Capítulo XXV
A la mañana siguiente, para gran sorpresa de todos, la viuda se reunió con ellos en el salón donde estaban desayunando a una hora para ella más que intempestiva. El hecho de que ya hacía tiempo que estaba levantada se hizo obvio cuando anunció que había enviado tarjetas de visita a lady Ophelia Balterley y a la tía que estaba siendo tan amable de acompañarla para invitarlas a una taza de su preciado té de bohea en la casa de la familia Rothwell esa misma tarde. Al oír la noticia, los otros cuatro comensales la miraron con distinto grado de consternación.
Maggie, aunque no acogía con desagrado la idea de conocer a la deslumbrante lady Ophelia, sabía que su visita no contaría con la aprobación de Rothwell ni de James y se mordió la lengua. Lydia no fue tan prudente.
—¿En qué estabas pensando, mamá? —preguntó—. No puedes pretender que me haga amiga íntima de Ophelia Balterley, pues nunca sé de qué hablar con ella. ¡Tiene esas ideas tan raras!
—A veces tienes que pensar un poco en los demás, querida —dijo lady Rothwell—. Te recomiendo que te muestres amable con esa joven y no la menosprecies, pues hacerlo sería animar a los caballeros a que elijan de parte de quién están y una nunca se puede fiar de que su elección vaya a ser acertada. En cualquier caso, es tu obligación apoyar la causa de nuestro querido James como si fuera tuya.
Éste se irguió en la silla al oír estas palabras y se apresuró a decir:
—Si has invitado a lady Ophelia a esta casa en mi nombre, ojalá no lo hubieses hecho, mamá. Ese barco nunca llegará a buen puerto.
—Si pretendes decir que no estás enamorado de esa joven, querido James, eso no quiere decir nada, pues hay que tener cuidado y no permitir que interfieran los sentimientos en estos asuntos. Además, contarás con mi ayuda, si te parece bien, pues yo sé qué es lo que más te conviene.
—¡Maldición! Tú no sabes nada de eso. No, Ned, no me lances esas miradas porque no voy a pedir disculpas. Como mucho me disculparía ante Lyidia y ante Maggie, pero no ante mamá. Te estás pasando de la raya, mamá, y no me importará… Es decir, no aguanto más que me digas que me case con una mocosa recién salida del colegio ni con ninguna otra.
—La pequeña Ophelia tiene la pésima costumbre de exhibir, sin duda de modo incorrecto, lo que ella cree que es una educación igual a la de un hombre, pero eso se puede corregir con el tiempo.
—Y a mí qué me importa, y en cuanto a lo de que sus modos no son correctos, permíteme que te diga que a juzgar por su inteligente comentario de anoche, tiene más entendimiento que muchos hombres que conozco. Creo que yo me desenvolví bien en la escuela, pero no he leído ni la mitad de los libros que presumo que ha leído esa joven. No es que su educación fuese un impedimento para mí si estuviese interesado en profundizar en mi relación con ella, pues no sería ese el caso, pero dado que no tengo ni el más mínimo interés en mantener ninguna relación de ese tipo con ninguna mujer de Lon…
—Tranquilo, James —le advirtió Rothwell.
Maggie, con intención de que James tuviese más tiempo para recuperarse de lo que ella pensó que había sido un lapsus no intencionado, se apresuró a decir:
—Lydia, como tu madre espera invitados esta tarde, tal vez serías tan amable de ayudarme a elegir un vestido adecuado para la ocasión. Todavía no estoy muy puesta en las modas actuales como para estar segura de elegir bien.
Antes de que la muchacha pudiese responder, la viuda dijo con mordacidad:
—¿Cómo puedes decir que no tienes ni el más mínimo interés, James? Es imprescindible que te cases bien, como supongo que ya sabrás, pues no solo eres el evidente heredero de tu hermano, sino que…
—¡Eso son pamplinas! —No hizo ningún intento por ocultar su exasperación—. Para empezar, Ned está casado con una muchacha joven y sana con quien sin duda tendrá muchos hijos, y por otro lado…
—Como ya aclaré, esa unión será algo temporal —dijo rotundamente—. Es una alianza de lo más inadecuada, me refiero a ello como alianza porque ni puedo ni debo llamarlo matrimonio, y Rothwell debe rectificar el error.
