II

 

 

 

 

 

No podía esperar más, necesitaba actuar de inmediato, aunque era consciente de que todavía había mucha gente. Llevaba una hora recorriendo los tejados de Montmartre sin encontrar el momento oportuno. Era como si a finales de abril todo París estuviese en la calle. Ni una sola persona distraída en un callejón, en una esquina mal iluminada, en un portal encendiendo un cigarro o liando un porro. Y si veía a alguien y se ilusionaba, ¡pum!, la imagen de Salomé en su cabeza le hacía dudar, convertirse en un depredador lento y torpe, por lo que en pocos segundos la presa estaba rodeada por los demás miembros de su manada, clan, o pandilla. Como fuese que se llamasen esos grupos de humanos gritones y borrachos que deambulaban en busca de la diversión que hiciese un poco interesante sus aburridas vidas. Y lo peor era que se le estaba acabando la paciencia. Lo último que quería era dar la cara, no sin estar segura de cómo acabaría, era demasiado arriesgado. Si bajaba a ligarse a un guaperas para llevárselo a un oscuro callejón se expondría demasiado. Alguien podría verla, seguirla. Demasiado temerario para su primera noche de caza en la ciudad. Aunque le gustaba tanto la idea…

 

Era el ritual más erótico y sexy del mundo. Iría en busca del más guapo, grande y fuerte del local. Le sonreiría. Él se acercaría; la invitaría a algo que ella tomaría muy despacio; lo sacaría a la pista de baile y movería sus caderas lo mejor posible. Cuando el tipo estuviese exhausto, tanto por el ejercicio físico como por la excitación, se acercaría a su cintura; lo agarraría fuerte y lo besaría. Una vez llegados a este punto le haría saber lo cachonda que estaba aplastando los pechos contra él. Más lengua, más pecho…«nene, ¿me acompañas?» Por supuesto. Ni uno se negaba. Una vez ocultos en un lugar apartado y oscuro, le bajaría los pantalones, se subiría la falda y se lo follaría. Pero solo al final, justo antes de que él pudiese salir de ella, se lo bebería. Mordería su cuello sin piedad y consumiría toda su sangre caliente hasta matarlo.

¡Y solo necesitaba encontrarlo ya!

 

«Voy a bajar. No, esperaré un poco. Relájate Alix, con el instinto a flor de piel y los colmillos tocándote el labio inferior no puedes ir a ningún lado. Notarían que algo va mal»

 

El local tenía una decoración un tanto especial, ni moderna, ni clásica, una mezcla peligrosa de varias tendencias. El suelo formaba unos dibujos entrelazando triángulos y cuadrados en colores negros y blancos. La barra era larga, de madera oscura, iluminada con pequeñas lamparitas. Los taburetes se alineaban en grupos de tres alternando tapicería blanca, roja y negra. Repartidos por el lugar había pequeños sillones de terciopelo rojo rodeando unas mesitas negras de cristal. En la esquina de la derecha se reservaba un pequeño espacio para bailar alumbrado con una bola de cristal y varios focos de colores. En casi todas las paredes colgaban grandes pantallas planas en las que se emitían los videoclips de la música que se escuchaba. Y al fondo, ocupando toda la pared, un enorme sofá blanco plagado de cojines de todos los tamaños y colores era custodiado por pequeños pufs cuadrados que unas veces ejercían de mesas y otras de silla. La música era animada y bailable así que decidió quedarse. Caminó hasta el centro y justo al girar a la izquierda para dirigirse a la barra y pedir una copa se encontró con unos ojos azules observándola desde el sofá. Ella le mantuvo la mirada y él la siguió desafiando.

