V
Apoyado en el antepecho de su ático Yvan no podía dejar de sentir el vacío y el desasosiego recorriendo todo su ser. Tenía la mirada perdida, lejos de la realidad. Llevaba así toda una semana, justo desde que conoció a aquella mujer. No podía concentrarse en nada y convivía con un mal humor constante.
«¿Cómo puedo solucionar esta situación?»
Se sentía totalmente perdido. Era un vampiro relativamente joven, sólo hacía dos siglos desde el desgraciado accidente, así que muchas de las cosas escapaban a sus conocimientos. En esos casos le preguntaba al líder de su clan, Jules Leblanc, pero esta vez era imposible. Para explicarle la situación debía contarle lo sucedido con aquellos cuatro humanos asesinados y todavía no quería hacerlo. Era una terrible falta de responsabilidad, lo sabía. Esa mujer estaba suelta por la ciudad sin vigilancia. Todos los días se prometía a sí mismo que la seguiría e impediría cualquier acto malvado pero también todos los días evitaba hacerlo.
«Doy asco» pensó pasándose la mano por su corto pelo como si así pudiese borrar sus pensamientos. Dio media vuelta y se sentó en un sillón situado en el centro de la terraza.
El lugar era encantador y la luz del atardecer aportaba una sensación de amplitud mayor de la que poseía en realidad. Los dos grandes sillones de rattan marrón chocolate situados en el centro tenían la tapicería blanca y los respaldos altos, imitando dos tronos. Rodeaban una mesa redonda de cristal donde lucía un majestuoso ramo de lirios blancos. En el extremo izquierdo un gran sofá redondo chill out del mismo material y color pero con al menos una veintena de cojines en tonalidades que iban desde el rojo al granate mezclando algún que otro blanco o marrón. Justo desde el centro colgaba una gran mosquitera blanca recogida por tres extremos. Al otro lado, bajo una gran pérgola de aluminio negro con cortinas blancas, una mesa para doce comensales esperaba ser usada otra vez.
Después de unos minutos con los codos apoyados en las rodillas y la cara pegada a las manos Yvan se incorporó de un salto. Estaba decidido a acabar con ese terrible embrollo. Necesitaba hablar con ella. Hasta ahora el miedo lo había paralizado. No quería admitirlo pero le tenía pavor a esa mujer. No era miedo físico, él era fuerte y rápido, sino miedo a lo desconocido. Cuando aquella belleza le tocó sufrió una pequeña y extraña descarga eléctrica, y al besarlo su cuerpo perdió cualquier tipo de control. Le habían hablado de esa sensación, algo parecido ocurría cuando encontrabas a tu Novia. Pero eso no podía ser, ella era Nosferatus o, en el mejor de los casos, un miembro de la Orden. ¿Cómo podía el destino ser tan horrible? Ni tan siquiera los dioses podrían permitir tal maldad.
No. Claro que no. En realidad aquella mortífera inmortal tenía una gran psique y sus artimañas habían sido tan retorcidas que todavía lo confundían.
«Sí, voy a matarla. Merece morir por hacer tanto mal»
Se dirigió a gran velocidad hacia la casa de Alix. Su subconsciente luchaba por brotar a la realidad. Le gritaba insistentemente que las sensaciones que ella le trasmitía eran buenas, que la necesitaba, que ella lo buscaba y que en ese mismo instante estaba asustada y en peligro. Pero Yvan no escuchó, no podía hacerlo, volvía a sentir miedo.
«¡Maldita mujer, pretende volverme loco!»
