la mayoría de Forsekers no nos preguntan Alix, y como consecuencia nos lo arrebatan todo. Me lo arrebataron todo. No tuve tiempo de hacerme a la idea, ni siquiera me hubiese gustado pensarlo. Yo preferiría estar muerto a cambio de poder haber seguido con mi vida tal y como la había planeado.

―Entonces no eres tan feliz como dices ―Alix se llevó la copa a los labios.

―¡No! Soy feliz. Asumí hace tiempo que eso no puede ser, es el pasado, vivo bastante bien, te lo aseguro. Lo único que me impide serlo es pensar que soy un vampiro hambriento, por eso intento reprimirlo. Es difícil de explicar… Mira cuando controlo mis instintos y mi sed me siento como un humano, bueno no exactamente, tengo súper fuerza y súper velocidad, ¡hasta puedo volar! ―rio fuertemente―, digamos que me siento Superman ―levantó los brazos a modo de disculpa y sonrió abiertamente―. Bueno ya sabes que el excentricismo es algo típico en los vampiros.

―Exactamente cuál es el problema, no consigo entenderte.

―Yo me siento mal conmigo mismo cuando noto que ese día me va a costar bastante reprimirme. Cuando pasa alguien cerca con un aroma tan exquisito que me imagino diferentes formas de engañarlo para beber de cualquiera de sus venas. Cuando me enfurezco tanto que pienso que seré capaz de matar a alguien. Odio esa parte de mí. No quiero someter ni hacer daño a nadie. Pero comprende que no es simple contenerse, de ahí mis cambios de humor. El esfuerzo y autocontrol que supone intentar no ser un depredador es lo que hace que me sienta mal, pero eso no es sinónimo de infeliz. Es frustrante, siempre tengo la duda de hasta cuando aguantaré. Es mi máxima meta en la vida, aguantar. No siempre es así de duro, te lo aseguro, hay épocas mucho mejores.

―¿Y tus pesadillas?

―Eso es debido al pasado. Nada que deba preocuparte.

―Pero tus instintos parecen fluir con mayor fuerza después de dormir.

―Lo tengo controlado. No es nada grave. Le pasaría a cualquier humano traumatizado ―la última palabra se le escapó sin darse cuenta.

―¿Qué te traumatizó tanto, la transformación?

―Estaba bueno el pato pero la guarnición es mi preferida, ¿te vas a comer tus setas? ―sin esperar contestación le robó una seta y una patata del plato.

―Yvan…

―No es de tu incumbencia, no quiero que te enredes con mis propias mierdas. Ya es bastante duro así como está.

Yvan terminó de comer como si su humor no hubiese cambiado. Como si no hubiese pasado de ser un hombre amable preocupado por ser comprendido y aceptado a uno arisco y mal hablado.

―¿No sé si he conseguido hacerte entender algo?

―Creo que sí ―Alix decidió no hacer ningún comentario al respecto―. No me lo había planteado desde ese punto de vista. Pensaba que te odiabas a ti mismo y a todos los demás.

―Tengo amigos, ¿sabes? No soy muy dado al odio, más bien todo lo contrario. Amo la vida y todo lo que se le parezca. Simplemente yo no quiero ser un vampiro.

―A mí me odiabas.

―¡Jamás! Puede que me odiara a mí mismo por desearte y puede que me siga odiando ahora por quererte.

―¿Por qué?

―Porque haces que cambie mis prioridades. Y lo que es aún peor, haces que lo que era malo ya no lo parezca tanto. Nosotros, me refiero a mi facción, entendemos bastante bien vuestras necesidades y os respetamos porque entendemos mejor que nadie que dura es la sed, pero lo que he tenido que superar contigo… eso es una de las pocas cosas que odio. No me gusta la idea de que matéis a gente inocente cuando simplemente podéis serviros una copa con su sangre sin que se enteren. Esa actitud me enfurece.

―Lo siento. No sé qué más puedo decir.. tengo que analizar tus palabras, es demasiado…

―Hace unos días conocí tu historia y aunque por un lado me indigna por otro me llena de orgullo hacia ti por superar aquellos años tan duros y hacia mí mismo por saber escucharte y seguir a tu lado. A eso me refiero cuando te digo que me siento confuso y desorientado. Cuando hablo contigo de estas cosas entiendo tu punto de vista a pesar de que para hacerlo tengo que traicionar mis propias ideas.

