XXIV
El verano acababa y el plan era regresar a París. Alix no estaba entusiasmada con la idea pero entendía el interés de Yvan. Durante esos meses habían estado prácticamente aislados, a excepción de algún encuentro con Salomé o Jon, tomándose tiempo para conocerse mejor y asentar las bases de su relación. Sin embargo, Yvan debía retomar las riendas de su vida, necesitaba volver a su trabajo y al contacto con sus amigos, además echaba de menos la gran ciudad. A diferencia de ella que, acostumbrada a su vida en la granja adoraba la tranquilidad y la soledad del lugar, él necesitaba ruido, espectáculos, gente… Pero sobretodo, aunque no se lo había dicho, lo que necesitaba era normalizar la situación. Ver que Alix era aceptada sin rencores por lo sucedido y poner a prueba su propia capacidad para soportar las circunstancias. Resultaba más o menos fácil tolerar las necesidades de Alix en su pequeño refugio. Habían creado hábitos que beneficiaban a las necesidades de cada uno, pero en la vida real, en el día a día, la cosa podía cambiar. Alix permanecería sola en muchos momentos y expuesta a muchas más tentaciones. Yvan volvería a su trabajo, vigilar y asegurarse de que nadie infringía las normas, y con ello tendría más presente lo que en realidad era su Novia.
Interiormente y en secreto ambos estaban preocupados con la idea del mismo modo que ambos sabían que era el siguiente paso para afianzar su relación. En Le Mans todo había ido como la seda. Los primeros días, mientras se recuperaban por completo, habían creado un grupo sólido. Yvan y Salomé conectaron desde el primer momento y mantenían largas conversaciones. El tema era insignificante, fuese el que fuese siempre estaban de acuerdo, aunque solo fuera para fastidiar a Alix. Esa era su manera de castigarla por su retorcido sentido de humor y ella disfrutaba mucho con ello, aunque nunca lo confesaría.
Cuando Salomé se recuperó por completo y regeneró su mano decidió que era el momento de regresar a París. Yvan insistió en que se quedara, le aterraba la idea de dejarla sola en la ciudad, pero ella no quería entrometerse por más tiempo en su intimidad y después de prometer que lo llamaría antes de dormir y al despertar, se fue.
La soledad fue bien recibida por los dos. Prácticamente no hablaron de nada importante durante días. Las horas pasaban entre besos, abrazos, miradas y sexo mucho sexo. Era la forma en la que se sentían más seguros, piel con piel, disfrutando del placer que se proporcionaban mutuamente sin importar los asuntos racionales. Sin embargo, esa situación fue cambiando, no por la falta de deseo, sino por la necesidad de encontrar tiempo para conversar. Su relación estaba sujeta por finas cuerdas y esas cuerdas solo se harían resistentes con la comunicación. Debían conocerse perfectamente bien para entenderse y, como Yvan no aceptaba completar el Vínculo, solo les quedaba sincerarse. Por mucho que lo intentaban la comunicación entre ellos no era ni recíproca ni completa. Alix le contaba todo lo necesario sobre el pasado y sus planes de futuro, aunque no terminaba de confesarle las dificultades por las que estaba pasando al refrenar su sed, lo duro que era aplacar su agresividad y las veces que recordaba con nostalgia sus actos. Y Yvan, simplemente, no contaba nada significativo. Ocultaba su miedo a que ella lo engañara y volviera a sucumbir, su miedo a perderla, su miedo a no poder manejar la situación pero sobre todo su miedo a no controlarse y ceder a la sed. Ni siquiera le contó nada sobre su transformación cuando le reveló lo que había visto en sus recuerdos. Ni respondió a sus preguntas sobre quien era esa mujer y esa niña a las que recordaba con tanta frecuencia y cariño. Se limitaba a mirarla fijamente durante unos minutos para luego desaparecer. No se iba muy lejos. Alix había descubierto que se quedaba sentado sobre el tejado totalmente petrificado y ella lo respetaba y le daba espacio, esa lección ya la había aprendido. Cuando regresaba con ella era como si no hubiese pasado nada, ambos fingían no haber tenido una conversación incómoda o una pelea y seguían con sus vidas. Pero Alix sabía que eso no era bueno, Yvan no solo le escondía esa parte de su pasado sino que también le escondía sus emociones respecto a que ella tuviese esos datos. Nunca hablaban de ello ni del motivo que lo había provocado. La bondad de Yvan ofreciéndole su sangre para salvarla era tabú.
