Capítulo XXIII
Aterrorizada, Maggie corrió a la habitación de al lado gritando el nombre de James mientras abría la puerta de un portazo. Él se despertó inmediatamente y la siguió presuroso, maletín en mano, a la habitación donde se encontraba su hermano. Cuando vio en qué estado se encontraba, ordenó seriamente a la joven que fuese a buscar a Chelton y que le pidiese a alguien que preparase una manzanilla.
—Y luego vete —añadió antes de que saliese por la puerta—. Aquí no hay nada que puedas hacer.
Era tal el terror que sentía que apenas podía mediar palabra, sin embargo, sacó fuerzas de flaqueza y dijo:
—Me voy a quedar, James.
—No, Maggie, no —convino mirándola con impaciencia. Entonces mudó su expresión y con un tono más tranquilizador le dijo—. No va a morir, Maggie. Yo no lo permitiré. Ahora, vete. Ned no desearía que estuvieses aquí porque le voy a suministrar una dosis de ipecacuana, como la otra vez, y si eso no funciona, una buena dosis de ruibarbo. Te doy mi palabra de que cuando empiece a sentir los efectos, no querrá que estés por aquí. Dile a Chelton que traiga una palangana, bueno, varias, pues espero que ya haya que vaciar la que tengo aquí cuando venga.
—Sal, Maggie —dijo Edward, su voz débil, pero aún así autoritaria—, James se ocupará de mí —Tenía la cara empapada en sudor, mas ella no esperó a ver nada más, salió apresuradamente en busca de Chelton y de algo que hacer para mantener la mente ocupada a fin de no pensar en lo que podría estar haciendo su cuñado ni en si tendría éxito.
Al ver el ajetreo que se desataba en el piso inferior enseguida comprendió que más que una ayuda sería un obstáculo y al no desear estar sola en el café, pasó las dos horas siguientes en el dormitorio del joven Carsley. María había subido con su esposo y se había ofrecido a hacer lo que fuese por ayudar, pero James le había ordenado que se marchase y Maggie no deseaba su compañía.
No podía conciliar el sueño y de vez en cuando se levantaba y caminaba por la habitación o se quedaba mirando fijamente a la chimenea, preguntándose qué era lo que había comido Rothwell que no habían comido los demás o qué ingrediente de la comida escocesa le sentaba tan mal. No era un hombre de naturaleza enfermiza y le parecía muy extraño que reaccionase tan violentamente a cualquier dolencia. ¿Acaso le estaban tratando de envenenar? ¿Y en ese caso, quién? Tenía que ser alguien con acceso a él solo fuera de Glenn Drumin, pues allí no le había pasado nada y durante el camino no se habían topado con nadie especialmente sospechoso. James se reunió finalmente con ella.
—Se recuperará. He tenido que recurrir al ruibarbo, así que está agotado, pero ahora se quedará dormido porque ya se encuentra mucho mejor.
—¿Qué ha sido lo que le ha hecho enfermar? No puede ser la comida escocesa por mucho que diga que es habitual comer algo en mal estado durante los viajes.
—No lo sé. Algunas personas reaccionan de forma extraña a ciertos alimentos, pero suelen saber qué es lo que les sienta mal y además lo saben antes de llegar a adultos. Aquí hemos tomado alimentos que no solemos tomar en Inglaterra, pero hasta ahora Ned siempre había parecido tener un estómago a prueba de bombas. Los síntomas tampoco son muy normales. La primera vez se sintió mareado después de comer y luego tenía mucho sueño. Esta vez estaba aletargado al principio, luego ha tenido náuseas y finalmente ese dolor tan punzante y tan terrible.
—¿Podría ser…? —Tragó saliva—. ¿Podría ser veneno?
Él frunció el ceño.
—No creas que no se me ha ocurrido, pero si estás pensando que yo he sido capaz de…
—No, no —dijo ella. Y al ver que no le convencía añadió con rotundidad—. Si tú quisieses asesinarlo, James, le habrías dejado morir. No le habrías salvado la vida.