—Tengo intención de hacerlo —dijo Rothwell, la sutileza de su tono de voz no presagiaba nada bueno.
Maggie le miró rápidamente con temor a que la viuda hubiese logrado convencerle de su error. Sin embargo él le sonrió y ella se relajó. La viuda replicó:
—Me alegro de oírte hablar así, pero si tienes intención de reunirte con tu hombre de negocios, espero que no lo dejes para esta tarde y que puedas estar presente cuando venga lady Ophelia. El hecho de tomar té en la casa del conde de Rothwell en presencia de éste le tiene que impresionar más que si se ve simplemente atendida por su madrastra, y si queremos que se haga cargo de la posición a la que podría ser elevada algún día…
—¡Pardiez, mamá! ¿Qué más tonterías vas a soltar? —preguntó, con el rostro cada vez más acalorado—. No existe ni la más remota posibilidad de que…
La viuda le interrumpió otra vez sin dudarlo un segundo:
—Esa posibilidad existe y se podría dar ese caso, querido James; no obstante, no has interpretado bien lo que quería decir. He tenido cuidado de decir solo que ella debía hacerse cargo de esa posibilidad, algo que, si me permites que te lo recuerde, es cada vez más probable cuanto más tiempo pase Ned sin contraer matrimonio adecuadamente. No obstante, como parece que ha entrado en razón y tiene intención de abandonar a esta joven muchacha…
—Yo no tengo ninguna intención de hacer nada semejante, como ya habrías comprendido si hubieses prestado atención durante dos minutos a lo que decimos los demás. Cuando he dicho que tenía intención de corregir ese asunto, quería decir que le voy a solicitar al arzobispo de Canterbury que nos de permiso para celebrar nuestro matrimonio como es debido en la Iglesia de Inglaterra. Por ley, como se trata de un matrimonio legal en Escocia, Inglaterra debe reconocerlo también, pero estoy de acuerdo en que no es un caso habitual. No solo quedará más complacida la iglesia si volvemos a unirnos, esta vez con su bendición y su aprobación, sino que además, tú tendrás un matrimonio como Dios manda que incluir en tu libro genealógico.
Su madrastra se resignó ante lo inevitable y dijo:
—En ese caso, aún es más importante que James busque un matrimonio mediante el cual obtenga una buena posición. No puede andar siempre dependiendo de ti. Por ello —añadió girándose para taladrar a su hijo con la mirada—, no quiero oír ninguna tontería más, señor. Harás lo que se te diga.
El joven Carsley se enderezó, su mal genio bajo lo que Maggie consideró estricto control; una vez calmada su voz:
—Debo mostrar mi desacuerdo una vez más, mamá. No, por favor, no digas nada y escucha lo que te voy a decir. Mi intención era abordar este asunto cuidadosamente a fin de hacerte comprender lo bien que me han ido las cosas, pero ahora comprendo que ese método no me iba a funcionar. No, Ned —añadió, alzando una mano para indicarle que no dijera nada al ver que éste se disponía a hablar—, nunca se me ha dado bien el engaño ni tampoco he demostrado tener mucho tacto. Así que iré directamente al grano. Mamá, no me voy a casar con ninguna mujer seleccionada para mí por cualquier otra persona. Me voy a casar con quien yo elija.
—Bueno, si lady Ophelia no te gusta —la viuda comenzaba, al parecer, a ser razonable— estoy segura de que podremos encontrar a alguna otra muchacha adecuada a tu…
—Ya le he encontrado.
—¿Qué?
—Me voy a casar con una muchacha que he conocido en Escocia.
La viuda se llevó una mano al corazón y con voz débil añadió:
—¡Otra escocesa no!
Nadie pudo fingir que la conversación que tuvo lugar a continuación resultase agradable, mas cuando James se puso finalmente en pie, anunciando que tenía que hacer unos recados, solo quedaba una persona en aquella estancia que se negaba a admitir que su aire era triunfal. La viuda hizo un último intento por ganar la batalla y añadió con acritud que no se podía imaginar qué más tendría que hacer teniendo en cuenta lo mucho que había hecho ya. James replicó:
—Quiero coger material de pintura de la casa del puente y comprobar que está todo en orden. Tenía intención de quedarme en la casa de la familia durante un tiempo y creo que aun así lo haré porque Rothwell me dio su consentimiento, pero Dev mencionó anoche que iba a visitar los estados que tiene su familia en Cornualles y quiero asegurarme de que le deja a missess Honeywell los recursos suficientes para que pueda cuidar de la casa por nosotros mientras decido qué hacer con ella.