Corrió durante unos minutos interminables. No podía usar toda su velocidad porque a pesar de que empezaba a anochecer todavía había gente en las calles. No sabía proyectarse así que solo le quedaba actuar como un humano, rápido, pero humano. A veces se permitía el lujo de prácticamente volar aprovechando alguna sombra o calle totalmente desierta. Al entrar en la calle donde vivía Alix percibió su aroma, no pudo evitar inhalar profundamente y disfrutar de ello. Ella había pasado por allí, pero el débil rastro de su fragancia le indicaba que hacía ya unas horas. Realmente le sorprendía poder seguirlo. Su olor lo llevó justo donde se dirigía. Su casa. Pero su aroma no se perdía allí, en el edificio, sino que señalaba otra ruta. Siguió calle abajo, al principio con calma, pero al descubrir que la esencia cítrica mezclada con un toque de fresa se perdía por el bosque, el pánico le envolvió. Eso era terrible. Estaba sola, en un lugar solitario y grande, donde era fácil encontrar personas haciendo footing y paseando, y para más inri estaba atardeciendo.
«Estupendo» pensó mientras la furia se acomodaba en su estómago. Sin embargo, no supo distinguir si le irritaba más el hecho de que posiblemente aquella mujer estaba a punto de matar ―otra vez―, o que eso le obligaba a capturarla y entregarla sin más demora. Y aunque eso sería estupendo, pues era lo que había ido a hacer, la idea le desagradaba intensamente.
Se adentró en el bosque a toda velocidad y persiguió su aroma con tanto ímpetu que ya no le importaba nada más. Ni los humanos ni el resto de inmortales podían causarle más problemas que aquella maldita asesina. Al detectar con más intensidad el olor a margarita de fresa se encaramó a un árbol para observarla. Le sorprendió encontrarla sentada bajo un gran árbol cerca del lago. Estaba totalmente quieta y a primera vista parecía dormida aunque su agitado pulso no podía engañarlo.
«¿En qué piensas preciosa?»
La observó detenidamente, era tan hermosa… a pesar de que su espesa melena azabache estaba cubierta por una visera blanca podía ver una larga trenza caer por el hombro derecho. No podía admirar sus grandes ojos verdes porque estaban ocultos tras unas gafas de cristales oscuros y montura de pasta atigrada. Pero sí pudo apreciar una palidez extrema que no recordaba.
«¿Qué te pasa, demasiada sangre?»
Al no poder ver ni las ojeras ni los ojos de Alix no pudo diferenciar entre la palidez de un Nosferatus o la que provocaba la sed. Y eso decantó la balanza hacia el peor de los casos. Se enfureció.
Los Nosferatus se debilitaban mentalmente de una manera progresiva debido a la excesiva ingesta de sangre pero sobre todo a la obsesión por beber y matar. Eso mermaba la fuerza psíquica pues no podían mantenerse centrados en algo durante mucho tiempo. Sin embargo físicamente se desarrollaban en exceso. Eran más fuertes, más veloces, más agiles… pero por alguna extraña razón también eran muy sensibles al sol, su piel podía volverse casi traslúcida y sus huesos se deformaban haciéndose muy frágiles. Era como una broma del destino, lo que te fortalece, en exceso, te debilita. Creían que era una especie de mecanismo de defensa. Por paradojas del destino eso protegía a su especie. Ningún vampiro quería cerca a uno de ellos, eso los delataba ante los humanos, pero sobre todo ante otros inmortales como licántropos, demonios, brujas… desde hacía milenios tenían un pacto: no se pone en peligro a la humanidad, ni a otros seres y todos vivimos en “paz”. De momento funcionaba… más o menos.
Los Nosferatus infringían las normas y eso era peligroso para su especie. Por eso creían que la debilidad de la psique, la extrema sensibilidad al sol y los otros rasgos de su naturaleza beneficiaban al resto, porque facilitaba tanto su identificación como su destrucción.
Yvan se incorporó para coger impulso y descendió de la rama con tanta ira que en el suelo vibró sutilmente. Al mismo tiempo vio como Alix se levantaba grácilmente y se dirigía al sendero que rodeaba el lago. Al comprobar que su destino era un hombre que se dirigía corriendo hacia allí con un completo equipamiento deportivo y el Ipod sujeto al brazo, no perdió ni un segundo más. Se desplazó rápidamente y se plantó frente a ella para cortarle el paso. Esperó una agresividad por parte de ella que no llegó, justo como había pasado la primera vez que se vieron, aun así mantuvo su posición como si sus pies fuesen raíces.
