Capítulo 18
I
Debían arreglar el desaguisado creado con la llegada intempestiva de Jared y su manía de curiosear en asuntos ajenos, desde crío. Llevaban reunidos horas y tras un ligero avance siempre terminaban marcha atrás, como un grupo descoordinado de cangrejos. Ahora que lo pensaba, incluso en el color se asemejaban los rostros de los principales contendientes. Su empecinado hermano mayor y su engañosamente delicada amiga.
Mere desvió la mirada hacia el reloj de pared. Las doce de la noche y no conseguían llegar a un mínimo consenso. Acababan de pasarle una escueta misiva de Doyle Brandon preguntando dónde diablos estaba su desaparecida esposa y avisando que como no llegara a casa en quince minutos, iba a arder Troya.
La reacción de Julia, tras leerla de pasada, había sido refunfuñar un será mandón el mastodonte.
Habían alcanzado el punto en que Jared estaba dispuesto a mostrarse colaborador si Jules le volvía a dirigir la palabra. El estado en que su hermano repetía que su intención no había sido faltar a la mosquita muerta y sopesaría la posibilidad de disculparse ¡si supiera qué demonios había dicho para ofenderla tanto!, era poco habitual en él.
Jules se le había metido bajo la piel.
Mere cruzó miradas con Julia y ambas sonrieron aunque fuera un poco a destiempo. Con lo embarazada que estaba sufría de cierto retardo en sus reacciones y era totalmente comprensible. Sintió una patada en el bajo vientre. Madre mía. Su pequeñín llegaba peleón y de nuevo tenía hambre. Claro que de tal palo, tal astilla y no se refería a ella en absoluto, sino al podenco. Menos mal que estaba de viaje por negocios que si no, seguro que intentaba recluirla en su habitación con la aburrida compañía del Dr. Brewer. Tendría que asegurarse de que no descubría que ella trasnochaba estando él ausente. Aunque, para lo que le serviría. Se enteraba de todo el muy cotilla. Pese a ello, sonrió. En su ausencia podría participar activamente en el misterio del momento.
¡Ja!
Todavía estaba ágil. Su mente, al menos. En ciertos momentos inspirados.
Tras debatir largo y tendido habían decidido dar inició a la misión de infiltración en un par de días. Más concretamente el jueves por la mañana. Siendo lunes, disponían de tiempo suficiente como para que Elora convenciera a la mujer.
El objetivo consistía en que ésta se pusiera en contacto con el hospital de San Bartolomé anunciando que dos mujeres cubrirían su vacante por unos días debido a la enfermedad de un familiar. Añadirían la elaboración de variadas cartas de recomendación por parte de conocidos de la abuela o de Norris que, acostumbrados a sus peculiaridades, no harían preguntas de más. Finalmente, la guinda del pastel. Prepararse a fondo por si descubrían algo más siniestro de lo que era habitual encontrar en un hospital para enfermos mentales, entre otro tipo de dolencias. En otras palabras, un plan de contingencia en el que el muro de contención se asemejaba mucho a un hombretón furioso y acorralado al que casi obligaban a ayudarles.
Habían hecho jurar a Jared que no comentaría sus planes al resto de hombres so pena de perder su honor si incumplía la palabra dada. Tras discusiones y algún que otro grito le habían convencido pero con la condición impuesta por él, de que también se infiltraría en el lugar.
El modo elegido, quedaba en sus manos.
Una dura negociación en toda regla.
Ella y Julia se quedarían en la retaguardia. Bueno, ella en casa y a la espera de que retornaran. Julia vigilándola a ella, para no llamar demasiado la atención de su gruñón marido y cuñado. Jules dejaría recado a sus abuelos que se trasladaba unos días a casa de Meredith y John, como en ocasiones previas y Elora manifestó que ya se sacaría algo de la manga para desaparecer un par de días. Que disponía de inventiva suficiente para aturdir a Sorenson.
Claro que ninguna esperaba que las siguientes palabras formuladas por Julia fueran a generar el mayor alboroto de los últimos meses en la últimamente tranquila residencia del matrimonio Aitor.
No debemos olvidar el asunto de tu cena con Marcus Sorenson, Jules. No podrás aplazarla y menos…
El ambiente en el salón disminuyó un par de grados de golpe. Mere aguantó la respiración y Julia se tapó los labios antes de destaparlos de nuevo y lanzar un lo siento, se me escapó en dirección al resto de las mujeres reunidas.