Yvan hizo una pausa al darse cuenta de que ya tenían servido el postre por lo que pidió una botella de champán.

―Llegados a este punto, me gustaría explicarte la situación actual ―le cogió las dos manos con fuerza―. Alix en estos momentos no me encuentro muy bien. Me siento inseguro e inestable. Hace solo unas horas se ha derrumbado ante mis pies una robusta fortaleza que llevo construyendo dos siglos. Como imaginarás es algo muy grande como para salir ileso. Si quieres saber sí me gustó te diré que sí. Era sangre caliente y era tuya. Si la pregunta es si disfruté, diré que no. Ese no era yo, era el monstruo que me transformó saliendo a la superficie con mucha sed y sin control. En estos momentos lo he vuelto a enterrar pero está empujando fuerte hacia arriba. ¿El problema? No me siento sereno, no confío en mi capacidad para lograr retenerlo… No puedo prometerte nada Alix porque si quiere salir de nuevo me iré.

Notó que ella iba a decir algo y le puso un dedo en los labios.

―Tengo claro que te amo, lo sé desde qué pensé que te perdía, pero no me quedaré. Si intuyo que esto me vence necesitaré ayuda y si pienso que no tiene remedio necesitaré acabar con ello. No pienso dejar otro vampiro sediento libre por las calles. No me hará feliz a mí y supongo que tampoco te hará feliz a ti pero tendremos que esforzarnos y superarlo. Así que te ruego que no intentes impedírmelo cuando llegue el momento.

―Hablas como si ya te dieses por vencido.

―Sinceramente no me siento muy fuerte, nunca antes la había probado Alix, ¿y se me ocurre hacerlo con la sangre que se supone está diseñada para mí? Mi interior convulsiona. Puedo llegar a comprender muchos actos y eso me hace sentir mala “persona”. Estoy muy desconcertado. Sé que para ti es algo normal y placentero llevas haciéndolo… ¿Cuánto exactamente?

―Digamos que…desde el mil doscientos treinta y nueve.

―Sí, algo así me imaginaba ―pasó los dedos de ambas manos por su pelo y luego apoyó su mandíbula en ellas―. Bien… pues lo entiendo, siempre lo he entendido, lucho contra ello todos los días y además ahora conozco por mi propia experiencia lo que se está perdiendo mi organismo, y aun así no lo comparto. Debería estar muerto y sin embargo he disfrutado de muchísimas cosas ―cogió sus mano con fuerza por encima de la mesa―. Si al final esta parte de mi fluye no querré seguir adelante y no quiero que tú lo presencies.

Alix no pudo soportar más aquella tensión, ahora podía ver claramente a Yvan y a pesar de lo que él creía estaba absolutamente convencida de que podía ayudarlo. Claro que no era feliz. Él sentía que sí porque se conformaba. Le haría ver la realidad. Sin presión, a su ritmo y con sutileza, conseguiría que se olvidara de sus prejuicios y aceptara lo que en realidad era. Se levantó y se sentó sobre su regazo. Cogió con firmeza su cara y lo besó apasionadamente.

―Yo también te amo. A ti y a todas tus personalidades ―una gran sonrisa apareció en su cara.

―Y yo a ti, a pesar de tus actos sangrientos y desagradables.

―Acepto lo de sangrientos, lo otro es una auténtica patraña. Yo siempre provoco placer.

Le rodeó en un fuerte abrazo y volvieron a besarse con pasión. Notó como Yvan descendía la mano hasta la parte baja de la espalda con una caricia y la acercaba más a él. Disimuló un gemido y él se apartó un poco para tomar algo de aire.

―¿Pretende que nos echen por escándalo público, señorita?

Echaron un vistazo a su alrededor y percibieron como varias miradas se fijaban en ellos.

―Creo conocer a alguien que podría evitarlo.

―Eso es cierto, seguramente he conseguido tener inmunidad diplomática en esta sala mientras el señor Lacroix conserve su puesto de maître.

―¿Tanto ha sido?

―¡Más! ―mordisqueó su barbilla―. Sabía que estaba muy interesado.

 

 

 

 

 

 

Soy quien soy
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