XVII
«¿Dónde estoy? ¿Qué hago aquí?»
Poco a poco fue saliendo de la reconfortante oscuridad y recuperando la conciencia. El recuerdo de todo lo sucedido la hizo temblar de dolor. A pesar de que sus heridas se encontraban en fase de curación la agonía era espantosa. Cada jornada al llegar el atardecer sucedía lo mismo, y cada día sentía más miedo a las sombras de la noche que al propio día. Su cuerpo se quemaba una y otra vez y no podía encontrar consuelo hasta que el sol se escondía, pero con la oscuridad la angustia y el miedo regresaban puntualmente a la misma hora. Tiró fuertemente de las cadenas que la sujetaban de pies y manos sin ningún éxito. Tenía que seguir allí hasta que él quisiera.
«Oh no… ya viene. Puedo oír sus pasos. ¡Alix! ¡Alix por favor escúchame! ¡ESCUCHAME POR FAVOR!»
―Hostia tío cada vez es más repugnante.
―La verdad es que es una lástima, era preciosa.
―Quizá deberíamos acabar con ella de una vez por todas.
Dos individuos con las cabezas tapadas por capuchas, vestidos de negro y con botas militares por encima de los pantalones se aproximaron a Salomé. Al agacharse a su lado uno de ellos rozó sin querer uno de sus brazos haciendo que ella se removiese de dolor.
―Vaya, vaya, cada vez te resulta más difícil regenerar tu piel ¿verdad? ― el hombre abrió una mochila y sacó de ella una bolsa de sangre―, no te preocupes hoy estás de suerte, te traigo un reconstituyente.
―Por favor no lo hagas, acaba con esto de una vez ―balbuceó Salomé.
―Ya me gustaría preciosa pero órdenes son órdenes y tú has tenido la mala suerte de ser un ser único… ¡Bebe! ―ordenó mientras acercaba el extremo de la vía lleno de sangre a su boca.
Salomé intentó controlar su sed y apretó fuertemente los labios. Prefería morir a volver a soportar el dolor de su piel al quemarse. O peor, el dolor al sentir su piel intentar recuperarse y sin embargo arder una y otra vez.
―¡Vamos colega, acaba con esto! No me gusta estar aquí ―dijo el segundo hombre sujetando a Salomé por la barbilla y obligándola a abrir la boca.
―Vamos pequeña así podrás disfrutar de un día más ―rozó la curva de su mandíbula al acercar de nuevo la bolsa de hospital―, a lo mejor vengo a verte a mediodía y te traigo un regalito.
Salomé abrió los ojos sorprendida. Los primeros días habían ido a visitarla a menudo e incluso le proporcionaban alimento y sangre con frecuencia pero pronto programaron las visitas solo por la noche, con el paso de los días cada vez le administraban menos dosis. Suponía que el espectáculo era demasiado desagradable incluso para aquellos sicópatas. Por eso le sorprendió el comentario, ¿volvían al principio?, ¿Cuánto más pretendían demorar esa tortura?
―¿Por qué hacéis esto? ―el hombre aprovechó para introducir el tubo en su boca y ella empezó a succionar.
―Pura curiosidad ―apartó el pelo que caía sobre su frente―. Queremos saber cuánto es capaz de soportar un inmortal y tú has sido, sorprendentemente, un buen experimento ―acunó su cara con una mano provocando un intenso dolor―. Lo estás haciendo muy bien, estamos orgullosos de ti. Sabíamos que los vampiros son la raza más poderosa pero tu resistencia es algo sorprendente. Necesitamos seguir hasta el final, hay apuestas y todo. Yo he apostado fuerte ¿sabes?, no me falles pequeña ―tiró la bolsa vacía a un lado y lamió un hilillo de sangre que caía por la comisura de su boca.
―¡Joder tío… me largo! Estaré abajo terminando el papeleo.
―No me gusta verte así ―sin prestar atención a su compañero el encapuchado le susurró al oído mientras seguía el recorrido de su barbilla con la punta de la lengua―, sinceramente, tenías una preciosa piel. Antes habla enserio, si puedo mañana me escapo y te traigo a alguien para que puedas recuperarte. Lo malo es que solo puedo intentarlo durante el día, los jefes descansan ya sabes, y no sé si el efecto será el deseado. ¿Quieres que lo intente?
Salomé negó con la cabeza mientras sus mejillas se llenaban de lágrimas. Su piel empezaba a tener mejor aspecto pero desgraciadamente su recuperación no era suficiente para intentar moverse y matar a ese desgraciado. Con miedo en los ojos volvió a negar con la cabeza sin pensar en que eso lo alentaría más. No quería que lo hiciera, el dolor sería terrible.