Todas evitaban mirar de frente a Jared.
Todas y cada una de ellas.
Jamás en toda su vida había presenciado semejante transformación en su hermano mayor. Mere le lanzó un potente codazo a Julia. No casaba con él. Jared era divertido, inquieto, tranquilo en ocasiones, un torbellino en otras y rara vez se enfadaba salvo que se tocara el segundo tema prohibido. Jules Sullivan. El primero era la palabra odiada, fondón. Y el centro del tema de marras en esa ocasión era justamente ese. Al igual que su cena con Marcus Sorenson.
─Te prohíbo terminantemente acercarte a ese hombre, Jules Sullivan.
La frase de se me ha hecho tarde. Los abuelos deben de estar preocupados farfullada por Jules recibió otra que todas ellas esperaban. Un berrido descomunal de Jared.
─¡Acaso has perdido la cordura, mujer!
Ay, Dios mío, ya estaba organizada. Mere intervino para tratar de calmar las embravecidas aguas.
─No es lo que piensas, Jared.
Oh, oh, su hermano estaba rabioso.
─¿Ah, no?
─No. Es en pago por la ayuda del hombre con lo de las peleas clandestinas. Ya sabes.
Los labios de su hermano se apretaron hasta casi desaparecer.
─Eso suena aún peor, Mere.
─No es que le vaya a pagar en especie, vaya. Sólo con la cena y…
─¡Mere!
El chillido provino de la implicada.
─¿Qué?
─No tengo que dar explicación alguna a tu hermano.
Jared se volvió en dirección a Jules hasta quedar a unos pasos, provocando que ésta tuviera que torcer el cuello para mirarle directamente a los ojos.
─Soy una mujer sensata.
─¡En tu mundo de fantasía! ¿Alguna vez has estado a solas con un hombre?
─¡Por supuesto!
─Tú abuelo no cuenta.
─Por supuesto que… puede.
─¡Dioses, mujer! Eres una insensata. Sorenson va a por algo y créeme no se conformará con menos.
─¿Comer a gusto y en agradable compañía?
Los verdes ojos masculinos se entrecerraron.
─¿Estás provocándome?
─No. Constato un hecho. Es una cena entre colegas y el Sr. Sorenson es un caballero. No como otros.
─¿Dónde será?
─¡No es asunto tuyo, Jared Evers!
─¡Debo protegerte!
─¡De quién!
─¡De ti misma!
El resoplido de Jules encabritó el cabello rojizo de Jared. Mere parpadeó un par de veces. Y otra más, hasta que una suave sonrisa cubrió sus labios. El leloncio había caído con todas las de la ley. El mismo que desde niños se había carcajeado de su enamoramiento hacia su John. Una suave risilla surgió llamando la atención de Julia. Pobrecillo. Las redes del amor le atosigaban y como era más terco que una mula, lo pelearía con uñas y dientes. Claro que tenía una ventaja impresionante a su favor. La maravillosa experiencia de una hermana dispuesta a echarle un cable, de ser necesario. Lo cual Mere barruntaba iba a resultar más que ineludible, por la forma en que la mirada de Jules trataba de volatilizar sin resultado alguno el cuerpo de su hermano.
Esto se iba a poner la mar de jugoso.
Frotó con suavidad la parte inferior de su vientre. La misma en que su bebé acababa de golpear con un puñito o un pie haciéndose notar con fuerza. Secundaba su plan.
Le encantaba la situación provocada por el cotilla de su hermano. Casi podía observar el engranaje del cerebro de Jared girar a toda velocidad y como se asemejaba un mundo a ella, la dirección en que se orientaban sus planes futuros.
Por las barbas de…
Iba a espiar a Jules en su cena íntima con el pirata.
Se iba a armar parda.
II
Sabía a gloria.
El sabor era ya familiar pero la rudeza con que se besaban era nueva. Sólo en una ocasión había sentido un atisbo de lo que estaban compartiendo ahora. La primera noche en que compartieron habitación y lecho.
Pese a ello, esto era diferente. Era… dejarse ir. Al completo.
Tiró de la mano para soltarse pero esos largos dedos le mantuvieron sujeto. Con fuerza, como si Peter temiera que de ir a soltarse, él se fuera a alejar. Tiró de nuevo, al tiempo que presionaba con la otra mano contra el hombro de Peter. Separó los labios pero apenas un segundo, ya que sintió la presión de esos labios y la suave caricia de la lengua, de la punta, delineando su labio superior.