—Pues eso nos deja a los Chelton, lo que es absurdo porque ellos le podrían haber asesinado en cualquier momento durante los últimos veinte años, en caso de que fuese ese su deseo. Y si es veneno del tipo que sea, o si es la comida escocesa, ¿por qué no ha tenido ninguna recaída en Glenn Drumin? No ha tenido ninguna, ni una sola.
—Lo sé —Se quedó pensativa durante unos instantes y a continuación añadió—. ¿Podría darse el caso de que esta enfermedad le afectase solo cuando está muy cansado? Esta noche todos estamos más cansados de lo normal.
James se encogió de hombros.
—Puede ser. También puede ser que Ned esté bien y simplemente haya comido algo en mal estado que no hemos llegado a comer los demás. ¡Sabe Dios! Yo estaba tan cansado que ni siquiera me acuerdo de lo que he cenado, por no hablar de recordad si he comido lo mismo que él.
—Yo tampoco me acuerdo —admitió Maggie.
—En cualquier caso, sea cual sea la causa, esperemos que no se repita. Ya he utilizado toda la ipecacuana que tenía, así como el ruibarbo y otros productos. Hoy he terminado todo lo que no utilicé en el valle y esta época del año no es buena para recolectar productos naturales. Ni siquiera tenía un reconstituyente que darle después del tratamiento, así que me he tenido que apañar con una manzanilla aunque le he añadido una buena dosis del excelente whisky de tu padre. Cuando esté con Brockelby conseguiré más material, claro está, pero si le pasase algo más, me vería en apuros para suministrarle cualquier otra cosa aparte del whisky.
Ella sonrió lánguidamente.
—Mi padre insistiría en que el whisky sería suficiente para curar cualquier mal que padeciera. ¿Puedo irme ya?
—Sí, por supuesto, pero no esperes que hable mucho. Ya se había quedado dormido cuando me he ido yo. Ya le había ordenado a Chelton que se retirase y me he sentado junto a él hasta asegurarme de que estaba descansando.
Ella le dio las gracias y fue rápidamente a comprobarlo por sí misma. Habían reavivado el fuego y alguien había hervido unas hierbas en un cuenco junto al fuego, por lo que se respiraba una agradable fragancia en toda la estancia. Maggie se dio cuenta de que lo habían hecho para tapar los malos olores y le agradeció a James sus atenciones. Ned estaba dormido, su respiración era normal y profunda; su gesto, de paz. Le retiró el cabello de la cara y notó que tenía la frente fría. Permaneció junto a él, observándole durante un rato consciente de una sensación de gratitud que sentía y que iba más allá de las hierbas aromáticas o de la atención del joven Carsley o de sus dotes para la medicina. Sus deseos de regresar al valle se habían disipado. No sabía lo que le depararía el futuro, pero le haría frente con la certeza de que él haría todo lo que estuviese en su mano para protegerla. Ahora se daba cuenta de que si se hubiese escapado, no solo habría sucumbido solo a aquella misteriosa enfermedad, sino que además habría tenido que enfrentarse solo a los mordaces comentarios de su madrastra.
Se quitó la ropa, se deslizó al interior de la cama con tan solo una camisola. Se acurrucó contra él y se relajó de tal modo que se quedó dormida antes de posar la cabeza sobre la almohada. Cuando despertó a la mañana siguiente notó que no tenía la cabeza apoyada sobre la almohada sino que reposaba sobre el hombro de Rothwell, su oreja y su mejilla contra su pecho, de modo que podía escuchar el acompasado latir de su corazón. Sintió cómo la rodeaba un brazo musculoso y reconfortante y, debajo de las sábanas, una gran mano se posaba sobre la desnuda piel de sus caderas.
—Buenos días, mi amor —dijo él mientras le acariciaba las caderas— ¿Dónde está tu camisón?
—He dormido con la camisola. Se me ha enrollado en la cintura. ¿Te has recuperado del todo, Edward?