―¡¿A dónde crees que vas?!
Observó con gran asombro como aquella mujer se quitaba las gafas muy despacio y le mostraba unos ojos suplicantes y llenos de lágrimas. El labio inferior de su carnosa boca temblaba, su mano derecha se sacudía con leves espasmos haciendo que las patillas de las gafas castañeasen y su brazo izquierdo sujetaba con un fuerte abrazo su estómago. Aquella imagen derrumbó todos los muros de Yvan. Su corazón bombardeó todas sus murallas mentales. Llevaba días preparándose para esta batalla construyendo grandes fortalezas que rodeasen la poca voluntad que sabía que le quedaba y en tan solo una milésima de segundo su corazón había ganado no solo la batalla sino toda una guerra. Se acercó a ella sin decir nada y justo cuando vio como el hombre pasaba de largo echando un rápido vistazo a aquella beldad, notó que Alix perdía el control de sus piernas y sus rodillas cedían. Antes de que ni siquiera rozase el suelo la tenía sujeta por la cintura. La alzó permitiéndose el lujo de acercar su nariz a la nuca e inhalar su increíble perfume. Notó una ligera descarga muy placentera cuando Alix, agradecida por su ayudada, rodeo su cuello con los brazos. Y justo en ese instante lo vio todo negro.
¿Qué era todo aquel caos?
Un sinfín de imágenes sin sentido inundaban su cabeza y la sensación de velocidad junto a la inestabilidad del lugar le causaba vértigo.
Intentó mantenerse quieto, no pudo.
Intentó enfocar su visión, no pudo.
Intentó gritarle a aquella odiosa mujer, no pudo.
Así que tan solo le quedó la opción de mantenerse en alerta, dispuesto a atacar.
Cuando Yvan volvió a notar el peso de su cuerpo se aseguró de tener los pies en el suelo, inhaló por si reconocía algo o a alguien, y el aroma de un margarita recién hecho le abofeteo tan fuerte que no pudo ni quiso contener al animal que le costaba tanto apaciguar en lo más profundo de su ser. Lo dejo salir. Sin abrir los ojos, pues no quería verla, se agazapó para coger impulso. Dio un gran salto hacia su presa y notó como los colmillos rajaban su labio inferior al desplegarse. Chocó contra ella lanzándola al frente. El impacto hizo que abriera los ojos y vio que la había lanzado encima de una cama. Voló hasta allí y se dejó caer a cuatro patas sobre ella formando una prisión con sus extremidades. Sin coger aire para respirar rugió todo lo que le permitió el oxígeno que guardaba en su interior y acercó los colmillos a su yugular. Quería matarla, no podía soportarlo más. Su presencia lo atormentaba tanto… y pensar que creía que…
Notó una leve caricia en la mejilla. El roce fue tan cálido y dulce que inmediatamente su cuerpo reaccionó contra su mente.
¿Cómo podía ser que esa mujer se atreviera a eso?
Volvió a rugir, más fuerte que la vez anterior. Al hacerlo tuvo que inhalar y estando tan cerca de ella… su cuerpo se estremeció de placer. Ella ni siquiera se movió, no pestañeó, no respiró.
¿Quería demostrarle algo?
Yvan levantó un poco la cabeza para tomar perspectiva y poder observarla mejor. Asombrosamente Alix volvió a dirigir la mano hacia él.
―Tranquilo “groom”, estás en mi casa, no pasa nada ―Alix se mostró todo lo cariñosa que pudo y posó la palma de la mano en su duro pecho.
―¿Qué quieres de mí? ―su voz fue tan dura y ronca que ni él pudo reconocerla.
―¿Qué me beses?
La voz de Alix consiguió mantener la calma cosa que a ella le resultaba difícil, se incorporó un poco sobre los codos y tuvo la valentía de rozar con sus labios la boca de Yvan.
«¿Cómo es posible?»