A pesar de esos pequeños tropiezos eran felices. Esos meses de verano fueron los mejores de sus existencias. Disfrutaban de largos paseos nocturnos, cenas en lugares exquisitos, habían adquirido amigos nuevos y sobre todo y ante todo se tenían el uno al otro.
En París todo parecía volver a su estado natural. Yvan mantenía frecuentes conversaciones telefónicas con Jules que lo mantenía informado: Théo (el Demonio), Max (el Brujo) y Chloé (la Licántropo) habían vuelto con sus familias y retomaban sus vidas poco a poco.
Al parecer las torturas no fueron duras solo para Salomé y se ensañaron con todos por igual. Los mantuvieron con escasos alimentos y sangre, en el caso de los vampiros, para debilitar sus dones y usaron diferentes técnicas mágicas para retenerlos. Tal fue el horror que vivieron que Bárbara, la bruja que apareció en la Defense a las pocas semanas de que Yvan se fuese con Alix, consiguió en un descuido decapitarse ella misma con una de las cadenas que usaban para trasladarla de sala en sala.
Por lo visto el objetivo de tan descabellado plan era demostrar a los miembros de los diferentes grupos de inmortales que cualquiera podía sufrir daños irreparables en las condiciones en las que eran obligados a vivir y que en consecuencia debían tomar cartas en el asunto y cambiar el panorama.
Los miembros de Eternal Life ―así se llamaba la organización― se habían mantenido ocultos por todo el mundo hasta estar completamente preparados para llevar a cabo un plan, que según ellos, devolvería la libertad a todo ser inmortal. Promulgaban la superioridad inmortal sobre la raza humana y el derecho a hacerse con el control del mundo. Creían estar condenados injustamente a esconderse y someterse a una raza débil e inferior que no cuidaba de sí misma ni de su entorno. Ellos eran superiores mental y físicamente y asumiendo el liderazgo del planeta podían disfrutar de un mundo hasta hora maltratado. Pero los seguidores de la irracional organización sabían que las normas estaban firmemente arraigadas en todos los clanes, aquelarres y facciones y que la única manera de captar adeptos era hacer que sus miembros, poco a poco, sintieran la necesidad de mostrarse tal y como eran para protegerse. De ahí el plan inicial: al mismo tiempo, en todas las ciudades con gran representación de grupos, habían iniciado secuestros y asesinatos sincronizados de todas las castas, con el único objetivo de implantar el miedo. Desgraciadamente no en todos los lugares habían conseguido desmantelar el plan y aún permanecían muchos seres desaparecidos. Además los miembros de Eternal Life eran más numerosos de lo que habían creído en un principio y era cuestión de tiempo que volvieran a reagruparse y organizarse para continuar con su empresa.
Con respecto a los miembros de la organización en París no podían hacer mucho más. No estaban seguros de haber capturado y condenado a la muerte a todos pero por el momento la situación era estable. Jules seguía indagando sobre la implicación de Frédéric en el asunto a pesar de que él mismo se había ofrecido voluntario para ayudar en otras ciudades. Sin embargo, algo en él, sobre todo su sorpresa al saber que Yvan había desaparecido, le intrigaba. Solo podía encontrar dos razones por las que el vampiro se mostrase tan alterado: o conocía a ciencia cierta que no estaba secuestrado por la organización y por eso le sorprendía la noticia, o por algún incomprensible motivo estaba muy interesado en él. Y en ninguno de los dos casos Jules iba a dejarlo correr. Por otro lado, a diferencia de la mayoría de ciudades, en París no se había encontrado a ningún otro ser inmortal relacionado con Eternal Life excepto a los vampiros pero todos mantenían los ojos bien abiertos pues las promesas de la organización eran tentadoras para muchos ya que la idea de vivir ocultos por toda la eternidad no siempre era bien llevada.