—Tengo hambre. Eso tiene que ser buena señal —Cambió de postura y se apoyó sobre el hombro, girándola a ella ligeramente para que se apoyase sobre su espalda, para que le mirase a la cara. Parecía que volvía a ser el mismo de siempre y sus ojos brillaban de deseo. Con la mano que le quedaba libre tiró del lazo que colgaba del ribete de encaje de su camisola y acto seguido sus senos quedaron desnudos, incitándole a que los tomase entre sus manos. Ella exhaló un suspiro de placer cuando él la acarició y le sonrió:
—¿Estás seguro de que no estás débil para esto? Después de lo que has pasado, tal vez sería mejor que tomases un buen desayuno antes.
—Solo deseo tomarte a ti, mi amor —Le besó en los pezones y deslizó la mano por el interior de la cama, apartando los pliegues de la camisola de su camino. Un fuerte golpe en la puerta de la habitación les sobresaltó a los dos y Rothwell la cubrió rápidamente con la colcha.
—¿Quién llama? —preguntó— ¡Márchese!
La puerta se abrió sin más dilación y James, con voz divertida, dijo sin mirar:
—Espero que estéis presentables, pues he ordenado que os sirvan el desayuno aquí en menos de un cuarto de hora. ¿Puedo pasar?
—Sí, maldita sea —dijo, su voz parecía un gruñido—. Tienes mucha iniciativa propia, hermanito —Asomó la cabeza por la puerta, soltó una carcajada y dijo:
—Tómalo como un consejo médico, pero te recomiendo que comas algo antes de… antes de que nos marchemos, y en cualquier caso es culpa tuya porque me ordenaste que me asegurase de que no saliésemos más tarde de las ocho.
Maggie se cubrió el pecho con la colcha, se irguió apoyándose sobre un codo y dijo con voz preocupada:
—¿Podemos fiarnos de la comida?
—No temas —dijo, aún sonriendo—. He ordenado huevos cocidos servidos con la cáscara, café y tostadas, y María me ha dado su palabra de que haría el café y las tostadas con sus propias manos. A Chelton le ha parecido, ¿cómo no?, que exageraba, pero ella le ha plantado cara por una vez y, al ver que insistía, él se ha visto obligado a acceder, así que mientras tengamos a ese par vigilando, nadie le servirá a Ned nada que no esté acostumbrado a comer. De hecho, María parece decidida a protegerle con su propia vida si es necesario, pues me ha dicho que va a prestar especial atención a toda la comida que se le prepare hasta que lleguemos a Londres. Así que supongo que podremos descansar más tranquilos, ¿no te parece? —Volvió a sonreír—. Y ahora decidme, ¿les digo que esperen unos minutos a subiros el desayuno o pueden traerlo ya?
—Tú ganas —dijo Rothwell frunciendo el ceño. Cuando James cerró la puerta, miró arrepentido a Maggie y murmuró:
—Supongo que será mejor que nos arreglemos para el desayuno, mi amor, pero creo que esta tarde a las cuatro me voy a encontrar exhausto. De todas formas, ya casi habrá anochecido, y ansío pasar un rato a solas con mi esposa, sin interrupciones.
—¿Ah sí?
—Sí. Me alegro mucho de que no te marchases anoche.
Su mirada era cálida y por un momento creyó distinguir un reflejo de amor verdadero en sus ojos, pero no podía tener más motivos para amarla de los que habría tenido la noche de su extraño matrimonio y aquella noche no la amaba precisamente. Ella era muy consciente de que sus sentimientos habían cambiado considerablemente desde entonces, mas también sabía que las mujeres daban mucha más importancia a las cosas del amor que los hombres, por lo que no había razón para pensar que sus sentimientos hubiesen cambiado también.
Viajaron con rapidez y aunque se encontraron con alguna que otra ráfaga ligera de nieve, el tiempo se mantuvo estable y solo tuvieron que parar una vez para reparar una rueda del segundo carruaje, por lo que no tuvieron ningún retraso. María cumplió su palabra de inspeccionar todo lo que fuese cocinado para el conde y por fin llegaron a Londres, el día de San Martín, sin que este hubiera tenido ninguna recaída de su extraña y desafortunada enfermedad.