«No sabes lo que haces nene»

Y entonces lo decidió. Ese hombre aparentemente alto, con anchos hombros, pecho y abdomen bien definidos, sería suyo. Abandonó la idea de acercarse a la barra y se dirigió al baño. Entró, lavó sus manos, echó un poco de perfume en su cuello y se pintó los labios. Al salir de la abarrotada y poco higiénica estancia caminó decidida hacia el sofá. Se tomó su tiempo, observándolo paso a paso y se dio cuenta de que, como imaginaba, el tipo no estaba nada mal. Su cara era cuadrada con la mandíbula muy definida, los labios carnosos dibujando una boca de proporciones perfectas, el pelo rubio, largo y ondulado, le caía hasta las orejas con un corte desenfadado y sus ojos eran tan azules como el cielo. Cuando estuvo a su altura dejó caer el pintalabios discretamente y siguió andando.

―¡Disculpa!

No detuvo sus pasos.

―¡Disculpa!, se te ha caído esto ―él la agarró por el hombro y le habló al oído―. ¿Es tuyo verdad?

Alix giró pausadamente con la mirada puesta en las manos de él.

―Oh sí… gracias ―le dedicó una amplia sonrisa y la mirada más intensa que aquel hombre había visto en su vida y percibió como su corazón dejaba de latir por un segundo.

―Perdona ―le insistió él cuando ella retomó la marcha―, ¿te puedo invitar a una copa?

―Por supuesto que no―la cara del hombre se desfiguró antes de que Alix terminase su frase―. Tú has encontrado esto ―alzó la barra de labios sujeta entre dos dedos―, yo pago las copas.

Una hora más tarde seguían en el local bailando como locos.

Alix cada vez más sinuosa, él cada vez más optimista respecto a sus expectativas. De repente cambió la música y también la actitud de Alix. Con el ritmo de "sweet dreams" de Beyonce se acercó más a aquel ingenuo desconocido. Lo abrazó y empezó a bailar rozándole con sus pechos. Él se quedó mirándola sin poder creer la suerte que había tenido esa noche y la agarró con fuerza. Ella lo besó primero de forma suave, subiendo el ritmo y la presión de su boca contra la suya progresivamente, introduciendo cada vez más la lengua. Él tan solo la siguió. Acompasaron sus movimientos. Alix cada vez exponía más su cuerpo. Sus pechos, sus labios, sus muslos aumentaban el calor allá donde eran frotados y el atractivo hombre perdió todos los sentidos.

―¿Me acompañas? ―le preguntó Alix.

Sin esperar respuesta le cogió la mano y lo condujo a la salida. Al llegar a un callejón, inspeccionado con anterioridad por Alix, caminaron hasta la pared del fondo y se ocultaron entre unos andamios y unas bolsas de escombros. Lo apoyó contra la pared y le volvió a besar, esta vez con toda la lujuria que reprimía desde hacía días. Él le desabrochó la blusa y le tocó un pecho. Ella gimió y él lo volvió a hacer, una y otra vez, primero un pecho luego el otro. Alix le desabrochó los pantalones y metió la mano acariciándolo con insistencia. Inmediatamente reaccionó. El rubio de ojos azules le subió la falda, bajó el tanga y la cogió en brazos. Ella cruzó las piernas sobre sus caderas mientras él se terminaba de bajar los pantalones. La penetró. Durante un largo rato movieron las caderas con pasión y con fuerza. Alix notó que se acercaba el final y le susurró que se sentara en el suelo. No tenía miedo a caerse, era prácticamente imposible, ni pretendía cambiar la postura para empezar un nuevo juego, simplemente esa posición le proporcionaba más intimidad y le daría más estabilidad cuando él cayera.

Sentada a horcajadas, cabalgando sobre él cada vez más rápido, esperó a que alcanzara el clímax. Se acercó al cuello y mordió. Absorbió toda la sangre de aquel precioso y fuerte cuerpo. No paró ni un segundo, ni por piedad ni por precaución. Ese había sido su objetivo durante toda la noche y al fin lo conseguía. Cada vez se sentía más fuerte. Más eufórica. Una asesina. El placer inmensurable que le causó ese poder le hizo querer más de aquel humano ya casi en su último aliento, así que se dejó llevar hasta sentirse aquello que era, un vampiro.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Soy quien soy
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