―¿No? Vaya, pensé que me lo agradecerías. Bueno lo meditaré esta noche, me encantaría volver a ver esos hermosos ojos azules sobre una nívea piel, aunque fuese por última vez.
―Por favor…
―Te has quedado sin palabras, con lo mucho que molestabas al principio… que pena.
El hombre se levantó y la rodeó comprobando las cadenas que la sujetaban. Recogió la mochila dejando caer una bolsa de sangre al suelo lo suficientemente cerca como para despertar la ansiedad de Salomé sin llegar a darle acceso a ella.
―¿Dónde está tu amiga?
―No lo sé.
―¿Seguro?
―Ya te lo he dicho una y otra vez, discutí con ella y la abandoné, no sé dónde estará ahora.
―Lo preguntaré otra vez. ¿Dónde está Alix?
―¡Te he dicho que no lo sé!
Se giró bruscamente mientras se colgaba la mochila al hombro y antes de dar el primer paso pisó la bolsa esparciendo el líquido a su alrededor. Salomé desarrolló los colmillos al percibir el olor tan cerca. Estaba sedienta y herida, necesitaría decenas de bolsas como esa para sentirse satisfecha y sin embargo pasaría la noche cerca de un charco sin poder probarlo. Iba a ser terriblemente doloroso.
UNA SEMANA MÁS TARDE, SANG CHAUD
Colin Trout bajaba por la escalera de acceso a la oficina de Jules. Le sorprendió que lo citaran en ese local pero ahora que conocía el lugar entendía perfectamente los motivos. El loco de Jules parecía tener claro que la seguridad de los suyos era lo más importante y no había escatimado en gastos para dotar las instalaciones con la mejor tecnología. Se quedó mirando el lector de huellas situado al lado izquierdo de la puerta brindada y esperó. Al instante la puerta se abrió y emanó de ella una extraña mezcla de olores.
―Bienvenido Colin, te estábamos esperando.
Tomó una gran bocanada de aire antes de entrar y le echó valor al asunto.
Una vez cruzó el umbral la puerta se cerró automáticamente. Frente a él, sentados en sillones de cuero negro con apariencia confortable, se encontraban los líderes de los diferentes clanes del submundo albergado en París.
―Veo que sabes cuidarte Jules ―dijo mientras le ofrecía un fuerte apretón de manos al líder Forseker―. Siento el retraso, estaba fuera hablando por teléfono con mi mano derecha, quería estar al día antes de entrar.
―¿Te refieres a Eric, como se encuentra?
―Perdiendo la esperanza, imagínate su infierno.
―Toma asiento por favor ―Colin se acercó al grupo seguido de Jules y les tendió la mano uno por uno.
La primera fue Gisele Marie, la jefa del aquelarre de las brujas, a la que sonrió con ternura.
―Hola Gisele, debo informarte de novedades. Eric me acaba de comunicar que han encontrado un cuerpo desangrado y en muy malas condiciones en La Defense. No están seguros pero parece posible que sea Bárbara.
―¡¿Qué?!
Gisele lo miró con la cara desfigurada. Su extrema palidez y su nariz afilada parecían destacar sobre todos sus otros rasgos. Sacó el móvil y se dirigió al otro extremo de la habitación. Colin solo podía ver la corta melena rizada color caoba sobre unos hombros caídos, derrotados. El sonido de su zapato golpeando inquieto el suelo, una y otra vez, era lo único que se escuchaba en la sala.
Colin giró la cara y le ofreció la mano a Remi Dufour, el líder del clan demoníaco. Remi pertenecía al clan de los demonios de luz. Su raza había sido creada para mantener el equilibrio entre especies y no se les podía posicionar en ningún bando, a veces estaban en el lado del bien, a veces en el del mal. Sus dones y habilidades se manifestaban solo cuando era necesario y si la elección de bando era considerada la adecuada para el equilibrio.
Colin pensó en ello mientras mantenía el fuerte apretón y le propinaba unas palmadas en la espalda con la otra mano. Ese ser de más de dos metros de altura, anchos hombros y fuertes muslos era el recuerdo andante de que no todo era lo que parecía; ni los buenos eran tan buenos ni los malos tan malos. A veces los actos de unos eran consecuencia de los actos de otros, y pensándolo detenidamente…
¿Quién tenía derecho a juzgar cuál era correcto?
¿Quién era él para decidir quién era bueno o malo?
¿Acaso él no era malo a veces?
―Espero que puedas estar de nuestro lado esta vez viejo amigo.
―Yo también Colin ―una sonrisa traviesa mostró sus blanca dentadura― ¿Dónde te has metido?, echo de menos tomarme unas copas contigo.
―No son tiempos fáciles Remi… no salgo mucho.