A pesar del ritmo acelerado que llevaban, Maggie disfrutó del viaje mucho más de lo que había disfrutado del otro. No solo le agradaba que allá donde fuese la recibiesen y la tratasen como a la esplendorosa condesa de Rothwell, sino que además los hombres habían pasado la mayor parte del viaje con ella en el carruaje y mientras James leía o se quedaba absorto en sus propios pensamientos, ella iba descubriendo lo mucho que quería a su esposo. Compañero de viaje inquieto y también divertido, estaba tan dispuesto a entretenerla describiéndole cada una de las grandes mansiones por las que pasaban, como a jugar una partida de naipes o a charlar. Los días pasaron volando y ella se dio cuenta de que a pesar de la fatiga, le daba pena que se hubiese terminado el viaje.
Eran casi las diez cuando por fin el carruaje entró traqueteando por el patio de la casa de la familia Rothwell. Había luz en la mayor parte de las estancias de la planta baja y del primer piso y la puerta principal se abrió de pronto dejando salir un halo de luz que alumbró el exterior.
—No cabe duda de que mamá y Lydia están en casa —dijo James—. Si no la casa no estaría tan alegre. Frederick —llamó desde la ventanilla del carruaje para captar la atención del lacayo que miraba por la ventana para ver quién había llegado—, ordena a los muchachos que recojan nuestros baúles y se encarguen de los carruajes.
—Míster James, ¿es usted?
—Sí, he venido con el señor —replicó mientras abría la puerta y saltaba al exterior. A continuación, colocó el peldaño para que se apearan los otros y añadió—. Date prisa, la señora está tan fatigada que va a desfallecer.
—¿La señora? Pero, míster James, las dos señoras han ido al baile de San Martín de lady Ordham y han dejado dicho que no llegarán antes de la media noche. ¿Ha enfermado alguna de ellas, señor? —Por un instante se sintió confundido, mas antes de que se diera cuenta de lo que pasaba, Rothwell se bajó del coche y dijo con total naturalidad:
—Míster James se refiere a tu nueva señora, Frederick. Vamos, mi amor.
Maggie tomó la mano que él le había extendido para ayudarle a bajar y se apeó del carruaje, sintiéndose súbitamente tímida y preguntándose cuál sería la respuesta de los criados cuando supiesen de su nuevo estado. Se alegró de saber que lady Rothwell no se encontraba en casa, aunque solo fuese durante unas horas más. Frederick se la quedó mirando.
—¿Miss MacDrumin?
James se rió mientras su hermano la acercó a su lado y anunció:
—Puedes felicitarme, Frederick. Ya no es miss MacDrumin sino mi propia esposa.
El rumor se extendió como la pólvora y a Maggie le dio la impresión de que durante los minutos que siguieron a su llegada todos los miembros del servicio se acercaron a verla. Para su gran alivio, todos parecían expresar sincera alegría por la noticia.
Cuando se quedó quieta en medio del recibidor, mirando a su alrededor con aspecto cansado y de aturdimiento a la vez, Edward le sonrió y dijo:
—¿Ya estás pensando en cambiar algo, querida?
Ella le miró un tanto asombrada y le dijo:
—¿Por qué había de hacer algo así?
—Tendrías todo el derecho del mundo, además, la mayoría de las esposas hacen ese tipo de cambios.
Ella sonrió.
—Creo que lady Rothwell tendría algo que decir al respecto.
—No creo que mucho —se giró hacia el lacayo y con ese tono lánguido que le caracterizaba dijo:
—Por cierto, Frederick, no les digas nada de la nueva condesa a las señoras. Me gustaría ser yo quien les dé tan grata sorpresa.
—Descuide, mi lord. ¿Y qué dormitorio preparamos para lady Rothwell, si es tan amable, señor?
—El dormitorio de mi madre —dijo suavemente. Y mirando a Maggie, aclaró—. Mi madrastra prefirió ocupar otra habitación y creo que ya es hora de ocupar esa habitación.