—Pero tienes que volver aquí esta tarde. Insisto en ello, James y me sentiré tremendamente decepcionada si no vienes.
—Haré todo lo que pueda por reunirme con vosotros, mamá, pero solo si me aseguras que has comprendido lo que te he dicho y, con tu permiso, también me gustaría invitar a Brockelby. Pensaba pasar a visitarle de todas formas y su presencia ayudará a camuflar un poco el objeto de la reunión, si se me permite decirlo.
—De acuerdo —dijo la viuda con un suspiro y, al ver que Rothwell también se ponía en pie, añadió con aspereza—. ¿Tú también te vas?
—Así es. Tengo muchas cosas que hacer, pero —añadió sonriéndole otra vez a Maggie de un modo que le hizo estremecerse de la cabeza a los pies— si esperas invitados esta tarde estaré encantado de honraros con mi presencia.
—Entonces a las tres en punto y, por favor, Rothwell, no llegues tarde.
La joven MacDrumin se dio cuenta de que iba a subir arriba antes de marcharse y se puso en pie, se excusó apresuradamente y corrió a su lado. Él dejó que saliera delante de él y luego, mientras subían las escaleras, le tomó la mano y la metió por el hueco de su codo. Cuando llegaron al recibidor y estuvieron resguardados del agudo oído de los criados, ella le miró y dijo:
—Sabía que nuestro matrimonio no le iba a gustar.
—Está furiosa, mi amor, pero no le valdrá de nada.
—¿Deseas realmente que volvamos a casarnos?
—Sí. ¿Te gustaría una boda enorme con toda la flor y nata de Londres presente o prefieres una ceremonia sencilla?
Ella sonrió.
—Haré lo que tú decidas, pero creo que ya sabes cuáles son mis preferencias.
—Lo sé y así será. No tengo ganas de alentar la curiosidad pública —La estrechó entre sus brazos y añadió—. Lamento dejarte aquí hoy, sobre todo después de semejante espectáculo, aunque una vez que James se ha marchado, estoy casi seguro de que centrará toda su atención en los preparativos para el té. En cualquier caso, debo buscar a Ryder para asegurarme de que Lydia no corra ningún peligro.
—¿Has hablado con ella?
—Para serte franco, no sé qué decirle. Si le prohíbo que diga una sola palabra sobre los jacobitas, no tendrá otra cosa en la cabeza y las palabras se le escaparán por la boca con la misma facilidad con que se le escaparon anoche, pues no he conocido mocosa más irresponsable.
—¿Más irresponsable que yo? —Le miró con la mirada baja y se alegró al verle sonreír.
—Muchísimo más.
—Creo, señor, que nos juzga mal a las dos.
Él se rió y volvió a abrazarla, pero una vez llegó a su habitación no perdió más tiempo y dado que el noble Fletcher estaba otra vez encargado de su ropa, su aspecto cuando se marchó estaba cuidado hasta el mínimo detalle. Sin embargo, Maggie notó que ya había renunciado al aire lánguido al que antes recurría con cierta frecuencia y ahora caminaba con brío. No había olvidado su dignidad hasta el extremo de hacer girar su bastón al andar, pero ella sabía que era un hombre más feliz, más resuelto que el que ella conoció.
Cuando Lydia se reunió con ella en su dormitorio un cuarto de hora más tarde, ansiosa de hablar de lo que había sucedido durante la mañana, Maggie no hizo ningún esfuerzo por distraer sus pensamientos y en vez de ello se dedicó a observarla, convencida de que Rothwell erraba al pensar que su medio hermana era incapaz de comprender la gravedad de lo sucedido la noche anterior. Se había percatado de que los ingleses tendían a pensar que las mujeres eran, en cierto modo, menos inteligentes que ellos y al darse cuenta también de que incluso el mejor de ellos se guiaba por algún extraño prejuicio, escuchó las exclamaciones y las predicciones de Lydia sin apenas prestarle atención, mientras decidía qué hacer. Finalmente, tomó una decisión e interrumpió el discurso de la joven muchacha:
—Escúchame, Lydia, anoche hiciste algo muy estúpido —Boquiabierta, se quedó en silencio, con la mirada perdida, durante un instante, y a continuación añadió:
—No creo que hayas escuchado nada de lo que te he dicho, Maggie MacDr… Quiero decir… ¿Qué es lo que hice? Sé que tuvo que pasar algo para que Ned estuviese tan furioso, pero no me dijo lo que era y mamá decía que se comportaba así simplemente por llevarnos la contraria, pero no, ¿no? ¿Qué fue?