A Yvan aquel acto le pareció una temeridad y sin saber por qué le llenó de orgullo. Aquella chica se jugaba la vida solo para besarlo. ¿A él?
Su corazón reclamó lo que era suyo. Le recordó que no podía continuar con aquella batalla absurda, que ya se habían reconocido aunque a él le costaba admitirlo y que desde hacía unos instantes tan solo quería besarla. Y bajo su asombro, y el de ella, se rindió.
Sus colmillos retrocedieron y sus labios atraparon lo que le ofrecía, lo que le pertenecía. Abrió la boca y con su lengua separó los hermosos labios color carmesí. Jugueteó, mordió y exploró el interior de su boca. Sus lenguas se enlazaban y sus labios húmedos memorizaban los rasgos de su rostro y cuello. Poco a poco su excitación fue aumentando y notaba que a ella le ocurría lo mismo. Sus nervios se relajaron y se dejó llevar por las caricias que aquella desconocida le proporcionaba. No quiso pensar. Se acercó a ella hasta que sus cuerpos se rozaron. Pudo sentir sus pechos calientes y duros. Y ella pudo notar su erección. Lentamente se fueron quitando la ropa. Con cada roce, caricia o beso, una chispa eléctrica estimulaba más la zona. Se acariciaron con curiosidad, pues la experiencia era cautivadora. Sus cuerpos, extremadamente sensibles, reaccionaban positivamente a las manos del otro. Se besaron en la boca, en el ombligo, en el pecho… cualquier lugar que les permitiese conocerse y saborearse mejor.
El tiempo se detuvo en la habitación de Alix. Ambos, a pesar de sus diferencias, habían encontrado lo que el destino les reservaba y lo que todos los inmortales ansiaban, encontrar su pareja. Era el tesoro más apreciado de la inmortalidad, algunos caían sin haberlo encontrado, otros lo buscaban durante siglos. Pero ellos ya estaban juntos y sus cuerpos rechazarían cualquier otra opción. La pasión entre ellos fue aumentando, sus cuerpos se entendían y complementaban a la perfección. Jamás habían sentido tanto placer tan solo con una caricia por lo que no querían dejar de tocarse. Los movimientos se volvieron más agitados y los besos más intensos, hasta que al final el sexo lo dominó todo.
La noche ya había caído completamente en el exterior. Habían pasado bastantes minutos desde su encuentro en el bosque y por primera vez estaban experimentando el verdadero placer. Después de tanto tiempo se habían encontrado y ahora solo les interesaba estar el uno con el otro. No les interesaba nada ni nadie. Pero algo muy importante había pasado. Mientras ella descubría que su pareja la salvaba de volver a cometer un acto atroz y salvaje llegando justo en el momento preciso después de llamarlo mentalmente con desesperación, y él era arrastrado por el espacio–tiempo sin comprender nada ―aterrado por la experiencia de ser proyectado sin previo aviso― pero sobre todo por los sentimientos que se habían revelado ante él, una jauría de licántropos planeaba los nuevos pasos a seguir después de haber perdido el rastro de un Nosferatus que amenazaba sus existencias desde hacía ya muchas semanas.
BOIS DE BOULOGNE
―Joder Eric ¿qué ha pasado?
―No sé jefe, le aseguro que hemos venido directamente a por ella. Su rastro era claro, estaba aquí. La muy zorra debe haberse proyectado, no hay otra explicación.
―La próxima vez asegúrate de que la tienes antes de llamarme, tengo muchas cosas que hacer y no tengo tiempo para paseítos absurdos.
Colin Trout observó al grupo de licántropos que esperaban nuevas órdenes al otro extremo del lago. Estaban relajados, se escuchaban algunas risas y un cuchicheo constante pero él sabía que en el fondo aquellos hombres estaban preocupados. Los últimos acontecimientos los mantenían en alerta continua y para colmo aquella Nosferatus que merodeaba por la zona les obligaba a aumentar las patrullas.