―Siento mucho lo de Chloé.
―Aparecerá.
Colin se dirigió hacia Frédéric Neveu, el líder de la facción vampírica perteneciente a la Orden, y le dio un rápido apretón. Tomó asiento entre Remi y Gisele de manera que tuviese justo enfrente a Frédéric. No podía confiar en ninguno de los allí presentes al cien por cien pero al único que no perdería de vista ni le daría la espalda bajo ningún concepto era a ese vampiro. Miró rápidamente a Gisele, la cual había finalizado su conversación y no mostraba muy buen aspecto, y con un movimiento de labios ofreció un “lo siento”. Ella se lo agradeció con un simple asentimiento de cabeza.
―Bien ―dijo Jules ocupando su asiento―. Lamento esta reunión inesperada y precipitada pero tengo que pediros un favor.
―¿De qué se trata? ―preguntó Gisele intrigada y ansiosa por salir de allí.
―Sé que todos estamos trabajando duro para encontrar al responsable de las desapariciones y que además nos visitan uno o dos Nosferatus pero necesito vuestra ayuda.
―Jules, siento interrumpir, pero si con ayuda te refieres a movilización de hombres, te diré que la reunión termina para mí ―dijo Colin levantándose del sillón.
―Espera Colin, escúchame primero ―tragó saliva―. No estás equivocado. Pero puedes quedarte y escuchar, luego decide.
Colin volvió a su asiento y Jules le hizo un gesto a un chico que esperaba silencioso cerca del mueble bar. Este empezó a servir unas copas que luego ofreció uno a uno.
―Como os he dicho necesito vuestra ayuda, uno de los míos ha desaparecido.
―¿Qué? ¿Cuándo?
―Hace casi tres semanas Gisele.
―¿Por qué no lo has comunicado antes?
―No creo que tenga que ver con las desapariciones.
―¿Por qué estás tan seguro? ―espetó Remi.
―No lo estoy, pero no quiero creerlo.
―¿Para qué nos llamas después de tanto tiempo?
―He hecho todo lo que puedo con los recursos de los que dispongo en estos momentos pero todos sabéis que no son muchos. Tengo a la mitad de mi gente con las desapariciones y la otra mitad con los Nosferatus. He pensado que si me ayudáis y nos redistribuimos las zonas y medios tendría mejores resultados.
Colin dio un largo trago y lo miró con dureza.
―Lo siento Jules pero no puedo ayudarte. Chloé sigue desaparecida y ya pierdo recursos con la búsqueda del Nosferatus, sabéis que me importa una mierda, solo acepté buscarla para tener ayuda con Chloé, no malgastaré a más gente.
―¿No crees que esté en la misma situación que tú? ―se frotó la frente buscando una calma que no encontró―. Yo no tengo nada que ver con ninguno de vosotros, ni siquiera creo ser como vosotros y sin embargo estoy aquí, ¡siempre estoy aquí!
―No es lo mismo Jules, tú mismo has reconocido que no tiene que ver con los puntos de nuestra alianza. Quizá solo se ha ido.
―No, él no haría eso. Algo le ha pasado ―Jules bajó la cabeza como queriendo hacer desaparecer algún mal pensamiento.
Segundos después Remi retomó la conversación.
―Jules, sabes que nos estás pidiendo mucho sin tener nada consistente, si tuvieses alguna pista de que es otro secuestro… sería diferente.
―De acuerdo, pues entonces la reunión cambia de enfoque ―los miró uno a uno y se levantó para dejar la copa en una pequeña mesa―. La alianza queda anulada para los Forsekers.
―¡Jules! ―gritó Gisele.
―Lo siento, uno de mis mejores hombres ha desaparecido y necesito todos mis recursos para encontrarlo. No somos muy numerosos y ya sabéis que no somos tan fuertes ni tan hábiles como vosotros ―dijo con sarcasmo―, así que… sé que lo entenderéis.
―¡Jules! ―volvió a reclamar Gisele, ahora con preocupación en su voz―, te necesitamos, ya lo sabes.
―No. Necesitáis a mi mano derecha y mejor hombre, y desgraciadamente ha desaparecido.
―¡YVAN! ―habló por primera vez Frédéric. Todos lo miraron sorprendidos como si se hubiesen olvidado de que estaba allí.
―¿Yvan? ―intentó confirmar el jefe licántropo.
―No puede ser ―Frédéric susurró esta vez para sí mismo, su mirada perdida en el suelo…
―Sí, Yvan ―siguió Jules ignorando al vampiro pero sin quitarle el ojo de encima―. Veo que ahora empezáis a escucharme. Me alegra ver que todos recordáis que mi chico siempre os ha echado una mano.