—Anunciaste a bombo y platillo que habías asistido al baile de máscaras de lady Primrose.
Lydia frunció el ceño.
—Sí, es verdad que lo dije, pero ¿qué puede importar eso ahora? Por todos los Santos, Maggie, ese baile se celebró hace casi dos meses.
—¿No importa? Edward dice que aún están condenando a muerte a los jacobitas por traidores, Lydia, y dado que muchos de los que se preocupan por este tipo de cosas tienen serias sospechas acerca de la presencia de un gran número de jacobitas en ese baile, al anunciar que tú asististe, te vinculaste a ellos.
—Pero también había personas ajenas a la causa. Por ejemplo, Thomas y James también estaban allí y no son jacobitas. Y tú también estabas y aunque puede que simpatices con la causa, estoy segura de que jamás has empuñado un arma contra los ingleses ni has incitado a nadie a que lo haga. E incluso en el caso de que lo hubieses hecho, el peligro de otro levantamiento hace tiempo que pasó. Sir Dudley Ryder nos lo dijo a mamá y a mí cuando pasó a visitarnos el día que llegamos a la ciudad. Estábamos simplemente conversando, claro está, pero recuerdo claramente que dijo eso, así que ¿qué puede haber de malo en hablar ahora de ese estúpido baile de máscaras?
—¿Le dirías a alguien que yo también asistí?
—No, claro que no, porque… —Se detuvo y se sonrojó.
—Por eso —dijo, convencida de que estaba haciendo lo correcto y con la esperanza de poder convencer después a Ned de que en esta ocasión no había hablado sin pensar en las consecuencias—. Te ahorraré un bochorno, Lydia. Guardarías silencio porque sabes que la gente tendría más tendencia a verme a mí como una peligrosa jacobita que a ti. ¿No es así?
—Yo no creo que seas peligrosa.
—Pero da igual lo que tú creas. Lo que importa es la percepción que tengan los demás, y el hecho de que te des cuenta de que yo estoy expuesta a más riesgos que tú si se llega a conocer mi presencia en el baile, demuestra que comprendes que la percepción es tan importante como el hecho en sí. Me atrevería a decir que ni siquiera el poder de Edward bastaría para protegerme porque los prejuicios contra los escoceses siguen siendo desmesurados en esta ciudad y él no podría luchar contra eso. Pero, aun en el caso de que no estuvieses en peligro, tu declaración de ayer podría causarle a él más de un bochorno. Debes tener cuidado en el futuro, cariño, de no hacer más declaraciones de ese tipo.
Lydia permanecía en silencio, pero Maggie sabía que no había necesidad de decir nada más y, por fin, la joven muchacha dijo con voz queda:
—Fui una estúpida, ¿no es así? No me extraña que Ned estuviese tan enojado. ¿Por qué no me ha dicho él todo esto? No, no me lo digas —añadió al ver que vacilaba—. Ya me lo imagino. Piensa que basta con que me prohíba que diga algo para que a mí me entren unas ganas terribles de decirlo. No hace falta que me defiendas, Maggie. Tenía motivos para estar enfadado, porque no es la primera vez que reacciono así. Pero te doy mi palabra de que esta vez me andaré con ojo. Aunque no sea tan culta como Ophelia Balterley, no soy ninguna estúpida.
—Ya sé que no eres estúpida —dijo, y supo que Lydia había madurado bastante en tan solo unos cuantos minutos.