Hacía años que ninguno actuaba en París, afortunadamente todos los inmortales de la zona formaban un buen equipo, pero los desgraciados sucesos de los últimos meses…
Volvió a mirar a su viejo compañero y vio en sus grandes ojos castaños un cansancio que no recordaba haber visto nunca en él. Eric Durán era un hombre fuerte de dos metros de altura y unos bíceps tan desarrollados que su piel parecía querer rasgarse en cualquier momento. Su largo pelo rubio caía lacio sobre su cara intentando cubrir una larga cicatriz que iba desde la oreja derecha hasta la comisura de la boca.
―Está bien Eric, no ocurre nada. Perdona mi mal carácter, no paso por mis mejores momentos, ya lo sabes ―Colin le puso la mano en el hombro como muestra de cariño y apoyo.
―Jefe, no se preocupe no volverá a pasar. Sé que necesita todo el tiempo posible para…
―De verdad Eric, has hecho un buen trabajo ―interrumpió Colin mientras daba un paso invitándole a caminar con él―. Quiero que asignes a un hombre en cada zona y que lo dupliques en las zonas más conflictivas. Que se lleven un móvil y nos llamen en cuanto la detecten. Los demás id a casa a descansar. Mañana será otro día y volveremos a organizarnos.
―Pero Colin esa mujer podría matar en cualquier lugar, además debe estar sedienta, lleva dos semanas sin actuar.
―Eso, desgraciadamente, no lo sabemos con certeza. Y por eso mismo necesito que estés bien. Se te ve cansado. ¿Cuánto llevas sin dormir?
―Es difícil, no puedo bajar la guardia. Necesito estar en la calle.
―Eric eso no te ayuda, ni a ti ni a ella. Vete a casa, descansa, come algo y mañana nos reunimos y nos reorganizamos. Es una orden. ¿Entendido?
―Sí jefe.
Eric bajó la cabeza y echó a correr hacia el grupo de hombres. Colin sabía que aquella idea no le gustaba pero no podía permitir que su mejor hombre y amigo se dejara consumir, lo necesitaba fuerte y lúcido.
Mientras Eric organizaba a los hombres elegidos y mandaba al resto a su casa Colin inspeccionó la zona sin encontrar nada significativo. Era cierto que el aroma a fresa de aquella mujer se percibía intenso todavía, pero no había nada más. Definitivamente estaba sola.
De camino a casa no paró de pensar en la situación. Necesitaba cambiar de táctica, algo se le escapaba y no sabía qué. El tema de la Nosferatus era lo que menos le preocupaba, sabía que tarde o temprano la encontrarían, avisaría a todos los líderes de la zona para asegurarse. Pero las desapariciones… eso no le gustaba.
Llevaban meses buscando una pista y aún no tenían nada. Estaba seguro que era alguien de la zona ¿Quién si no? Habían seguido a todos los desconocidos sospechosos. Ningún clan podía aportar información, invertían todos sus medios en la causa y nadie había obtenido frutos. ¿Quién podía hacer desaparecer a tantos inmortales sin dejar ninguna pista? Ya eran dos demonios, un vampiro, un matrimonio de brujos y muy a su pesar la mujer de Eric.
«¿Cómo puedes soportarlo, amigo?»
Hacía meses que la buscaban y no había ni rastro de ella. Por lo que sabía eso no era malo del todo, pues el primero en desaparecer, un demonio llamado Hakon y el segundo, Noel ―el vampiro―, habían aparecido muertos hacia pocas semanas. Así que creían que todavía vivía pero ¿por cuánto tiempo? Ella era la siguiente de la lista según sus cálculos.
Emprendió el regreso a casa a través del bosque. Le quedaba un largo paseo pero necesitaba tiempo para planificar una nueva estrategia. Necesitaba más efectivos, no podían enfrentarse ellos solos al rastreo de la Nosferatus. Necesitaba centrarse en encontrar a Chloé, por su Clan, por Eric. Llamaría al resto de líderes y se reuniría con ellos, debían encontrar la manera de unificarse y vencer a sus enemigos.