Maggie sintió un profundo alivio, pues durante los instantes que transcurrieron mientras el lacayo formuló su pregunta y Rothwell le respondió, había temido que éste dijese que iba a ocupar la habitación de la viuda, algo que estaba completamente segura que ella no se habría atrevido a hacer. La solución que él le propuso le pereció mucho mejor.
—¿Tienes hambre, mi amor? ¿Quieres que les pida que nos suban algo de comer a la biblioteca?
—Tal vez, pero antes me gustaría cambiarme de ropa. No me gustaría que tu madre y Lydia me vean de esta guisa.
—Lo más probable es que no regresen antes de medianoche. Tal vez sea mejor que te acuestes antes.
—No —respondió con más dureza de la que pretendía. Al ver que él fruncía el ceño, se apresuró a decir—. No lograría conciliar el sueño, señor, pues estaría toda la noche dándole vueltas a la cabeza —Dada la proximidad de los criados, no fue más explícita, mas el comprendió, pues asintió con la cabeza.
—Yo mismo te acompañaré a tu dormitorio. Frederick, pide que le preparen un baño para la señora. ¿Quieres que llame a María, mi amor?
—No, gracias, señor. No me cabe duda de que estará tan cansada como yo y querrá acostarse. Cualquier doncella me servirá.
Él dio las órdenes convenientes y pronto estuvieron solos en una hermosa habitación.
—Esta habitación está conectada con la mía a través de esa puerta —señaló sonriéndole—. La habitación de mi madrastra está conectada con mi vestidor, pero eso no debe preocuparte porque hace muchos años que se bloqueó esa puerta con un armario. ¿Te gusta esta habitación?
Ella asintió con la cabeza. Era más grande que la que había ocupado durante su estancia anterior, con colgaduras de cama en tonos rosas y alfombras de colores vivos y cálidos, y lo cierto era que le gustó mucho.
—¿Por qué prefirió su madrastra ocupar la otra habitación en vez de ésta, señor?
—La verdad es que no estoy seguro. Yo no era más que un niño, pero creo que fue decisión de mi padre. Se casó con ella por su dinero y para asegurarse una descendencia. No era un hombre muy cariñoso, aunque creo que sí que amó a mi madre. Quizá no podía soportar la comparación entre ambas mujeres.
Pronto estuvo listo el baño y Rothwell la dejó en manos de Tilda, que no tardó en reunirse con ella, encantada de volver a verla y alegando que no pensaba qué nadie la esperase.
—Nosotros llegamos hace tres días, mi lady —dijo animadamente—, pero nadie pensó que el señor fuese a regresar ya. ¡Menuda sorpresa les tiene preparada! —Maggie deseó que Lydia no estuviese en apuros, mas se abstuvo de preguntarle nada a Tilda, convencida de que la doncella no revelaría esa información, en caso de que supiese algo.
Los dos hermanos estaban en la biblioteca y se pusieron en pie al verla aparecer. Ellos también se habían cambiado de ropa y su aspecto era más elegante. El conde alzó su monóculo y la miró de arriba abajo en su más puro estilo londinense, si bien ella detectó cierto brillo en su mirada cuando, arrastrando las palabras, dijo:
—Ese vestido te sienta muy bien, mi amor. No recuerdo habértelo visto antes —Maggie miró el faldón ancho de bombasí azul y se alisó el volante de encaje de una de las mangas.
—Es uno de los que se mandaron hacer para mí antes de que nos marchásemos. Lydia se enteró de que los habían traído aquí y tenían intención de enviármelos. Me alegro de que no lo hiciese en cuanto llegó —añadió mientras tomaba asiento en una silla junto a su escritorio.
James, con tono pensativo, dijo:
—Me gustaría saber quién es la fuente de información de Ryder. Parece manejar datos condenadamente precisos.
—Estoy seguro de que fue alguna de las amistades de tu madre, tal vez lady Ordham, dado que están cenando con ella esta noche —comentó Rothwell.