La media hora siguiente la dedicaron a elegir vestidos para la tarde y horas después supieron que las dos damas que iban a ser las invitadas principales de lady Rothwell se habían visto obligadas a declinar su invitación debido a unos compromisos que habían contraído con anterioridad. Dado que la viuda consideraba cualquier invitación a disfrutar de su carísimo té de Bohea como el summum de la generosidad, ni Maggie ni Lydia se sorprendieron al comprobar que se tomó su declinación como una ofensa personal.
—No haría falta sacar el té, pero claro, James ha invitado a ese doctor Brockelby y no cabe duda de que le habrá prometido una taza de bohea, así que no nos va a quedar más remedio que sacarlo.
—El doctor Brockelby es un caballero muy amable —dijo Lydia.
—Yo no he dicho que no lo sea, ¡pero la sola idea de ofrecer mi preciado té de Bohea a un hombre que ejerce una profesión! En realidad es casi como si fuese un comerciante, queridas, pero sin duda eso es lo que más admira James.
—Mamá, hoy no te voy a permitir que insultes más a James. Te disgustarías mucho si se negase a visitarnos después de casarse, así que no debes insistir en censurar su elección.
—Estoy segura de que no voy a censurar a su esposa, querida —dijo lady Rothwell con voz calmada.
Maggie no estaba tan segura, pero como sabía que nada de lo que pudiese decir sobre Kate MacCain serviría para aliviar los temores de la viuda, optó por guardar silencio. Al final iban a contar con más de un invitado pues Rothwell, que pese a haber revuelto cielo y tierra no había sido capaz de dar con sir Dudley, informó a su familia a su regreso de que había dejado invitaciones en todos los lugares donde había estado buscándole y creía que el ministro de Justicia les honraría con su presencia en cuanto viese una.
—En casa no estaba —dijo Rothwell cuando se reunió con las tres damas en el salón principal, lugar donde había decretado la viuda que se serviría el té—. También he ido a su oficina y a muchos otros sitios, pero su criado me ha dicho que no estaba seguro de su paradero así que finalmente he resuelto que sería mejor que lo esperase aquí. ¿Dónde está James?
Cuando Maggie anunció con una agradable sonrisa que aún no habían sabido nada de él, Lydia se rió y dijo:
—A lo mejor ni siquiera viene. Cuando está entre lienzos, caballetes y trozos de tela vieja y sucia, se le olvida todo lo demás. Me atrevería a decir que está pintando un cuadro y se le ha olvidado por completo el té de mamá.
La viuda le hizo un gesto al lacayo para que le trajese su caja del té y dijo con aire de suficiencia:
—De todas formas, ahora ya da igual, pues lady Ophelia y su tía no han podido honrarnos con su presencia. La verdad es que no alcanzo a comprender qué asunto tan importante habrán tenido que atender para no poder unirse a nosotras y disfrutar de una taza de este finísimo té —Tomó la diminuta llave que llevaba colgada al cuello y abrió la caja, diciendo—. Déjala en la mesa, junto a mí, Frederick, y trae la bandeja. No vamos a esperar a James —Dispusieron la bandeja delante de ella, con una jarra plateada de agua hirviendo, la tetera plateada que hacía juego con ella y el delicado servicio de té de porcelana que en aquellos momentos era su favorito, y la viuda procedió a preparar una cantidad cuidadosamente medida de su preciado té—. Ahora —dijo con elegancia mientras tapaba la tetera— mientras lo dejamos reposar tal vez desearías contarnos alguna anécdota de tu reciente viaje, Rothwell. Estoy segura de que Lydia y yo lo encontraremos de lo más interesante y quizás tu esposa pueda contarnos alguna cosa de su hogar.
Maggie fue incapaz de distinguir si Rothwell se había sorprendido tanto como ella al oír la petición de la viuda, pues supo disimularlo bien y sencillamente se limitó a decir:
—Podría contarte muchísimas cosas de las que he aprendido allí, pero me atrevería a decir que un breve resumen te bastará. Las condiciones en las Tierras Altas son muy duras y he de decir, aunque me pese, que eso es debido en gran parte a la forma en que se han comportado nuestros soldados con sus habitantes.
—Pero está claro —dijo la viuda lanzando una mirada de superioridad a Maggie— que nuestros enemigos no pueden esperar que se les trate como amigos. Espero que sepas disculpar que hable de forma tan realista.