Diablos, el muy animal le iba a matar de deseo.
Apoyó su rodilla izquierda contra el suelo y posicionó el pie derecho en el lado opuesto al cuerpo de Peter. Le empujó con fuerza hasta tenerle contra la pared. Rodeó con ambas manos esa fuerte mandíbula, le miró directamente, avisando de sus intenciones, deslizó las manos hasta enterrar sus dedos en el espeso cabello oscuro y se regaló el beso más íntimo de su vida.
Húmedo, cálido, ansioso. Turbador.
Guiaba y besaba. Era él quien jugaba con su lengua, quien acariciaba, quien la alejaba de la que lo buscaba y quien danzaba, provocando. Sintió las manos de Peter contra su torso pero sujetó ambas muñecas alejándolas, posicionándolas contra sus costados, en el piso. Podría impedirlo. No competía con Peter en fuerza pero instintivamente sabía que no lo haría.
Se humedeció los labios generando una súplica en ese inmenso pecho. La contestó al instante pero no le besó. No esta vez. Le deseaba pero tenía todo el tiempo de mundo y se iba a deleitar tocándole. Aunque eso desquiciara a Peter, aunque sintiera tensarse esos muslos ubicados entre los suyos. Mantuvo una de sus manos en un lado del rostro de Peter, con suavidad y al tiempo, con firmeza, manteniéndole en el lugar. Empleó el dedo índice para recorrer esos rasgos duros. Un principio de barba asomaba generando un contraste inquietante entre la aspereza de ese rostro y la condenada sonrisa que curvaba esa boca. Esos labios llenos, generosos e incitantes.
─No te muevas.
El juramento entre dientes del grandullón casi le hizo recapitular pero algo le compelió a seguir, con una sonrisa juguetona que supo que descentraría a Peter. El movimiento del cuerpo situado bajo el suyo lo atestiguó. Se inclinó levemente y le susurró un quieto al oído.
Dios, el gruñón iba a tener razón. Se le escapó una suave risa. No tenía una idea sana en el cuerpo.
Acarició el suave lóbulo de la oreja para recorrer un sendero hacia abajo. Uno que comenzaba a reconocer. Era hermoso el condenado. Hermoso, duro, proporcionado y perfecto. No tardó en llegar a la cintura del pantalón. Sus dedos no temblaban. Tampoco sus manos.
Peter estaba excitado. Completamente excitado y él no le seguía demasiado lejos.
Aferró su miembro con fuerza y delicadeza. Sin presionar y no hizo nada, a la espera de un señal. Minúscula o clara. Rotunda o dubitativa. Lo necesitaba de Peter. Recibió, mucho más de lo esperado.
─Nunca luché, canijo.
Por un segundo no le entendió. La situación era extraña con Peter sentado en el suelo apoyado contra la pared, con las piernas extendidas en el piso y él, con la mano dentro de sus pantalones. Hasta que la comprensión abrió un mundo de paz, tranquilidad y deleite. Pura y sencilla felicidad. Esas tres palabras contestaban a sus miedos.
Nunca luché contra lo que siento por ti, Rob. Nunca.
Peter no pronunció esas palabras pero él las escuchó en su mente, definidas y directas, como una hermosa aria en una ópera. Única, sobrecogedora y repleta de sentimientos. Conmovedora.
Sintió los dedos de Peter aferrar su mano, separándola de la dura y excitada carne para entrelazarlos de nuevo con los suyos.
─Tienes razón, ¿sabes?
No. No lo sabía. En esos momentos lo único que entendía era que como no se besaran de nuevo en un maldito segundo iba a estallar y sus planes amorosos se iban a ir al traste. Le importaba un bledo tener razón. En otros casos puede que le supusiera un mundo ganar una discusión o debate o lo que fuera con Peter o un berrinche en caso contrario pero aquí y ahora, sencillamente no podía pensar. Sólo sentir.
─Nunca lo conté antes, canijo. Ni siquiera a Doyle. No puedo. A veces incluso yo intento olvidar.