—Pero mamá no mantiene correspondencia con esa vieja bruja. Ni siquiera es de su agrado. Dice que es el tipo de persona que se pone azúcar en el té —añadió con una sonrisa burlona—. Eso me hace a mí verla con mejores ojos, pero sé que tú no estarás de acuerdo. ¿Crees que Lydia se lo habrá dicho a alguien?
Ned se encogió de hombros.
—Puede ser, pero no se me ocurre pensar en nadie que pueda conocer ella y que a su vez le haya podido pasar esa información a Ryder.
Frederick y una doncella entraron en la estancia con el refrigerio que había solicitado el conde y la conversación adquirió un rumbo más informal hasta que se oyó el ruido de la inminente llegada de un carruaje. Rothwell se puso en pie para abrir la puerta de la biblioteca y justo antes de que le tapase la visibilidad, Maggie vio a lady Rothwell y a Lydia entrar en el recibidor, ataviadas con exquisitos vestidos y con un tocado de plumas de avestruz en sus bien empolvados peinados. Lydia estaba hablando:
—Pues no les entiendo, mamá. Esa estúpida mocosa es terriblemente pedante y ni siquiera… —Se quedó boquiabierta al ver a Rothwell y guardó silencio.
—Bienvenidas a casa, señoras. Espero que hayáis disfrutado de una agradable velada.
Su madrastra le miró fijamente, mas supo recomponerse con rapidez y dirigió primero bruscamente a su hija:
—Cierra la boca, Lydia —Acto seguido, añadió con más suavidad—. Imagino que estarás un tanto sorprendido de encontrarnos en la ciudad, Rothwell, pero decidimos regresar al encontrar la vida en el campo insoportable en esta sombría época del año. Y he de decir que hemos llegado tarde, pues Lydia acaba de saber que durante su ausencia uno de mejores partidos de Londres le ha echado el ojo a otra joven muchacha. Está muy enojada contigo. De hecho, no soy capaz de expresar lo encantadas que estamos de ver que has regresado.
—Me hago cargo de que no eres capaz de expresarlo, pero tal vez se te ocurra algún comentario más apropiado cuando te haga saber que has de felicitarme. Permíteme que te presente a la condesa de Rothwell —Se hizo a un lado para que pudiesen ver a Maggie. Ella se encontró de pronto mirando directamente a la viuda, la cual estuvo mirándola fijamente a ella durante unos eternos minutos, perpleja, hasta que finalmente, con llamaradas de ira en los ojos, se giró hacia Rothwell y le dijo con voz furiosa:
—¿Te has vuelto loco?
—No —replicó él con total tranquilidad.
Lydia también había estado mirando fijamente a Maggie, mas ahora sonreía y preguntó con timidez.
—¿Es cierto? ¿Estáis casados?
Maggie asintió con la cabeza, sin dejar de mirar a la viuda, quien con tono de sospecha añadió:
—Un acontecimiento como la boda del conde de Rothwell habría sido publicado aunque hubiese sido en las noticias de las salvajes tierras de Escocia. Nosotras no hemos oído ni una palabra de que se estuviese planeando una boda, así como tampoco de su celebración.
James contuvo un ataque de risa, mas su hermano dijo con voz calmada:
—Dado que no sabes cuándo nos casamos, no alcanzo a comprender por qué piensas que la noticia tendría que habernos precedido, pero si eres tan amable de entrar en la biblioteca, hablaremos de ello.
Aunque pasó con altanería a su lado para entrar en la estancia, seguida por una presurosa Lydia, la reacción de James no le había pasado desapercibida. Maggie, que sentía cómo le ardían las mejillas, sintió cómo le lanzaba una mirada fugaz antes de que su marido cerrase la puerta y lo miró con ojos suplicantes incluso mientras la viuda sentenciaba imperiosamente:
—Aquí hay gato encerrado, aunque intentes aparentar que no. Vuestro trato no tenía nada de amoroso cuando partisteis para Escocia, Rothwell. Si me preocupaba que esta mujer cazase a alguien, era a James. Y ahora pretendes hacernos creer que ha habido una boda. No me lo creo. Para ser más exactos, me atrevería a decir que la has seducido y te las has traído de vuelta a Londres, pensando que nosotras estábamos en Derbyshire y ahora, sorprendido de hallarnos en la ciudad, has dicho lo primero que se te ha pasado por la cabeza. ¡Bonita historia, Rothwell! De hecho, búscate una historia mejor.