Y allí estaba ella en aquel momento, sola en la cama, tumbada y con los ojos puestos en el techo sabiendo que su groom estaba sentado en algún lugar allí arriba dándole vueltas a algún asunto que se negaba a revelarle. Nunca lo molestaba en esos períodos, sabía que él los atesoraba con ansia, pero llevaba en aquel lugar desde el amanecer y, con el sol a punto de alcanzar su cénit, empezaba a estar muy preocupada. Jamás tardaba tanto. ¿Le habría pasado algo? Tal vez no estaba allí. Era imposible saberlo con certeza, no hacía ruido y no podía notar su olor.
Se sentó de golpe con la cabeza todavía inclinada hacia el techo y agudizó el oído. Nada. Ni siquiera parecía respirar. Con serias dudas decidió tomar medidas radicales. Necesitaba saber si estaba sentado allí arriba y si estaba bien. Además ese vampiro testarudo necesitaba dormir. No dormía nada a pesar de que sus pesadillas desaparecían en alguna ocasión.
«¡A la mierda el protocolo!»
Tiró de la sábana y se cubrió por completo con ella. Visionó el tejado de su preciosa y tranquila casa y desapareció.
―Siento invadir tu espacio, estaba muy sola allí abajo ―dijo aliviada al verlo. El motivo real de su proyección era su preocupación por él pero eso lo incomodaría, así que no se lo diría.
―No importa.
Ella se sentó a su lado y apoyó la cabeza en su hombro.
―No deberías pensar tanto.
―No se me ocurre otra forma de entender y organizar las cosas.
―Podrías hablar conmigo.
―Hay cosas de las que tú y yo no podemos hablar ―decretó sin todavía haberla mirado ni una sola vez.
Alix sintió una puñalada en el corazón, más aún, sintió como el puñal se retorcía en él. Tragando saliva decidió pasar por alto aquella ofensa. Sabía que la intención de Yvan no era dañarla, tan solo había expresado uno de esos sentimientos que guardaba en su interior y que no sabía canalizar, y en parte compartía la misma opinión.
―¿Por qué lo haces siempre aquí?, quiero decir… en las alturas.
―Me gusta ver las cosas desde esta perspectiva.
―Yvan tú puedes volar, ¿recuerdas?
―Sí pero aquí no tengo que esforzarme, únicamente debo sentarme y esperar.
―¿Esperar qué?
Yvan la miró intensamente un instante y volvió a clavar la vista al frente. Tras un largo silencio y cuando Alix descartaba toda posibilidad de profundizar más en el asunto, Yvan susurró:
―A que todo pase.
Alix le rodeó fuertemente el brazo y apretó su mano. Pensó seriamente lo que iba a decir a continuación y, aunque posiblemente se arrepentiría el resto de su vida, decidió hacerlo. Tenía que darle a Yvan esa oportunidad. En eso consistía el amor ¿no?, en la felicidad del otro.
―Lo estás pasando realmente mal ―afirmó contundente.
Yvan dibujó una fina línea con la boca a modo de sonrisa ante aquellas palabras.
―Sé cuál es el problema, me refiero a cuál es el mayor de los problemas ―la imagen de Yvan ofreciéndole su muñeca se dibujó en su mente―. Llega un punto en el que el pasotismo y la ignorancia sustituyen a la rabia y el enfado y es cuando te das cuenta de que de verdad hay un problema ―reflexionó―. Yvan llevas tiempo en esta situación y yo sé qué debo hacer algo al respecto, no sé qué, nunca he sido buena haciendo planes, pero en algo pensaré ―permaneció en silenció unos segundos mientras dudaba entre seguir o mantener la boca cerrada―. No sé cuánto tiempo podrás seguir soportándolo, peor aún, no sé cuánto tiempo podré soportarlo yo. Me gusta el Yvan guerrero y luchador y verte así me daña profundamente. Sé que es por mi culpa, por todo lo que ha pasado y no debería haber pasado. Al menos no en las circunstancias en las que lo han hecho. Y sé que solo yo podré devolverte a tu vida, a tu identidad ―lo miró intensamente―… ¿Quieres qué me vaya?
―¡No! ―la miró incrédulo.
―¿Seguro? Si eso te devolverá a tu vida yo… estoy dispuesta a hacerlo.
―¡No! Ya te di esa oportunidad ¿recuerdas? ―exclamó―. Ahora es demasiado tarde, tu decidiste quedarte y yo tuve… tuve ―no conseguía encontrar las palabras exactas…
―¿Te arrepientes?