Por Dios. Su corazón se paró un par de segundos. Siempre supo que llegaría ese momento en el que si él se lanzaba a dar el paso, Peter decidiría, antes de amarse, si desnudar su alma u ocultar esa parte en su interior para siempre. Aguantó la respiración y la necesidad de decirle que no tenía que hablar, pero le resultó imposible mentir ya que en el fondo, muy hondo, si el hombre situado a su lado con la mirada, una vez más, fija en el suelo no hablaba, una parte egoísta de él se sentiría un poco traicionada.
Eso era amar sin poder evitarlo, ni poder luchar contra ello, ¿no? Saber que aquello que era realmente importante era compartido.
Creyó, tras unos minutos de silencio, que Peter se iba a echar atrás. Unos minutos de desesperación, sin presionar pero con el corazón retumbando con fuerza. Hasta notar la lenta relajación en el cuerpo que rozaba el suyo. Sentía las manos agarrotadas, ateridas y una opresión en el pecho que dolía tanto. Escuchar las palabras de Peter, dañaría. Muchísimo.
Las primeras palabras apenas se escucharon.
─Los primeros días no me di cuenta de lo que ocurría. La debilidad podía conmigo. Apenas me alimentaba salvo unas cucharadas que me obligaban a ingerir pero nunca demasiado ya que me querían dócil. Puntualmente coincidía con algún otro muchacho pero en seguida nos separaban y… ─sintió más que escuchó la manera en que Peter tragó de forma convulsiva─. Trataba de llevar la cuenta de los días pero era difícil. Carecía de puntos de referencia con los que orientarme. Luz, relojes… No tenía nada salvo soledad, frío y dolor. Con el tiempo me acostumbré, canijo. A todo, menos a él y a las malditas palabras de ese hijo de puta, retumbándome en el cerebro. Sin descanso.
Por Dios.
Acercó su cuerpo un poco más al de Peter. Quizá para apoyar, quizá para protegerse a sí mismo de lo que no tardaría en escuchar. Quizá para transmitir sin necesidad de palabras lo que él necesitara recibir. Una suave y ronca risa le aligeró algo el ahogo que notaba en el mismo centro del pecho.
─Tú me mantuviste cuerdo, canijo. Tú y tus meteduras de pata. Tú y esa risa que permanecía clavada en mi memoria. Clara y familiar. Esa manera de encorvarte antes de cargar sea verbal o físicamente o la forma en que haces pucheros cuando algo te incomoda.
─Yo no…
─Oh, sí. Los haces y eso, me lo llevé conmigo al jodido infierno. Con cada golpe veía tu cara o esos ojos azulones riendo y sonreía. Y eso… Eso desquiciaba a Saxton. Desconocer el porqué aguantaba, la razón por la que no me rendía. Que con cada latigazo sonriera en lugar de suplicar, enfurecía a ese enfermo.
─Dios, Peter. Tardamos dos días en reaccionar al darnos cuenta que algo malo te había ocurrido. Dos condenados días. ¿Y, si…?
─No.
─Si me hubiera dado cuenta antes…
─¡No! ─El musculoso cuerpo se giró levemente perfilándose a la luz de la luna esos hermosos rasgos─. Mírame, Rob. Hazlo, por favor.
Era tan raro escuchar a Peter decir por favor que por inercia hizo lo que le pedía. Lo que vio reflejado en esos ojos fue sencillamente amor. Ni culpa, propia o dirigida a otros, ni lamento, ni rabia. Solamente sentimientos. Dios santo, le quería demasiado para su propio bien. Se humedeció los labios sintiendo esa oscura mirada en el suave movimiento y la breve aspiración. Sus labios se amoldaron a la perfección como si hubieran nacido para unirse. Familiares y ardientes. Cálidos. Sintió el suave aliento rozándole.
─Nunca dudé. Siempre supe que me encontrarías.
Otro roce de labios junto al de la caricia de unos dedos que con suavidad le colocaban un mechón rubio tras la oreja.
─Nunca, canijo y por eso jamás me rendí. Ni cuando era golpeado, ni cuando ella aparecía esperando ser adorada. Tampoco cuando él me hablaba de ti, de sus planes, de que eras el mejor regalo que le habían ofrecido en su vida o cuando me sorteaban al mejor postor.
─Dioses, Peter.