—Ya está bien —El gélido tono de voz del conde sobresaltó incluso a la propia Maggie—. No voy a tolerar que insultes a mi esposa.
—Si es cierto que te he insultado, muéstrame el certificado de matrimonio, pues no me lo creeré hasta que no lea con mis propios ojos.
El silencio que invadió la sala fue muy revelador. Maggie tenía las mejillas al rojo vivo y se dio cuenta de que ni Rothwell ni James tenían muchas ganas de responder. Con una extraña sensación de meter la cabeza en la boca del lobo, fue ella quien habló:
—Debes decir la verdad, Edward, si no, María o Chelton lo harán por ti.
Él asintió con la cabeza y procedió; sin embargo, si había pretendido calmar la furia de su madrastra con una explicación, pronto se percató de su error. Aunque escuchó atentamente sus palabras, cuando terminó, dijo con rotundidad:
—Es lo más vergonzoso que he oído en mi vida. Ese matrimonio no puede ser legal y si lo es, está claro que debe ser anulado.
Maggie sintió un escalofrío de terror, mas Rothwell replicó:
—No, señora, no será anulado. Y con ese comportamiento no vas a conseguir nada, te lo aseguro. Puedo comprender que te sorprendas, pero te sugiero que te retires y vuelvas a plantearte tu actitud. Yo no voy a permitir que trates mal a mi esposa.
La viuda apretó los labios con fuerza, mas era obvio que las palabras del conde no habían hecho más que acrecentar su furia. Cuando este le abrió la puerta, salió apresuradamente de la biblioteca; erguida la cabeza, susurrante el faldón, descolocadas las plumas de avestruz.
Rothwell, que aún sujetaba la puerta, miró a Lydia, quien, aunque se estaba mordiendo el labio inferior, no hacía ningún ademán de obedecer a su petición no hablada. Cuando quedó claro que él estaba dispuesto a esperar, ella dijo:
—Sé que estás muy enojado con nosotras, Ned, pero lo cierto es que la estancia en Derbyshire se hizo insoportable, pues mamá estaba molesta con todo el mundo y yo echaba de menos a mis amigos. Ahora todo está patas arriba, así que por favor, no te enfades mucho conmigo. Yo… yo me alegro mucho de tu matrimonio con Maggie, independientemente de las circunstancias —Miró a Maggie y, conteniendo las lágrimas, añadió—. Ahora tendré una hermana. Los hermanos no están mal, pero será mucho mejor tener una hermana.
El gesto de Rothwell se suavizó y mientras cerraba la puerta dijo:
—Si eres capaz de tratar a Maggie con amabilidad, ratita, puede que incluso me alegre de tu regreso. No obstante, si mal no recuerdo, tenía unos excelentes motivos para enviarte al campo.
—Lo hiciste llevado por un arranque de mal genio —dijo exhalando un suspiro— y, de hecho, supongo que tenías razones para estar enojado, pero ahora se ha ido todo al garete, o casi.
—Me ha parecido oír que mamá decía que han eclipsado a tu estrella, ¿quién es esa joya que ha osado hacerte sombra? —preguntó James con dulzura.
Ella frunció el ceño.
—La verdad es que no lo entiendo porque Ophelia Balterley no entiende nada de moda y además lee libros, no libros de los que le gustan a cualquiera, sino libros anticuados, escritos en griego y en latín, pues fue educada con su hermano, entre otras cosas horribles, y aun así todos beben los vientos por ella.
Rothwell le acercó una silla y mientras él mismo tomaba asiento, preguntó:
—¿Hemos de interpretar tu consternación como una consecuencia de que lord Thomas Deverill haya puesto sus ojos sobre ese dechado de virtudes?