―¡No! ―su voz ya no era solo un grito, sonaba tan fuerte y colérica que daba terror― ¡¿Cómo se te ocurre pensar así?! ―sus ojos mucho más negros y profundos de lo habitual y sus voz ronca empezaba a quebrase por el esfuerzo―. ¡No entiendo que estás haciendo! ¡Decidiste quedarte Alix, podrías haberte ido y decidiste quedarte, ahora debes ser consecuente con tus actos! ¿Te arrepientes tú?
―En absoluto, es solo que no me gusta verte así.
―¡Pues entonces no subas aquí! ―las venas de sus brazos se hincharon por la fuerza que retenía en sus puños. Yvan sentía que podía explotar en cualquier momento. Estaba muy enfadado―. ¡No te exijo nada! Nunca te presiono. Intento que tus esfuerzos sean productivos haciéndote la vida un poco más fácil, jamás pregunto nada que tú no quieras decir y procuro no juzgar lo que haces cada vez que regresas de una cacería… Y tú ni siquiera puedes darme algo de espacio. ¿Qué haces aquí? Deberías estar durmiendo. ¡Yo no te necesito aquí, no quiero que estés aquí, no te he invitado! Si por tu cuenta y riesgo decides subir a interrumpir mis pensamientos deberías al menos respetarme y no lanzarme un poco más contra las cuerdas. ¿Quieres estrangularme con ellas Alix? Tú te quedaste y yo te seguí, llevo meses siguiéndote, ¿de verdad crees que esto era necesario?
Derrotado, agotado y lleno de ira se hundió aún más en el suelo. Su cuerpo sentía la necesidad de explosionar como una supernova pero se reprimiría, una vez más, y aguantaría quieto y en silencio. Había dicho mucho más de lo necesario y no empeoraría las cosas con un mal movimiento, no se veía capaz de controlar su cuerpo con precisión. Agarró fuertemente sus tobillos intentando acompasar su respiración y escondió nuevamente la mirada en sus rodillas.
Alix sintió aquellas palabras como bofetadas. Una a una le reprochaba todo lo que ella era incapaz de hacer por él a la misma vez que le echaba en cara todo lo que él sí hacía. Pero ella no quería hacerle daño, quería ayudarlo tanto como él la ayudaba a ella. La única diferencia era que creían en diferentes técnicas para hacerlo. Ella sabía a qué se arriesgaba subiendo y diciéndole aquellas palabras pero también sabía que solo así conseguiría sacar algo de él, y merecía la pena intentarlo. Yvan se sinceraba más con ella cuando lo presionaba y acorralaba en su impenetrable espacio. Aun así no se merecía esas palabras, él debía aprender a controlar su lengua.
Se levantó para darle teatralidad a su marcha. No quería proyectarse y desaparecer sin más de su lado, eso sería demasiado fácil para él. Saltaría hasta el porche para entrar lentamente en la casa, así Yvan podría ver como su novia se iba triste y desolada por culpa de sus palabras.
Dio unos pasos hasta el borde del tejado y giró un poco la cara hacia él, aunque no lo miró directamente sino que fijó la vista en el suelo.
―¿Me mentiste?
―¿Qué quieres decir? Yo nunca… puede que no esté siendo claro en algunos asuntos pero no te he mentido, nunca lo haría.
―Me dijiste que confiabas completamente en mí. Esa noche y durante únicamente unos segundos pude percibir tu aroma. En estos meses he estado meditando y creo que pude distinguirla porque te relajaste lo suficiente y confiaste en mí y eso te mostró completamente… Pero no ha vuelto a pasar. Así que, o me mentiste y mi teoría es errónea, o ya no confías en mí.
Trasladó la mirada directamente a sus ojos y pudo ver el dolor en ellos. El corazón se le comprimió en un puño y estuvo tentada a rectificar pero, dejándolo con la boca abierta y sin palabras y con todo el dolor de su corazón, dio un paso al frente y se dejó caer. Una vez trasladó el umbral de la puerta se proyectó a la cama. Con un portazo cerró mentalmente la puerta y se tapó con la almohada. Iba a llorar mucho y no quería que Yvan la oyera.