—Soy yo el que habla de una forma realista. Como sabes, muchos de los grandes estados que fueron propiedad de los jefes que apoyaron al pretendiente fueron confiscados y cedidos a otros en lo que en términos diplomáticos se conoce como un esfuerzo por modernizarlos y civilizar a sus habitantes. Pero la realidad es que el resultado ha sido desastroso para mucha gente.
—Estoy convencida de que tú eres un buen terrateniente, Rothwell.
—Fui un terrateniente endiabladamente malo, pero espero mejorar —dijo, sonriendo a Maggie—. Ya he puesto en marcha lo que espero que sea un negocio próspero para todos los habitantes del valle.
—Estoy segura de que tiene que ser fascinante —dijo la viuda mientras comenzaba a servir el té. Fue pasando las diminutas tazas de porcelana a Lydia y a Maggie y, mientras servía la taza de Edward, añadió—. Te he puesto azúcar, como a ti te gusta, aunque no alcanzo a comprender por qué los hombres insistís en adulterar un sabor tan exquisito como este.
—¡Yo no lo tomo con azúcar! —exclamaron Lydia y Rothwell al unísono.
—Mamá, es James quien le pone azúcar, no Ned —La viuda parecía abatida.
—¡Oh, qué fastidio! Llevas razón, pero sería una pena malgastarlo teniendo en cuenta lo carísimo que es. Imagino que no… —E hizo una pausa, esperanzada.
Exhaló un suspiro y alargó la mano para coger la taza.
—Está bien. James insiste en que mejora su sabor, así que te ruego que no lo tires. Estoy seguro de que me remordería la conciencia durante semanas si tuvieses que hacer semejante derroche por mi culpa.
—No lo dudes —dijo Lydia, sonriéndole—, pues ella se encargaría de ello.
—Te garantizo que no lo haría —dijo la viuda, tan maliciosamente que a Maggie no le cupo ninguna duda de que si en vez de un plato hubiese tenido un abanico habría hecho uso de su paisaje para flirtear con el conde. Su comportamiento le resultaba extraño y cuando preguntó si las costumbres escocesas eran tan peculiares como había oído decir, ella se enfadó mucho y decidió que lady Rothwell no estaba siendo más que maleducada e irritante y nada más.
La conversación se alargó e incluso Lydia tuvo dificultades para infundir alegría a lo que parecía un intento por parte de la viuda de poner a Maggie en su sitio. Rothwell, en vez de poner fin a semejantes tácticas, parecía limitarse a responder a las preguntas que se le iba formulando, y Maggie empezó a dudar de que se hubiese dado cuenta de algo, pues él no solía permitir que su madrastra disfrutase de tantas libertades.
Cuando Frederick entró en la estancia momentos más tarde e hizo ademán de dirigirse hacia el conde, la viuda dijo:
—¿Qué sucede, Frederick? ¿Han llegado James y el doctor Brockelby, o tal vez sir Dudley? Deberías haberles hecho pasar directamente. En una velada familiar como ésta, las palabras resultan muy aburridas.
Maggie estaba de acuerdo con ella y la expresión de Lydia puso de manifiesto que ella opinaba lo mismo, así que ninguna de ellas se sorprendió cuando Rothwell preguntó:
—Eso, Frederick, ¿de qué se trata? Míster James no puede ser porque habría entrado directamente, pero si tienes a sir Dudley esperando impaciente en la puerta, yo no te voy a estar precisamente agradecido…
—No, mi lord. Se trata de un par de… de personas, señor, que desean hablar con usted. En realidad han pedido hablar con lady Lydia, mi lord, pero yo sabía qué era lo que tenía que hacer, aunque desde luego ellos no lo tenían nada claro, y les he dicho que le anunciaría a usted su presencia, señor, que es lo que hubiese hecho sin…
—Sí, sí, Frederick, pero como ahora has despertado nuestra curiosidad, debes hacer pasar a esas personas que han preguntado por lady Lydia. Quédate donde estás, Rothwell —añadió al ver que él hacía ademán de ponerse en pie—. Tú puedes creer que llevas la voz cantante, pero como se trata de mi hija, exijo saber todo lo que está sucediendo. Que entren de una vez, Frederick.