─Llega un momento en que el cuerpo responde sin poder evitarlo. La mente siente repulsión pero tu cuerpo, a veces, te traiciona. Eso me llenaba de rabia y ella lo sabía. El día en que esa mujer murió una parte de esa rabia desapareció pero no toda. Saxton sigue ahí, Rob y fue testigo mudo de lo que ella y otros me hicieron. Los golpes, los latigazos. Los abusos. Lo mismo que prometió que él mismo te haría a ti, conmigo delante ─Rob tragó saliva al escuchar las palabras de Peter─. Ella conocía mi cuerpo y aquello que provocaba dolor o placer. Le satisfacía eso. Causar dolor, pero él… Él va más allá. Se obsesionó contigo, Rob pero en sus planes me incluye a mí. Si no, no le vale. Su finalidad es destrozarme y sabe que sólo lo logrará de una forma. Rompiéndote a ti en mi presencia. También sabe que lucharemos a muerte, Rob y eso está bien.
No. No estaba bien. Arriesgaban demasiado. Debió hablar en voz alta sin darse cuenta.
─Sí, canijo, lo está, aunque luches contra ello porque en algún momento ha de parar esta pesadilla. Es la única salida.
─Podríamos alejarnos o…
─No. Nos encontraría y lo sabes. No importa lo que me hicieron. Golpearme, marcarme, abusar de un hombre drogado y atado, reír y disfrutar del dolor de alguien que no puede pelear. Lo que importa es que logré salir de aquél infierno. Las pesadillas tardarán en desaparecer, canijo. Todavía despertaré creyendo o deseando que bajo mis dedos esté el cuello de Saxton para quebrar ─Por un breve segundo la grave voz se resquebrajó─. Sólo, sé prudente.
─Me pides que no te saque de ese infierno, aunque sea en tus sueños.
─Sí.
─Peter…
─No. De un mal golpe, podría lesionarte o matarte. Espera a que despierte.
─Y verte sufrir.
─Sí.
─No puedo, Peter.
─Puedes y lo harás.
─No.
Sintió la negra mirada sobre él tratando de hacerle entender. En parte lo entendía pero permitir que sufriera no era algo con lo que fuera a claudicar. Por mucho que el hombre que permanecía silencioso, a su lado, se lo pidiera.
─Tendré cuidado.
La negra mirada se volvió en su dirección, tornándose tierna. Inmensamente tierna.
─Jamás lo has tenido, canijo, desde el día en que naciste.
─Pero me quieres.
─Más que a mi vida, canijo. Más que a mi vida.
Una caricia de la yema de un dedo delineando una de sus cejas. Era tan suave, cuando quería.
─Prométemelo, entonces.
─¡El qué?
─Que tendrás cuidado al hacerlo.
─Sabes que lo tendré. Te despertaré a besos, en alguna zona poco peligrosa.
─Todo yo, soy peligroso.
─No creo que me vayas a atizar con una oreja, ¿no?
─Quién sabe, canijo.
Soltó una risilla al imaginar semejante ataque.
─Como mucho, prometo no morder, Peter. Bien pensado, quizá me incline por darte un buen e inesperado lametón.
Le encantaba intuir esa risa que comenzaba a llenar los oscuros ojos. Hacerle olvidar y si eso no era posible, tapar esa tristeza y alejarla a lo más recóndito de su mente hasta que en un momento posterior, sugiera otra vez. Entonces, le besaría o le tomaría el pelo o le distraería como ahora. Le quería demasiado como para dejar que sufriera en soledad. Nunca más.
Tenía que decirlo porque si no lo hacía, no se atrevería en otro momento.
─Gracias, grandullón.
─¿Por qué?
Apenas la caricia de un beso.
─Por compartir.
─No, canijo. A ti, por escuchar.
Necesitaba amarle. Su cuerpo necesitaba sentiré cerca, sin ropa de por medio y sin barreras. Le daba igual ignorar lo más esencial de lo que se suponía que era el amor entre dos hombres. El amor era eso. Amor.
No importaba la forma de expresión. Una caricia, una mirada, dos cuerpos demostrando que se amaban.
Era compartir.
Se levantó con cautela pero seguro, tras retirar la manta que aún cubría los hombros de Peter, sintiendo la pregunta callada en su mirada. Sonrió intuyendo que éste vería su expresión al encontrarse frente al ventanal y dejar sus rasgos abiertos al reflejo de la luz de la luna. Era sencillo. Tanto que no sentía la necesidad de ocultar nada, por primera vez en demasiado tiempo. No lo pensó. Tampoco sintió su propio movimiento hasta ver sus propias manos extendidas en dirección a Peter. Ofreciéndoselas. La negra mirada quedó trabada en ellas. Sin tocarlas, sin rozarlas, recorriéndolas con la mirada.