Cuando Yvan dejó de ver a Alix se impulsó fuertemente hacia arriba. Lo hizo con rapidez y potencia, quería alejarse lo más pronto posible. El sol se alzaba ya en lo más alto y eso lo debilitaría, no le importaba, aguantaría todo lo posible. Sus pulmones expulsaron todo el aire que retenían y un grito ensordecedor llenó los cielos.
El cinismo de esa mujer no tenía medidas. ¿Cómo se atrevía a decirle eso? ¿Ella que había interrumpido su meditación proponiéndole algo inaceptable pretendía darle lecciones de confianza? Cómo pretendía que confiase en ella si a la primera de cambio quería irse, y justo en ese momento. Justo cuando las cosas iban bien, que prácticamente no discutían, que habían encontrado la manera de comprenderse el uno al otro…
Miró hacia abajo y comprobó que prácticamente ya no podía ver el pueblo. No recordaba haber subido tan alto desde que descubrió su don. Notó la presión de sus puños y al abrirlos volvió a gritar enérgicamente, sin darse cuenta ascendió unos metros más. Algo latió en las palmas de sus manos y las giró para mirarlas. La sangre las cubría por completo, había apretado tan fuerte y durante tanto tiempo que sus garras le habían desgarrado. Dejó caer lánguidamente sus brazos. Estaba tan cansado que en ese momento no le importaba nada. Cerró los ojos y sintió la luz solar directamente en su cara. La imagen de Alix mirándole antes de saltar del tejado lo perseguía. ¿Por qué le había dicho esas cosas? Ella no se lo merecía. Solo quería conocerlo y entenderlo mejor para poder ayudarlo. Sin embargo ella debía entender que no estaba preparado, se lo decía una y mil veces, que todavía no. Él se encargaba de eso por ahora, necesitaba hacerlo solo. Pensaba que estaba funcionando, únicamente le pedía algo de espacio para recomponerse en los malos momentos.
¿Por qué le resultaba tan difícil respetarlo?
¿Qué más le daba a ella?
No tenía que soportar su carga ¿Acaso no era mejor así, no era más fácil vivir así?
Las lágrimas quemaban en sus ojos a punto de salir.
Seguramente Alix estaba ahí abajo destrozada y sola, sin entender nada. Y él, sencillamente, no podía hacer nada. No estaba preparado para verla. Si bajaba con ella diría cosas sin pensar y hasta le ofrecería información que no quería revelar. Era injusto, lo sabía, por eso las lágrimas lo acechaban. Confiaba ciegamente en él, era un libro abierto a pesar de intentar ocultarle su sed y su miedo al fracaso. Y por eso la adoraba, intentaba protegerlo sufriendo algo tan importante en silencio. Y no lo estaba haciendo mal. Pero él no podía contarle nada. No quería contarle las vejaciones que sufrió antes de su transformación, ni el miedo que sintió, ni hablarle de la infinita soledad, ni del dolor que se auto infringió para escapar sin saber aún que se había convertido en un monstruo, ni en lo mucho que le costaba soportar y resistir esa mierda de sed insaciable. Pero ante todo, lo que se negaba a contarle era algo sobre su mujer y su hija. Eso era suyo, solamente suyo, y lo protegía ferozmente bajo miles de capas en su interior. Era lo único que le quedaba de su feliz vida como humano y no dejaría que nadie lo destruyera.
El amor que sintió por Christina era sincero y puro, y a pesar de lo que profesaba por Alix era completamente diferente ―mucho más intenso―, no sabía cómo se lo tomaría ella si se lo decía. No quería que se sintiese defraudada y tampoco quería que ella mancillara su nombre por despecho. Y su hija… su hija era suya y no la compartiría con nadie. Nadie merecía disfrutar de su increíble mirada azul, ni de su sonrisa. Bastante tuvo con soportar como otros disfrutaban de su presencia y alegría sin poder hacer nada. Todos podían abrazarla y besarla y hablar con ella y él tenía que mantenerse oculto en las sombras haciéndole creer que estaba muerto. Así que su tesoro estaría a salvo para siempre en su recuerdo y en su corazón. Y ahora tenía que lidiar con que su novia, el amor de su vida, la tenía en sus recuerdos como él. No quería ni saber cuántos de esos recuerdos rondaban por su cabeza, simplemente ella no tenía derecho a tenerlos. Aunque lo peor no era encontrarse mirándola intentando borrarlos, sino saber que la culpa de todo la tenía él. Él se los había cedido, sin pensarlo y en contra de su voluntad y no tenía modo alguno de solucionarlo.