El lacayo miró a Rothwell, que asintió con gesto cansado. Maggie, observó al conde detenidamente y se dio cuenta de que se estaba comportando de forma extraña. No solo no era normal en él permitir que su madrastra diese órdenes a su antojo, sino que además estaba segura de que su semblante era más pálido que tan solo unos instantes antes.
Los dos hombres que entraron a los pocos minutos detrás del lacayo no eran precisamente unos caballeros. De hecho, antes de que el más alto de ellos anunciase que eran agentes de la ley, Maggie ya se había percatado de que se parecían mucho al agente que había conocido durante su primer día en Londres. Lydia dio un grito ahogado y parecía asustada. La viuda miró a los dos hombres por encima del hombro y se limitó a decir:
—¿Y bien?
Con un tono de voz inexpresivo, Rothwell dijo:
—Dígannos a qué han venido.
—Sí, señor, estaba a punto de hacerlo. De hecho, señor, hemos venido a interrogar a lady Lydia Carsley, pues sabemos de buena fuente que estuvo presente en un evento muy dudoso donde confraternizó, si me permite que me tome la libertad de decirlo, con personas muy sospechosas y por ello nos han enviado aquí a ver qué pude decirnos sobre dicho evento y sobre dichas personas.
Maggie sintió que se le secaba la boca, mas a pesar de sus propios temores, se percató de que la viuda también estaba cada vez más alarmada. Lydia, con tono de indignación, dijo:
—No sé quiénes son ustedes para osar cuestionarme de ese modo, pero no pondré ninguna objeción para decirles que no sé de qué demonios están hablando.
—Hablamos de un baile de máscaras, señorita, que tuvo lugar en una casa de la calle Essex, donde se sabe que ha habido presencia de jacobitas —La joven MacDrumin pensó que había pronunciado las últimas palabras con el mismo tono que habría empleado para llamarlos víboras o bien enviados de Satanás.
La viuda siempre adoptaba una postura erguida, pero al oír estas palabras se puso más tiesa que el palo de una escoba y dijo con indignación:
—¡Cómo osan acusar a mi hija de confraternizar con… con…! ¡Márchense inmediatamente! Rothwell, te exijo que no permitas que se cometa este ultraje.
—Solo quieren hacerme unas preguntas, mamá. Y yo no tengo ningún problema en contestar. Ya he dicho que no sé nada y ésa es la pura verdad.
—¡Por su puesto que es la verdad! —gritó la viuda, furiosa—. ¿Cómo vas a saber tú nada de un baile de máscaras nada menos que en la calle Essex? Al único baile de máscaras que has asistido tú es al baile de disfraces de anoche.
—Bueno, para ser exactos, mamá, yo sí que estuve en la fiesta que se celebró en la calle Essex, pero mi presencia era completamente inocente, te lo aseguro.
—¡Tú! —Lady Rothwell se puso en pie y señaló con gesto dramático hacia Maggie—. Tú tienes la culpa de esto. ¡Cómo osas enredar a mi hija en tus actos de traición! Ésta es la mujer que buscáis, buen hombre. ¡Es escocesa! Su padre es un jefe de las Tierras Altas que sin duda arengó a sus hombres para que lucharan contra nuestros valerosos soldados ingleses en aquel levantamiento desleal y al fin y al cabo no es más que una rama del mismo árbol genealógico. ¡Si hay una jacobita en esta estancia, ésa es ella y no mi inocente hija!
Horrorizada por la acusación, pues jamás habría esperado que nadie, ni siquiera lady Rothwell, fuese a lanzarla tan descaradamente a los lobos, se puso en pie cual una marioneta, mirando fijamente a la viuda, estupefacta, incrédula. Apenas sintió la mano que la cogió por el brazo ni oyó la voz que le dijo:
—Vas a venir con nosotros, jovencita, y vamos a hacerte unas preguntas y si tus respuestas no nos complacen, sabremos muy bien qué hacer contigo. Todavía no se ha colgado a ninguna mujer jacobita, pero por lo que yo sé, el hecho de ser mujer no exime a nadie de la soga.
—¡No! —por fin Rothwell se puso en pie, furioso. Dio un paso en dirección al hombre que había cogido a Maggie y se desmayó.
—¡Dios mío! —gritó la viuda llevándose las manos al pecho—. Esos endiablados jacobitas han envenenado al conde de Rothwell.