─No muerden, grandullón.
Le caldeaba por dentro esa sonrisa pícara y tierna que tan pocos conocían en un hombre duro. Fue a provocar una reacción, cualquiera, para que el poderoso cuerpo que aún permanecía sentado en el piso se moviera, pero la pregunta de Peter le calló de golpe.
─¿Estás seguro?
Dios. Sí. Jamás había estado tan seguro y tan indeciso a la vez.
─¿Eso ha sido un tic de los nervios o me acabas de guiñar el ojo, canijo?
Dioses, era una inutilidad seduciendo al personal y le importaba un bledo porque resultaba evidente que con el hombre que quería seducir, la atracción funcionaba de un ilógica y pasmosa manera. Quizá fuera tan sencillo como que eran el uno para el otro. Que siempre lo fueron. Mandó la indecisión al garete.
─Te dejo elegir, grandullón. Sin sorteos.
Peter era hermoso cuando sonreía. Tanto que le dejaba sin fuerzas. Siempre tenía las manos cálidas, como si en cierto modo, el inmenso cuerpo fuera una fuente de calor andante. Sintió la caricia circular del pulgar sobre la palma de una de sus manos antes de que entrelazara sus largos dedos con los suyos.
A veces se le olvidaba la diferencia de estatura al encontrase ambos en pie. A veces también perdía la noción del perfecto cuerpo que ocultaban los oscuros ropajes que siempre vestía Peter. No necesitaba mirar esos rasgos para verlos a la perfección en su mente. Cercanos y angulosos, salvo cuando esa negra mirada se centraba en él. Entonces se abrían, dejando a la vista un alma juguetona, traviesa y generosa. Y a él se le partía el maldito corazón.
No podía apartar la mirada y por un breve instante recordó la primera ocasión en que, a solas, Peter se desnudó para él. La noche en que Doyle los interrumpió a voces amenazando con morderles si despertaban a la pequeña Rosie. Lanzó una suave risa mientras observaba la forma en que esos dedos se cerraban en forma de puño. Puede que para retener el ansia por alcanzar, por tocar.
Sus ojos se desviaron del lugar que ocupaba Peter momentáneamente hacia la puerta, casi por inercia.
─Cerrada a cal y canto.
¿Cómo era posible que le leyera la maldita mente?
─Esta vez tendrán que echar la casa abajo, canijo. Es nuestra noche. Sin interrupciones, sin hermanos, sin pesadillas y sin arrepentimientos.
─Tú y yo.
─Y la cama. No olvidemos la cama. Estoy muy mayor para hacer cosas innombrables en el piso, canijo.
¿Cómo era posible que con una sola frase le relajara al completo, borrando de un plumazo los tontos nervios? Dioses, cómo le quería.
─Estás cascado, grandullón.
También tan desnudo como el día en que le trajeron a mundo y él ni siquiera se había dado cuenta debido a la rapidez con la que había deslizado el pantalón por esos largos muslos. Hermoso, oscuro y con una sonrisa en los labios que anunciaba un mundo de posibilidades.
─Sigues vestido, canijo.
─Lo sé.
—Yo no.
—Lo veo.
—Me vas a hacer sufrir, ¿verdad?
Se aproximó dos pasos hasta rozar la cálida carne. Sólo rozar, sin tocar. Absorbiendo el calor que desprendía Peter mientras recorría su rostro con la mirada. Era extraño pero estaba completamente relajado a diferencia de las ocasiones anteriores y la razón era asombrosamente sencilla. Quería lo que iba a ocurrir. Casi con desesperación.
El futuro no estaba escrito pero de algo estaba seguro. No dejaría pasar una noche más sin compartir lo que sentía con la persona que amaba. Tragó saliva antes de pronunciar las siguientes palabras.
—Desnúdame tú.
Un reflejo de sorpresa se instaló en los oscuros ojos. Un destello momentáneo hasta que sintió los dedos soltar con cierta torpeza los pequeños botones que cerraban la camisa para deslizarse a continuación por su pecho. Acariciando el contorno de cada músculo. Memorizándolos con el tacto, con las yemas de los dedos.
─Como desees, canijo.
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