Su piel empezó a reaccionar al calor del sol. No parecía quemarse sino más bien emitir algún tipo de sudoración, o mejor dicho la sensación de hacerlo, pues sus pieles no transpiraban. La temperatura del cuerpo parecía ascender precipitadamente, aunque también eso era imposible, y la sensación de calor le hizo abrir los ojos. El iris de sus ojos ardió con la luz y dejó de ver. Todo se convirtió en oscuridad.
«Tú solito te lo has buscado»
Su cuerpo pareció perder consistencia y su don disminuyó considerablemente. Cayó en picado durante varios metros completamente a ciegas hasta que pudo estabilizarse. Nunca se había expuesto tan directamente y durante tanto tiempo al sol. Paseaba por las calles como cualquier ciudadano, con algo de protección solar y unas gafas los días de verano, pero allí arriba, tan cerca, era peor que tomar el sol en la playa. Muy bien, ahora sabía a lo que se refería Alix cuando le regañaba.
Sin ningún resultado frotó varias veces sus ojos intentando enfocar.
«Hora de volver a casa»
Decidió descender en línea recta pues no creía haberse desviado mucho en el ascenso. Impulsó el cuerpo hacia abajo y sin previo aviso se descontroló. Descendía en caída libre y a toda velocidad sin poder ver nada. Bien, tal vez ese era su final. La idea le preocupó más de lo que esperaba. Nunca había querido quitarse la vida pero tampoco le importaba perderla. Pero en esos momentos, le importaba mucho. No podía dejar sola a su diosa morena con ese enfado, quedaría destrozada para toda la eternidad.
Intentó concentrarse al máximo y mantenerse en el aire pero sus intentos se frustraban una y otra vez. Pateó y braceó el aire desesperado hasta que empezó a escuchar de nuevo el ruido de las calles. Estaba cerca, muy cerca.
Su cuerpo chocó contra algo duro y el chasquido de los huesos de sus piernas al romperse constató todavía más el dolor. Su cabeza rebotó por el impacto y los huesos del pómulo izquierdo se partieron. No podía ver donde estaba, ni el alcance de sus lesiones pero podía jurar que pocos huesos le quedaban sanos. La sensación de sueño cobró fuerza y decidió ceder. No podía hacer mucho, tan solo esperar a sanar por sí solo, con el permiso del sol, por supuesto.
Alix no podía mantenerse quieta ni un momento. La rabia iba a consumirla en algún momento, sus sienes estaban a punto de reventar por la presión en su cabeza.
«Maldito vampiro engreído»
Llevaba sola toda la tarde. Desde la pelea, al mediodía, no lo había vuelto a ver, y ya había oscurecido y ni siquiera la había llamado. ¿Qué pretendía con eso? Se preguntaba una y otra vez. Siempre arreglaban las cosas al poco tiempo de suceder y todo volvía a ser como siempre. ¿A caso pretendía darle una lección?
«Maldito vampiro presuntuoso»
Al principio no se dio mucha cuenta de su ausencia porque estuvo llorando entre las sábanas hasta quedarse dormida. Luego se dio una ducha y se sentó un rato a husmear por la web. Empezó a preocuparse un poco al ver que Yvan no entraba en ningún momento, ni tan siquiera a pasearse de morros por delante suya. Con el paso de las horas la preocupación se transformó en irritación. Incluso se atrevió a subir al tejado un par de veces para proyectarlo a la fuerza al interior de la casa, aumentando la rabia progresivamente cada vez que confirmaba que no estaba.
«Maldito vampiro cobarde»
Y ahí estaba en ese momento, mirando el gigantesco reloj de cocina colgado de una pared que marcaba las diez y media y no se apiadaba de ella ofreciéndole una tregua. Recogió la suculenta cena de reconciliación que había preparado y la tiró a la basura. Miró con tristeza los trozos de carpaccio y solomillo y cerró la tapa. Quería matarlo con sus propias manos. Seguramente era mejor que no apareciese en esos momentos porque no podría reprimirse. Observó la nueva encimera de la barra y disfrutó con la idea de volverlo a partirlo con su espalda, le cabrearía mucho tener que buscar otro de su gusto, era muy exigente con la decoración.