Lydia echó la cabeza hacia atrás y respondió:
—A mí me trae sin cuidado lo que haga Thomas, pero teniendo en cuenta que en una ocasión intentó suicidarse con un lazo mío solo porque no me puse un ramillete que me envió, Ophelia tiene que haberle embrujado.
—¿Va a heredar mucho? —preguntó James mirando a su hermano.
—Balterley está demasiado bien como para morir, desde luego, y además tiene un hijo varón —replicó el conde.
—Se comenta que lord Balterley ha dispuesto que su fortuna privada se divida a partes iguales entre sus hijos. Es muy extraño —añadió tratando de no llorar.
—Tremendamente extraño —convino Rothwell—, pero ahí tienes la razón de su popularidad, cariño. Heredará una fortuna mucho más cuantiosa de lo que puedas recibir tú y por tanto debe de haber un gran número de hombres en esta ciudad anhelando echarle el guante.
—Si tú no me hubieses enviado al campo, esto nunca habría sucedido.
—Si es así, pronto volverás a tenerlos a todos a tus pies, incluido el joven Deverill.
—Ya, bueno, pero aunque le escribí para avisarle de nuestra llegada, no parece que haya hecho nada por venir a verme —dijo ella con tristeza, mas al darse cuenta de lo que en realidad había querido decir su hermano, volvió a recobrar el ánimo y exclamó—. ¿Quieres decir que no me vas volver a mandar a Derbyshire, Ned? ¡Oh, por favor no lo hagas! Te doy mi palabra de que no voy a hacer nada que no te agrade.
—Como diría mi queridísima madrastra, no soy capaz de expresar lo mucho que me tranquilizan tus palabras, ratita.
Maggie y James soltaron una carcajada, pero la joven, sin sentirse ofendida, añadió con gran sinceridad:
—Sé que no me crees, pero lo digo en serio y, por cierto, Ned ya que estás tan dispuesto a ser amable, dime que puedo ir al baile de disfraces de invierno que se celebra el viernes en Ranelagh, por favor. Mamá ha dicho que puedo ir, pero en cuanto te he visto he sabido que me lo prohibirías. Va a ir todo el mundo. Por favor, queridísimo Ned, dime que sí.
Rothwell se quedó pensativo un instante y luego dijo:
—Creo que vamos a ir todos. Tengo curiosidad por conocer a esa heredera —miss Carsley se rió.
—Y la verás, eso desde luego, pues mamá ya ha decidido que se va a casar con James así que no cabe duda de que se la presentará. La sobrina de lady Portland se ha marchado a su casa y no regresará hasta febrero, así que de momento no tienes muchas posibilidades con ella, pero mamá está convencida de que tú puedes ahuyentar a todos los demás pretendientes de Ophelia —Exhaló un triste suspiro y añadió—. Ojalá sea así.
—¡Al diablo con mamá! —dijo bruscamente.
—¡James! —Lydia se tapó la boca con la mano.
En los ojos de Rothwell brillaba una chispa de diversión.
—Tranquilo, muchacho. Has asustado a tu hermana. Pídele disculpas, por favor.
—Pero, Ned, si mamá ha tomado esa determinación, no hará más que complicarme… —Se calló, mirando rápidamente a Lydia. Ella abrió los ojos de par en par.
—¿Qué es lo que te va a complicar, James? Dímelo —Al ver que su hermano permanecía en silencio, se giró hacia Maggie y dijo—. ¡Vamos, dímelo! ¡Odio que la gente ande con secretos!
Maggie miró a Rothwell, quien dijo con delicadeza:
—No hay ningún secreto que contar, ratita. James está nervioso porque me dio su palabra de que ayudaría a allanar el terreno con mamá, ya sabes, por lo de mi boda con Maggie, pero yo puedo cuidar de mi esposa perfectamente bien. En cualquier caso, empiezo a desear que llegue ese baile. Me atrevería a decir que nos lo vamos a pasar realmente bien.