«Maldito vampiro esnob»
Una vez terminó de recoger la cocina se sirvió una copa de vino y volvió a mirar el reloj. Casi las diez y treinta y cinco, cerró los ojos con pesar renegando de la velocidad de sus movimientos. Posó con tanta fuerza la copa de vino sobre la encimera que se rompió. Dispuesta a tomar algo más contundente decidió proyectarse hasta el salón aunque antes pasó por la habitación para comprobar las llamadas de su móvil. En la pantalla no aparecía ninguna llamada ni mensaje. Tragándose el orgullo con mucho esfuerzo tocó su nombre en la pantalla, lo único que escuchó del otro lado fue el antipersonal mensaje de la compañía telefónica.
Apagado o fuera de cobertura, increíble.
«Serás capullo»
Tiró el móvil sobre la cama y el ruido de la puerta principal golpeando contra la pared la sobresaltó. Acto seguido algo cayó en el suelo provocando un golpe seco. Se proyectó al instante hasta allí y se quedó helada al ver a Yvan tirado en el suelo de la entrada.
―¡Yvan!
Se agachó a su lado y le movió la cabeza para poder verle la cara encontrándose con un rostro desfigurado y amoratado. Le costaba incluso reconocerlo.
―¡Yvan, Yvan. ¿Me escuchas?! ―lo cogió por los hombros y lo hizo girar con cuidado.
Sorprendida toqueteó todo el cuerpo inerte de Yvan. La camiseta estaba hecha jirones y manchada de tierra y los pantalones vaqueros no se encontraban en mejor estado. Uno de sus brazos no parecía tener una posición apropiada con la anatomía y aunque no había abundantes restos de sangre, excepto en las manos, sí se apreciaban algunos cortes y rasguños en el pecho y la cara. Pero sobre todo, lo que más destacaba, era uno tono azulón y morado por toda su piel.
―¡Despierta, ¿me escuchas?, estoy aquí, estás en casa!
Yvan abrió un poco los ojos e intentó forzar una sonrisa pero el dolor de los músculos de la cara se lo impidieron. Notaba toda la zona hinchada y sin movimiento.
―Chiss… estoy bien ―habló entre quejidos.
―¿Qué te ha pasado? ―le sujetó la cara con cuidado entre sus manos.
―Necesito descansar un poco nada más.
―¿Cómo puedes decir…? ―pasó suavemente los nudillos por la línea de su cara― ¿Que te ha pasado?
―Es una larga historia, nena ―mascullaba―. No creo poder contártela ahora. ¡Argh! ―protestó al intentar incorporase.
―¿Qué diablos intentas hacer? ―Alix lo empujó tiernamente pero con firmeza hasta que descansó de nuevo la espalda en el suelo.
―No tiene mucho mérito, casi no puedo moverme ―forzó una sonrisa para relajarla y mostró unos colmillos casi totalmente desarrollados.
Pero lo que a Alix le sorprendió más fue ver que dos de sus incisivos ―el central y el lateral superior― estaban rotos y que los otros dos habían desaparecido por completo. Asombrada y preocupada puso los ojos en blanco a su comentario y lo proyectó hasta la cama. Allí le quitó toda la ropa con sumo cuidado y pudo apreciar mejor la inmensa cantidad de moratones que profanaba su hermoso cuerpo.
―¿Quién te ha hecho esto Yvan?
―No vas a creerlo, nena ―cerró los ojos al notar dolor cuando Alix rozó sus tobillos.
―Dios mío, es como si te hubiese atropellado un tren.
Yvan carcajeó y tosió al faltarle el aire en los pulmones. Alix se trasladó un poco más arriba, a la altura de su pecho y se arrodilló en la cama. Le cogió las manos para ver las heridas de las palmas y observó que el brazo derecho no se flexiona.
―¡Ayyy!, joder eso duele.
―Yvan ¿tú te has visto?
―No pretendo hacerlo, me basta con sentirlo. No te preocupes nena, es solo un hueso mal curado, tiene arreglo.
Alix se proyectó al baño y mojó unas toallas con agua. Decidida a limpiar todo el barro y la sangre para ver mejor las lesiones, regresó a su lado y lo encontró con los ojos cerrados y la boca apretada en una mueca de dolor. Acercó una de las toallas a su cara y le rozó la barbilla con ella.
Sobresaltado Yvan abrió los ojos y vio frente a él a Alix, con lágrimas en los ojos, pasándole una toalla por la cara. Cerca, demasiado cerca.
―¿Qué haces?
―Cuidarte, voy a limpiar tus heridas para saber mejor a qué nos enfrentamos.
―¡No!
Subió el brazo menos dañado y le sujeto por la muñeca casi sin fuerza.
―Tranquilo, te vas a poner bien ―respondió Alix confusa sin saber que más decir.
―Puedo hacerlo solo.
Alix se acercó más a su cara y le dio un dulce beso en los labios. El olor a cítricos lo impregnó y sus sentidos se turbaron.
Llevaba horas herido bajo el sol. Su cuerpo había tardado muchísimo en empezar a sanar debido a eso y a la falta de sangre.
Desplazarse hasta su casa, a pesar de la corta distancia, le había supuesto un desgate exageradísimo y su bella mujer estaba allí mismo, tan cerca, ofreciéndole caricias que lo estaban matando y besos que lo cegaban. Tenía sed, quería beber para recuperarse y dejar de sentir ese dolor. Poseerla allí mismo, una y otra vez. La había echado tanto de menos… Olía tan bien…
―No me toques Alix.
―¿Te he hecho daño? Perdona tendré más cuidado.
Cerró los ojos para no verla, necesitaba calmarse. Sí, le hacía daño, pero no físico. Estaba sediento. Olía tan bien…
―Déjame solo ―gruñó intentando no aspirar.
―No me puedo creer que aún estés enfadado ―dijo nerviosa―, no digas tonterías lo importante es que te mejores.
―¡Vete Alix! ―a pesar del dolor gritó con potencia mostrando los colmillos totalmente desarrollados.
―Yvan, lo siento…tienes sed ―susurró abatida llevándose las manos a la boca. Lo veía tan poco beber que ni había pensado en ello―. Te traeré algo ahora mismo.
―No. ¡Vete! ―exclamó y viendo la confusión en la cara de Alix se enfadó―. ¿Vas a obligarme a decírtelo?
Los ojos de Alix se abrieron como platos al comprenderlo.
Buscó el móvil entre las sábanas y saltó de la cama lo más lejos que pudo.
―Lo siento ―balbuceaba.
―¡Vete joder, ahora!
Sacó la llave de la cerradura y salió al pasillo cerrando la puerta como si eso pudiera detenerlo. Se sentó en el suelo mirando la puerta fijamente como si pudiese vigilarlo a través de ella y llamó a Jon.
―¿Dónde demonios estáis? Os he preparado una fiesta de bienvenida, pero ya se ha terminado el champán.
―Jon ―dijo Alix entre sollozos.
―Alix que te pasa, ¿dónde estás Yvan?
―Jon… tienes que venir, Yvan está herido y creo que puede perder los papeles en cualquier momento… yo no puedo ―hipo―, no puedo ayudarle. Necesita sangre y cuidados pero no quiere que me acerque.
―Tranquila cielo, salgo enseguida.
―¡No!, tardarás demasiado, te importa si te trae Salomé, iría yo misma pero no quiero dejarle solo. Jon, tengo miedo de no poder controlarlo estaba tan nervioso… su mirada…estaba desesperado Jon, es consciente de que se le va de las manos.
―Escúchame Alix, tú eres más rápida, solo debes proyectarte cuando lo veas venir, no dejes que te toque. No se lo perdonaría nunca.
Ese comentario la hizo sentirse dolorosamente despreciada pero sabía que Jon tenía razón y ella había decidido vivir con eso.
―Bien, voy a llamar a Sa para…
―No importa ―interrumpió―, está aquí conmigo, vamos hacia allí.
Dejó el teléfono en el suelo y escuchó el golpe de varios objetos caer al suelo en la habitación.
―¡Jon está de camino cariño no te preocupes!
―Puedo olerte Alix, ¿por qué coño puedo olerte? ¡Vete!